Miserias del fin de siglo

 



1. "Una sociedad de trabajadores sin trabajo"

Las últimas cifras de la Encuesta Permanente de Hogares realizada por el INDEC en el mes de agosto y difundidas por el Ministerio de Economía a comienzos de octubre ofrecen, una vez más, los indicadores numéricos de una situación de alto impacto social:

Este puñado de datos, sólo algunos de los que proporciona la Encuesta, permite trazar los contornos de una problemática que afecta a vastos sectores de la sociedad argentina, y que representa la culminación de un largo ciclo histórico que comienza con los albores del capitalismo.

Con la llamada Revolución Industrial se produce la transformación del obrero artesanal en trabajador fabril y, según las reglas con las que se organiza el trabajo, se pasa del régimen de las tutelas al del contrato, es decir, como plantea Castel, la modalidad contractual viene a ofrecer un marco jurídico que no existía en la anterior relación entre aprendices y maestros artesano. El libre acceso al trabajo "rompe con las formas seculares de organización de los gremios y hace del trabajo forzado una supervivencia bárbara" (1) También, a su turno, fuerza el surgimiento de la cuestión social, "se descubre entonces que la libertad sin protección puede llevar a la peor de las servidumbres, la servidumbre de la necesidad." (2) Esto abre el tema de las políticas sociales y de las diversas formas conocidas de protección social de los asalariados. El Estado de Bienestar es la respuesta desde la economía keynesiana que sucedió a la crisis de los años 29-30 e implica la implementación de sistemas de seguridad social en la búsqueda del pleno empleo y la corrección de los extremos de la distribución desigual de la renta. En los años posteriores a la Depresión los países industrializados incorporaron leyes y normativas de seguridad social.(3)

Este ciclo del capitalismo con fuerte incidencia del estado en lo económico y en lo social contribuye a fortalecer la significación del trabajo como eje de la realización personal y familiar del trabajador. Un fuerte imaginario colectivo hace del trabajo un puntal de identidad y una matriz para la construcción del futuro. Generaciones enteras de asalariados hacen sus casas, educan a sus hijos y organizan sus vidas en torno a la seguridad del trabajo y a la significación del progreso como meta alcanzable. La importancia de esta significación imaginaria solo quedará clara cuando, desde los años ’70 en adelante, el predominio del capital financiero en la economía mundial imponga un violento viraje y la haga caer como un castillo de naipes provocando tanto la marginalización acelerada de masas de población como un estado general de estupor del cual aun no han salido las sociedades contemporáneas.

El reemplazo de la organización fordista de la producción fabril por la más cruda metodología del mercado neoliberal o, como dice Hobsbawm , cuando la civilización transforma las frases mágicas de los anunciantes en principios básicos de economía, desmintió la fortaleza del imaginario trabajo, replanteó las que fueron bases de afirmación para millones de seres humanos, produjo la categoría del excluido y alteró en lo profundo los vínculos sociales. Para decirlo con la contundencia de Hannah Arendt: Lo que tenemos ante nosotros es la perspectiva de una sociedad de trabajadores sin trabajo, es decir, privados de la única actividad que les queda. Imposible imaginar nada peor.

 

 

2. El mundo destrozado

Y es imposible imaginar nada peor porque lo que ponen en frente las cifras de desocupados, pobres, marginados, desafiliados, excluidos, no son simples indicadores socioeconómicos sino la dramática situación de millones de hombres y mujeres que han perdido en corto tiempo las referencias que daban sentido a sus vidas.

