¿Legalizar las drogas resuelve algo?


 

El debate se ha instalado en algunos ámbitos y ocupa cada vez más lugar en los medios de comunicación. Periodistas, políticos, hasta jueces, suelen argumentar a favor de la legalización de las drogas hoy prohibidas (cocaína, marihuana, heroína, etc.) por considerar que la prohibición ha acarreado más problemas que soluciones y que se impone un cambio en la estrategia general en relación a esta problemática.

Una lista de los principales fundamentos que esgrimen los liberalizadores suele incluir los siguientes:

Es notable la firmeza con que se han incrustado algunos lugares comunes, no sólo en los medios de comunicación sino en ámbitos políticos y académicos. Uno de ellos es, justamente,

cuando se reflexiona acerca de si se debe liberar la venta de drogas hoy ilegales, comparar esta situación con la prohibición del alcohol en los EEUU a comienzos del siglo XX y afirmar que la prohibición hace crecer la criminalidad. Como dos más dos suelen ser cuatro, la conclusión que los partidarios de la apertura del mercado de las drogas extraen es: al liberalizar se terminan las mafias. En definitiva, el golpe mortal al narcotráfico se le propina legalizando el comercio de estupefacientes.

Y esto, que se escucha más a menudo de lo que sería bueno, implica una pobre argumentación, que se refiere apenas a un aspecto de la cuestión como es el del aumento o disminución del delito, cuando en realidad deberíamos enfocar el problema de si, con la legalización, aumenta o disminuye el consumo, tanto de alcohol en el ejemplo remanido, como de las drogas hoy ilegales si llegara a liberalizarse su comercio. En el caso de los EEUU, los mafiosos ilegales jamás desaparecieron cuando se abolió la prohibición, pasaron a ser empresarios. Podría decirse, en un arranque de pragmatismo, que es mejor tener empresarios que paguen sus impuestos y no forajidos del tipo Bonnie and Clyde, pero entonces que no se insista con el argumento de que la legalización termina con la delincuencia, apenas convierte a los delincuentes en gerentes, enseñándoles a convivir civilizadamente, cambiando las escopetas por el management.

Habría que decir, además, que el consumo de alcohol desde entonces ha aumentado exponencialmente y que, luego de la legalización, su producción se convirtió en un negocio que no ha cesado de crecer hasta el presente, momento en que recluta sus clientes entre menores de edad, un mercado con el que no podían ni soñar los mafiosos de la ley seca.

Entonces, bajo el pragmatismo de quienes opinan que un delito termina con la despenalización, habría que reflexionar si, en una extensión por el absurdo, están sugiriendo que se terminaría con todo tipo de crímenes con el simple método de modificar el código penal, de abolir las leyes que establecen esos delitos, de ejecutar un pase mágico para eliminar la penalización. Sería como imaginar que para terminar con la corrupción bastaría con legalizar el sistema de coimas. Se podría llegar, incluso, a fijar por ley un porcentaje de esas transacciones destinado a obras de bien público.

"...¿cuántos saben que el cáñamo, la coca y la adormidera son plantas comunes, cuántos comprenden cómo han sido transformadas en temidas 'drogas peligrosas', y cuántos se dan cuenta de que perdiendo nuestros derecho a ellas renunciamos a algunos de nuestros más básicos derechos a la propiedad?"(1) A partir de estas reflexiones, el reputado psiquiatra Thomas Szasz ha elaborado uno de los más firmes alegatos a favor de la despenalización afirmado en los principios del capitalismo, recogiendo los plácemes del Premio Nobel de Economía y mentor del neoliberalismo Milton Friedman (2) .

Libertad de elección, entonces, que cada uno decida libremente qué es lo que se mete en el cuerpo, que no haya condicionamientos al libre ejercicio del uso de drogas. Pero... en los tiempos que corren, con el poder tremendo de los multimedios de comunicación, con la presión publicitaria motorizando el consumo, con el mundo convertido en un espacio único de circulación de mensajes monocolores, ¿la libertad de los individuos está creciendo o reduciéndose? ¿la masificación de patrones de conducta es o no un resultado creciente de la sociedad neoliberal? ¿la capacidad de elegir productos, ideas, comportamientos, opiniones libremente, es decir sin coacciones, aumenta o disminuye en los tiempos en los que, al decir del historiador Eric Hobsbawm, la civilización transforma las frases mágicas de los anunciantes en principios básicos de economía?

Estas son las preguntas que hay que responder honestamente antes de proclamar el ejercicio de una libertad que sólo existe en su plena expresión en las teorías liberales, en las proclamas de "los padres del capitalismo" mientras que los aparatos publicitarios y de control del consenso operan en los tiempos actuales generando conductas masificadas cada vez con mayor precisión.

Más aun, algunos rasgos centrales de la cultura contemporánea, como el estímulo constante al consumo, pueden provocar comportamientos adictivos, patrones de conducta que valoren la posesión de objetos y bienes como forma de aliviar las ansiedades que, por otra parte, esta misma cultura con su ritmo acelerado provoca como manifestación extendida.

Nuevamente la realidad, sobre todo las condiciones reales de vida de grandes sectores de población, contradice estas afirmaciones o, al menos, reduce notablemente su alcance. Porque no es la existencia de mercadería de buena calidad lo que garantiza que los consumidores puedan cuidar su salud, sino sus posibilidades adquisitivas, su capacidad de compra. Lo mismo ocurre con la cocaína como con la carne, la ropa o los medicamentos. El sector de consumidores pobres seguirá teniendo acceso a mercadería barata, por lo tanto adulterada, con mafias o sin ellas. Entonces, la afirmación debería aclarar que se trata de contar con droga de la mejor calidad... para aquellos que puedan pagarla. Los demás podrán seguir consumiendo pegamentos o diversas adulteraciones, tal como ocurre con el resto de los artículos de consumo. Su salud no depende de que se libere el comercio de drogas y se controle la calidad de las mismas, sino de disponer del dinero para poder pagarlas y esto convierte a esta argumentación en una discriminación en favor del sector de consumidores de drogas de mayor poder adquisitivo, algo que sin dudas no resulta simpático admitir.

