LA VIDA NO VALE NADA

(cuento completo)

 

De haberlo sabido jamás hubiera vuelto a ese lugar que extrañó desde el mismo instante en que lo dejó y antes que el alma se le vaya del cuerpo rogó a Dios por su madre e hijo. Como todo suceso importante la noche de su partida fue otro de los tantos acontecimientos que jamás pudo olvidar. Hubiera querido que fuera de otro modo; sin embargo, las repentinas circunstancias  le obligaron a salir raudo a media noche y en plena llovizna; tras haber subido un escarpado cerro sin sentir el más mínimo cansancio, se detiene en seco para contemplar, y desde arriba apenas puede distinguir una lucesita anaranjada, más que incendio parecía una antorcha iluminadora en ese mundo de oscuridad, estaba demasiado lejos pero aún así  llega a percibir la característica peculiar de una espesa y envolvente humareda y es en ese momento recién cuando toma conciencia de sí, horas antes actuó como una máquina, no pensaba ni creía en nada, sólo corría y corría, esa hazaña instintiva  lo dejó bañado en un sudor tibio y con la boca reseca por la creciente fatiga. Cuando pudo levantar nuevamente la mirada al pueblo, se le hizo imposible contener el llanto, retornar a ese lugar sería difícil, casi imposible. Esta vez, dándole la espalda al pueblo, empezó a caminar sin prisa pero con la conciencia de saberse buscado por medio mundo, sintió, en el transcurso, una rara sensación levítica, por fin, después de mil años, logró zafarse de lo imposible, siente la satisfacción de haberse sacado  esa espina fatal del corazón, vislumbra horizontes posibles, siente el descanso del silencio en el oído, respira con alivio. Aunque le costaría más trabajo, decide abrirse paso por entre las tupidas ramas y árboles, descartando de esa manera los caminos habituales que sólo lo conducirían a una fácil captura. En un momento dado dejó a sus piernas a su libre albedrío pues aparte de la oscuridad que no le dejaba ver más allá de sus narices  no sabía a dónde diablos estaba yendo, a veces cuando se desesperaba  y empezaba a correr, creía  escuchar sólo a unos pasos de él silbatos  y ladridos y cuando se detenía  para cerciorarse sólo el silencio  le respondía con más silencio. Tras largo trajín  por fin pudo llegar  a la encrucijada de un polvoriento camino. Permaneció largo rato con la  incertidumbre  de cuál ruta tomar, luego, dado que sería más complicado  para sus captores eligió el que llevaba al oriente por ser el más tosco y enmarañado.

                                   

 

 

II

 

 

Parecía de veinte pero en realidad sólo tenía dieciséis  añitos, su  madre  la vio crecer día tras día  y sólo se dio cuenta  que había crecido del todo cuando una noche sin estrellas la sorprendió suspirando y llorando por un amor que no podía controlar dada su insospechada intensidad e inexperiencia. Aunque no se lo dijo María lo detectó instintivamente porque vio en la hija los mismos síntomas que sintió cuando aún jovencita se enamoró  del primer y único hombre de su vida que ahora estaba dos metros bajo tierra. Salió con más pena de la  que entró, en el jardín de geranios y gardenias, lloró y maldijo  el paso acelerado del tiempo porque algo en su corazón  le decía que su niña ya no la pertenecía. María del Carmen siguió suspirando toda la noche por ese infante de marina que había ido hasta ese inhóspito lugar sólo para darle una carta al alcalde, ella no se hubiera percatado de su presencia  de no haberse dado el incendio que redujo a cenizas más de la mitad de la iglesia. Su desesperación aumentó al recordar que su madre se había quedado con el cura ultimando detalles para la misa del pueblo por su aniversario y pensando que no podría vivir sin ella, contuvo la respiración y empezó a correr con toda velocidad abriéndose paso por entre la gente y los escombros y no estuvo bien adentro cuando se sintió cogida de una manera tal que le hizo recordar cuando se columpiaba en el parque con sus primas. Él salió por entre las llamas, la llevaba en brazos, ella, horrorizada y con la idea de su madre muerta, cayó desmayada. La gente aplaudió y elogió esa temeraria hazaña. Mientras tanto, por el lado opuesto, María  la buscaba desesperadamente y hasta hubiera entrado al fuego, sin importarle morir carbonizada, si el cura no se hubiera atravesado en su camino, actuó de manera instintiva porque no había otra persona, aparte de Dios, a quien amara más en este mundo y cuando la localizó recién pudo respirar con gusto y mirando al cielo dijo:

−Sin estas cosas Tú no serías Tú.

No fue sino hasta el amanecer del siguiente día cuando lo volvió a ver, hasta ese momento creyó que todo lo sucedido había sido producto de su imaginación, pero no, ahora lo estaba viendo en persona como lo había visto toda la noche en su interminable y dulce sueño, sin hacerle ni decirle nada, sólo le miraba detenidamente como para recordarlo siempre. Hubiera permanecido así todo el tiempo si él no se hubiera acercado y aunque la recordaba en toda su plenitud sólo quiso saber una cosa: su nombre. Ella sintió los mismos síntomas de una sensación muy rara que asoció con la muerte y antes que el corazón le saliera disparado por el pecho dijo: María del Carmen.

            El muchacho continuó su camino. El pueblo lo despidió como a un héroe por lo acontecido en la iglesia, lo saludaban y despedían a la vez  y en menos de media hora se hizo el más popular de Santa Clara. Hasta la mitad sólo sintió la alegría de saberse héroe sin querer, pero de allí en adelante, empezó a voltear el rostro hacia el pueblo cada vez más seguido, esperaba algo, sentía en lo más profundo de su ser la necesidad de algo más vital que la respiración, algo que toda la vida le había hecho falta pero que recién en ese momento se dio cuenta por fin de lo que era y convenciéndose de que el mundo es mundo gracias a los locos dio media vuelta y regresó como perseguido hacia el pueblo. A mitad del camino se detuvo, reflexionó un rato, la gente hacía poco recién lo había despedido, en nada valdría su apresuramiento, sólo le acarrearía disgustos y pesares, se sentirían burlados, y sentándose sobre una piedra  esperó que el tiempo pase, recién en ese momento se acordó de la tripulación, de sus compañeros y del barco, ya estaba seguro  que su inmediato superior  lo castigaría enérgicamente por abandono de misión; sin embargo, al contrapesar, se dijo que ya estaba cansado de ser tratado como un simple objeto, hasta ese momento sólo había vivido para obedecer,  recordó aquella vez en que casi estuvo a punto de morir, a nadie le importó su salud y si no hubiera tomado sus propias precauciones, hace tiempo que hubiera estado bajo tierra, nadie lo recordaría, aborreció el momento en que fue a parar a ese lugar donde lo trataban como a una pieza sin importancia. Había llegado la hora de vivir, esos ojos negros llenos de ilusión lo sacaron de quicio  e hicieron atenuar todas las consecuencias que podría llevar consigo su indisciplina,  sólo quería verla. En plena noche cerrada y sin estrellas, dio lo primeros pasos en el pueblo, los perros  lo sintieron primero, empezaron a ladrar  desde todos los rincones, la gente le salió al paso uno por uno y cuando llegó a la plaza de armas una multitud sorprendida lo rodeaba. No se manifestó  sino hasta cuando estuvo frente al alcalde, la mirada de sorpresa de éste le hizo pensar en muchas posibilidades  y no se decidió  por cual hasta que escuchó la pregunta.

−¿Por qué o para qué regresaste?

−No es nada señor alcalde, lo que pasa es que el barco donde vine acaba de zarpar, quizá alguna misión de último minuto les obligó a irse sin mí. Y como si Dios o el diablo lo estuvieran ayudando, cuando levantaron la mirada hacia el oeste vieron en la superficie interminable la pequeña figura de un barco en movimiento, con su apenas audible rugido y su infaltable hilito de humo blanco.

Le hablaba a ese siempre cordial alcalde pero a la vez, tenía los ojos puestos en María del Carmen, ella se sintió tocada, por primera vez  algo salido de su corazón  le aseguró que ese marino había vuelto por ella y al percibir esa vívida mirada  se sintió más feliz que en toda su vida, su agitada respiración delataba su alegría incontrolable, sus ojitos negros  brillaban  como estrellas  en la noche más oscura, al tercer llamado recién se percató de la insistencia de su madre, se alejó triste, con los ojos puestos en él. Tras acondicionarle  una habitación en la  municipalidad, todo el mundo se fue a dormir. Sabía que esa noche no podría  pegar los ojos y para calmar su ímpetu amoroso que lo consumía segundo tras segundo, salió al balcón  con ganas de seguir  recordando esa carita  angelical, todas las luces de las casas se   fueron apagando  pero sólo la de María del Carmen permaneció encendida por más tiempo de lo acostumbrado, su instinto de enamorado  le hizo creer que aquella silueta  negra tras la ventana era su amada y no se equivocó. María en su inquietud de madre, al creer que en algo pudo haberle  afectado el incendio, entró a la habitación sin hacer el menor ruido y allí contempla aquello por lo cual había rogado que nunca sucediera, pero en ese momento, para su lamento, recién había empezado y con una intensidad tal que nada ni nadie podría reprimir; sintió en esa habitación  de niña el aura del amor más puro revelada en los incontables suspiros y lágrimas, por experiencia propia no le fue a aconsejar, no quería echarle más leña  a ese  fuego  amoroso, mecánicamente volvió tras sus pasos y salió al jardín a llorar sus penas. El muchacho también sintió el torrente del amor descontrolado, bastó esos detalles para ser feliz, había progresado demasiado para  tratarse del primer día.

                    

 

 

III

 

Ya estaba en ese lugar más de quince años  y nadie sabía a ciencia cierta  quién era ni a qué vino, todos ignoraban su verdadero nombre.

Caminó mucho durante días, cruzó interminables montañas, ríos y quebradas, así como pasó por lugares totalmente desolados llegó a muy diversos pueblos donde la gente se aglomeraba viéndole pasar, lo miraban con cierta extrañeza, porque mientras ellos caminaban con ropas cortas, él se desplazaba bien enfundado en su gabán de piel de oso; pasaba por un mercadillo y no se detenía a probar bocado, ni alquiló una habitación, sólo caminaba. Dada su obstinación  parecía que le urgía llegar con prontitud a algún lugar pero ni él mismo sabía  dónde estaba ni mucho menos a dónde se dirigía. Caminaba con cierto temor, siempre miraba atrás para cerciorase si alguien lo seguía, jamás se sintió seguro en ningún lugar, con sólo pensar que en cualquier momento le pondrían las manos encima se aterrorizaba y empezaba a tener miedo de todo el mundo y más aún de aquellos que se quedaban mirándole, esa gente, tarde o temprano, colaboraría con la policía, él lo sabía muy bien por eso caminaba con mucha indiferencia, odio y desdén. Sólo se sentía  tranquilo y sosegado  cuando llegaba a los lugares más escarpados donde ningún otro ser humano tenía los pies puestos allí. No seguía ningún sendero, él mismo creaba su ruta y donde le sorprendía la noche, allí se echaba a dormir y aunque estaba profundamente agotado cada cierto tiempo abría bruscamente los ojos porque en ese preciso instante  se le venía a la mente que sus captores  ya podrían estar allí, miraba arriba y abajo conteniendo la respiración y al  no pasar nada, volvía a cerrar los ojos, cabeceaba una y otra vez en su improvisado lecho.