Según la expresión de René Kaës, "toda formación psíquica está multi-apoyada y, en caso de que ciertos apoyos fracasen, sobrevienen notables variaciones cualitativas en dicha formación" (4) Esto alude a los apoyos o apuntalamientos necesarios para el desarrollo del psiquismo humano, a la función reguladora que esos apoyos tienen en las crisis, a lo importante de su existencia como de su falta. Y esos apoyos son múltiples porque están representados tanto por los tempranos cuidados y atención del recién nacido como por el grupo como mediatizador de la sociedad y la cultura. En este punto, el desapuntalamiento producido por la ruptura de las redes de contención que genera la versión neoliberal del capitalismo con su "sobrante social" representado por los trabajadores sin utilidad, se refleja en alteraciones de la salud mental de los afectados. Dice Magdalena Echeverría en una investigación llevada a cabo en Santiago de Chile que, de las consultas efectuadas por distintos trabajadores, los accidentes laborales se daban mayoritariamente entre los que estaban ocupados, por razones de esfuerzo y posición; las enfermedades psicosomáticas tienden a darse entre quienes están en riesgo de perder el empleo o trabajan precariamente, en tanto los trastornos psiquiátricos francos se presentan entre los desocupados.(5)

Es que la relación con los otros y con las instituciones y grupos forma parte de la trama que constituye el psiquismo, establece la red de configuraciones que sustenta el lugar del sujeto en su cultura, sostiene el espacio en el que, individual y colectivamente, los habitantes del contexto histórico-social realizan sus adaptaciones al medio instituido y exploran sus posibilidades instituyentes.

La ruptura de estas redes provoca en los sujetos comportamientos inadecuados con su intenso componente de angustia. Si un trabajador ha quedado fuera del mercado de trabajo por su edad, porque su capacidad ya no es necesaria, porque su rama de actividad desapareció o se contrajo como producto de la economía globalizada, su gesto de buscar trabajo resultará fuera de lugar, su conducta se tornará inadecuada y, tras una y otra frustración, acabará aceptando sin entender por qué el hecho de haber quedado fuera del circuito de protección que brindan el trabajo y el salario. Su mundo quedará hecho trizas, su sistema de significaciones se tornará inservible y su papel como productor ya no será necesario. Imposible imaginar nada peor, dirá Hannah Arendt.

El hecho de tratarse de situaciones que involucran a vastos sectores de la población las transforma en fenómenos de alto impacto que afectan a la sociedad como un todo. Veamos.

La globalización ha traído consigo una nueva terminología en la que descuella la palabra exclusión, usada para designar al desplazamiento forzado de los desocupados y subocupados fuera de los límites del abrigo, verdaderos contingentes de sobrantes sociales, ahora que ya no se trata de ensanchar el mercado de compradores como lo quería Henry Ford, sino de contar con una masa estable de consumidores que sea capaz de acompañar el cada vez más veloz ciclo de circulación de la producción. Ya no se trata de los pobres de hace unas décadas, quienes tenían a su favor la esperanza del progreso y el estímulo de un posible ascenso social, quienes se apoyaban firmemente en su trabajo y en el horizonte de lenta pero segura mejoría económica. Los de ahora, los llamados excluidos, caen irremediablemente en un plano inclinado que los arroja más y más hondo en la miseria y la desesperación, atrapados en la lógica cruel que establece que la pobreza genera más pobreza, que serán más pobres y miserables cada día de sus vidas puesto que las ilusiones de recuperar el trabajo perdido se esfuman con el tiempo, que sólo cuentan para atender su salud en riesgo con el deteriorado sistema sanitario público, que, en fin, la educación que reciben es mala y apenas la taza de mate cocido o el almuerzo colectivo atraen todavía a los hijos de hogares humildes a las escuelas. Es decir, su hábitat, su salud, su educación empeorarán sin remedio y sellarán esa decadencia llamada exclusión.

Del lado "de adentro", los que tienen acceso, aun limitado, al mercado de consumo, suelen considerarse a salvo de las desdichas que aquejan a los excluidos. Pueden sentir que esta sociedad no es del todo mala, que al menos a ellos y a sus hijos les permite disfrutar de las maravillas del consumo, acceder a las sorprendentes innovaciones tecnológicas, a los viajes de ensueño, a ropas, filmes, comidas, edificios que tienen todos el sello codiciable de la posmodernidad. La oferta es abrumadora y cautiva a grandes y chicos. Realmente esta es una época que abre su cuerno de la abundancia con maravillas de todo tipo. Cómo no apreciar "estar adentro" y tener la posibilidad de disfrutar de tanto bienestar. Los shoppings, Internet, la realidad virtual, son algunos de los atributos de la época que instaló la aldea global donde antes había un mundo vasto y diverso. Y en esa aldea es vital "estar adentro".

