(cuento completo)
De
haberlo sabido jamás hubiera vuelto a ese lugar que extrañó desde el mismo
instante en que lo dejó y antes que el alma se le vaya del cuerpo rogó a Dios
por su madre e hijo. Como todo suceso importante la noche de su partida fue otro
de los tantos acontecimientos que jamás pudo olvidar. Hubiera querido que fuera
de otro modo; sin embargo, las repentinas circunstancias
le obligaron a salir raudo a media noche y en plena llovizna; tras haber
subido un escarpado cerro sin sentir el más mínimo cansancio, se detiene en
seco para contemplar, y desde arriba apenas puede distinguir una lucesita
anaranjada, más que incendio parecía una antorcha iluminadora en ese mundo de
oscuridad, estaba demasiado lejos pero aún así
llega a percibir la característica peculiar de una espesa y envolvente
humareda y es en ese momento recién cuando toma conciencia de sí, horas antes
actuó como una máquina, no pensaba ni creía en nada, sólo corría y corría,
esa hazaña instintiva lo dejó bañado
en un sudor tibio y con la boca reseca por la creciente fatiga. Cuando pudo
levantar nuevamente la mirada al pueblo, se le hizo imposible contener el
llanto, retornar a ese lugar sería difícil, casi imposible. Esta vez, dándole
la espalda al pueblo, empezó a caminar sin prisa pero con la conciencia de
saberse buscado por medio mundo, sintió, en el transcurso, una rara sensación
levítica, por fin, después de mil años, logró zafarse de lo imposible,
siente la satisfacción de haberse sacado esa
espina fatal del corazón, vislumbra horizontes posibles, siente el descanso del
silencio en el oído, respira con alivio. Aunque le costaría más trabajo,
decide abrirse paso por entre las tupidas ramas y árboles, descartando de esa
manera los caminos habituales que sólo lo conducirían a una fácil captura. En
un momento dado dejó a sus piernas a su libre albedrío pues aparte de la
oscuridad que no le dejaba ver más allá de sus narices
no sabía a dónde diablos estaba yendo, a veces cuando se desesperaba
y empezaba a correr, creía escuchar
sólo a unos pasos de él silbatos y
ladridos y cuando se detenía para
cerciorarse sólo el silencio le
respondía con más silencio. Tras largo trajín
por fin pudo llegar a la
encrucijada de un polvoriento camino. Permaneció largo rato con la incertidumbre de
cuál ruta tomar, luego, dado que sería más complicado para sus captores eligió el que llevaba al oriente por ser
el más tosco y enmarañado.
Parecía
de veinte pero en realidad sólo tenía dieciséis
añitos, su madre
la vio crecer día tras día y
sólo se dio cuenta que había
crecido del todo cuando una noche sin estrellas la sorprendió suspirando y
llorando por un amor que no podía controlar dada su insospechada intensidad e
inexperiencia. Aunque no se lo dijo María lo detectó instintivamente porque
vio en la hija los mismos síntomas que sintió cuando aún jovencita se enamoró
del primer y único hombre de su vida que ahora estaba dos metros bajo
tierra. Salió con más pena de la que
entró, en el jardín de geranios y gardenias, lloró y maldijo
el paso acelerado del tiempo porque algo en su corazón
le decía que su niña ya no la pertenecía. María del Carmen siguió
suspirando toda la noche por ese infante de marina que había ido hasta ese inhóspito
lugar sólo para darle una carta al alcalde, ella no se hubiera percatado de su
presencia de no haberse dado el
incendio que redujo a cenizas más de la mitad de la iglesia. Su desesperación
aumentó al recordar que su madre se había quedado con el cura ultimando
detalles para la misa del pueblo por su aniversario y pensando que no podría
vivir sin ella, contuvo la respiración y empezó a correr con toda velocidad
abriéndose paso por entre la gente y los escombros y no estuvo bien adentro
cuando se sintió cogida de una manera tal que le hizo recordar cuando se
columpiaba en el parque con sus primas. Él salió por entre las llamas, la
llevaba en brazos, ella, horrorizada y con la idea de su madre muerta, cayó
desmayada. La gente aplaudió y elogió esa temeraria hazaña. Mientras tanto,
por el lado opuesto, María la
buscaba desesperadamente y hasta hubiera entrado al fuego, sin importarle morir
carbonizada, si el cura no se hubiera atravesado en su camino, actuó de manera
instintiva porque no había otra persona, aparte de Dios, a quien amara más en
este mundo y cuando la localizó recién pudo respirar con gusto y mirando al
cielo dijo:
−Sin
estas cosas Tú no serías Tú.
No
fue sino hasta el amanecer del siguiente día cuando lo volvió a ver, hasta ese
momento creyó que todo lo sucedido había sido producto de su imaginación,
pero no, ahora lo estaba viendo en persona como lo había visto toda la noche en
su interminable y dulce sueño, sin hacerle ni decirle nada, sólo le miraba
detenidamente como para recordarlo siempre. Hubiera permanecido así todo el
tiempo si él no se hubiera acercado y aunque la recordaba en toda su plenitud sólo
quiso saber una cosa: su nombre. Ella sintió los mismos síntomas de una
sensación muy rara que asoció con la muerte y antes que el corazón le saliera
disparado por el pecho dijo: María del Carmen.
El muchacho continuó su camino. El pueblo lo despidió como a un héroe
por lo acontecido en la iglesia, lo saludaban y despedían a la vez
y en menos de media hora se hizo el más popular de Santa Clara. Hasta la
mitad sólo sintió la alegría de saberse héroe sin querer, pero de allí en
adelante, empezó a voltear el rostro hacia el pueblo cada vez más seguido,
esperaba algo, sentía en lo más profundo de su ser la necesidad de algo más
vital que la respiración, algo que toda la vida le había hecho falta pero que
recién en ese momento se dio cuenta por fin de lo que era y convenciéndose de
que el mundo es mundo gracias a los locos dio media vuelta y regresó como
perseguido hacia el pueblo. A mitad del camino se detuvo, reflexionó un rato,
la gente hacía poco recién lo había despedido, en nada valdría su
apresuramiento, sólo le acarrearía disgustos y pesares, se sentirían
burlados, y sentándose sobre una piedra esperó
que el tiempo pase, recién en ese momento se acordó de la tripulación, de sus
compañeros y del barco, ya estaba seguro que
su inmediato superior lo castigaría
enérgicamente por abandono de misión; sin embargo, al contrapesar, se dijo que
ya estaba cansado de ser tratado como un simple objeto, hasta ese momento sólo
había vivido para obedecer, recordó
aquella vez en que casi estuvo a punto de morir, a nadie le importó su salud y
si no hubiera tomado sus propias precauciones, hace tiempo que hubiera estado
bajo tierra, nadie lo recordaría, aborreció el momento en que fue a parar a
ese lugar donde lo trataban como a una pieza sin importancia. Había llegado la
hora de vivir, esos ojos negros llenos de ilusión lo sacaron de quicio e hicieron atenuar todas las consecuencias que podría llevar
consigo su indisciplina, sólo quería
verla. En plena noche cerrada y sin estrellas, dio lo primeros pasos en el
pueblo, los perros lo sintieron
primero, empezaron a ladrar desde
todos los rincones, la gente le salió al paso uno por uno y cuando llegó a la
plaza de armas una multitud sorprendida lo rodeaba. No se manifestó
sino hasta cuando estuvo frente al alcalde, la mirada de sorpresa de éste
le hizo pensar en muchas posibilidades y
no se decidió por cual hasta que escuchó la pregunta.