 

Sin embargo, como se decía al comienzo, el debate está instalado y muchas veces quienes proclaman la estrategia de la liberalización son gente inteligente, informada acerca de estos problemas. ¿Qué es lo que, entonces, sostiene estas posiciones, provoca esta demanda? Algo que raramente se acepta públicamente pero que está como soporte de estas posiciones: la sociedad contemporánea ha perdido definitivamente la batalla contra las drogas, se dice por lo bajo, es mejor aceptar esta realidad y adecuar las leyes, las instituciones y las costumbres a lo que ya es inevitable.

Tal es así que, en la declaración hecha llegar al Secretario General de las Naciones Unidas en junio de 1998, un conjunto de políticos e intelectuales reflexionaba que "la guerra global contra las drogas es causante de más daños que el propio abuso de drogas" y que el miedo, el prejuicio y la prohibición punitiva deben dejar paso al sentido común, a la ciencia, a la salud pública y a los derechos humanos (3)

El aire despenalizador del documento podría pensarse apuntando a las causas profundas del aumento de las adicciones, a una crítica frontal a un sistema económico y de pensamiento que provoca exclusión, angustia y pérdida de horizontes. Pero, ¿puede creerse que esa es la intención de Milton Friedman o Georges Soros o cualquiera de los líderes neoliberales o los magnates que suscribieron la petición? No, más bien hay que entenderlo como un rechazo a la estrechez de miras de las actuales políticas represivas pero sin proponer a cambio más que la despenalización. Otra vez el árbol, tapando el bosque.

Un cálculo que suele hacerse es el del dinero gastado, los millones y millones de dólares empleados en la represión al narcotráfico y los magros resultados según puede verse en el siguiente gráfico que evalúa el aumento en producción y consumo de opiáceos en el mundo, medidos en toneladas de equivalente en morfina (4):

 

1985

1999

Producción

211,9

360,7

Consumo

202,1

240,0

Y la reflexión resulta clara: es mucho lo que se gasta y poco o nada lo que se obtiene, la relación costo-beneficio es sencillamente desastrosa.

El aire de pragmatismo que impregna estas reflexiones le va muy bien a un momento en que, parece, todo debe medirse con la vara del mercado, y esa vara establece que los cálculos de costo-beneficio son los que deben dictar la conveniencia o no de aplicar determinadas políticas. Desde ahí que las políticas preventivas de las adicciones, aun siendo escasas y de magros presupuestos, caen también bajo la acusación de bajos rendimientos.

Al pragmatismo como reemplazo de posiciones ideológicas caídas en desgracia y al economicismo que reduce complejas ecuaciones político sociales al resultado medido en términos de inversión, se le agrega otro componente típico de la cultura actual: caídos los grandes sistemas de pensamiento que predominaron en las décadas del 60 y 70, declarada la "muerte de la historia" por los intelectuales oficiales, entronizado el "pensamiento único" que tiene a la economía como eje paradigmático, una suerte de nihilismo impregna el pensamiento contemporáneo y fuerza el abandono de las que se consideran posiciones idealistas, ya superadas y destinadas al desván.

Estos son los obstáculos epistemológicos que impiden romper el círculo vicioso entre los defensores de la "tolerancia cero" importada de otros países y los promotores de la despenalización. Ambos sectores eluden la cuestión central y, por lo tanto ofrecen seudo soluciones a un problema complejo y en crecimiento, y la cuestión central es la sociedad que estamos construyendo, el mundo contemporáneo que genera adicciones y otros males, la pérdida de valores reemplazados por la búsqueda de satisfacción inmediata, el predominio del individualismo. Sin cuestionar profundamente las bases de la sociedad contemporánea, sin comprender a las drogas, la corrupción, la violencia como efectos de un sistema que los genera, sin articular una crítica de fondo que se afirme en una visión diferente de los valores que promueve la cultura de la globalización, será imposible romper el circuito sin salida en el que se halla actualmente la discusión acerca de la problemática de las drogas. En última instancia, será posible comenzara construir herramientas eficaces para una lucha contra las drogas si, aunque parezca paradojal, somos capaces de dejar de centrar el tema en "las drogas" y podemos debatir acerca de la calidad de nuestra vida, con todo lo que ello implica.

(1) Thomas SZASZ, Nuestro derecho a las drogas. Ed. Anagrama, 1993. Pág. 25

(2) Friedman ha dicho del libro de Szasz: "El doctor Szasz ha escrito un análisis sutil y profundo acerca de los interrogantes morales que surgen a raiz de la prohibición de las drogas"

(3) Esta petición fue firmada por un amplio arco ideológico que incluyó a Milton Friedman y Georges Soros, a Luis Inacio "Lula" Da Silva (Presidente del Partido de los Trabajadores del Brasil), Adolfo Pérez Esquivel (Premio Nobel de la Paz), pasando por las argentinas Irma Parentela y Graciela Fernández Meijide.

(4) Fuente: Naciones Unidas, Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes. Informe 1998 (Las cifras de 1999 son una proyección)


Buenos Aires, 7 de febrero de 2000

Ó Lic. Francisco Ferrara

 

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