 

3. La exclusión y su reverso: la reclusión

Sin embargo, si se admite la obviedad de considerar a la sociedad como un sistema, un todo complejo compuesto por infinitas partes en delicados e inestables equilibrios, no habrá como ignorar que, ante una mutilación tan importante como la que supone arrojar a cientos de miles de personas fuera de los bordes que demarcan la vida civilizada tal como se la concibe hoy, será el todo el que estará afectado, que la sociedad en su conjunto sufrirá este desgajamiento y que, en ese punto, no habrá consumo que compense la transformación de nuestra vida en el mundo hostil y peligroso que conocemos.

La violencia, el virus de inmunodeficiencia humana, las adicciones, el narcotráfico, la corrupción son tan genuinamente de esta época como las computadoras y el correo electrónico. No son defectos sino piezas auténticas de nuestra cultura contemporánea. Junto a las maravillas el horror, como caras de la misma moneda.

En este sentido, me parece posible plantear el malestar general con sus expresiones en uno y otro lado de la cerca, y considerar que lo contrario de la exclusión no es la inclusión sino la reclusión. Que "adentro" implica el miedo, la pérdida de seguridad, la necesidad de controles, sistemas de seguridad, alarmas, vigilantes, vecinos armados, barrios amurallados. Que "estar adentro" supone el haber perdido la posibilidad de frecuentar ciertos lugares, hoy considerados peligrosos, de salir a ciertas horas, de movernos con libertad por la ciudad. El "estar adentro" nos obliga a aumentar la desconfianza en nuestros semejantes, a aferrar nuestras pertenencias y a elaborar códigos de poblaciones sitiadas. El "estar adentro" es estar recluidos. Calles ayer apacibles se han tornado zonas de riesgo, las plazas ya no sirven para el paseo de los enamorados en los anocheceres, el fútbol no es para las familias, los semáforos en la noche son trampas muchas veces mortales, la entrada del auto en el garaje es la situación que más ataques genera en los barrios suburbanos. ¿Qué sociedad es ésta? La que se expresa en la tensión exclusión-reclusión, la que sufre en cualquiera de los dos polos: en uno miseria, en el otro paranoia. La que se torna poco habitable y exige mutaciones profundas de los sujetos sociales para poder adaptarse.

El crecimiento de la miseria miserabiliza la vida de toda la sociedad. La miseria de los recluidos está en la pérdida de libertad; en los gestos que se aprenden para poder pasar frente a los niños mendigos, por ejemplo, sin verlos; en el abandono paulatino de ademanes solidarios, en no detenerse ante los accidentes de tránsito por miedo, en inculcar en nuestros niños las preocupaciones frente a posibles ataques de adultos o de otros niños,. Estar "adentro" no sale gratis, requiere aprender estrategias de supervivencia que nos aíslan cada vez más en un individualismo empobrecido y mezquino.

Esta fragmentación social que se establece en la división adentro-afuera genera inevitablemente violencia. Pero la violencia de nuestras sociedades contemporáneas no nace de la pobreza en sí misma, ni de la miseria de la exclusión, ella es un producto de una de las ecuaciones más crueles de la historia: la que genera una tensión insoportable entre el desequilibrio psíquico del desapuntalamiento frente a la hiperoferta de la sociedad de consumo. La confrontación de los sujetos de la exclusión con la existencia de todo lo que no tendrán jamás y que les es ofrecido abrumadoramente, es fuente de violencia y, en una de sus expresiones, provoca la delincuencia. En Río de Janeiro por ejemplo, una de las ciudades más violentas del mundo, se suele explicar este hecho por la característica de estar los morros en medio de la ciudad y producir el choque brutal del pobre morador de las miserables favelas que desciende a las calles para encontrarse con el lujo de Copacabana o Ipanema. Algo similar ocurre entre nosotros con los "bolsones" de pobreza de San Isidro o Retiro y la opulencia que se ostenta en sus alrededores.