−¿Por
qué o para qué regresaste?
−No
es nada señor alcalde, lo que pasa es que el barco donde vine acaba de zarpar,
quizá alguna misión de último minuto les obligó a irse sin mí. Y como si
Dios o el diablo lo estuvieran ayudando, cuando levantaron la mirada hacia el
oeste vieron en la superficie interminable la pequeña figura de un barco en
movimiento, con su apenas audible rugido y su infaltable hilito de humo blanco.
Le
hablaba a ese siempre cordial alcalde pero a la vez, tenía los ojos puestos en
María del Carmen, ella se sintió tocada, por primera vez
algo salido de su corazón le
aseguró que ese marino había vuelto por ella y al percibir esa vívida mirada se sintió más feliz que en toda su vida, su agitada
respiración delataba su alegría incontrolable, sus ojitos negros brillaban como
estrellas en la noche más oscura,
al tercer llamado recién se percató de la insistencia de su madre, se alejó
triste, con los ojos puestos en él. Tras acondicionarle una habitación en la municipalidad,
todo el mundo se fue a dormir. Sabía que esa noche no podría
pegar los ojos y para calmar su ímpetu amoroso que lo consumía segundo
tras segundo, salió al balcón con
ganas de seguir recordando esa
carita angelical, todas las luces
de las casas se fueron
apagando pero sólo la de María
del Carmen permaneció encendida por más tiempo de lo acostumbrado, su instinto
de enamorado le hizo creer que
aquella silueta negra tras la
ventana era su amada y no se equivocó. María en su inquietud de madre, al
creer que en algo pudo haberle afectado
el incendio, entró a la habitación sin hacer el menor ruido y allí contempla
aquello por lo cual había rogado que nunca sucediera, pero en ese momento, para
su lamento, recién había empezado y con una intensidad tal que nada ni nadie
podría reprimir; sintió en esa habitación
de niña el aura del amor más puro revelada en los incontables suspiros
y lágrimas, por experiencia propia no le fue a aconsejar, no quería echarle más
leña a ese
fuego amoroso, mecánicamente
volvió tras sus pasos y salió al jardín a llorar sus penas. El muchacho también
sintió el torrente del amor descontrolado, bastó esos detalles para ser feliz,
había progresado demasiado para tratarse
del primer día.
Ya
estaba en ese lugar más de quince años y
nadie sabía a ciencia cierta quién
era ni a qué vino, todos ignoraban su verdadero nombre.
Caminó
mucho durante días, cruzó interminables montañas, ríos y quebradas, así
como pasó por lugares totalmente desolados llegó a muy diversos pueblos donde
la gente se aglomeraba viéndole pasar, lo miraban con cierta extrañeza, porque
mientras ellos caminaban con ropas cortas, él se desplazaba bien enfundado en
su gabán de piel de oso; pasaba por un mercadillo y no se detenía a probar
bocado, ni alquiló una habitación, sólo caminaba. Dada su obstinación
parecía que le urgía llegar con prontitud a algún lugar pero ni él
mismo sabía dónde estaba ni mucho
menos a dónde se dirigía. Caminaba con cierto temor, siempre miraba atrás
para cerciorase si alguien lo seguía, jamás se sintió seguro en ningún
lugar, con sólo pensar que en cualquier momento le pondrían las manos encima
se aterrorizaba y empezaba a tener miedo de todo el mundo y más aún de
aquellos que se quedaban mirándole, esa gente, tarde o temprano, colaboraría
con la policía, él lo sabía muy bien por eso caminaba con mucha indiferencia,
odio y desdén. Sólo se sentía tranquilo
y sosegado cuando llegaba a los
lugares más escarpados donde ningún otro ser humano tenía los pies puestos
allí. No seguía ningún sendero, él mismo creaba su ruta y donde le sorprendía
la noche, allí se echaba a dormir y aunque estaba profundamente agotado cada
cierto tiempo abría bruscamente los ojos porque en ese preciso instante
se le venía a la mente que sus captores
ya podrían estar allí, miraba arriba y abajo conteniendo la respiración
y al no pasar nada, volvía a
cerrar los ojos, cabeceaba una y otra vez en su improvisado lecho.
A
la mañana siguiente despertó bruscamente, el chillido de algún animal
lo puso al corriente de su calidad de perseguido y aunque en realidad no
sabía la hora exacta, sentía que ya había descansado demasiado, deshacía su lecho
para evitar huellas y continuaba su camino, y si el sendero era amplio y
de fácil acceso se detenía y
dando un escupitajo de rabia cambiaba de dirección, se metía por entre las
acequias y espinas. Fue así como resultó en un lugar
donde el clima y el ambiente
distaba radicalmente del lugar donde estuvo antes, después de mucho tiempo de
caminata llega sin querer (no tenía
otra opción) a la selva, fue ese
el único lugar donde se quedó mirando a su regalada gana la tupida vegetación
y a los raros animales, allí recién se sintió libre, respiró con gusto ese
aire tibio; sin embargo, la constante llovizna y el calor insoportable esta vez
sí le obligaron a deshacerse de su gabán−frazada,
esa húmeda indumentaria lo obstaculizaba para moverse como quería, con el
dolor de su corazón lo arrojó por allí, sintió la ingrata sensación de que
ya no iba a regresar nunca más por ese lugar, el camino que abría a duras
penas se cerraba a su paso con mucha facilidad. En ese lugar nadie lo perseguía
pero sí estuvo a punto de llorar y todo por una razón: no tenía la
herramienta ni la indumentaria adecuada, al principio, en cada riachuelo, se
sacaba y ponía los zapatos, a cada instante tenía que hacer la misma operación
y en un momento, cansado de tanto estar poniendo y sacándose
los zapatos, optó por amarrárselos
bien y cruzar, total
ya estaba mojado, de la misma manera la inesperada lluvia lo empapaba de cuerpo
entero y al instante
un sol de desierto lo
achicharraba, de tanto estar de calor en frío y de frío en calor, su piel
empezó a tornarse de una coloración grisácea, toda la indumentaria que
llevaba puesta no era la adecuada para ese ambiente. La primera noche
que pasó en ese lugar fue
algo que recordaría toda su vida. Oscureció progresivamente hasta que se apagó
todo por completo, dormir en el suelo fangoso sería suicida, alguna fiera o
serpiente lo mataría en el acto, decidió hábilmente treparse a la copa de un
árbol, yacía aferrado a una rama
gruesa, el rugido de una fiera que no pudo identificar en ese momento le
espantó el sueño por completo. Fue la noche más larga de su vida y en
ese momento más que nunca no podía
mirar el curso de las estrellas para calcular el tiempo, inmensos árboles
obstaculizaban toda vista, sentía
ardor en todo el cuerpo, la insolación y los cortes que le ocasionaron las
ramas y las espinas lo habían
afectado sobremanera, sentía el dolor muy intensamente y más que la insolación
y las tajadas fue la picadura de
los mosquitos los que convirtieron ese cuerpo
en una masa informe, le salió ronchas por todos lados, fue presa de una
fiebre asombrosa hasta el punto que
abrazado al tronco del árbol empezó a delirar, cuando abrió los ojos, el día
ya había aclarado, mira desde lo alto qué camino sería de más fácil acceso,
mueve la cabeza con pesimismo, esa jungla era simplemente impenetrable, por
donde se desplazase tenía que
abrir camino y lo peor no tenía ese necesario machete que le habría facilitado
el viaje, se sintió perdido; sin embargo, eso no le preocupó tanto,
sino la urgencia de una necesidad interna, sentía sed como si nunca en
su vida hubiera probado una gota de agua, bajó como pudo del árbol, le dolía
el brazo, el pecho, su cuerpo era un templo del dolor, sólo quería saciar un
mandato perentorio, empezó a correr como loco
abriéndose paso por entre las ramas y cuando vio culebras de distintos
colores y tamaños no le causó el más mínimo espanto, un principio que
aprendió de la calle fue “animal
que no temes animal que te teme” y en efecto , las culebras salían disparadas
a todas partes o se hacían las
dormidas, actuaba con soltura porque sabía que no iba a morir en ese lugar, de
ahí su desprecio a esos pérfidos y
letales animales, hubiera dado un brazo (el izquierdo) por tener un machete en
ese momento, eso le hubiera facilitado la vida por completo. A pesar de lo
enmarañado del terreno intentó correr, no calculó cuanto pero en menos de
cien metros sintió un cansancio
como si hubiera corrido toda la vida y lo peor es que no encontraba
ningún riachuelo de mierda para saciar su sed; en su incursión a ese
lugar hubo tantos riachuelos y en
ese momento, cuando más los
necesitaba, habían desaparecido por completo, cayó rendido por entre los
arbustos, ya no podía más, de pronto sintió un líquido salado en la boca, no
se lo pudo explicar y aún así se lo tragó con dificultad, uno, dos hasta tres
bocados, cuando se pasó el dorso por los labios vio
con espanto que ese líquido inexplicable no era otra cosa que su propia
sangre, ese líquido amargo e hirviente le subía desde el estómago, creyó que
había llegado su fin, esperó la muerte con resignación, en ese momento
concluye que todas las muertes eran comprensibles
menos esa, empezaba a morir víctima de sí mismo, sería pasto de los
animales más fieros, esa era una posibilidad
indeseable pero muy probable. Esperó a la muerte sin mover un solo músculo.