A la mañana siguiente despertó bruscamente, el chillido de algún animal  lo puso al corriente de su calidad de perseguido y aunque en realidad no sabía la hora exacta, sentía que ya había descansado  demasiado, deshacía su lecho  para evitar huellas y continuaba su camino, y si el sendero era amplio y de fácil acceso  se detenía y dando un escupitajo de rabia cambiaba de dirección, se metía por entre las acequias y espinas. Fue así como resultó en un lugar  donde el clima  y el ambiente distaba radicalmente del lugar donde estuvo antes, después de mucho tiempo de caminata llega sin querer  (no tenía otra opción)  a la selva, fue ese el único lugar donde se quedó mirando a su regalada gana la tupida vegetación y a los raros animales, allí recién se sintió libre, respiró con gusto ese aire tibio; sin embargo, la constante llovizna y el calor insoportable esta vez sí le obligaron a deshacerse de su  gabán−frazada, esa húmeda indumentaria lo obstaculizaba para moverse como quería, con el dolor de su corazón lo arrojó por allí, sintió la ingrata sensación de que ya no iba a regresar nunca más por ese lugar, el camino que abría a duras penas se cerraba a su paso con mucha facilidad. En ese lugar nadie lo perseguía pero sí estuvo a punto de llorar y todo por una razón: no tenía la herramienta ni la indumentaria adecuada, al principio, en cada riachuelo, se sacaba y ponía los zapatos, a cada instante tenía que hacer la misma operación y en un momento, cansado de tanto estar poniendo y sacándose  los zapatos, optó por amarrárselos  bien   y cruzar, total ya estaba mojado, de la misma manera la inesperada lluvia lo empapaba de cuerpo entero  y al instante  un sol de desierto  lo achicharraba, de tanto estar de calor en frío y de frío en calor, su piel empezó a tornarse  de una coloración grisácea, toda la indumentaria que llevaba puesta no era la adecuada para ese ambiente. La primera noche  que pasó en ese lugar  fue algo que recordaría toda su vida. Oscureció progresivamente hasta que se apagó todo por completo, dormir en el suelo fangoso sería suicida, alguna fiera o serpiente lo mataría en el acto, decidió hábilmente treparse a la copa de un árbol, yacía aferrado a  una rama gruesa, el rugido de una fiera que no pudo identificar en ese momento le  espantó el sueño por completo. Fue la noche más larga de su vida y en ese momento  más que nunca no podía mirar el curso de las estrellas para calcular el tiempo, inmensos árboles obstaculizaban  toda vista, sentía ardor en todo el cuerpo, la insolación y los cortes que le ocasionaron las ramas y las espinas  lo habían afectado sobremanera, sentía el dolor muy intensamente y más que la insolación y las tajadas  fue la picadura de los mosquitos los que convirtieron ese cuerpo  en una masa informe, le salió ronchas por todos lados, fue presa de una fiebre asombrosa  hasta el punto que abrazado al tronco del árbol empezó a delirar, cuando abrió los ojos, el día ya había aclarado, mira desde lo alto qué camino sería de más fácil acceso, mueve la cabeza con pesimismo, esa jungla era simplemente impenetrable, por donde se desplazase  tenía que abrir camino y lo peor no tenía ese necesario machete que le habría facilitado el viaje, se sintió perdido; sin embargo, eso no le preocupó tanto,  sino la urgencia de una necesidad interna, sentía sed como si nunca en su vida hubiera probado una gota de agua, bajó como pudo del árbol, le dolía el brazo, el pecho, su cuerpo era un templo del dolor, sólo quería saciar un mandato perentorio, empezó a correr como loco  abriéndose paso por entre las ramas y cuando vio culebras de distintos colores y tamaños no le causó el más mínimo espanto, un principio que aprendió de la calle fue  “animal que no temes animal que te teme” y en efecto , las culebras salían disparadas a todas partes  o se hacían las dormidas, actuaba con soltura porque sabía que no iba a morir en ese lugar, de ahí su desprecio a esos pérfidos  y letales animales, hubiera dado un brazo (el izquierdo) por tener un machete en ese momento, eso le hubiera facilitado la vida por completo. A pesar de lo enmarañado del terreno intentó correr, no calculó cuanto pero en menos de cien metros  sintió un cansancio como si hubiera corrido toda la vida y lo peor es que no encontraba  ningún riachuelo de mierda para saciar su sed; en su incursión a ese lugar  hubo tantos riachuelos y en ese momento,  cuando más los necesitaba, habían desaparecido por completo, cayó rendido por entre los arbustos, ya no podía más, de pronto sintió un líquido salado en la boca, no se lo pudo explicar y aún así se lo tragó con dificultad, uno, dos hasta tres bocados, cuando se pasó el dorso por los labios vio  con espanto que ese líquido inexplicable no era otra cosa que su propia sangre, ese líquido amargo e hirviente le subía desde el estómago, creyó que había llegado su fin, esperó la muerte con resignación, en ese momento concluye que todas las muertes eran comprensibles  menos esa, empezaba a morir víctima de sí mismo, sería pasto de los animales más fieros, esa era una posibilidad  indeseable pero muy probable. Esperó a la muerte sin mover un solo músculo.

Como dos horas después, un ruido tenue y sostenido lo despertó, se restregó los ojos una y otra vez para convencerse  que aún no estaba muerto, no sabía si llamar suerte o maldición a ese destino infame, se sintió conmocionado  al sentir  el dolor de la picadura de los mosquitos, ese dolor comprobaba que aún existía y aunque sus músculos ya no obedecían ninguna determinación suya, se levantó y actuó de lo más extraviado y se hubiera ido por cualquier  lugar como siempre si en esta ocasión  no hubiera aparecido ese ruido sostenido y melodioso, enrumbó hacia esa dirección, hasta ese momento,  a pesar de saberse vivo,  sólo actuaba de manera mecánica, no pensaba ni creía en nada y aunque se dirigía a ese lugar de donde provenía el ruido y donde supuestamente encontraría su salvación, él racionalmente no buscaba salvarse, sólo quería llegar a ese lugar, se obstinó tanto  que no era un deseo normal sino una determinación mecánica. 

Fue dándose tumbos por entre el follaje, ya no sentía las picaduras de los mosquitos a pesar de estar envuelto por un enjambre, después de sentir tanto dolor ahora ya no sentía nada, su cuerpo se había insensibilizado, dejó de ser carne viva, daba la impresión de ser un muerto andante, se caía y golpeaba con las ramas pero igual no sentía el más leve dolor. A medida que avanzaba el ruido se iba intensificando, el cuerpo  lo vencía, seguía yéndose hacia delante hasta que tropezó con la  raíz de un enorme árbol y cayó pesadamente, se trituró la ceja y se raspó hasta sangrar la pierna izquierda, recién en ese momento se percató de su mal estado, sentía un nudo en la garganta que no le dejaba respirar, intentó pararse, fue en vano, las piernas, en especial la izquierda  ya no le respondían y como si fuera poco esa sangre humeante de la pierna llamó a más mosquitos que hicieron de ese cuerpo todo un festín. Motivado por ese ruido, que ahora se escuchaba más cerca, empezó a arrastrarse imitando a la culebra, se agarraba de arbustos y ramas con tal de avanzar, cuando por fin escuchó más cerca  el ruido de su salvación, sacó fuerzas de flaqueza para ponerse de pie, la cabeza lo llevaba por donde quería y cuando estaba por caerse reaccionaba de pronto para volver a trastabillar como antes. Caminó hasta con los ojos cerrados, no sentía hambre, sed ni cansancio, no sentía absolutamente nada, la mente se le nubló por completo, vencido por el peso de su cabeza volvió a caerse, rodó sin oponer resistencia, sólo por instinto se cubrió la cabeza, cuando por fin se detuvo, se encontraba a orillas de su salvación: un río inmenso de aguas oscuras recorría su curso mansamente; metió la cabeza  con la intención de beberse todo el agua, estuvo cerca de media hora así, cuando sacó la cabeza creyó que se había tomado toda el agua, sintió pena por los peces, pero no, fue el líquido más delicioso que había probado en toda su vida, la frescura del agua reanimó su carne, recién en ese momento escuchó el chillido de los pájaros, de los monos y de todos los animales juntos, incluso percibió el movimiento sigiloso  de las serpientes que proliferaban a su alrededor, si había llegado hasta allí sería por algo, fue como un aliento para seguir luchando y si antes que no quería  y estaba vivo sería porque alguien muy poderoso lo estaba ayudando, ahora, dadas las condiciones todo estaba en sus manos, debía hacer algo, tenía la  necesidad imperiosa de urdir algún plan para salir de ese lugar, debía de apresurarse  si no quería ser presa de esas temibles y repulsivas serpientes, morir en manos de  esos letales animales no se lo deseaba  ni a su peor enemigo, pasar la noche allí sería fatal  y si no fueran los animales, el hecho de saberse solo lo mataría y por momentos  ni hasta morir le importaba, sólo quería una cosa: dormir. El sueño lo vencía, estaba totalmente cansado, los párpados le pesaban como plomo, sólo el chillido de los loros lo despertaban de su entresueño, se dijo mentalmente que sólo quería dormir diez minutos y cuando estuvo a punto de abandonarse un grito parecido al de una mujer infundió a sus carnes un miedo ancestral, por un instante todo el cansancio se le fue del cuerpo, asoció rápidamente ese grito femenino con el demonio; sin embargo, sobreponiéndose al susto, también dedujo la posibilidad de la existencia  de algún cristiano, estuvo a punto de decir aquí,  aquí, pero el grito no volvió a repetirse, se creyó víctima de su propia imaginación, tambalea en su sitio, los pesados párpados le traicionan otra vez, intenta abrirse los  ojos con los dedos, cabecea parado, es allí donde nuevamente vuelve a escuchar el grito de antes, no podía ser, retrocede espantado, cree que es el diablo quien le juega esa mala pasada, trata de huir, pero pisa en falso y cae pesadamente al fango, mira a todos lados, no lo puede creer, es imposible otra existencia humana en ese lugar impenetrable, se cree víctima de sí mismo,  se toca la frente con la palma; ardía a fuego vivo; sin otra oportunidad, gira la cabeza y busca con los ojos algo que ni el mismo sabe bien qué es, de pronto encuentra aquello  que probablemente sería su salvación o en todo caso su ruina, pero era el único medio, no tenía otra opción, tantea el peso de los troncos, escoge el más liviano, tiene el grosor casi de una tabla, para comprobar lanza una rama gruesa, esta se desliza tranquilamente por la superficie  del río, respira con alivio, se alienta al ver esa posibilidad, con calma se sumerge en el agua, se aferra al tronco con brazos y piernas y temiendo cualquier cosa inesperada se ata al tronco con su pantalón, la corriente lo lleva como una hoja seca, siente el placer del descanso, se imagina en un prado en plena primavera, tiene una fuerte sensación de desmayo, siente su cuerpo anestesiado por el sueño, se deja llevar a la deriva por entre los árboles, cruza por esa fisura en medio de chillidos y alborotos , es allí cuando el cielo, en el momento menos pensado, empieza a desplomarse, la lluvia cae copiosamente, a cántaros, el caudal aumenta, se vuelve más peligroso, el tronco sube y baja, toma distintas posiciones y lo peor, la velocidad de su desplazamiento había aumentado, esa hazaña temeraria le habría costado la vida si no se hubiera amarrado al tronco, esto lo ligaba al tronco tanto que parecían uno solo, cuando despierta de los tres minutos de sueño, se dio cuenta de la locura que había cometido, haberse dejado llevar  por el río amarrado a un tronco ni en su peor borrachera lo hubiera hecho, la corriente a veces lo hacía revolcar, lo sumergía y lanzaba,  agradeció que ese río no tuviera piedras porque sino hubiera sido fatal, por momentos el río se amansaba  y por otras era tan bravo  que estuvo a punto de ahogarlo, esperaba ver a algún cristiano  por allí, pero por donde observaba  todo era árbol  y más árbol, se conforma con seguir con vida, ya llegaría a algún lado, el haberse dormido unos minutos le ayudó en algo, recobró un poco las fuerzas, tanto deseó agua  que ahora estaba a punto de morir ahogado y cada vez que se sumergía comprobaba la vulnerabilidad de la existencia humana, “que tan poco somos en este mundo de mierda” pensó, se sintió un insignificante bicho, que tan fácil se le hubiera ido la vida si antes de sumergirse no hubiera contenido la respiración, ahora nada dependía de él, allí es cuando se dio cuenta  que no era dueño ni de su propia vida, se sintió abrumado al percibir la proximidad de la muerte, sintió lástima de su existencia al percatarse que esta   dependía de un miserable tronco, una simple cosa como esa era imposible, toda una compleja existencia dependiendo de un tronco para cuya formación  él no había contribuido en nada pero en ese momento le estaba  dando segundos más de vida, sí, aún nada había acabado, todavía estaba vivo, todavía podía salvarse y para continuar viviendo no tenía que hacer absolutamente nada, sólo debía dejarse llevar y esperar que la geografía   y el rumbo del río no sean tan bruscos ni pedrosos, hasta ese momento felizmente no había chocado con nada y en caso de  presentarse algún imprevisto no podría salvarse porque tan fuertemente atado como estaba imposibilitaría cualquier ágil movimiento. Ese vil suplicio no tenía cuando acabar, ni él mismo lo sabía, abrigaba en lo más profundo de su ser la esperaza de un milagro, sería una tarea difícil ganar la orilla de ese interminable río, deseó de todo corazón ser un lorito en ese momento,  así distinguiría  desde la altura toda esa espesura selvática, la causa de su lamento no fue tanto estar allí sino el no tener las herramientas necesarias para hacerle frente  a ese enemigo astuto que se volvía más cruel  cuando él más se afanaba y arriesgaba, ese enemigo inmisericordioso  no entendía  ni súplica ni perdones, sólo buscaba una cosa: su vida, esa vida única tan querida y que estaba a punto de perderla, así era la selva, se contentaba si morían y de igual manera se contentaba si lograban salir de ella, cualquier opción era un logro para esa diosa virginal.

