Prevención de las adicciones.

El abordaje local integral (ALI).

 


 

Introducción.

La problemática de las adicciones crece y se instala en la sociedad de nuestros días desafiando los intentos que se hacen para lograr su control y erradicación. El fenómeno es de características mundiales y se refleja en indicadores de creciente gravedad. En EEUU, por ejemplo, dos millones de personas usan cocaína al menos una vez por mes. Entre los alumnos del último año del secundario, el porcentaje de ellos que usó drogas alguna vez en su vida ascendió de 40.7% en 1994 a 54.3% en 1997. Entre 1992 y 1997 el consumo de marihuana en esa misma población trepó de 21.4% a 42.3%. Ese país tiene entre 250 y 300 mil adictos a la heroína (1).

Europa no está ajena a esta tendencia. Hay en su territorio entre 750 mil y un millón de heroinómanos. Las muertes por droga en la Unión Europea, aun con la vigencia de los programas de recambio de jeringas que previenen las infecciones, subieron de 4.453 en 1989 a 6.655 en 1995 (2).

Las cifras de producción y consumo mundiales de opiáceos, medidas en toneladas de equivalente en morfina, ofrecen el siguiente cuadro:

 

1985

1999 (proyección)

Producción

211,9

360,7

Consumo

202,1

240,0

Fuente: Naciones Unidas, Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes. Informe 1998.

 

En Argentina, según datos obtenidos en el Primer Estudio Nacional sobre uso de Drogas, publicado en julio de 1999, tres de cada cien personas mayores de 16 años consumen sustancias ilegales. De ellas, 200 mil personas lo hacen por lo menos cinco veces al mes (más de una vez por semana).

Frente a este panorama, del cual estos indicadores son apenas un reflejo que está lejos de expresar la dramática realidad que envuelve a millones de seres humanos, se impone la necesidad de revisar los métodos usados hasta ahora en la prevención del uso indebido de drogas.

Las campañas por los medios masivos de difusión, por ejemplo, si bien deben ocupar algún lugar, no llegan a penetrar en la raíz del problema contemporáneo de las drogas. Las escuelas como ámbito privilegiado para hacer prevención en niños y adolescentes, no cubren hoy a la masa creciente de quienes desertan o, directamente, no concurren a las clases. Los servicios hospitalarios sólo pueden atender a quienes llegan hasta sus mostradores de admisión Estos son algunos de los ejemplos de la necesidad de modificar los enfoques tradicionales de prevención, que se basan precisamente en campañas por los medios masivos, actividades en las escuelas y oferta de contención ambulatoria en hospitales. Hoy con esas acciones no basta y hasta es posible que nos estén desviando de la manera más eficaz de hacer prevención, perdiendo de vista el conjunto de la situación. Hoy es preciso mudar de estrategias, sacudir estereotipos, explorar en terreno virgen, atreverse a desplegar una amplia batería de recursos. De eso se trata, precisamente. el abordaje local integral (ALI).

 

¿Cultura adictógena?

Una primera alternativa frente a la realidad descrita es la de preguntarnos qué expresa esto como proceso de producción de subjetividad en la sociedad contemporánea, qué aspectos de la interioridad de la cultura contribuye a clarificar, que mecanismos desnuda.

Si jamás la historia conoció un despliegue del fenómeno de las drogas como el de estas últimas décadas del siglo, si nunca las sociedades necesitaron crear instituciones específicas, métodos especializados y discursos técnicos apropiados, es porque nunca, como ahora, la cultura generó este tipo social del adicto. Tampoco, como en estos tiempos, el narcotráfico se había instituído como modalidad productiva y comercial a escala planetaria, ejerciendo el poder que le otorga hacer circular entre 500 y 700 mil millones de dólares por año como fruto de sus transacciones (3).