Como
dos horas después, un ruido tenue y sostenido lo despertó, se restregó los
ojos una y otra vez para convencerse que
aún no estaba muerto, no sabía si llamar suerte o maldición a ese destino
infame, se sintió conmocionado al
sentir el dolor de la picadura de
los mosquitos, ese dolor comprobaba que aún existía y aunque sus músculos ya
no obedecían ninguna determinación suya, se levantó y actuó de lo más
extraviado y se hubiera ido por cualquier lugar
como siempre si en esta ocasión no
hubiera aparecido ese ruido sostenido y melodioso, enrumbó hacia esa dirección,
hasta ese momento, a pesar de
saberse vivo, sólo actuaba de
manera mecánica, no pensaba ni creía en nada y aunque se dirigía a ese lugar
de donde provenía el ruido y donde supuestamente encontraría su salvación, él
racionalmente no buscaba salvarse, sólo quería llegar a ese lugar, se obstinó
tanto que no era un deseo normal
sino una determinación mecánica.
Fue
dándose tumbos por entre el follaje, ya no sentía las picaduras de los
mosquitos a pesar de estar envuelto por un enjambre, después de sentir tanto
dolor ahora ya no sentía nada, su cuerpo se había insensibilizado, dejó de
ser carne viva, daba la impresión de ser un muerto andante, se caía y golpeaba
con las ramas pero igual no sentía el más leve dolor. A medida que avanzaba el
ruido se iba intensificando, el cuerpo lo
vencía, seguía yéndose hacia delante hasta que tropezó con la
raíz de un enorme árbol y cayó pesadamente, se trituró la ceja y se
raspó hasta sangrar la pierna izquierda, recién en ese momento se percató de
su mal estado, sentía un nudo en la garganta que no le dejaba respirar, intentó
pararse, fue en vano, las piernas, en especial la izquierda
ya no le respondían y como si fuera poco esa sangre humeante de la
pierna llamó a más mosquitos que hicieron de ese cuerpo todo un festín.
Motivado por ese ruido, que ahora se escuchaba más cerca, empezó a arrastrarse
imitando a la culebra, se agarraba de arbustos y ramas con tal de avanzar,
cuando por fin escuchó más cerca el
ruido de su salvación, sacó fuerzas de flaqueza para ponerse de pie, la cabeza
lo llevaba por donde quería y cuando estaba por caerse reaccionaba de pronto
para volver a trastabillar como antes. Caminó hasta con los ojos cerrados, no
sentía hambre, sed ni cansancio, no sentía absolutamente nada, la mente se le
nubló por completo, vencido por el peso de su cabeza volvió a caerse, rodó
sin oponer resistencia, sólo por instinto se cubrió la cabeza, cuando por fin
se detuvo, se encontraba a orillas de su salvación: un río inmenso de aguas
oscuras recorría su curso mansamente; metió la cabeza con la intención de beberse todo el agua, estuvo cerca de
media hora así, cuando sacó la cabeza creyó que se había tomado toda el
agua, sintió pena por los peces, pero no, fue el líquido más delicioso que
había probado en toda su vida, la frescura del agua reanimó su carne, recién
en ese momento escuchó el chillido de los pájaros, de los monos y de todos los
animales juntos, incluso percibió el movimiento sigiloso de las serpientes que proliferaban a su alrededor, si había
llegado hasta allí sería por algo, fue como un aliento para seguir luchando y
si antes que no quería y estaba
vivo sería porque alguien muy poderoso lo estaba ayudando, ahora, dadas las
condiciones todo estaba en sus manos, debía hacer algo, tenía la
necesidad imperiosa de urdir algún plan para salir de ese lugar, debía
de apresurarse si no quería ser
presa de esas temibles y repulsivas serpientes, morir en manos de
esos letales animales no se lo deseaba
ni a su peor enemigo, pasar la noche allí sería fatal
y si no fueran los animales, el hecho de saberse solo lo mataría y por
momentos ni hasta morir le
importaba, sólo quería una cosa: dormir. El sueño lo vencía, estaba
totalmente cansado, los párpados le pesaban como plomo, sólo el chillido de
los loros lo despertaban de su entresueño, se dijo mentalmente que sólo quería
dormir diez minutos y cuando estuvo a punto de abandonarse un grito parecido al
de una mujer infundió a sus carnes un miedo ancestral, por un instante todo el
cansancio se le fue del cuerpo, asoció rápidamente ese grito femenino con el
demonio; sin embargo, sobreponiéndose al susto, también dedujo la posibilidad
de la existencia de algún
cristiano, estuvo a punto de decir aquí, aquí,
pero el grito no volvió a repetirse, se creyó víctima de su propia imaginación,
tambalea en su sitio, los pesados párpados le traicionan otra vez, intenta
abrirse los ojos con los dedos,
cabecea parado, es allí donde nuevamente vuelve a escuchar el grito de antes,
no podía ser, retrocede espantado, cree que es el diablo quien le juega esa
mala pasada, trata de huir, pero pisa en falso y cae pesadamente al fango, mira
a todos lados, no lo puede creer, es imposible otra existencia humana en ese
lugar impenetrable, se cree víctima de sí mismo,
se toca la frente con la palma; ardía a fuego vivo; sin otra
oportunidad, gira la cabeza y busca con los ojos algo que ni el mismo sabe bien
qué es, de pronto encuentra aquello que
probablemente sería su salvación o en todo caso su ruina, pero era el único
medio, no tenía otra opción, tantea el peso de los troncos, escoge el más
liviano, tiene el grosor casi de una tabla, para comprobar lanza una rama
gruesa, esta se desliza tranquilamente por la superficie
del río, respira con alivio, se alienta al ver esa posibilidad, con
calma se sumerge en el agua, se aferra al tronco con brazos y piernas y temiendo
cualquier cosa inesperada se ata al tronco con su pantalón, la corriente lo
lleva como una hoja seca, siente el placer del descanso, se imagina en un prado
en plena primavera, tiene una fuerte sensación de desmayo, siente su cuerpo
anestesiado por el sueño, se deja llevar a la deriva por entre los árboles,
cruza por esa fisura en medio de chillidos y alborotos , es allí cuando el
cielo, en el momento menos pensado, empieza a desplomarse, la lluvia cae
copiosamente, a cántaros, el caudal aumenta, se vuelve más peligroso, el
tronco sube y baja, toma distintas posiciones y lo peor, la velocidad de su
desplazamiento había aumentado, esa hazaña temeraria le habría costado la
vida si no se hubiera amarrado al tronco, esto lo ligaba al tronco tanto que
parecían uno solo, cuando despierta de los tres minutos de sueño, se dio
cuenta de la locura que había cometido, haberse dejado llevar
por el río amarrado a un tronco ni en su peor borrachera lo hubiera
hecho, la corriente a veces lo hacía revolcar, lo sumergía y lanzaba,
agradeció que ese río no tuviera piedras porque sino hubiera sido
fatal, por momentos el río se amansaba y
por otras era tan bravo que estuvo