Estaba en una trampa mortal, haber llegado hasta ese lugar ya era toda una proeza, jamás, ni en sus sueños, imaginó un día como ése, pero aún nada había terminado porque se le vino a la mente la posibilidad inminente de la noche, la oscuridad en combinación con ese río turbulento lo matarían, es más, un par de horas más así sería imposible, ya no sentía sus brazos, de tanto estar debajo del agua se habían insensibilizado, la sangre de sus brazos se había helado, era como no tenerlas  porque estaban allí abrazadas a ese tronco podrido sin que él mismo los ordenara, se habían automatizado igual que sus piernas, lo único bajo su control en ese momento eran sus ojos, los abría y cerraba cuando quería, el resto de su cuerpo había cobrado su propia independencia, no podía hacer nada contra el paso precipitado del tiempo. La noche ya se aproximaba  y él no tenía cuando detenerse, traga saliva convencido de su mala suerte, ese río sería su tumba, ninguno de sus familiares había muerto ahogado, el pasaría el reto de ser el primero, no tenía otra oportunidad, su destino final era la muerte,  hacia allí se dirigía sin remedio, por ratos pensó en precipitar su tragedia, pensó en zafarse de la atadura y morir de una vez, tentó a la muerte tal como tenía  la sangre en ese momento: fría, después de haber pasado por tanto trajín la muerte sería la recompensa  de ese esfuerzo, total el susto de saberse muerto era más grande que la misma muerte, si todo lo vivido no era muerte ¿qué era entonces? Decidió quedarse como estaba, un solo hombre no podía con tanta adversidad, “si viene la muerte, bienvenida sea”, se resigna, “ no haré nada por evitarla”, y vencido por el cansancio una vez más se quedó dormido. Al dejar de desesperarse el tronco vuelve a desplazarse tranquilamente, el curso del río toma rumbos abruptos,  en su conformación  se angosta y el zigzag  es una constante, cuando no cabía otra posibilidad  que la muerte el río volvía a tomar  una dirección rectilínea de cuyos costados salían pequeñas canaletas, al ver estas desviaciones volvió a creer en la vida, se dijo que ese río no mataba a quien le mostraba el pecho, se dio el lujo de retar a la adversidad, hija natural de la muerte, en ese preciso momento triunfalista la corriente lo sumerge  y revuelca, esta vez ya no va encima del tronco sino debajo de él, se arrepintió de haber abierto la bocota antes de tiempo. Aprovechando el desvío del río rema con la mano izquierda  y se encamina hacia otro efluyente de ese inmenso río. Las aguas de esta son cristalinas y calmadas, se desliza con tranquilidad, se contenta al ver el ambiente calmado y las orillas angostas, se deja llevar como por el entresueño, su carne magra descansa, siente el deslizamiento como el arrullo de su madre cuando niño, otra vez cae rendido por el cansancio, cierra los ojos pero aguanta el sueño, el tronco se desliza sin resistencia. De pronto cuando estuvo yéndose así, totalmente libre y al deseo del río,  llega a un tramo  donde la superficie está libre  de toda vegetación y a cien metros más abajo dos mujeres se hallan  lavando las ropas de sus hijos, al principio piensan que es un simple tronco pero cuando lo observan más detenidamente, ven encima de este a nuestro hombre que al no dar signos de vida parecía estar muerto. Inmóviles por el suceso inusual, empiezan a chillar aterrorizadas, cuatro nativos, machete en mano, aparecen por distintos direcciones, las mujeres apuntan hacia el tronco, abren enorme los ojos y no lo pueden creer, siempre habían vivido solos y de pronto un hombre  pegado a un tronco aparece  de la nada, el asombro también los paraliza, solo el barbudo del grupo siente la imperiosa necesidad de ir al rescate, se lanza antes de perderlo, sabe en el fondo  que si no lo hace viviría en constante pugna con su conciencia, si el hombre estaba en problemas había que ayudarlo, si lo encontraba muerto, normal, lo importante sería la intención, si lo encontraba vivo, mejor aún, había salvado una vida, se sentiría bien, casi un héroe; dada la tranquilidad del río, llega a él sin tanto esfuerzo, el rostro pálido le infundió de temor, parecía estar muerto ya desde hacía días; sin embargo, la forma en que estaba aferrado al tronco aún le dio esperanzas, desató  la atadura y lo lleva a la orilla, se alegra al comprobar que el hombre aún respiraba, tenía el cuerpo de un muerto, pero aún respiraba. Despertó bruscamente después de tres días.

 

 

 

IV

 

Ideó un plan estratégico, debía de aplicar toda su astucia si quería un buen final, el fruto de su existencia debía de ser interpretado como una suma de casualidades, y no esperó mandato alguno, él mismo, al día siguiente, se puso a la orden del señor alcalde y como primera medida empezaron a limpiar los escombros del incendio, antes de cualquier ingreso, mientras otros jalaban el desmonte, un grupo selecto se empeñó en buscar  meticulosamente los objetos sagrados, fue así como encontraron  el manto de paño con pan de oro, coronas y candelabros de plata, también encontraron la Biblia en un lugar donde no tenía por qué estar allí, hicieron todo un trabajo arqueológico en esa iglesia, el marinero entregaba todo de sí, el esfuerzo pero sobre todo su iniciativa fueron dignos de elogio. Aún el padre Diosdado no se había sobrepuesto a la catástrofe, andaba como alma en pena, decía que ese incendio era un castigo divino porque la gente ya no acudía asiduamente a la misa, él mismo días antes había soñado con un pueblo en llamas, y miren ahora, la iglesia, el corazón del pueblo, había  sido presa del peor castigo, para espantar el desánimo el marinero propuso se hiciera una cruzada a favor de la reconstrucción de la iglesia, cuando el padre escuchó esta propuesta, levantó la mano en señal de triunfo, elevó una plegaria al cielo  no tanto por la idea sino por el arrojo del muchacho, “Claro hermano”, dijo el padre, “la reconstrucción de la iglesia nos hermanará”. Y esa misma tarde, el padre Diosdado, la viuda María y el marinero pasaron de casa en casa pidiendo colaboración, la gente daba su voluntad, y los que no tenían dinero, se ofrecían como voluntarios  para uno o dos días de trabajo, harían cualquier mandado  y al final cuando destaparon las latitas, lo recaudado  no daba ni para levantar una pared, desalentados se miraron perplejos, con esa plata no llegarían a ninguna parte, el marinero se sintió desilusionado y la viuda María no sabía qué hacer, ya estaba pensando en vender su casa hasta que al padre se le ocurrió  una idea que él mismo reconoció como último recurso y cuando le dijeron  cual era sólo dijo “ya verán mañana”. Se pasó toda la noche rezando, los demás fieles también hicieron lo mismo, al día siguiente el padre escudado por la viuda y el marinero que siempre se mostraban dispuestos para cualquier cosa se fueron al lugar más concurrido: el mercado, allí, previa encomendación, el  padre pone  la palma en la frente del pecador y ruega por su salvación, la gente se aglomera, se forma una larga cola y a medida que el padre los reza, el vecino como todo hombre pecador, deposita en un tarrito su voluntad, allí estuvieron durante muchas horas, y la cola se alargaba cada vez más, el marinero  tenía ya más de tres cajas llenas de dinero, se sentía feliz, el tintineo de las monedas lo llenaba de esperanzas y emocionado, sólo sabía decir “Dios te bendiga” . Fue así como al final lograron construir una hermosa iglesia, reemplazaron las tablas y palos por los ladrillos. Al marinero en ese momento se le ocurrió una gran idea, se alegró por su decidida presteza, siempre a la orden  del pueblo y  por primera vez  en ese momento no pensó en otra cosa sino en el día de su matrimonio, esa sería la mejor retribución  a su decidido esfuerzo, el padre y esa recién construida iglesia serían testigos del amor más puro que sentía por María del Carmen, la dueña de su vida.