Pero además de estas constataciones, es posible establecer algunas relaciones entre signos distintivos del mundo de los adictos y rasgos notables de la sociedad contemporánea. El predominio del tiempo presente, con sus urgencias y los lazos cortados con un pasado que se ha olvidado y un futuro que no hay cómo imaginar; ese HOY que resume el horizonte del drogadicto y lo clava en un tiempo inmóvil que no permite construir porque no hay dónde (pasado) ni hay con qué (porvenir), parece simétrico de ese difundido "fin de la historia" que quiere ser símbolo de este momento tan vagamente llamado posmodernidad. Cuando la velocidad de los procesos financieros y productivos alcanza extremos no conocidos, cuando las cosas envejecen a golpes de televisión y las modas son una fugacidad vertiginosa, cuando los objetos caen en desuso antes de generar "historia" con los sujetos, es posible imaginar una línea que enlace, otorgando sentido, a una y otra característica, la de la cultura actual y la del mundo del drogadicto, ambos marcados por esa urgencia y ese presente continuo inexorable.

Esa misma velocidad alude a ciertas tendencias a la búsqueda del rendimiento inmediato, fulminante, que caracterizan a un sector del capitalismo actual al punto de recibir el nombre de "economía flash". Esa misma urgencia es la que mueve al adicto. El también busca ese "flash" que, instantáneamente le proporcione bienestar. El tampoco, como ciertos empresarios y financistas, puede esperar. También, muchas veces, como ciertos agentes económicos, está dispuesto a todo con tal de obtener su beneficio.

La propia palabra que sirve para denominar globalmente a la economía en boga mundialmente, consumo, se utiliza para nombrar la actividad principal del adicto. Y ese término, que alude también a que la satisfacción es proporcionada por los objetos antes que por los sujetos, sirve para nombrar una actividad que está fuertemente atada a ese objeto mágico, imprescindible que es la droga. En una horrenda caricatura pareciera que el adicto cumple con uno de los principios del mercado, no puede dejar de consumir, es básica, principal y completamente un consumidor.

Estas notas que muestran algunas fuertes correspondencias entre la cultura contemporánea y las características de la adicción, apuntan a establecer un horizonte al que referir algunas de las actividades especiales de la prevención entendida como abordaje local integral. Más adelante retomaremos esto.

 

Cambios en el enfoque y en los métodos.

Una equivocación frecuente a la hora de asignar responsabilidades en la prevención del abuso de sustancias psicoactivas, es creer que se trata de un asunto de especialistas. O del Estado, que es una forma de especialización a través de sus agencias específicas. Aunque tal vez haya que aceptar que no hay tal equivocación y que se trata de la misma densidad del problema la que nos hace tirar la pelota afuera, buscar otros responsables, como un modo de calmar la angustia que trae aparejada una cuestión a la que no se le ve solución en el corto plazo.

Es posible que los especialistas también contribuyamos a sostener esta transferencia de responsabilidades, dado que la posición de poseedor de un saber especial es sumamente tentadora y explica el gran número de conferencistas sobre el tema de las drogas que puede encontrarse en el mercado.

Sin embargo, es preciso enfocar esta problemática en toda su complejidad y advertir que únicamente un abordaje integral, en el seno de la comunidad y con la participación activa de los principales actores sociales, proporciona alguna chance de éxito. Y decimos alguna porque, en primera instancia, habrá que despojarse de cualquier fantasía de receta magistral que acabe con el problema y nos tranquilice. La mayor humildad, el reconocimiento de no saber, la prudencia, serán los mejores atributos a la hora de hacer el equipaje para marchar al combate contra el uso indebido de drogas.