a punto de ahogarlo, esperaba ver a algún cristiano
por allí, pero por donde observaba
todo era árbol y más árbol,
se conforma con seguir con vida, ya llegaría a algún lado, el haberse dormido
unos minutos le ayudó en algo, recobró un poco las fuerzas, tanto deseó agua
que ahora estaba a punto de morir ahogado y cada vez que se sumergía
comprobaba la vulnerabilidad de la existencia humana, “que tan poco somos en
este mundo de mierda” pensó, se sintió un insignificante bicho, que tan fácil
se le hubiera ido la vida si antes de sumergirse no hubiera contenido la
respiración, ahora nada dependía de él, allí es cuando se dio cuenta
que no era dueño ni de su propia vida, se sintió abrumado al percibir
la proximidad de la muerte, sintió lástima de su existencia al percatarse que
esta dependía de un
miserable tronco, una simple cosa como esa era imposible, toda una compleja
existencia dependiendo de un tronco para cuya formación
él no había contribuido en nada pero en ese momento le estaba
dando segundos más de vida, sí, aún nada había acabado, todavía
estaba vivo, todavía podía salvarse y para continuar viviendo no tenía que
hacer absolutamente nada, sólo debía dejarse llevar y esperar que la geografía
y el rumbo del río no sean tan bruscos ni pedrosos, hasta ese momento
felizmente no había chocado con nada y en caso de presentarse algún imprevisto no podría salvarse porque tan
fuertemente atado como estaba imposibilitaría cualquier ágil movimiento. Ese
vil suplicio no tenía cuando acabar, ni él mismo lo sabía, abrigaba en lo más
profundo de su ser la esperaza de un milagro, sería una tarea difícil ganar la
orilla de ese interminable río, deseó de todo corazón ser un lorito en ese
momento, así distinguiría
desde la altura toda esa espesura selvática, la causa de su lamento no
fue tanto estar allí sino el no tener las herramientas necesarias para hacerle
frente a ese enemigo astuto que se
volvía más cruel cuando él más
se afanaba y arriesgaba, ese enemigo inmisericordioso
no entendía ni súplica ni
perdones, sólo buscaba una cosa: su vida, esa vida única tan querida y que
estaba a punto de perderla, así era la selva, se contentaba si morían y de
igual manera se contentaba si lograban salir de ella, cualquier opción era un
logro para esa diosa virginal.
Estaba
en una trampa mortal, haber llegado hasta ese lugar ya era toda una proeza, jamás,
ni en sus sueños, imaginó un día como ése, pero aún nada había terminado
porque se le vino a la mente la posibilidad inminente de la noche, la oscuridad
en combinación con ese río turbulento lo matarían, es más, un par de horas más
así sería imposible, ya no sentía sus brazos, de tanto estar debajo del agua
se habían insensibilizado, la sangre de sus brazos se había helado, era como
no tenerlas porque estaban allí
abrazadas a ese tronco podrido sin que él mismo los ordenara, se habían
automatizado igual que sus piernas, lo único bajo su control en ese momento
eran sus ojos, los abría y cerraba cuando quería, el resto de su cuerpo había
cobrado su propia independencia, no podía hacer nada contra el paso precipitado
del tiempo. La noche ya se aproximaba y
él no tenía cuando detenerse, traga saliva convencido de su mala suerte, ese río
sería su tumba, ninguno de sus familiares había muerto ahogado, el pasaría el
reto de ser el primero, no tenía otra oportunidad, su destino final era la
muerte, hacia allí se dirigía sin
remedio, por ratos pensó en precipitar su tragedia, pensó en zafarse de la
atadura y morir de una vez, tentó a la muerte tal como tenía
la sangre en ese momento: fría, después de haber pasado por tanto trajín
la muerte sería la recompensa de
ese esfuerzo, total el susto de saberse muerto era más grande que la misma
muerte, si todo lo vivido no era muerte ¿qué era entonces? Decidió quedarse
como estaba, un solo hombre no podía con tanta adversidad, “si viene la
muerte, bienvenida sea”, se resigna, “ no haré nada por evitarla”, y
vencido por el cansancio una vez más se quedó dormido. Al dejar de
desesperarse el tronco vuelve a desplazarse tranquilamente, el curso del río
toma rumbos abruptos, en su
conformación se angosta y el
zigzag es una constante, cuando no
cabía otra posibilidad que la
muerte el río volvía a tomar una
dirección rectilínea de cuyos costados salían pequeñas canaletas, al ver
estas desviaciones volvió a creer en la vida, se dijo que ese río no mataba a
quien le mostraba el pecho, se dio el lujo de retar a la adversidad, hija
natural de la muerte, en ese preciso momento triunfalista la corriente lo
sumerge y revuelca, esta vez ya no va encima del tronco sino debajo
de él, se arrepintió de haber abierto la bocota antes de tiempo. Aprovechando
el desvío del río rema con la mano izquierda
y se encamina hacia otro efluyente de ese inmenso río. Las aguas de esta
son cristalinas y calmadas, se desliza con tranquilidad, se contenta al ver el
ambiente calmado y las orillas angostas, se deja llevar como por el entresueño,
su carne magra descansa, siente el deslizamiento como el arrullo de su madre
cuando niño, otra vez cae rendido por el cansancio, cierra los ojos pero
aguanta el sueño, el tronco se desliza sin resistencia. De pronto cuando estuvo
yéndose así, totalmente libre y al deseo del río, llega a un tramo donde
la superficie está libre de toda
vegetación y a cien metros más abajo dos mujeres se hallan
lavando las ropas de sus hijos, al principio piensan que es un simple
tronco pero cuando lo observan más detenidamente, ven encima de este a nuestro
hombre que al no dar signos de vida parecía estar muerto. Inmóviles por el
suceso inusual, empiezan a chillar aterrorizadas, cuatro nativos, machete en
mano, aparecen por distintos direcciones, las mujeres apuntan hacia el tronco,
abren enorme los ojos y no lo pueden creer, siempre habían vivido solos y de
pronto un hombre pegado a un tronco aparece
de la nada, el asombro también los paraliza, solo el barbudo del grupo
siente la imperiosa necesidad de ir al rescate, se lanza antes de perderlo, sabe
en el fondo que si no lo hace viviría
en constante pugna con su conciencia, si el hombre estaba en problemas había
que ayudarlo, si lo encontraba muerto, normal, lo importante sería la intención,
si lo encontraba vivo, mejor aún, había salvado una vida, se sentiría bien,
casi un héroe; dada la tranquilidad del río, llega a él sin tanto esfuerzo,
el rostro pálido le infundió de temor, parecía estar muerto ya desde hacía días;
sin embargo, la forma en que estaba aferrado al tronco aún le dio esperanzas,
desató la atadura y lo lleva a la
orilla, se alegra al comprobar que el hombre aún respiraba, tenía el cuerpo de
un muerto, pero aún respiraba. Despertó bruscamente después de tres días.