Sus acciones debían de ser precavidas y aunque su descontrolado amor lo impulsaba a veces a tomar locas decisiones tenía que pensar con la cabeza fría, fue así como en tres ocasiones estuvo a punto de llevarle un conjunto musical al mismo estilo de los mariachis, la primera vez sólo lo pensó, la segunda conversó con los integrantes , les preguntó sobre su vestimenta y el precio y en la  tercera ocasión se tuvieron que regresar de medio camino, la valentía se le acabó a medio andar, llegó con la fatiga y la boca reseca, se convenció de haberse ahorrado un buen lío, el pánico de verla salir por la ventana lo hubiera matado. Toda su vitalidad y energía se reducía al encanto de una sonrisa que él interpretó de mil maneras y siempre a su favor, ese único detalle no lo dejaba vivir tranquilo, quería hacer mil cosas, estaba dispuesto a ganársela a puro pulso y aunque las locuras de amor son bonitas, debía ceñirse a un proceso y para empezar tenía primero que ganarse la confianza de María y como medida de emergencia y siempre pensando en ella, colaboró sin desmayo en la construcción de la iglesia, ese esfuerzo lo hacía para ganar puntos  y él lo sabía, María lo miraba con cierta reserva y aunque hasta ese momento no sabía quien era el dichoso por quien su hija se desvelaba, había algo en él que ella presagiaba le traerían muchos dolores de cabeza, sólo una vez le dirigió la palabra, fue en pleno trabajo de la iglesia, él había estado desde temprano, sólo el esfuerzo físico lograba aplacar la llama de su amor, cuando de pronto: “descanse joven, ya hizo demasiado por hoy día”, el marinero obedeció feliz, por fin oyó directamente la voz de la madre de su amada, a ese paso no tardaría en ganarse el cariño y respeto. Ella sentía su presencia antes que él aparezca, se paralizaba cuando oía a la gente hablar de él y si salía a la calle rogaba a Dios para verlo aunque sea un segundo, esa gracia sería suficiente para guardarlo en su mente y corazón, lo amaba cada vez más.

Los cambios de María del Carmen  alertaron a su espantada  madre, redobló la vigilancia, no la dejaba ni por un segundo, como medida previa, para evitar cualquier fuga inesperada, mandó poner barrotes en todas las ventanas de la casa, con esos actos sólo consiguió el mutismo y resentimiento de parte de su hija, la consuela y trata de tranquilizar con una mentira nada eficaz “es para precaver los hurtos hija”. El marinero se hubiera atrevido a entrar al mismo infierno y por la puerta grande pero nunca se le pasó por la cabeza meterse por la ventana. Quería ganarse el amor de ese ángel limpiamente, a pulso, su gran amor le impedía   hacer cualquier acto brusco y cobarde, temía perderla.

El alcalde lo tuvo como a un buen compañero, andaban por arriba y abajo  los dos juntos ideando mejoras para el pueblo, nunca hablaron del tema  pero al cuarto día el alcalde se dio cuenta rápidamente que ese muchacho  se estaba muriendo de amor, no necesitó de confirmación alguna, bastó ver esos ojos amarillos para confirmarlo todo, quería saber quién era la elegida sin que él se lo dijera, siempre estuvo al tanto hasta que el día menos pensado cuando María del Carmen y su madre se acercaron  para hablar sobre los preparativos para el aniversario del pueblo, vio al marinero tan muerto de miedo que creyó que estaba a punto de morir, lo sacudió creyéndole víctima de alguna asfixia, durante la entrevista el marinero no había abierto la boca para nada, temblaba y tragaba con dificultad su saliva, cuando ellas se fueron recién allí regresó a su color normal, el alcalde no le dijo nada, sólo movió la cabeza en señal de haberse sacado un gran peso de encima, ya sabía quién era la persona que ponía en jaque mate  a su siempre activo compañero. La historia aún no estaba dada pero se alegró por ambos, harían buena pareja. El marinero ya no pudo más con tanto amor, el vivir recordando ese simple detalle de la sonrisa ya no lo alimentaba como antes, andaba ojeroso, amarillo y torombolo, se pasaba toda la noche pensando en los pocos minutos en que la había visto en todo el día, no tuvo otra oportunidad que decírselo al alcalde, éste se alegró, por fin había erupcionado el volcán, un día más así y la fuerza de todo ese amor contenido lo hubiera dejado privado. Y como primer paso lo hizo tranquilizar “en adelante reprime tus nervios y mírale de frente  a los ojos hasta que ella rehuya los suyos”. No tendría el valor suficiente para hacerlo pero igual movió la cabeza en señal de aceptación.

Como efecto colateral desde ese día deseó de alma no toparse con la  reina de su vida, sentía ganas de morir, se hacía un mundo, le daba miles de vueltas a un mismo asunto, a lo largo de una semana huyó espantado un par de veces cuando estuvieron  a punto de encontrarse frente a frente, pero cuando estaba en la soledad de su cuarto, se moría de ganas por volverla a ver. Se deleitaba recordando las pocas imágenes, pensaba en distintas posibilidades y si ella se movía o reía de tal o cual forma era porque simplemente él estaba allí. Ese calvario no tenía cuando acabar y para aliviar sus penas  decidió  pasear cada tarde por las afueras del pueblo, entre los árboles y las aves la recordaba mejor, se imaginaba frente a ella y cerrando los ojos se veía diciéndole  palabras de amor y ella emocionada lo abrazaba tiernamente  y lo llenaba de besitos. Así soñaba despierto todos los días. Sólo en el mundo del ensueño era feliz pues las cosas le salían como él quería. Nunca imaginó esa posibilidad pero cuando la vio frente a frente se creyó víctima de una ilusión, él mundo se paralizó, hasta las aves dejaron de volar cuando ella apareció inesperadamente, estuvieron en la más completa perplejidad mirándose durante varios minutos, sólo al fondo se escuchaba el rumor del río, el tenerla en frente le trajo muchos problemas y para empezar sus sentidos le empezaron a jugar una mala pasada, ella también estaba nerviosa; sin embargo,  al verlo a él a punto de llorar como un niño, intentó sobreponerse al momento, ocultó sus nervios con una sonrisa tierna y fresca. Trató de serenarse, esa oportunidad la había esperado ansiosamente desde hacía mucho tiempo y por una feliz coincidencia  ahora la tenía a un metro de distancia, intentó hablar, fue en vano. Ella recordaba vivamente el día de la tragedia en la iglesia no tanto porque estuvo a punto de morir carbonizada sino porque  él la había salvado, la había cargado  como se hace a la novia  en su primera noche, rompió el hielo del silencio agradeciéndole esa acción valerosa de la cual ya había pasado más de siete meses, este detalle lo alentó, recobró un poco las fuerzas y como sabía que no tendría otra oportunidad como esa, decidió contarle todo desde el momento en que la vio meterse sin control  por entre las llamas, ella lloraba con cada palabra, ya quería morirse, su felicidad  le hizo soñar con un mundo bonito. El también se emocionó y entre lágrimas le dijo si estaba en ese pueblo no era por otra motivo que por ella, se prometieron amor eterno. En cuanto a su madre, en caso se opusiera, ella misma  le haría ver la imposibilidad de poder vivir sin él, tanto él como ella no tenían otra oportunidad sino la de amarse mucho hasta la muerte, habían nacido el uno para el otro. El quererse  pero estar lejos era una de las infinitas posibilidades del amor, él la veía allí, a diez metros de distancia, sin poder besarla ni tocarla, llorando de emoción. Había esperado muchísimas horas para un minuto de gracia, ella también se alejaba mirando siempre atrás sin poder hacer nada frente al hielo de su madre y cuando desaparecía, él regresaba feliz a donde el alcalde, recordando los colores de su vestido y la impresión de una fragancia  que él solo detectaba en el espeso sopor de las tres de la tarde.

Esos días eran dignos de un formidable ensueño hasta que de pronto dejó de verla, ahora  María iba sola a la iglesia y regresaba acompañada del padre, el marinero estuvo a punto de enloquecer, movió sus influencias y gracias  a sus amistades se enteró más rápido de lo esperado de la noticia: su amada había caído en cama. El único médico del pueblo la fue a visitar, al rato después salió de la casa muy preocupado pero no por la paciente  sino por él, esa mujer estaba a punto de morir y él no le había detectado absolutamente nada, estuvo a punto de darse por vencido, hasta que de pronto, después de haberle dado tantas vueltas al asunto, detectó el motivo: “esa enfermedad se llama mal de amores y eso no lo cura ningún médico”. María no reparó en la sentencia, ella ya lo sabía desde hacía tiempo y si llevó al cura no fue para el caso de su hija sino para el suyo propio porque la tristeza la estaba consumiendo. La realidad deprimente la obligó a ceder, como la vio en la víspera tan mal y como quien cumple un último deseo, decidió salir a buscar a ese marinero de agua dulce, iba preguntando por todos lados y nadie  ni el alcalde lo había visto en todo el santo día, cuando regresó a casa toda cabizbaja, se sorprendió pues lo primero que vio allí fue al marinero conversando amenamente con su hija. No fue ningún truco, ella realmente había estado mal, allí recién comprendió: la mejor cura no fueron las pastillas de botica ni las plantas silvestres sino ese marinero que podía vanagloriarse de tener un gran poder de sanación, al menos en ella. Desestimó todo reproche, la vida de María del Carmen le pertenecía pues la había rescatado de la muerte, se resignó a aceptarlo, y al sentir que estorbaba  salió con el pretexto de visitar a su comadre. Para evitar las malas lenguas se fijó un horario de visita, el marinero la vería de 4 a 6 de la tarde sin otro impedimento que el de no traspasar la sala. Sentían el aliento de vida sólo a esas horas, los ojos de María del Carmen brillaban como dos estrellas en la noche más oscura.

Lo miraba encantada, no podía creer tanta felicidad para ella sola, y mientras disfrutaban el té, él la deslumbraba con historias increíbles, sufría en las tormentas y tempestades pero también se emocionaba cuando llegaba  a la parte de las gaviotas y delfines, en todos sus relatos matizó la aventura con el humor.