Pero ¿qué es exactamente un abordaje integral? En primer lugar, es una estrategia sólo posible en aquellos lugares en los que ya esté presente la importancia de organizar las actividades preventivas, es decir, donde ya exista alguna conciencia de la necesidad de hacer y se esté buscando ayuda de cualquier tipo para encarar la tarea. Esto apunta a desterrar la idea de la diseminación a partir de esfuerzos movilizadores realizados desde afuera, de la tan frecuente modalidad de los cursos o conferencias que, lamentablemente, acaban en cursismo y conferencismo sin modificar realmente nada. No hay ninguna posibilidad de inyectar desde afuera de una comunidad las energías y la conciencia de la necesidad de participar si estas no han surgido todavía. Estas son ideas que deben germinar en su seno, creando la demanda que podrá, ahí sí legítimamente, enlazarse con la ayuda que son capaces de brindar los especialistas.

Entonces, el abordaje integral cuando se piensa como estrategia desde agencias estatales o de la sociedad civil, debe generarse siempre a demanda, privilegiando los requerimientos y las necesidades de las organizaciones de la comunidad que soliciten la asistencia, evitando la actitud invasora de llegar con la solución que a nadie se le había ocurrido. Esa demanda, esa solicitud de una comunidad que ya sabe el valor de lo que necesita, habilita a los profesionales, les otorga un claro lugar y les posibilita actuar en consecuencia, es decir, en respuesta a lo solicitado. Lo otro, el sabihondo llegando a cada lugar con su palabra iluminante, es la peor fuente de equívocos. Él o ella, conferencista, hace como que despliega su saber y logra modificar las conciencias. Ellos, el público, hacen como que entienden y a partir de allí todo será diferente. Lo cierto es que estos encuentros no alcanzan a proyectar ninguna modificación y, al finalizar, todo está como al inicio. O peor aun, pues se acaba de perder un tiempo precioso.

En segundo lugar, el abordaje sólo puede tomar la característica de integral en comunidades de porte pequeño o medio. Es, por tanto, una estrategia inútil en grandes conglomerados urbanos, salvo dividiéndolos en zonas autónomas . La posibilidad de obtener impacto social con las acciones que se planteen está ligada al tamaño de la localidad y, por lo tanto, a la posibilidad de generar la mayor visibilidad para el programa y su operatoria. Localidades de entre 10.000 y 50.000 habitantes son las que facilitan el mutuo reconocimiento de los actores, la más rápida circulación de los mensajes y la formación de redes multidimensionales.

Este tipo de localidades permite la creación de espacios de participación que incorporen tanto a organizaciones comunales (Sociedades de Fomento, Clubes, Rotary, Iglesias, medios de comunicación, etc. ) como al propio municipio y con él a la institución político administrativa más importante. En tales espacios, llámense comisiones, consejos o la denominación que se les quiera dar, se hace posible disolver la antinomia existente entre organismos gubernamentales y no gubernamentales en beneficio de un accionar comunitario, que encuentre los puntos de coincidencias sin menoscabo de la identidad que cada agente desee conservar. Será necesario, pues, arbitrar mecanismos y normas que favorezcan la coexistencia de opiniones distintas y promuevan un ejercicio de intercambio en el sentido más profundo del término: un tomar y recibir de cada uno y entre todos, un aceptar que nadie tiene la verdad definitiva y que el conjunto es capaz de crear algo nuevo que tenga sentido para todos. Está claro que estas prácticas son democratizantes y antiautoritarias, resultando su ejercicio un abierto desafío a la detentación de cualquier poder sectorial o personal. Son, por lo tanto, extremadamente difíciles de instalar.

Sin embargo, no habrá verdadera prevención a las adicciones si no es posible contar con estos espacios. Porque las drogas y su uso indebido son, como vimos, emergentes de modos de vida que impregnan nuestra cotidianeidad y provocan conductas adictivas. Estas instancias promoverán reuniones que funcionarán al modo de plenarios de entidades, en donde se abrirán las discusiones más significativas respecto al problema de las drogas, buscando la mayor participación, intentando contener las discusiones más difíciles sin cerrarlas, aceptando que pueden coexistir posiciones diferentes y estableciendo un método de acuerdos que no implique la victoria de nadie sobre nadie. Estos plenarios deberían permitirse colocar el problema de las drogas fuera de las drogas, en relación con el modo de vivir, con las pautas que generan conductas adictivas, con los miedos que provocan actitudes de ocultamiento o posturas rígidas, con la tendencia a culpar a otros, con la facilista condena a los que consumen drogas, con el anatema hacia las familias donde hay algún miembro caído en alguna adicción. Se trata, como puede verse, de posibilitar que la sociedad local se interpele a sí misma, pase revista a los valores imperantes y reflexione sobre los temas prohibido

 

Las conductas de riesgo.