Ideó
un plan estratégico, debía de aplicar toda su astucia si quería un buen
final, el fruto de su existencia debía de ser interpretado como una suma de
casualidades, y no esperó mandato alguno, él mismo, al día siguiente, se puso
a la orden del señor alcalde y como primera medida empezaron a limpiar los
escombros del incendio, antes de cualquier ingreso, mientras otros jalaban el
desmonte, un grupo selecto se empeñó en buscar
meticulosamente los objetos sagrados, fue así como encontraron
el manto de paño con pan de oro, coronas y candelabros de plata, también
encontraron la Biblia en un lugar donde no tenía por qué estar allí, hicieron
todo un trabajo arqueológico en esa iglesia, el marinero entregaba todo de sí,
el esfuerzo pero sobre todo su iniciativa fueron dignos de elogio. Aún el padre
Diosdado no se había sobrepuesto a la catástrofe, andaba como alma en pena,
decía que ese incendio era un castigo divino porque la gente ya no acudía
asiduamente a la misa, él mismo días antes había soñado con un pueblo en
llamas, y miren ahora, la iglesia, el corazón del pueblo, había
sido presa del peor castigo, para espantar el desánimo el marinero
propuso se hiciera una cruzada a favor de la reconstrucción de la iglesia,
cuando el padre escuchó esta propuesta, levantó la mano en señal de triunfo,
elevó una plegaria al cielo no
tanto por la idea sino por el arrojo del muchacho, “Claro hermano”, dijo el
padre, “la reconstrucción de la iglesia nos hermanará”. Y esa misma tarde,
el padre Diosdado, la viuda María y el marinero pasaron de casa en casa
pidiendo colaboración, la gente daba su voluntad, y los que no tenían dinero,
se ofrecían como voluntarios para uno o dos días de trabajo, harían cualquier mandado
y al final cuando destaparon las latitas, lo recaudado
no daba ni para levantar una pared, desalentados se miraron perplejos,
con esa plata no llegarían a ninguna parte, el marinero se sintió
desilusionado y la viuda María no sabía qué hacer, ya estaba pensando en
vender su casa hasta que al padre se le ocurrió
una idea que él mismo reconoció como último recurso y cuando le
dijeron cual era sólo dijo “ya
verán mañana”. Se pasó toda la noche rezando, los demás fieles también
hicieron lo mismo, al día siguiente el padre escudado por la viuda y el
marinero que siempre se mostraban dispuestos para cualquier cosa se fueron al
lugar más concurrido: el mercado, allí, previa encomendación, el
padre pone la palma en la
frente del pecador y ruega por su salvación, la gente se aglomera, se forma una
larga cola y a medida que el padre los reza, el vecino como todo hombre pecador,
deposita en un tarrito su voluntad, allí estuvieron durante muchas horas, y la
cola se alargaba cada vez más, el marinero
tenía ya más de tres cajas llenas de dinero, se sentía feliz, el
tintineo de las monedas lo llenaba de esperanzas y emocionado, sólo sabía
decir “Dios te bendiga” . Fue así como al final lograron construir una
hermosa iglesia, reemplazaron las tablas y palos por los ladrillos. Al marinero
en ese momento se le ocurrió una gran idea, se alegró por su decidida
presteza, siempre a la orden del
pueblo y por primera vez
en ese momento no pensó en otra cosa sino en el día de su matrimonio,
esa sería la mejor retribución a
su decidido esfuerzo, el padre y esa recién construida iglesia serían testigos
del amor más puro que sentía por María del Carmen, la dueña de su vida.
Sus
acciones debían de ser precavidas y aunque su descontrolado amor lo impulsaba a
veces a tomar locas decisiones tenía que pensar con la cabeza fría, fue así
como en tres ocasiones estuvo a punto de llevarle un conjunto musical al mismo
estilo de los mariachis, la primera vez sólo lo pensó, la segunda conversó
con los integrantes , les preguntó sobre su vestimenta y el precio y en la tercera ocasión se tuvieron que regresar de medio camino, la
valentía se le acabó a medio andar, llegó con la fatiga y la boca reseca, se
convenció de haberse ahorrado un buen lío, el pánico de verla salir por la
ventana lo hubiera matado. Toda su vitalidad y energía se reducía al encanto
de una sonrisa que él interpretó de mil maneras y siempre a su favor, ese único
detalle no lo dejaba vivir tranquilo, quería hacer mil cosas, estaba dispuesto
a ganársela a puro pulso y aunque las locuras de amor son bonitas, debía ceñirse
a un proceso y para empezar tenía primero que ganarse la confianza de María y
como medida de emergencia y siempre pensando en ella, colaboró sin desmayo en
la construcción de la iglesia, ese esfuerzo lo hacía para ganar puntos
y él lo sabía, María lo miraba con cierta reserva y aunque hasta ese
momento no sabía quien era el dichoso por quien su hija se desvelaba, había
algo en él que ella presagiaba le traerían muchos dolores de cabeza, sólo una
vez le dirigió la palabra, fue en pleno trabajo de la iglesia, él había
estado desde temprano, sólo el esfuerzo físico lograba aplacar la llama de su
amor, cuando de pronto: “descanse joven, ya hizo demasiado por hoy día”, el
marinero obedeció feliz, por fin oyó directamente la voz de la madre de su
amada, a ese paso no tardaría en ganarse el cariño y respeto. Ella sentía su
presencia antes que él aparezca, se paralizaba cuando oía a la gente hablar de
él y si salía a la calle rogaba a Dios para verlo aunque sea un segundo, esa
gracia sería suficiente para guardarlo en su mente y corazón, lo amaba cada
vez más.
Los
cambios de María del Carmen alertaron
a su espantada madre, redobló la
vigilancia, no la dejaba ni por un segundo, como medida previa, para evitar
cualquier fuga inesperada, mandó poner barrotes en todas las ventanas de la
casa, con esos actos sólo consiguió el mutismo y resentimiento de parte de su
hija, la consuela y trata de tranquilizar con una mentira nada eficaz “es para
precaver los hurtos hija”. El marinero se hubiera atrevido a entrar al mismo
infierno y por la puerta grande pero nunca se le pasó por la cabeza meterse por
la ventana. Quería ganarse el amor de ese ángel limpiamente, a pulso, su gran
amor le impedía hacer
cualquier acto brusco y cobarde, temía perderla.