La respetó desde el primer día y ella al analizar esos pequeños detalles comprobó la sinceridad del marinero, él no buscaba como tantos otros el placer sino alguien que le escuche, fue un alivio encontrar una persona como ella. María al principio se mantuvo alerta, se desplazaba atenta ante el primer zarpazo, pero luego, al verlos reír y hablar sanamente, bajó la guardia, se llevaban bien, en esos muchachos se encarnaba el aura de un amor raro, a simple vista eran uno de esos grandes  amores difíciles de encontrar. Desde aquella vez lo recibía con bocaditos y tacitas de té. Descartaron cualquier sospecha, su actual comportamiento avalaba su pasado desconocido, su desenvolvimiento en ese lugar había sido desde el primer instante intachable. Se amaron en silencio hasta el día  en que ella cumplió dieciocho años, ese catorce de noviembre fue una fecha  doblemente feliz para él, el padre Diosdado en ceremonia oficial, los declaró  marido y mujer en esa iglesia donde hace años él mismo pusiera la primera piedra y en ese mismo día también por primera vez la besó en los labios delante de todo el mundo, deseó de todo corazón que ese instante feliz durara toda la vida, se abrazaron con ternura. Ese marinero se había ganado el corazón de la suegra, ésta cedió en su totalidad, ella misma le propuso dejar la municipalidad para irse a vivir con ellas; aceptó la propuesta pero sólo hasta que construyera su propia casa, lo cual no demoró más de seis meses. Cada día se despertaba más temprano, dormía poco y mal, un funesto sueño siempre lo dejaba pensativo y antes de salir a la calle se cercioraba mirando por la ventana, la presencia de gente extraña lo ponía nervioso, casi no salía a pasear, se la pasaba todo el día metido en el taller o en la casa jugando con su hijo Binn de  seis años. Su terror fue fundado porque al cabo de poco tiempo llegaron cuatro desconocidos, no vendían ni compraban nada, sólo bebían, fumaban y miraban. Se dirigieron a la cantina convencidos de encontrar información y no se equivocaron, un hombre en su borrachera, habló de tempestades, tiburones y atunes de tamaños sorprendentes,  también habló de ballenas y olas hasta de treinta metros, cuando uno de ellos le preguntó cómo así lo sabía si él no era marinero dejó de exaltarse, hizo como si la mente se le pusiera en blanco, el cantinero, ordenado por los desconocidos, le llevó dos botellas de ron a su mesa,  allí recién se le volvió a aclarar la mente y como no encontró nada de prohibido dijo que esas fábulas las contaba el marido de María del Carmen, el marinero. Esa misma tarde lo fueron a visitar y preguntando llegaron al taller, el marinero se encontraba de espaldas arreglando, él sólo vio unas sombras y una voz que le dice ”llegó tu hora desertor”, cuando quiso reaccionar ya fue tarde, se le fueron encima, en la lucha reconoce a uno, era su antiguo y despiadado jefe, éste lo agarra del cuello y lo tumba, el resto lo apabulla; lo masacran hasta el cansancio, lo dejan en estado inconsciente, no conformes con eso rosean el taller con combustible y encienden la chispa inmiseridicorde del fuego, salen huyendo, esa operación les resultó más fácil de lo planeado; sin embargo, hubo alguien que agazapado, lo vio todo desde la ventana, a pesar de tener tan corta edad el mundo se  le vino encima, tembló de rabia e impotencia, sentía la muerte al rededor suyo y no pensó en gritar, por más que el pueblo llegase como una avalancha, sería tarde, ningún humano se habría salvado  de ese fuego abrasador, la respiración se le hizo breve y dificultosa, hasta él mismo no supo que hacía allí a esas horas pero lo cierto es que lo vio todo y no pensó en moverse de allí  hasta que su padre o lo que quedaba de éste, dejó de sacudirse, sus nublados ojos no le permitieron ver con claridad esa masa informe negra y humeante. En las noches, mientras todo el mundo dormía en silencio, él seguía escuchando los gritos desesperados de su padre.  La misma imagen del incendio se repetía una y otras vez en su cabecita, María del Carmen lloraba todo el día, estaba a punto de perder la cabeza, se reconfortaba mirando a su pequeño hijo, lo acariciaba y besaba, hasta ese momento ella ignoraba de lo sucedido a su hijo, Binn nunca preguntó por su padre ni habló sobre la escena final, ella hizo lo posible para reprimir el llanto en su presencia, lo alentaba con mentiras, lo trató de convencer de un viaje repentino de su padre, que no se preocupara pronto regresaría trayéndoles muchos regalos, él la miraba con gesto duro e indiferente, quiso creerle, a veces se dormía creyendo esas mentiras, pero al día siguiente el sabor amargo de la injusticia era peor. Esa escena lo marcó tanto  que su madre un día lloró de corazón  al creer que su hijo amado había nacido con problemas mentales. Nunca jugó con los niños de su edad y lo peor  nunca en su vida tuvo el gusto de verlo sonreír. Ese muchachito retraído solo quería estar solo.

Su abuela movió cielo y tierra  para que fuera a la escuela pero nunca logró su cometido, se resistía peor que una mula a entrar a ese lugar, la abuela un día tuvo que aplicar la fuerza bruta, lo arrastró hasta el patio, él pataleaba, chillaba, la vieja se creyó víctima de un simple capricho, ese muchachito no le iba a mandar y como seguía rehusándose lo hizo asustar  con mandarle a vivir con el loco San José que era el terror de los niños llorones porque  decían que se los comía, chilló toda la mañana, la profesora no logró calmarlo con nada y por experiencia  no le prestó atención porque se ponía peor. Al tercer día por vergüenza ya no hizo sus conocidas peroratas, entró con sus propios pies a la escuela, la abuela regresó contenta a contárselo a  su hija moribunda, creyó que había ganado la guerra. Ese mismo día en medio de la confusión y bulla, el niño tramó algo inusual, nadie lo vio trepar el muro ni saltar, pero en menos de un minuto, ya estuvo fuera de ese corral bullicioso, recién allí sintió el significado de la libertad, hizo la misma operación los días posteriores, entraba a la escuela, se confundía con el resto y en el menor descuido ya paseaba por las calles, allí es donde sentía que sucedían las cosas, paseaba por las avenidas, observaba  con atención el desplazamiento de los carros, se iba a los bosques y con una honda en la mano aterrorizaba a la aves, también se deleitaba atormentando a los pobres sapos, los amarraba con una pita de las patas y les daba miles de vueltas y cuando se cansaba, los hacía chocar contra la pared, y si aún tenía fuerzas para huir, lo perseguía a pedradas hasta despedazarlo, solo en ese momento el sapo  perdía todo su interés. Calculaba más o menos el tiempo y siempre a la una en punto volvía a casa para almorzar, su madre le preguntaba  que han hecho  y él se inventaba, hemos cantado, hemos hecho rondas y hemos estudiado las partes de una palomita ¿y como es una palomita? Y él, fácil tiene piquito amarillo, sus dedos son delgaditos  y largos, también tiene tripitas largas y un corazón chiquito, muy bien le decía ella creyéndolo memorioso, le llenaba de besitos en la frente. Al día siguiente igual, se iba de un salto al río a bañarse, robaba una que otra fruta por el camino y regresaba al pueblo, en esos periplos sólo quiso saber una cosa: como así esas aves de acero se podían mantener  en el aire sin mover la alas ¿qué hacían para no caerse? él disparaba su honda con la esperanza de tirarse abajo a algún avión pero la piedra no llegaba más de treinta metros. Todo estuvo bien hasta que a su madre  se le ocurrió ir a la escuela a ver sus avances, la profesora la miró sorprendida, ese niño sólo había asistido un par de veces en todo el mes “creímos que usted ya no lo mandaba señora”, María lloró su mala suerte, no podía creer tanta injusticia, qué había hecho ella para merecer ese semejante castigo. Esa tarde llegó feliz a almorzar y cuando  vio a su madre con esa mirada de toro supo que ella ya lo sabía todo. No trató de huir, se quedó allí como una estatua , ella lo abofeteó hasta hacerlo sangrar, lo sacudió, él no lloró ni esquivó los golpes, su acostumbrado rostro de niño desvalido se acentuó aún más, María del Carmen recién en ese momento se dio cuenta de su error, a  ese niño le había pasado algo, pero no sabía qué rayos era, lamentándose por lo sucedido  lo abrazó fuerte pidiéndole perdón, lloró toda la noche, prometió no mandarle a la escuela si él no quería. Aún triste y preocupada lo llevó con engaños donde un médico, éste dijo lo de siempre, “señora su niño está bien, todos sus órganos funcionan a la perfección” y ella como siempre no le creyó. Muchas veces  lo sorprendía mirando horas tras horas por la ventana, así podía permanecer  toda la mañana, para verificar ella también se ponía a mirar  al taller para cerciorarse qué rayos veía ese muchachito, pero ella no lograba ver  lo que él sí veía con suma claridad, entonces impaciente  le preguntaba  por qué siempre estaba así, que sucedía y  él siempre contestaba lo mismo: “no es nada madre, no es nada”. Prefería caminar sólo por el bosque  cazando palomitas  y matando sapos antes que jugar con los niños de su edad. Unos pocos lo creían demente y la gran mayoría un autista sin remedio, él no se metía con nadie, sólo sentía en lo más profundo de su ser un deseo terrible de estar solo, así meditaba mejor, le perturbaba la bulla, el escándalo, pocos entendieron su mensaje silencioso, empezó a temer de todo, incluso de sí mismo, él no lo sabía pero a esa edad  era ya toda una dinamita, podía explotar en cualquier momento.

María del Carmen aunque al principio se resistió  empezó a comprenderlo poco a poco, le daba todos sus gustos, lo trataba de complacer lo mejor posible, pero él ya tenía su destino trazado. En menos de doce años estuvo a punto de hacer algo horrible  pero por amor a su cuerpo se abstuvo, esos gritos que le seguían resonando en su cabeza lo sumían en una profunda depresión, desde entonces aprendió a usar sus puños correctamente, odiaba hacer el ridículo, una simple broma bastaba  para explotar, nunca permitió que otra persona, a parte de su madre, lo tocara, la bola de fuego que crecía en su interior le hacía mucho daño, estaba a punto de matarlo. Se iba a la calle apenas amanecía, deambulaba,  se sentía bien entre gente desconocida, recién allí podía respirar a gusto, hubo personas que al verlo tan perdido como un perro callejero le convidaban su plato de comida, eso sí comía con gusto, como si nunca hubiera comido. Viendo a otros, se apasionó por  revistas de aventuras, al principio sólo se conformó con los dibujos, las aventuras de Tarzán y el Águila solitaria  lo fascinaban, pero había un pequeño detalle, no entendía esos garabatos diminutos, se deleitaba escuchando la conversación de la gente, no podía creer que todas esas aventuras mágicas guardara  una simple revista, la impaciencia  de saber el final  lo ponía inquieto, por primera vez, motivado por esa fiebre, se dirigió a su madre con vivo interés: “madre enséñame a leer”. María del Carmen sorprendida no puso peros, esa misma noche empezó la pelea con la palabra, al cabo de siete meses de incesante batalla, por fin pudo descifrar esos enigmáticos jeroglíficos, eso fue lo único por lo que se interesó más de la cuenta. Se desvelaba leyendo las aventuras de los superhéroes, su vida se redujo a la lectura, se levantaba temprano y se acostaba tarde, se alegraba mucho si al final el dibujo y los garabatos  coincidían. Su madre quería tenerlo todo el día en casa pero el destino de ese muchacho era trotar por el mundo, se iba por las calles pateando latas y por las tardes  infaltablemente llegaba a la tienda del viejo Carvajal a ojear un par de revistas de aventuras y en el menor descuido zas, escondía una o dos en la espalda, pagaba el alquiler y se iba feliz  con las manos en los bolsillos y pateando latas. Si en el camino algo le llamaba la atención, allí se quedaba, sabía todo lo que sucedía en el pueblo, cada día llegaba más tarde a casa. Por esa época empezó a juntarse  con unos chiquillos huérfanos  que se pasaban todo el día en la calle, se iban lejos buscando cualquier cosa, les divertía esa vida y como llegaba tarde a casa y para no interrumpir el sueño de su madre y abuela, se metía  al horno de hacer pan, esa edificación de barro, al principio lo aterrorizó, pero luego lo consideró como un refugio perfecto, allí dormía más tranquilo que un ángel. María del Carmen envejeció de noche a la mañana, el llanto por su esposo y la desbandada vida de su hijo lo sumieron en una angustia profunda, muy difícil de resolver y sobrellevar, se resignó a pasar la vida metida en su casa, de allí sólo salía para indagar por su hijo, sentía pavor cuando la gente en la calle  se lo quedaba mirando. El único consuelo de su vida era su hijo  pero éste estaba peor que ella. Fue por aquella época en la que empezó a considerar la posibilidad de una maldición, quién sabe, la maldición quizá se alojaba en esa desafortunada casa, hizo lo posible para sacarlo de la soledad, fue  en vano, ese muchacho estaba jodiéndose solo.

