LAS AFECTUOSIDADES. Siendo jóvenes y briosos, con el bichito del
amor en el corazón, mentalizados por toda una propaganda pansexualista y, a
veces, incluso por algún -como los llama el P. Cornelio Fabro- ‘pornoteólogo’,
es evidente que en la manifestación del amor mutuo se muestren demasiado efusivos. Hay toda una moda,
a la que no muchos se sustraen, en bailes, atrevimientos en el caminar juntos,
prendidos como ventosas, en apasionados e interminables besos, colgados uno de
otro como sobretodos del perchero; nuestro lunfardo caracteriza esto con una
palabra: ‘franeleros’. En lengua culta se los llama sobadores. A muchos jóvenes les han hecho creer que la esencia del
noviazgo consiste en pasarse horas sobándose y sobándose más que cincha de
mayordomo. Esos coqueteos, manoseos y besuqueos de los novios y novias
sobadores que se adhieren entre sí como hiedra a la pared y que no llegan a una
relación sexual completa se realiza, en el fondo, por razón de que los placeres
imaginarios son más vivos, más fascinantes, más duraderos, más íntimos, más
secretos, y más fuertes que los placeres y deleites del cuerpo. Es mucho más
excitante y más ‘espiritual’, para algunos, el hacer todo como para llegar a la
relación sexual, pero quedarse en el umbral. Aún fuera del aspecto moral, esas
efusividades desmedidas son de muy deplorables consecuencias:
1) Son causa muchas veces de frigidez,
sobre todo en la mujer, ya que por un lado siente cierto placer y al mismo
tiempo, miedo de que las cosas pasen a mayores, por lo que busca reprimir
aquello que siente.
2) Según me aseguran algunos médicos, puede ser, en algún caso, causa de
infecundidad en el matrimonio: el
dolor que luego de grandes efusividades sienten en sus órganos genitales ambos
novios, es indicio innegable de que la naturaleza protesta por un uso indebido.
3) Generalmente, esas prácticas empujan a la masturbación y al joven,
además, al prostíbulo (donde lo masturban ya que no es un acto de amor lo que
allí hace con una prostituta). Lo más grave aún, es que quien está habituado a
la masturbación, aún casado lo sigue haciendo, en consecuencia el mismo acto
matrimonial deviene en una masturbación de dos. El egoísmo del que cae habitualmente
en el pecado solitario es tan crónico, que, por resultante, concluye siendo
impotente de realizar el acto sexual por amor, como Dios manda. A ello empujan
las novias que muy sueltas de cuerpo excitan al novio creyendo que así, ellos
las van a amar más. No dudo en afirmar que ésta es la causa principal de tantas desgracias familiares. Cuando ella o él descubre que el otro lo usa
como ‘objeto’, es decir, por egoísmo, la muerte del amor es casi inevitable y
de allí, las peleas, rupturas y separaciones. Porque, es preciso decirlo con
toda claridad: generalmente, cuando en un matrimonio anda bien lo sexual, todo
otro problema encuentra solución fácilmente.
4) No hay que olvidarse de que ‘aunque todas las potencias del alma
estén inficionadas por el pecado original -enseña Santo Tomás- especialmente lo
está (entre otras facultades)... el sentido del tacto’, que, como todos
sabemos, se extiende por todo el cuerpo.
5) Tratándose de seres normales, es muy poco lo que les puede provocar
excitación; entonces, hay que evitar completamente todo aquello que pueda
producirla. Querer evitar excitaciones y no evitar las efusividades, es como
pretender apagar un incendio con nafta. Los novios en el tema de la pureza
tienen las mismas obligaciones que los solteros. A la pregunta siempre repetida: ‘Padre,
¿hasta dónde no es pecado?’, algunos responden con la consabida fórmula que se
puede encontrar en cualquier buen manual de moral: ‘mientras no haya
consentimiento en ningún placer desordenado’. Pero este principio por más que
los jóvenes lo tengan grabado en su alma con letras de fuego, pierde toda
eficacia cuando se enciende la llama de la pasión; de ahí que lo más prudente
es aconsejar a los novios, como se hacía antaño: ‘Trátense como hermanos’.
Percibimos la sonrisa sobradora de algunos que se pasan todo el día hablando de
‘hermanos’ (no refiriéndose a esto), mas la experiencia nos dice que eso es lo
efectivo e innumerables novios y novias nos lo han agradecido de todo corazón y
viven, ahora, un muy feliz matrimonio. Todos los sacrificios que se hagan
durante el noviazgo para respetarse mutuamente, son nada comparados con los tan
grandes y dichosos frutos, que por esos sacrificios, se tendrá en el
matrimonio. Todo lo que los jóvenes hagan en este sentido no terminarán de
agradecerlo el día de mañana, porque redundará en la felicidad del cónyuge, en
la felicidad de los hijos y en la felicidad de quienes los rodeen. Y, por el contrario, lo que no hagan en éste
sentido, dejándose arrastrar por el torbellino de la pasión, será causa de
amarga tristeza, de grandes desilusiones y frustraciones. El fruto del egoísmo no puede ser la alegría
ni la paz. La alegría es la expresión de
aquel ‘a quien ha caído en suerte aquello que ama’”.