El
alcalde lo tuvo como a un buen compañero, andaban por arriba y abajo
los dos juntos ideando mejoras para el pueblo, nunca hablaron del tema
pero al cuarto día el alcalde se dio cuenta rápidamente que ese
muchacho se estaba muriendo de
amor, no necesitó de confirmación alguna, bastó ver esos ojos amarillos para
confirmarlo todo, quería saber quién era la elegida sin que él se lo dijera,
siempre estuvo al tanto hasta que el día menos pensado cuando María del Carmen
y su madre se acercaron para hablar
sobre los preparativos para el aniversario del pueblo, vio al marinero tan
muerto de miedo que creyó que estaba a punto de morir, lo sacudió creyéndole
víctima de alguna asfixia, durante la entrevista el marinero no había abierto
la boca para nada, temblaba y tragaba con dificultad su saliva, cuando ellas se
fueron recién allí regresó a su color normal, el alcalde no le dijo nada, sólo
movió la cabeza en señal de haberse sacado un gran peso de encima, ya sabía
quién era la persona que ponía en jaque mate
a su siempre activo compañero. La historia aún no estaba dada pero se
alegró por ambos, harían buena pareja. El marinero ya no pudo más con tanto
amor, el vivir recordando ese simple detalle de la sonrisa ya no lo alimentaba
como antes, andaba ojeroso, amarillo y torombolo, se pasaba toda la noche
pensando en los pocos minutos en que la había visto en todo el día, no tuvo
otra oportunidad que decírselo al alcalde, éste se alegró, por fin había
erupcionado el volcán, un día más así y la fuerza de todo ese amor contenido
lo hubiera dejado privado. Y como primer paso lo hizo tranquilizar “en
adelante reprime tus nervios y mírale de frente
a los ojos hasta que ella rehuya los suyos”. No tendría el valor
suficiente para hacerlo pero igual movió la cabeza en señal de aceptación.
Como
efecto colateral desde ese día deseó de alma no toparse con la
reina de su vida, sentía ganas de morir, se hacía un mundo, le daba
miles de vueltas a un mismo asunto, a lo largo de una semana huyó espantado un
par de veces cuando estuvieron a
punto de encontrarse frente a frente, pero cuando estaba en la soledad de su
cuarto, se moría de ganas por volverla a ver. Se deleitaba recordando las pocas
imágenes, pensaba en distintas posibilidades y si ella se movía o reía de tal
o cual forma era porque simplemente él estaba allí. Ese calvario no tenía
cuando acabar y para aliviar sus penas decidió
pasear cada tarde por las afueras del pueblo, entre los árboles y las
aves la recordaba mejor, se imaginaba frente a ella y cerrando los ojos se veía
diciéndole palabras de amor y ella
emocionada lo abrazaba tiernamente y
lo llenaba de besitos. Así soñaba despierto todos los días. Sólo en el mundo
del ensueño era feliz pues las cosas le salían como él quería. Nunca imaginó
esa posibilidad pero cuando la vio frente a frente se creyó víctima de una
ilusión, él mundo se paralizó, hasta las aves dejaron de volar cuando ella
apareció inesperadamente, estuvieron en la más completa perplejidad mirándose
durante varios minutos, sólo al fondo se escuchaba el rumor del río, el
tenerla en frente le trajo muchos problemas y para empezar sus sentidos le
empezaron a jugar una mala pasada, ella también estaba nerviosa; sin embargo,
al verlo a él a punto de llorar como un niño, intentó sobreponerse al
momento, ocultó sus nervios con una sonrisa tierna y fresca. Trató de
serenarse, esa oportunidad la había esperado ansiosamente desde hacía mucho
tiempo y por una feliz coincidencia ahora
la tenía a un metro de distancia, intentó hablar, fue en vano. Ella recordaba
vivamente el día de la tragedia en la iglesia no tanto porque estuvo a punto de
morir carbonizada sino porque él
la había salvado, la había cargado como
se hace a la novia en su primera
noche, rompió el hielo del silencio agradeciéndole esa acción valerosa de la
cual ya había pasado más de siete meses, este detalle lo alentó, recobró un
poco las fuerzas y como sabía que no tendría otra oportunidad como esa, decidió
contarle todo desde el momento en que la vio meterse sin control por entre las llamas, ella lloraba con cada palabra, ya quería
morirse, su felicidad le hizo soñar
con un mundo bonito. El también se emocionó y entre lágrimas le dijo si
estaba en ese pueblo no era por otra motivo que por ella, se prometieron amor
eterno. En cuanto a su madre, en caso se opusiera, ella misma le haría ver la imposibilidad de poder vivir sin él, tanto
él como ella no tenían otra oportunidad sino la de amarse mucho hasta la
muerte, habían nacido el uno para el otro. El quererse
pero estar lejos era una de las infinitas posibilidades del amor, él la
veía allí, a diez metros de distancia, sin poder besarla ni tocarla, llorando
de emoción. Había esperado muchísimas horas para un minuto de gracia, ella
también se alejaba mirando siempre atrás sin poder hacer nada frente al hielo
de su madre y cuando desaparecía, él regresaba feliz a donde el alcalde,
recordando los colores de su vestido y la impresión de una fragancia
que él solo detectaba en el espeso sopor de las tres de la tarde.
Esos
días eran dignos de un formidable ensueño hasta que de pronto dejó de verla,
ahora María iba sola a la iglesia y regresaba acompañada del
padre, el marinero estuvo a punto de enloquecer, movió sus influencias y
gracias a sus amistades se enteró
más rápido de lo esperado de la noticia: su amada había caído en cama. El único
médico del pueblo la fue a visitar, al rato después salió de la casa muy
preocupado pero no por la paciente sino
por él, esa mujer estaba a punto de morir y él no le había detectado
absolutamente nada, estuvo a punto de darse por vencido, hasta que de pronto,
después de haberle dado tantas vueltas al asunto, detectó el motivo: “esa
enfermedad se llama mal de amores y eso no lo cura ningún médico”. María no
reparó en la sentencia, ella ya lo sabía desde hacía tiempo y si llevó al
cura no fue para el caso de su hija sino para el suyo propio porque la tristeza
la estaba consumiendo. La realidad deprimente la obligó a ceder, como la vio en
la víspera tan mal y como quien cumple un último deseo, decidió salir a
buscar a ese marinero de agua dulce, iba preguntando por todos lados y nadie
ni el alcalde lo había visto en todo el santo día, cuando regresó a
casa toda cabizbaja, se sorprendió pues lo primero que vio allí fue al
marinero conversando amenamente con su hija. No fue ningún truco, ella
realmente había estado mal, allí recién comprendió: la mejor cura no fueron
las pastillas de botica ni las plantas silvestres sino ese marinero que podía
vanagloriarse de tener un gran poder de sanación, al menos en ella. Desestimó
todo reproche, la vida de María del Carmen le pertenecía pues la había
rescatado de la muerte, se resignó a aceptarlo, y al sentir que estorbaba
salió con el pretexto de visitar a su comadre. Para evitar las malas
lenguas se fijó un horario de visita, el marinero la vería de 4 a 6 de la
tarde sin otro impedimento que el de no traspasar la sala. Sentían el aliento
de vida sólo a esas horas, los ojos de María del Carmen brillaban como dos
estrellas en la noche más oscura.
Lo
miraba encantada, no podía creer tanta felicidad para ella sola, y mientras
disfrutaban el té, él la deslumbraba con historias increíbles, sufría en las
tormentas y tempestades pero también se emocionaba cuando llegaba
a la parte de las gaviotas y delfines, en todos sus relatos matizó la
aventura con el humor.