Llegaba tarde pero a veces tampoco llegaba a dormir, se iba a vagabundear, quería perderse por entre los bosques y llanuras, él mismo no sabía qué diablos le estaba pasando, sólo un recuerdo de mierda se repetía en su cabeza una y otra vez, corría, gritaba, quería escapar de las garras de sus recuerdos, un día soñó que esos mismos extraños incendiaban el horno de hacer pan  con él adentro, sobresaltado despertó gritando, salió al patio bañado en un sudor frío, afuera no había nadie, sólo el canto de los grillos y el rumor del río se mantenían constantes, sonoros.

Tuvo un terrible deseo de largarse de ese lugar sin despedirse, caminó durante un día sin rumbo fijo, esa trágica escena  seguía girando en su mente una y otra vez, sólo quería perderse por entre la inmensidad del mundo, se creyó víctima del destino trágico de la vida, sólo ellos, los maldecidos, tenían la desgracia de rodar por el mundo sin saber por qué ni para qué, ese recuerdo aplastante estaba a punto de fulminarlo. Considera seriamente la posibilidad de revertir ese destino infausto, a ese paso inevitablemente caería al barranco, la impotencia lo consumía, pero algo que en ese momento no supo como llamarlo fue el único aliciente para continuar luchando, sin otra oportunidad, regresó tras sus pasos, a la mitad del camino, la algarabía de una fiesta patronal le llamó la atención, entró sólo para ver, como nada le urgía, se quedó contemplando  a su regalada ganas, la gente se divertía al son de una banda orquesta, allí  todo podía faltar pero menos licor, unos señores al verlo en la puerta triste y cansado, lo jalaron hacia la jarana con el pretexto de que no vaya ser Dios que les está probando y entonces le dieron de comer y beber hasta la saciedad, le invitaron a divertirse. Las horas pasaron volando y en un intento de feliz olvido se vio con la botella de licor en la mano y como parecía de veinte pero en realidad  sólo tenía dieciséis años, un abuelo le insistió a brindar con él por su pronta muerte, nunca olvidaría su primera copa, el licor le raspó la garganta como vidrio molido, se atoró un par de veces y aunque amargaba y apestaba a orine, poco a poco fue entrando en calor, a media botella se sintió bien, como nunca en la vida, se reía, saltaba y bailaba solo y en una broma que le hizo un abuelo por primera vez en su vida sonrió con gusto. Horas después,  cuando la gente discutía y vomitaba, agarró dos botellas de licor  y se enrumbó hacia el pueblo, le dolía un poco la cabeza pero nunca en su vida había sentido algo igual, estaba de maravillas, quería hacer muchas cosas a la vez, llegó a casa a media noche y aunque las luces no se apagaban en señal de bienvenida, él prefirió meterse a su pequeña cuevita de barro, en ese estado no podía presentarse ante su madre, bebió solo hasta el amanecer, recordó entre lágrimas su infancia singular, también recordó los bonitos momentos cuando solía cazar palomitas o se iba a pescar con el viejo Luciano, esa vida errante siempre le pareció un chiste, una broma, se miró de niño cuando de pronto el mundo empezó a girar alrededor suyo, vomitó una y otra vez hasta quedarse dormido. El sopor insoportable de las dos de la tarde lo despertó con un dolor de cabeza insoportable, sintió el pantalón mojado, se había orinado  y recién en ese momento se dio cuenta. Su madre no se cansaba de buscarlo en la calle, nunca logró dar con él, se resignó a esperarlo en casa con el dormitorio limpio y con la comida siempre caliente, prefirió tenerlo así antes que muerto. Llevado por su propia voluntad y con la falsa idea de querer olvidarlo todo entró a la tienda del negro Samudio y con una seriedad de sargento, pidió una botella de pisco para llevar y cuando el viejo extrañado estuvo a punto de darle peros, él repuso, “Carajo Samudio, lo necesito ahora, no el próximo año”. Se metía por las quebradas y entre sorbo y sorbo maldecía su conflictivo ser, bebía y no es que bebiera con gusto, lo hacía con asco, con amargura, lanzaba gritos sordos y prolongados, sólo así llegaba  a expresar su furia contenida. Recién allí se sentía bien, asocia imágenes, trataba de enlazar esos recuerdos con los de su época, se devanaba los sesos, quería encontrarle un punto débil  a esos recuerdos para poder dirigir a ese objetivo toda su furia, tenía que sobreponerse a esa aplastante situación. Para no continuar martirizando a su madre decidió desaparecer por un buen tiempo, su madre le pidió de rodillas no hacerlo; sin embargo, todo efecto disuasivo fue en vano, no se llevó absolutamente nada, se fue tal como estaba, fuera de casa estaría igual que antes o quizá peor. Se iba a donde lo llevaban, siempre trabajó a destajo, por la noche, ya cansado, se iba a cualquier cantina y allí tomaba según el alcance de su bolsillo, el recuerdo se le esfumaba al cuarto baso y allí es cuando quería cambiar  pero no podía, antes tenía que suceder algo pero él no sabía qué rayos era, se resignó a esperar el día señalado con paciencia, pero de pronto le surgía otra interrogante ¿y si la muerte me sorprendiera así?  Adiós vida miserable, tampoco yo te conocí, algunos se acercaban a pedirle un poco de ese cada vez más barato trago y si persistían, les reventaba  de un botellazo la cabeza y se largaba de ese lugar, se iba por las calles tambaleando con su botella  en la mano, maldecía todas las formas de existencia humana, se hundía lentamente a las aguas de la perdición y lo peor es que él lo sabía y no hacía nada para salvarse, parado frente a un espejo contempla perplejo el ensañamiento del tiempo para con su persona. Sentía el cuerpo cada ve vez más débil, el último sorbo de licor de cada borrachera le inyectaba un fuerte pesimismo, sentía ganas de morir, prefirió no mirarse al espejo para seguir engañándose, pero en el fondo  ya estaba jodido, la larga cabellera, la barba de un mes y las primeras arrugas  de borracho trasnochado confirmaban su desamparo y fatalidad, prefería no mirar atrás porque cuando lo hacía solo encontraba infortunio, desamparo y soledad.

Cuando cumplió veinticinco años su madre le fue a buscar con más ahínco por todos lados, regresó llorando en silencio, sentía en el corazón el convencimiento de tener a su único hijo muerto; sin embargo, en el fondo, a pesar de esos  años de ausencia, aún aguardaba una chispa de esperanza. Soñaba constantemente con la llegada presurosa de su primogénito. Ese mismo día, el de su cumpleaños, él ni se acordó, la pasó trabajando y bebiendo como cualquier otro día, su estado se volvió cada vez más caótico y dada la situación ahora se juntaba  con borrachos de mala muerte, no hablaban de tristezas  pero compartían el mismo dolor, también ellos habían sido marcados por el signo de la fatalidad. Se amanecía en el bosque, en los jardines y en las bancas de la plaza, bien echado como muerto y con la botella de ron al costado, sólo así conseguía tener la mente como un papel en blanco, solo en ese estado de descomposición olvidaba todo, incluso ese gran día.

Nació con el rostro de un angelito pero la vida lo convirtió  en un tipo miserable, desafiaba a la muerte con la misma sangre fría con que se bebía  una botella de ron sin respirar, se golpeaba el pecho como Tarzán  y mandaba al diablo a todo el mundo. En su borrachera desafió al cantinero por media botella de ron a que él se daba el lujo de  caminar por el borde del último piso de un edificio, el cantinero lo largó, él le rogó de rodillas  a qué sí lo hacía y temiendo cualquier destrozo aceptó con tal de no hacerse  responsable de nada si le ocurría algo, apenas pudo subir las gradas, hizo piruetas en el aire, saltaba de un solo pie y la gente abajo se conmocionaba, le gritaban, que bajara si no quería romperse la madre, pero él seguía con sus piruetas y saltitos, cuando llegaron  los bomberos  él ya estaba cobrando la apuesta, el cantinero le dio una botella de ron calladito, le dio las gracias por demostrarle a la vida y a la muerte que no valían absolutamente nada. Estuvo de caída en caída hasta que un día despertó  abrigado  por el calor de un hogar, creyó haberse metido  sin permiso a casa ajena, pero cuando se levantó y miró por la ventana  vio sus ropas secándose al sol, se restregó los ojos creyéndose víctima de una alucinación, al rato siguiente una chica no tan bonita le llevó de lo más normal su desayuno, él continuaba espantado, petrificado, barajó distintas posibilidades, quizá podría ser algún familiar pero ella de inmediato le dijo “no, soy una chica común y silvestre, me estuve yendo a misa  cuando te vi y me dije qué saco rezando  cuando puedo salvar la vida de este miserable y aquí me tienes, levántate, toma tu desayuno y si tú quieres te vas, las puertas de esta casa estarán siempre abiertas”. Lo primero que sintió fue vergüenza, pero no porque ella se lo hubiera quedado mirando sino por que en ese momento recién comprendió la importancia del tiempo perdido, tuvo la posibilidad de hacer muchas cosas maravillosas pero él simplemente no lo hizo,  y allí estaba peor que un inválido o que una abuela de ochenta años, por primera vez encontró a alguien  que no le enrrostró  absolutamente nada, no le habló de Dios ni de la posibilidad de cambiar de vida, ella lo dejó a su libre albedrío y eso le dolió aún más, ya no podía hacer lo contrario a los consejos acostumbrados y si él quería se mataba en ese momento pero ella no hubiera movido un dedo  para impedírselo, en ese momento cambió de pensamiento, nada estaba escrito, es el mismo hombre quien labra su futuro y punto. La novicia se dio media vuelta y se puso hacer sus cosas. Apenas tuvo fuerzas para cambiarse y tomar su desayuno, se sintió ladrón, sucio, zángano, anduvo por las calles muy pensativo, al principio lo tomó como una humillación pero luego comprendió, ese trauma de infancia  no podía hacer de él un hombre vil e inservible, se dio cuenta que aún podía salvarse si él lo deseaba, aún podía revertir su mala vida, se pasó días enteros pensando, sintió que su corazón  se le abría como una flor, todo ese tiempo le habían ofrecido amor a manos llenas, pero él nunca demostró su lado tierno, se dio una palmada en la frente, había perdido mucho tiempo pero aún tenía posibilidades.              