Existen algunos estereotipos que malogran muchas veces la generación de respuestas adecuadas y eficaces frente a la problemática de las drogas. Uno de ellos es el identificar el consumo de drogas con sujetos y contextos marginales, el mundo del delito o los narcotraficantes. Buena parte de las campañas de prevención refuerzan estas ideas mostrando los estragos en estados terminales de la adicción o el submundo en el que se mueven sujetos siniestros. En realidad, este tipo de campañas suele producir un efecto opuesto al buscado. En lugar de lograr la comprensión del público acerca de cómo afectan las drogas a su mundo, establece una distancia tan grande entre esas situaciones y el mundo cotidiano del que recibe el mensaje que no posibilita ninguna reflexión movilizadora. A lo sumo presenta un espectáculo acerca del cual el espectador se siente ajeno y lejano.

Como en realidad existe un proceso a través del cual las personas acceden a la adicción, pasando por una serie de momentos previos, importa mucho la existencia de estos estereotipos ya que suelen impedir tomar las medidas adecuadas en el tiempo preciso. Por ejemplo, puede no advertirse la relación que existe entre el aumento del consumo de alcohol en los jóvenes y el proceso hacia la adicción, por mencionar uno de los más serios y menos atendidos problemas contemporáneos: la inducción publicitaria al consumo de alcohol por jóvenes cada vez más chicos y su aceptación por parte de los adultos como algo habitual.

En un reciente trabajo llevado a cabo por un equipo patrocinado por la SEDRONAR, se exploraron los indicadores de esas conductas de riesgo, obteniéndose resultados llamativos. Se utilizó un cuestionario autoadministrado entre 1659 adolescentes del último año de la escuela secundaria, el que fue aplicado en las ciudades de Salta, Orán, San Miguel de Tucumán, Formosa, Puerto Iguazú y Monte Caseros (4). Frente a la pregunta de cuánto vino por persona calcularía si tuviera que preparar el clericó de una fiesta con amigos, el 32% de los chicos afirmó que pondría no menos de una botella o tetrabrik de un litro por persona (de ellos, el 20% dijo que pensaría en más de una botella por cabeza). Si cambiaran a tragos de vodka en lugar de clericó, el 12% calculó una botella por persona y el 15% pensó que media botella estaría bien. Pasando a la cerveza, el 20% pensó en cuatro botellas por persona, el 33% tres botellas y el 17% dos botellas. El 70% de estos chicos tiene menos de 18 años y son un 53.5% mujeres y un 46.5% varones. A esta altura de la encuesta, importa poco si los chicos realmente toman esa cantidad de alcohol en una fiesta, ¡lo alarmante es que creen que podrían tomarla! Ahí hay definida una clara conducta de riesgo. En la naturalización de una ingesta de alcohol que supera en mucho lo que se considera prudente para chicos de esas edades. Pero además esto se inserta en una cultura que también admite que chicos y chicas de esa edad tomen alcohol en cantidades muy superiores a las que podrían haber tomado sus padres en sus años juveniles. Es esa misma cultura que posibilita que en la camiseta de los equipos de fútbol más populares del país una marca de cerveza o vino cruce el pecho de cada jugador, asociando tempranamente a los ídolos deportivos con el alcohol.