 

 

4. Los cuatro discursos

Frente a estos desgarramientos que la época presenta, se ubican las explicaciones y las propuestas que tratan de responder a las demandas, conformando cuerpos discursivos que podrían ser agrupados en cuatro direcciones principales:

 

Sintetiza la visión de los representantes del sector hegemónico en la sociedad contemporánea y establece que los problemas los resuelve el mercado. Lo que el mercado no puede resolver, no tiene solución. El llamado "pensamiento único" empuja en la dirección de maximizar las ganancias empresarias sin considerar el costo social. De hecho, este sector desprecia cualquier intento de poner en práctica políticas sociales o programas de protección para los afectados por la aplicación de las políticas de ajuste.

 

Acepta la hegemonía neoliberal pero advierte acerca de los peligros que representa el no tomar en cuenta los efectos de la explotación salvaje. Sus exponentes se preocupan por el riesgo de la disgregación social, los daños ecológicos o la corrupción. Levantan tibias propuestas que no alteran lo esencial de las políticas económicas y son partidarios, por ejemplo, de la "tercera vía" europea. Componen el sector "lúcido" del establishment.

 

Rescata las ideas acuñadas en el siglo pasado por el socialismo y el marxismo. Ante el fracaso de las experiencias del socialismo real se propone superar los errores que se cometieron en la aplicación de las ideas de Marx, Lenin o Mao Tse Tung. Remozando las teorías, vuelve sobre las tareas reivindicativas inconclusas.

 

Es abiertamente anticapitalista, declara superadas las teorías revolucionarias históricas y busca el despliegue de los movimientos que irrumpen con la fuerza de lo nuevo. Descree de las programaciones políticas por la rigidez que incorporan y propone el regreso a la verdadera política, la que se funda en el compromiso y la fidelidad con las luchas y sus protagonistas. Desprecia la lucha por el poder por ser ésta la fuente de deformaciones que maniatan a los movimientos revolucionarios y los obligan a "desear el lugar del amo".

Se propugna la necesidad de producir novedad, creación, potencia, alegría, libertad. Se rechaza la noción de representación y se afirma en la demanda de generar instancias de plena participación.

Son movimientos que se reconocen en un linaje histórico, pero no como descendencia hereditaria, sino como Borges decía de Kafka: que él había creado a sus antecesores. (6)

 

 

5. Cierre y aperturas

En suma, el título de la convocatoria para la jornada que permitió la presentación de los trabajos que componen este volumen, Barajar y dar de nuevo, requiere una precisión que es a la vez declaración de principios: en este juego las cartas están gastadas, marcadas y no son confiables. Los recambios dentro del mismo modelo son más de lo mismo. Sería preciso establecer otro juego, con otras barajas y otras reglas. Si no, no vale la pena ni siquiera sentarse a jugar porque sería la misma mesa de fulleros de siempre. Y este es un valor clave, porque la mesa, para existir y producir la ilusión de que se juega a algo capaz de generar algún cambio, requiere que todos los jugadores acepten su rol. Si los que siempre fueron estafados y trampeados renuncian a jugar de este modo, ese juego se disuelve, la mesa no funciona y, entonces, se abre la posibilidad de algo nuevo que nos convoque provocativamente a pensar lo impensable.

 

(1) CASTEL, Robert. La metamorfosis de la cuestión social. Ed. Paidós, 1997, pag. 31.

(2) Idem.

(3) HOBSBAWM, Eric. Historia del siglo XX. Paidós. Pag. 103.

(4) KAËS, René. Crisis, ruptura y superación. Ed. Cinco. Bs. As., pag. 14.

(5) Citado por STOLKINER, Alicia. Políticas en salud mental. Lugar Edit. Bs. As., pag. 33.

(6) Las ideas principales han sido desplegadas por el filósofo francés Alain Badiou. Un movimiento que refleja buena parte de esta búsqueda es la lucha de los zapatistas de Chiapas.

 


Ponencia en el panel de las Jornadas Barajar y dar de nuevo. Los trabajos humanos en el ocaso del empleo.

Secretaría de Extensión Universitaria. Universidad de Buenos Aires. 18- 10-99

© Lic. Francisco Ferrara

Noviembre de 1999

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