A la mañana siguiente trabajó a tiempo completo pañando algodón, fue el primer trabajo  en donde no se fue a medio hacer, salió cansado, con las palmas destrozadas, las enormes llagas le dolieron toda la noche, su desnutrición se notó a flor de piel cuando estuvo a punto de desmayarse  más de tres veces. El sábado por la tarde fue uno de los primeros en hacer su cola  para cobrar, recibió un billete tras otro, fue la primera vez que tuvo mucho dinero en su bolsillo y sin más demora se fue corriendo hacia la cantina y cuando estuvo a punto de pedir, algo lo contuvo, bajó el brazo lentamente, no podía creer tanta brutalidad humana, ¿haber trabajado toda la semana como burro para acabar así?, regresó tras sus pasos pensativo, “aún puedo salvarme” se decía una y otra vez. El rostro de aquella mujer se acentuó y extendió en toda su dimensión, esa mujer sin haberle dicho absolutamente nada lo puso de vuelta y media esa abandonada existencia, se evalúa “es necesario cambiar” se repite. Sintió en ese momento la necesidad de dar aquello que siempre le brindaron pero que él también siempre rehusó, se dispuso a amar ciegamente, como nunca lo había hecho, lo pasado  importaba pero  su vida nueva le interesaba aún más, no fue necesario tocar, la puerta se abrió al simple soplo del viento, esa casa estaba abierta  de par en par  para quien deseara entrar, cuando la novicia le vio no se sorprendió y mientras lavaba su ropa le preguntó si necesitaba algo, él aún no lo podía creer, esa mujer simplemente lo desconcertaba  y lo hundía en la más compleja incertidumbre, ella, por alguna razón, sabía que él iba a regresar y no se equivocó, suspiró con satisfacción. Él se había esmerado toda la semana  para demostrarle la ductibilidad  de los comportamientos pero sobre todo  que a él no le despreciaba nadie, menos ella; sin embargo, ella en ningún momento  tuvo la intención de hacerlo y él lo sabía, se debatía entre odiarla o amarla, ambos eran sentimientos posibles e intensos. Cedió su coraje, la invitó para salir a comer, ella la miró perpleja y le dijo otro día, él obstinado se ofreció  a ayudarle a lavar en pago saldrían a cenar, ella sonreía y movía la cabeza, incrédula, el joven de ayer distaba mucho con el de ahora, le miraba constantemente al rostro para deleitarse de su belleza masculina, ese muchacho tenía el aire de ser todo un caballero para haber sido un vil y piojoso borracho, su corazón empezó a latir con dulzura.

Se enamoraron de inmediato, él volvió a creer en la vida, se detuvo a contemplar la vida con calma, ella mientras tanto, evaluó la situación, su incondicional amor le hizo comprender que mientras no se metía con el pasado oscuro de ese ser extraño, pero enigmático, las cosas, pero sobre todo su felicidad, estaba garantizada, renunciaron al pasado para sobrellevar la situación, de novicia apática pasó a ser una ferviente y laboriosa esposa, temiendo herirlo, nunca le pidió explicaciones de nada y si se enteró de algunas cosas de infancia fue porque él lo quiso así. Desde el primer día se sintió seguro junto a ella, esa novicia le cambió la vida por completo sin haberle dicho una sola palabra, se hacían cariños, se comprendían, lo amaba sin condiciones y jamás se le cruzó por la mente dejarlo  y la felicidad aumentó porque él tampoco pensaba defraudarla.

Después de tres años de convivencia empezó a considerar seriamente el retorno a casa, más que la necesidad urgente de ver a su madre fue como una orden perentoria del más allá, esa fuerza misteriosa lo jalaba hacia ese lugar, el solo hecho de imaginar el retorno le producía una constante y prolongado escalofrío, no necesitó más que de un destartalado carruaje para echar andar en pie su  proyecto, Elena pero sobre todo el pequeño Estanislao de cuatro años saltaba de alegría, el paisaje y los animales raros lo habían emocionado siempre. La oscuridad imperante le impidió desplazarse con rapidez; sin embargo, cuando vieron  las primeras luces  del pueblo, la yegua vieja apretó más el paso, el reencuentro le produjo  un sentimiento contradictorio, ese lugar había cambiado demasiado para tan poco tiempo, reconoció con dificultad algunas calles, sólo unos cuantos perros le salieron al paso ladrando con furia. Parado frente a la puerta, una sensación nostálgica lo invade, ese lugar, su antigua casa, literalmente estaba en ruinas, le dio la trágica impresión  de ser una casa abandonada desde ya hacía mucho tiempo, sus fuerzas se le esfuman, Elena, llevada por la emoción se apresura a tocar, insiste una y otra vez pero adentro nadie daba el menor signo de vida, el silencio sepulcral liquida todo acto de valor y esperanza. Al poco rato después, una luz de lámpara se prende y desde adentro grita quién es, él reconoce la voz, respira aliviado y para ver la reacción improvisa: “señora le traigo una carta de un tal Binn y si no abre me iré”, la mujer abre presurosa  la puerta y apenas lo ve queda petrificada, ese muchacho era la reencarnación  viva de su difunto marido y si no fuese  por sus ojos grandes y el lunarcito  cerca de sus labios hubiera jurado que era él, madre e hijo se abrazan con ternura. Tiempo después concluyó uno de  sus grandes objetivos: reconstruyó por completo la casa, ese polvoriento nicho de antaño, por fin se convierta en un lugar fresco y apacible. Engañó a todo el mundo con su nueva personalidad pero menos a su madre, ese muchacho seguía teniendo la espina en su corazón, se esforzaba por ocultarlo pero ante ella todo esfuerzo era inútil. Cada noche parado frente a la puerta de su habitación, lo comprobaba, las mismas pesadillas de infancia  lo seguían atormentando, pedía a gritos para que no lo hicieran, pero lo hacían, sólo en sus pesadillas, al no poder soportar tanta crueldad, el llanto y las lágrimas lo vencían.  La suerte estaba echada, lo inevitable tarde o temprano  iba a ocurrir. Los días transcurrían con toda su cotidianidad hasta que una mañana despierta con una sensación muy rara, esa noche asombrosamente había dormido bien, las acostumbras pesadillas no le martirizaron para nada, parado frente al patio  ve el inicio de una garúa, siente el leve peso de lo periódico, de lo gravitante, poco a poco las gotas le fueron bañando quiso despertar a Estanislao porque él también se deleitaba con ese momento placentero, desiste por temor a resfriarlo, alza los brazos de felicidad, esa llovizna, ese día, ese aura, lo llenaban de una algarabía incomprensible, recuerda cuando antes el aguacero lo sorprendía en el río  o cazando palomitas en el bosque, sonrió nostálgicamente  recordando esos bonitos pero también amargos momentos, esa tarde la pasó en familia, su mujer le preparó su platillo favorito, quería decirles que sentía mucha alegría pero se callaba porque no sabría decirles el motivo, Elena también se contagió de esa algarabía, Estanislao saltaba y reía pero la madre fue la única que sintió un temblor en el corazón antes de tiempo, el presentimiento de algo trágico  la dejó si aliento, intentó advertirles; sin embargo, al carecer de un argumento sólido, desistió de su inicial intención, sonrió sólo por complacerlos. Por la tarde a pesar de la persistente garúa decidió a salir a pasear por la plaza, el olor a tierra mojada lo encantaba, paseando llegó hasta el bosque, el trinar de los pajaritos le hizo sonreír, lamentó tanta crueldad  cuando niño para con ellos, un poco nostálgico, regresa al pueblo. Obligado por el frío decidió tomarse una copita de pisco en la cantina  del viejo Samudio, después de mucho tiempo  que volvía a pisar ese lugar, el viejo sorprendido lo felicita por su increíble cambio y es allí cuando unos extraños se acercan  y piden dos botellas de ron para llevar y cuando el muchacho voltea por casualidad el corazón se le sale por la boca, abre los ojos como plato, pierde los controles, esos tipos despertaron en él un odio ancestral. Asocia imágenes  del día de la tragedia, une cabos y por fin captura el preciso momento, los tipos que acaban de salir fueron los que asesinaron tiempo a tras a su padre, no había duda, eran ellos, incluso se reían igual, una furia desconocida se apodera de él y mientras se toma de un bocado  el vaso de pisco puro, trama una cruel venganza, sale tras ellos. Los sigue sigilosamente y tras un rápido recorrido los ve entrando al local  de la subprefectura de la municipalidad, desde allí no recuerda nada más, todo sucedió rápido, su odio le impidió  medir las consecuencias, no sabe como pero en menos de diez minutos tuvo en sus manos un balde lleno de combustible, su corazón no dejaba de palpitar con fuerza, se mueve rápido por temor a perderlos, pega el oído a la puerta, sólo escucha gritos y mientras espera se repite “ya se jodieron, ya se jodieron” cuando estuvo a punto de tumbar la puerta, como con la mano, el subprefecto  del pueblo sale a comprar más tragos, aprovecha ese momento  para meterse, cierra la puerta tras él, y allí los ve, solo estaban esos cuatro maldecidos y él, felizmente no había nadie más, se sorprenden por la inesperada incursión, un silencio sepulcral los invade, cuando estuvo a punto de decirles  quién era  uno de ellos al reconocer la semejanza exclama aterrorizado “es el marinero desertor”. Empieza la pelea, los reduce casi sin dificultad, los agarra a punta de silletazos y patadas, les destruye  el rostro una y otra vez y mientras los golpea recuerda como le hicieron a su padre y eso le enfureció aún más, totalmente fuera de sí, los rosea con combustible y antes de soltar  el palito de fósforo, la pena por su hijo Estanislao le hace dudar, tanto la huida como el retorno serían difíciles, casi imposibles. Mientras huye siente a sus espaldas el calor de un dantesco incendio, alguien de lejos le ordena detenerse, pero él ya no escucha, huye como alma que lleva el diablo.

 


 

 

V

 

Desde  el primer instante todo le pareció una locura, no podía ser que eso le estuviera sucediendo a él, hasta ese momento no se podía explicar cómo diablos había hecho para durar tanto tiempo en ese lugar. Sin embargo, esa mañana de febrero, tras una trágica premonición, sintió en el fondo del alma la necesidad del retorno, nunca se impuso una fecha pero esa mañana ya sabía lo que iba hacer. A pesar del tiempo transcurrido no hubo un día  en que se sintió como en casa, siempre volvía el rostro compungido por el lugar de donde vino y así podría estar horas tras horas; todo lo podía aguantar menos la desesperación  por volver a ver a Estanislao, éste seguía siendo su niño de cinco años, no había crecido desde entonces, lo veía saltando y riendo en plena lluvia, fue a éste a quien extraño por encima de todas las cosas.