Se acepta que en los boliches bailables se venda alcohol a los menores, se consiente que los kioskos también lo hagan, se admite que un grupo de chicos menores pueda estar en una plaza o en una esquina tomando cerveza o vino, se claudica ante la instalación masiva de estas conductas de riesgo en una combinación altamente explosiva de publicidad, deterioro de los vínculos afectivos, caída de los imaginarios que hasta ayer nomás permitían construir un futuro (como trabajo o estudio), masificación mediática y aislamiento. De esto habrá que ocuparse para poder enfrentar a las drogas en el mejor terreno posible, en donde es factible hablar de prevención porque se trabaja con las situaciones que pueden facilitar enormemente el acceso a las adicciones. Se suele decir que los jóvenes deben aprender a decir que no ante la oferta de droga, pero... ¿qué chance de negarse tiene un joven con algunas latas de cerveza encima, en el aturdimiento de las luces y el sonido de una discoteca?

Temas como éste formarán parte de la agenda del ámbito local que busque trabajar la prevención con un enfoque integral. El Consejo o Comisión tendrá que arbitrar los medios para contener en su seno debates que, si quieren reflejar válidamente la complejidad de la prevención abordada integralmente, promoverán intensas polémicas, llevarán a esta asamblea más de una vez hasta el borde de la ruptura, orillarán peligrosamente los enfrentamientos terminantes. Deberá, por tanto, encontrar las maneras de superar esos riesgos, sortear las crisis, crecer en la aceptación de lo múltiple y diverso.

 

Algunos ejemplos.

Examinemos dos situaciones problemáticas que suelen aparecer en el horizonte del abordaje de las adicciones y veamos cómo podrían tratarse desde el ámbito local. Una de ellas es la necesidad de efectuar un diagnóstico temprano del proceso adictivo en las personas, la otra es la cuestión de la distribución de drogas a nivel local.

Cualquiera puede advertir la importancia de efectuar detecciones precoces en los procesos adictivos. Cuando estos se han instalado el deterioro que producen suele comprometer seriamente las posibilidades de recuperación. Sin embargo, sigue siendo lo más frecuente que sólo lleguen a las consultas –los familiares o el interesado directo- cuando los efectos de la adicción han producido marcas profundas en la personalidad, en los hábitos de vida y en las relaciones, dejando reducidas chances para intentar los cambios necesarios. Y esto no es un problema de salud, al menos en la versión médica, si no pura y simplemente una cuestión cultural.

¿Qué es lo que lleva al ocultamiento, el disimulo, la negación de estos procesos adictivos? Sencillamente el temor a la sanción social, el saber que, tanto el afectado directo como sus familiares, serán señalados, marginados, acusados por una cultura torpe y represiva que no dispone de mejores respuestas ante un problema que la desborda y la pone frente a sus limitaciones e impotencias.

Por ejemplo, si una persona atraviesa por un momento en el que tambalea ante la tentación de usar alguna droga, o si ha usado ocasionalmente y advierte que la frecuencia del consumo tiende a aumentar, puede resultar decisivo que reciba ayuda a tiempo, que cuente con conductas comprensivas y de apoyo por parte de sus amigos o familiares, que no reciba rechazo o condena, ni temor, desprecio o distancia. En estos casos, si el medio social y cultural es represivo operará empujándolo hacia la marginalidad; si, en cambio, la comunidad ha elaborado una mayor comprensión ante el problema y puede generar conductas contenedoras, es probable que se abra para el sujeto que oscila un sendero de retorno acompañado por sus semejantes que no lo toman como un extraño.

Por eso la detección temprana de las adicciones no es un problema médico, ni siquiera de salud, sino una cuestión cultural. Si la sociedad se cierra frente al problema, si predominan conductas de rechazo y juicios críticos, será comprensible que las familias nieguen la presencia de datos reveladores de adicciones en ciernes, que se nuble la capacidad de percepción, que, en definitiva, se oculte todo lo posible el reconocimiento del estigma. Entonces se suele advertir la adicción en sus estadios más avanzados, cuando todo resulta mucho más difícil y hay daños que pueden ser irreversibles.