La
respetó desde el primer día y ella al analizar esos pequeños detalles comprobó
la sinceridad del marinero, él no buscaba como tantos otros el placer sino
alguien que le escuche, fue un alivio encontrar una persona como ella. María al
principio se mantuvo alerta, se desplazaba atenta ante el primer zarpazo, pero
luego, al verlos reír y hablar sanamente, bajó la guardia, se llevaban bien,
en esos muchachos se encarnaba el aura de un amor raro, a simple vista eran uno
de esos grandes amores difíciles
de encontrar. Desde aquella vez lo recibía con bocaditos y tacitas de té.
Descartaron cualquier sospecha, su actual comportamiento avalaba su pasado
desconocido, su desenvolvimiento en ese lugar había sido desde el primer
instante intachable. Se amaron en silencio hasta el día
en que ella cumplió dieciocho años, ese catorce de noviembre fue una
fecha doblemente feliz para él, el
padre Diosdado en ceremonia oficial, los declaró
marido y mujer en esa iglesia donde hace años él mismo pusiera la
primera piedra y en ese mismo día también por primera vez la besó en los
labios delante de todo el mundo, deseó de todo corazón que ese instante feliz
durara toda la vida, se abrazaron con ternura. Ese marinero se había ganado el
corazón de la suegra, ésta cedió en su totalidad, ella misma le propuso dejar
la municipalidad para irse a vivir con ellas; aceptó la propuesta pero sólo
hasta que construyera su propia casa, lo cual no demoró más de seis meses.
Cada día se despertaba más temprano, dormía poco y mal, un funesto sueño
siempre lo dejaba pensativo y antes de salir a la calle se cercioraba mirando
por la ventana, la presencia de gente extraña lo ponía nervioso, casi no salía
a pasear, se la pasaba todo el día metido en el taller o en la casa jugando con
su hijo Binn de seis años. Su
terror fue fundado porque al cabo de poco tiempo llegaron cuatro desconocidos,
no vendían ni compraban nada, sólo bebían, fumaban y miraban. Se dirigieron a
la cantina convencidos de encontrar información y no se equivocaron, un hombre
en su borrachera, habló de tempestades, tiburones y atunes de tamaños
sorprendentes, también habló de
ballenas y olas hasta de treinta metros, cuando uno de ellos le preguntó cómo
así lo sabía si él no era marinero dejó de exaltarse, hizo como si la mente
se le pusiera en blanco, el cantinero, ordenado por los desconocidos, le llevó
dos botellas de ron a su mesa, allí
recién se le volvió a aclarar la mente y como no encontró nada de prohibido
dijo que esas fábulas las contaba el marido de María del Carmen, el marinero.
Esa misma tarde lo fueron a visitar y preguntando llegaron al taller, el
marinero se encontraba de espaldas arreglando, él sólo vio unas sombras y una
voz que le dice ”llegó tu hora desertor”, cuando quiso reaccionar ya fue
tarde, se le fueron encima, en la lucha reconoce a uno, era su antiguo y
despiadado jefe, éste lo agarra del cuello y lo tumba, el resto lo apabulla; lo
masacran hasta el cansancio, lo dejan en estado inconsciente, no conformes con
eso rosean el taller con combustible y encienden la chispa inmiseridicorde del
fuego, salen huyendo, esa operación les resultó más fácil de lo planeado;
sin embargo, hubo alguien que agazapado, lo vio todo desde la ventana, a pesar
de tener tan corta edad el mundo se le
vino encima, tembló de rabia e impotencia, sentía la muerte al rededor suyo y
no pensó en gritar, por más que el pueblo llegase como una avalancha, sería
tarde, ningún humano se habría salvado de
ese fuego abrasador, la respiración se le hizo breve y dificultosa, hasta él
mismo no supo que hacía allí a esas horas pero lo cierto es que lo vio todo y
no pensó en moverse de allí hasta
que su padre o lo que quedaba de éste, dejó de sacudirse, sus nublados ojos no
le permitieron ver con claridad esa masa informe negra y humeante. En las
noches, mientras todo el mundo dormía en silencio, él seguía escuchando los
gritos desesperados de su padre. La
misma imagen del incendio se repetía una y otras vez en su cabecita, María del
Carmen lloraba todo el día, estaba a punto de perder la cabeza, se reconfortaba
mirando a su pequeño hijo, lo acariciaba y besaba, hasta ese momento ella
ignoraba de lo sucedido a su hijo, Binn nunca preguntó por su padre ni habló
sobre la escena final, ella hizo lo posible para reprimir el llanto en su
presencia, lo alentaba con mentiras, lo trató de convencer de un viaje
repentino de su padre, que no se preocupara pronto regresaría trayéndoles
muchos regalos, él la miraba con gesto duro e indiferente, quiso creerle, a
veces se dormía creyendo esas mentiras, pero al día siguiente el sabor amargo
de la injusticia era peor. Esa escena lo marcó tanto
que su madre un día lloró de corazón
al creer que su hijo amado había nacido con problemas mentales. Nunca
jugó con los niños de su edad y lo peor nunca
en su vida tuvo el gusto de verlo sonreír. Ese muchachito retraído solo quería
estar solo.
Su
abuela movió cielo y tierra para
que fuera a la escuela pero nunca logró su cometido, se resistía peor que una
mula a entrar a ese lugar, la abuela un día tuvo que aplicar la fuerza bruta,
lo arrastró hasta el patio, él pataleaba, chillaba, la vieja se creyó víctima
de un simple capricho, ese muchachito no le iba a mandar y como seguía rehusándose
lo hizo asustar con mandarle a
vivir con el loco San José que era el terror de los niños llorones porque
decían que se los comía, chilló toda la mañana, la profesora no logró
calmarlo con nada y por experiencia no
le prestó atención porque se ponía peor. Al tercer día por vergüenza ya no
hizo sus conocidas peroratas, entró con sus propios pies a la escuela, la
abuela regresó contenta a contárselo a su
hija moribunda, creyó que había ganado la guerra. Ese mismo día en medio de
la confusión y bulla, el niño tramó algo inusual, nadie lo vio trepar el muro
ni saltar, pero en menos de un minuto, ya estuvo fuera de ese corral bullicioso,
recién allí sintió el significado de la libertad, hizo la misma operación
los días posteriores, entraba a la escuela, se confundía con el resto y en el
menor descuido ya paseaba por las calles, allí es donde sentía que sucedían
las cosas, paseaba por las avenidas, observaba
con atención el desplazamiento de los carros, se iba a los bosques y con
una honda en la mano aterrorizaba a la aves, también se deleitaba atormentando
a los pobres sapos, los amarraba con una pita de las patas y les daba miles de
vueltas y cuando se cansaba, los hacía chocar contra la pared, y si aún tenía
fuerzas para huir, lo perseguía a pedradas hasta despedazarlo, solo en ese
momento el sapo perdía todo su
interés. Calculaba más o menos el tiempo y siempre a la una en punto volvía a
casa para almorzar, su madre le preguntaba
que han hecho y él se
inventaba, hemos cantado, hemos hecho rondas y hemos estudiado las partes de una
palomita ¿y como es una palomita? Y él, fácil tiene piquito amarillo, sus
dedos son delgaditos y largos,
también tiene tripitas largas y un corazón chiquito, muy bien le decía ella
creyéndolo memorioso, le llenaba de besitos en la frente. Al día siguiente
igual, se iba de un salto al río a bañarse, robaba una que otra fruta por el
camino y regresaba al pueblo, en esos periplos sólo quiso saber una cosa: como
así esas aves de acero se podían mantener
en el aire sin mover la alas ¿qué hacían para no caerse? él disparaba
su honda con la esperanza de tirarse abajo a algún avión pero la piedra no
llegaba más de treinta metros. Todo estuvo bien hasta que a su madre se le ocurrió ir a la escuela a ver sus avances, la
profesora la miró sorprendida, ese niño sólo había asistido un par de veces
en todo el mes “creímos que usted ya no lo mandaba señora”, María lloró
su mala suerte, no podía creer tanta injusticia, qué había hecho ella para
merecer ese semejante castigo. Esa tarde llegó feliz a almorzar y cuando vio a su madre con esa mirada de toro supo que ella ya lo sabía
todo. No trató de huir, se quedó allí como una estatua , ella lo abofeteó
hasta hacerlo sangrar, lo sacudió, él no lloró ni esquivó los golpes, su
acostumbrado rostro de niño desvalido se acentuó aún más, María del Carmen
recién en ese momento se dio cuenta de su error, a
ese niño le había pasado algo, pero no sabía qué rayos era, lamentándose
por lo sucedido lo abrazó fuerte
pidiéndole perdón, lloró toda la noche, prometió no mandarle a la escuela si
él no quería. Aún triste y preocupada lo llevó con engaños donde un médico,
éste dijo lo de siempre, “señora su niño está bien, todos sus órganos
funcionan a la perfección” y ella como siempre no le creyó. Muchas veces
lo sorprendía mirando horas tras horas por la ventana, así podía
permanecer toda la mañana, para
verificar ella también se ponía a mirar al
taller para cerciorarse qué rayos veía ese muchachito, pero ella no lograba
ver lo que él sí veía con suma
claridad, entonces impaciente le
preguntaba por qué siempre estaba así, que sucedía y
él siempre contestaba lo mismo: “no es nada madre, no es nada”.