Los autóctonos creyeron que iba a enloquecer, lo veían siempre solo y como nunca pronunció una vocal creyeron que era mudo, luego de cada jornada laboral, desaparecía, se hacía humo por entre los montes, llevaba allí tantísimos años pero nadie sabía realmente dónde vivía ni cómo se llamaba, trataron de hacerle un seguimiento pero fue en vano, siempre cambiaba de ruta, se aparecía por los lugares menos pensados, como nunca les dijo nada ellos lo llamaban el Mudo, sólo éste se dio el lujo de llegar hasta ese inhóspito lugar sin ayuda más que de sus manos. El mejor aliciente para su tranquilidad fue el canto de las distintas aves, logró captar dentro de tanto alboroto una melodía que sosegaba su espíritu, ese fue su principal entretenimiento.

A partir de las siete de la noche cuando la oscuridad era total se recostaba para revivir recuerdos de infancia y juventud y como ya no valía la pena recordar momentos amargos, se regocijaba recordando cuando aún chiquillo salía a cazar palomitas y por cosas del destino, ahora en ese lugar esas aves se habían convertido en su principal menú junto con los plátanos. Al principio le causó disentería pero luego de tanto comer su estómago se acondicionó a la situación. Se lamía los dedos en cada banquete.

Al principio el Tigre se negó a darle trabajo; sin embargo, gracias a la intermediación del Barbudo, tuvo que ceder y como primera lección le enseñó a pañar las hojas de coca, en adelante ese sería su trabajo, le pagarían según la cantidad recogida, al principio sólo trabajaba para comer; sin embargo, cuando su cuerpo se acostumbró al dolor pudo hacer de esa actividad un negocio rentable, allí todos ganaban en dólares.

De todas las etapas vividas en esa sufrió físicamente más. Sudaba y se rascaba en todo momento, el calor y los mosquitos lo tenían cojudo. La sarna se expandía cada día más por su demacrado cuerpo y todo por haberse recostado una tarde en la sudadera del caballo, no podía ni rascarse porque esos mosquitos lo hubieran devorado vivo, a ese paso se iba a quedar sin una gota de sangre; sin embargo, sus piernas  eran lo más lamentable, se estaban agusanando, cada vez que se  exprimía salía litros y litros de pus, esa infección purulenta a la larga iba a acabar con él, hasta estuvo a punto de sentir lástima por sí mismo, no había duda, el destino se había complotado para hacerle llorar. Aún así nunca pidió ayuda, obligado por la agobiante situación tuvo que recurrir  a todo tipo de plantas, de tanto probar descubrió una que le cicatrizó de inmediato todas las heridas. Al mes siguiente los mosquitos ya no le hacían caso, permanecía todo el día en short y raras veces le picaba uno. Al principio se quejó de la comida pero luego probó los potajes más deliciosos en base de animales silvestres, se preparaba asados de jabalí, sajino, tucanes, la sachavaca era su favorito, hacía sopa de yuca, segundo de yuca, mazamorra de yuca y licor de yuca, cada vez que se acordaba  de los monitos  grises  se le hacía agua la boca, nunca pensó que esos animales a la leña fueran una delicia, cada vez que se le subía la presión se lanzaba calato al río, a la media hora recién lograba equilibrar su temperatura. Sus compañeros de trabajo nunca se metieron con él, lo respetaban. El mismo Tigre le guardaba cierto respeto. Por iniciativa del Barbudo, a quien los demás lo conocían como el Huanuqueño, el Mudo entró a trabajar al pozo, allí los cuatro hombres pisaban la coca, tenían que saltar encima de ella, esa era una de las tantas fases. El Tigre antes de entrar al pozo les sugería hablar de cualquier cosa pero menos de mujeres porque sino la hoja de coca se ponía celosa y se estropeaba, reían toda la noche saltando y tomando ron. Fue por esa fecha en que el Mudo empezó a soñar que alguien muy parecido a él, por no decir él mismo, lo mataba, se mataba a sí mismo siendo otro, ese sueño lo perturbaba, lo dejaba inquieto todo el día, ni él mismo se lo podía explicar, en el fondo temía algo malo.

El Tigre en una tarde de fiesta les hizo probar un poquito de ese polvo, cuando le llegó al Mudo éste se conmocionó por la efectividad del producto final, no podía creer que ese simple polvo fuera capaz de entumecerle toda la lengua. El tigre siempre fue cuidadoso con su negocio, desconfiaba hasta de su sombra, por eso él mismo se encargaba de darle el puntillazo final a la mercancía, ni al Huanuqueño, su brazo derecho, le transmitió el secreto, temía que lo traicionaran, si le pasaba algo se iría a la tumba con su secreto y se joderían todos. Esa misma noche con el producto recién terminado, el Tigre junto con el Huanuqueño se encaminan monte adentro, nadie sabía a ciencia cierta hasta dónde iban, sólo esperaban con calma el retorno. El Mudo desde el principio los tuvo bajo vigilancia, conocía al detalle el movimiento de cada uno, fue así como supo el lugar exacto donde el Tigre escondía sus dos metralletas, la mercancía y los dólares, también sabía dónde y a qué hora se producían los encontrones sexuales de Adelvina, mujer del Tigre, con el Huanuqueño y la mujer de éste con el Huaralino, pero lo más descabellado fue encontrar un foso lleno de esqueletos humanos; el Tigre asesinaba a sangre fría a todo aquel que decidía largarse de allí, temía que avisaran a la policía, por eso en su borrachera decía “Hagan lo que sea pero no se vayan”, todos los que intentaron irse fueron a parar al foso y nadie lo sabía salvo el Mudo.

A la mañana siguiente el deseo del retorno fue más fuerte, era como un imán que lo jalaba hasta su antiguo hogar, nunca había sentido tantos deseos de regresar. Por razones estratégicas no trató de cambiar su rutina, pero el Tigre lo olió a la primera. A eso de las tres de la madrugada sintió la aproximación de una mala aura, con sigilo se confundió en la espesura del monte, tragó con dificultad su saliva al comprobar que quien acababa de pasar machete en mano era nada menos que el Tigre. Al amanecer lo saludó de lo más normal pero ya nada fue lo mismo, el mundo era muy pequeño para los dos, al percatarse de la dificultad de cazarlo, mandó a su mujer a que se le ofreciera en bandeja, así lo mataría a plena luz y delante de todos, nadie le pediría explicación alguna. La mujer obediente entró a bañarse completamente desnuda cuando él precisamente se disponía a lavar su ropa, incluso le pidió que le jabonara la espalda pero el Mudo no cayó en la trampa, el Tigre desahogó su furia con todos los árboles de su alrededor. La guerra estaba declarada. El Mudo desde ese momento no dejó ni para dormir su machete. De continuar allí en algún momento el Tigre iba a lograr su objetivo, no había otra solución, partiría esa madrugada. Todas sus pertenencias se redujeron a una mochila llena de dólares y en un machete. En la más completa oscuridad salió de su madriguera. Como se sabía de memoria los caminos empezó a correr, no quería tener problemas con nadie, sólo quería irse, a los pocos minutos del inicio de su huida ve una delgada línea negra que le cruza el camino, es una culebra, se detiene, lanza un escupitajo, blande su machete, no había otra salida más que la muerte, ya no corre, está a la expectativa por ver de dónde sale y es allí cuando se presenta el Tigre, venía machete en mano porque no había tenido tiempo de sacar su metralleta. Es una lucha tenaz e incesante, ambos se ven las caras sudorosas con las chispas que salían de estas dos serpientes metálicas, dada su pericia con los machetes, el Tigre le taja la pierna izquierda, el Mudo sólo siente un líquido tibio que le baja lentamente por la pantorrilla e inmediatamente le hace otro tajo más en el abdomen, sólo siente cansancio pero no dolor, para recuperar las energías se mete por el matorral, se confunde entre los árboles, el Tigre se impacienta al no encontrarlo y cuando se da la vuelta ya es tarde, el Mudo de un solo tajo le abre la barriga, el Tigre cree que es un rasguño, pero cuando se toca la barriga siente que las tripas se le salen, aúlla de dolor pero ya es tarde, el Mudo le atraviesa el machete. Coge su mochila y empieza a corre pero esta vez sin desesperación. Corrió durante toda la noche y el dolor se hizo cada vez más insoportable, tanto así que maldijo su perra vida, cuando aclaró el día se vio la herida, cada corte superaba los 15 centímetros y la sangre seguía brotando, esos cortes lo habían debilitado demasiado. Luego de un esfuerzo sobrehumano por fin llega a la carretera, allí recién se sienta a descansar, hace lo posible para no quedarse dormido, al poco rato pasa un camión repleto de maderas, aprovecha la poca velocidad para subirse y allí recién se deja vencer por el sueño. Después de una larga y penosa caminata de ocho días llega a su destino. A dos kilómetros del pueblo quiso dar marcha atrás, no quería revivir malos recuerdos, quizás ellos ya lo habían olvidado, sólo causaría más dolor con su llegada, pero el deseo de volver a ver a su hijo era más fuerte que cualquier otro motivo, hace rato que se hubiera dejado morir si no hubiera sido por ese deseo. En el más completo estado agónico, cabeceando y fuera de sí reconoce a lo lejos la antigua casa de su padre, ésta le trajo muchos recuerdos.

Con todo el peso de la muerte encima, trata de serenarse, no tiene valor para tocar la puerta y para cerciorarse  si aún ellos vivían allí se mete por el jardín de geranios y margaritas, tantea las ventanas y una para su buena suerte se le abre de par en par, en su inconsciencia se le anula todo razonamiento y creyendo obrar bien, se mete como sea, cae pesadamente, se le vuelve a abrir las heridas, tropieza con varios objetos, la oscuridad agrava su torpeza, al quito paso siente que alguien lo agarra del cuello y lo tumba, en cada puñetazo sólo ve estrellas y puntos blancos, no se defiende ni grita, se arrepiente de alma haber regresado a ese lugar y cuando siente que el alma se le va del cuerpo ruega por su hijo y su madre, unas lágrimas de dolor le brotan al sentir la imposibilidad de volverlos a ver y es allí cuando una mujer prende la luz y cuando reconoce al intruso  queda petrificada, el joven al verla se alegra “abuela, atrapé al ratero” y cuando intenta golpearlo de nuevo, la vieja grita “suéltalo, es tu padre”. El muchacho siente helársele la sangre, el mundo se le cae encima, él también al igual que su abuela queda petrificado. Binn totalmente estático y ensangrentado sólo atina a mirarlo, era igualito a él, se le hace un nudo en la garganta: “sólo vine  para que me perdonaran, no les pido nada más, tuve que hacerlo porque ellos mataron a mi padre, pero que bueno hijo que defiendas a tu abuela, yo lo hubiera hecho. Estanislao lo abraza con todas sus fuerzas, siente un beso helado en la mejilla.

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