El otro caso es el de la distribución de las drogas ilegales en las localidades pequeñas y medianas. Aunque en escala macro pueda ser útil distinguir entre oferta y demanda para circunscribir el fenómeno de la producción, elaboración y comercialización de drogas ilegales en gran escala, y distinguir la acción del narcotráfico en sus múltiples expresiones, tal distinción puede ser inútil en la escala reducida de los barrios o localidades. Allí no hay narcotraficantes con armamento sofisticado y comunicación satelital, no hay avionetas ni guardaespaldas. En esos lugares se trata simplemente de Juan o Pedro, a veces hasta de una familia, muchas veces ubicables y conocidos. Entonces el problema es otro, ya no se resuelve con la aplicación de métodos represivos, aunque sea necesario que las policías se tracen líneas de acción especialmente dirigidas a esta faceta del tráfico al menudeo. Aquí será necesario abrir un profundo debate para comprender por qué una comunidad acepta, se hace la distraída o queda impotente frente a estas prácticas delictivas en pequeña escala. Qué partes de la trama social se han dañado hasta el punto de favorecer la negación y, cómo se ha dicho, aceptar a chicos tomando un tetrabrik, a kioskeros vendiendo cerveza a menores o a Juan o Pedro distribuyendo droga ilegal. Un espacio comunal, en el sentido más amplio del término, podrá poner en consideración estos temas y otros que están asociados y generar, por esta misma vía, una profunda acción preventiva. La prevención que surge de trabajar los aspectos adictógenos de nuestra sociedad, de aceptar la responsabilidad de todos en tanto partes de una comunidad, de generar conductas participativas y de compromiso. La prevención, en suma, no será otra cosa que avanzar hacia formas de convivencia solidaria, advertir los riesgos del aislamiento y alcanzar, por esta vía, una mejor calidad de vida.

El enfoque integral que se propone podría generar el debate de estas cuestiones en el seno de la Comisión o Consejo locales, el que será reproducido en cada entidad participante y en los medios de comunicación, en las escuelas y, consecuentemente, facilitar el cambio de estos rasgos para dar lugar a conductas más abiertas y comprensivas, que permitan la consulta a tiempo y contribuyan a detectar tempranamente las adicciones para permitir su abordaje en condiciones más favorables.

El modo de funcionamiento de este espacio local será lo suficientemente elástico como para responder a la idiosincracia del lugar y a las posibilidades de quienes lo integran. Quiénes serán sus miembros, si tendrá autoridades y de qué tipo, cómo serán sus reuniones, con cuánta frecuencia o qué clase de decisiones tomará son aspectos abiertos para poder dar la mayor libertad a la conformación del ámbito. En todo caso, lo que será conveniente asegurar es la mayor participación y una transparencia que permitirá que sus deliberaciones lleguen a todos los rincones de la comunidad y vuelvan enriquecidas por las opiniones que emitan los vecinos por sí mismos o a través de sus entidades representativas.

 

(1) Fuente: NIDA, National Institute on Drug Abuse. Estados Unidos

(2) Observatorio Europeo de la Droga y las Toxicomanías. Informe Anual Sobre la Situacion del Fenómeno de la Droga en la Union Europea. 1997

(3) Una idea de la dimension de estas cifras puede establecerse sabiendo que toda la deuda externa argentina es de unos 140 mil millones de dólares.

(4) Trabajo realizado por un equipo coordinado por el Licenciado Hugo Miguez, en las ciudades mencionadas, en diciembre de 1998. Patrocinado por la Secretaría de Programación para la Prevencion de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico. Presidencia de la Nación. República Argentina.


Trabajo presentado en el Congreso Mundial: Nuevas fronteras en la prevención y tratamiento de la drogadependencia para el siglo XXI. Montevideo, 1, 2 y 3 de diciembre de 1999.

Buenos Aires, octubre de 1999.

© Lic. Francisco Ferrara

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