Prefería caminar sólo por el bosque cazando
palomitas y matando sapos antes que jugar con los niños de su edad.
Unos pocos lo creían demente y la gran mayoría un autista sin remedio, él no
se metía con nadie, sólo sentía en lo más profundo de su ser un deseo
terrible de estar solo, así meditaba mejor, le perturbaba la bulla, el escándalo,
pocos entendieron su mensaje silencioso, empezó a temer de todo, incluso de sí
mismo, él no lo sabía pero a esa edad era
ya toda una dinamita, podía explotar en cualquier momento.
María
del Carmen aunque al principio se resistió
empezó a comprenderlo poco a poco, le daba todos sus gustos, lo trataba
de complacer lo mejor posible, pero él ya tenía su destino trazado. En menos
de doce años estuvo a punto de hacer algo horrible
pero por amor a su cuerpo se abstuvo, esos gritos que le seguían
resonando en su cabeza lo sumían en una profunda depresión, desde entonces
aprendió a usar sus puños correctamente, odiaba hacer el ridículo, una simple
broma bastaba para explotar, nunca permitió que otra persona, a parte de
su madre, lo tocara, la bola de fuego que crecía en su interior le hacía mucho
daño, estaba a punto de matarlo. Se iba a la calle apenas amanecía,
deambulaba, se sentía bien entre
gente desconocida, recién allí podía respirar a gusto, hubo personas que al
verlo tan perdido como un perro callejero le convidaban su plato de comida, eso
sí comía con gusto, como si nunca hubiera comido. Viendo a otros, se apasionó
por revistas de aventuras, al
principio sólo se conformó con los dibujos, las aventuras de Tarzán y el Águila
solitaria lo fascinaban, pero había
un pequeño detalle, no entendía esos garabatos diminutos, se deleitaba
escuchando la conversación de la gente, no podía creer que todas esas
aventuras mágicas guardara una
simple revista, la impaciencia de
saber el final lo ponía inquieto,
por primera vez, motivado por esa fiebre, se dirigió a su madre con vivo interés:
“madre enséñame a leer”. María del Carmen sorprendida no puso peros, esa
misma noche empezó la pelea con la palabra, al cabo de siete meses de incesante
batalla, por fin pudo descifrar esos enigmáticos jeroglíficos, eso fue lo único
por lo que se interesó más de la cuenta. Se desvelaba leyendo las aventuras de
los superhéroes, su vida se redujo a la lectura, se levantaba temprano y se
acostaba tarde, se alegraba mucho si al final el dibujo y los garabatos
coincidían. Su madre quería tenerlo todo el día en casa pero el
destino de ese muchacho era trotar por el mundo, se iba por las calles pateando
latas y por las tardes infaltablemente
llegaba a la tienda del viejo Carvajal a ojear un par de revistas de aventuras y
en el menor descuido zas, escondía una o dos en la espalda, pagaba el alquiler
y se iba feliz con las manos en los
bolsillos y pateando latas. Si en el camino algo le llamaba la atención, allí
se quedaba, sabía todo lo que sucedía en el pueblo, cada día llegaba más
tarde a casa. Por esa época empezó a juntarse
con unos chiquillos huérfanos que
se pasaban todo el día en la calle, se iban lejos buscando cualquier cosa, les
divertía esa vida y como llegaba tarde a casa y para no interrumpir el sueño
de su madre y abuela, se metía al
horno de hacer pan, esa edificación de barro, al principio lo aterrorizó, pero
luego lo consideró como un refugio perfecto, allí dormía más tranquilo que
un ángel. María del Carmen envejeció de noche a la mañana, el llanto por su
esposo y la desbandada vida de su hijo lo sumieron en una angustia profunda, muy
difícil de resolver y sobrellevar, se resignó a pasar la vida metida en su
casa, de allí sólo salía para indagar por su hijo, sentía pavor cuando la
gente en la calle se lo quedaba mirando. El único consuelo de su vida era su
hijo pero éste estaba peor que
ella. Fue por aquella época en la que empezó a considerar la posibilidad de
una maldición, quién sabe, la maldición quizá se alojaba en esa
desafortunada casa, hizo lo posible para sacarlo de la soledad, fue en vano, ese muchacho estaba jodiéndose solo.
Llegaba
tarde pero a veces tampoco llegaba a dormir, se iba a vagabundear, quería
perderse por entre los bosques y llanuras, él mismo no sabía qué diablos le
estaba pasando, sólo un recuerdo de mierda se repetía en su cabeza una y otra
vez, corría, gritaba, quería escapar de las garras de sus recuerdos, un día
soñó que esos mismos extraños incendiaban el horno de hacer pan
con él adentro, sobresaltado despertó gritando, salió al patio bañado
en un sudor frío, afuera no había nadie, sólo el canto de los grillos y el
rumor del río se mantenían constantes, sonoros.
Tuvo
un terrible deseo de largarse de ese lugar sin despedirse, caminó durante un día
sin rumbo fijo, esa trágica escena seguía
girando en su mente una y otra vez, sólo quería perderse por entre la
inmensidad del mundo, se creyó víctima del destino trágico de la vida, sólo
ellos, los maldecidos, tenían la desgracia de rodar por el mundo sin saber por
qué ni para qué, ese recuerdo aplastante estaba a punto de fulminarlo.
Considera seriamente la posibilidad de revertir ese destino infausto, a ese paso
inevitablemente caería al barranco, la impotencia lo consumía, pero algo que
en ese momento no supo como llamarlo fue el único aliciente para continuar
luchando, sin otra oportunidad, regresó tras sus pasos, a la mitad del camino,
la algarabía de una fiesta patronal le llamó la atención, entró sólo para
ver, como nada le urgía, se quedó contemplando
a su regalada ganas, la gente se divertía al son de una banda orquesta,
allí todo podía faltar pero menos licor, unos señores al verlo
en la puerta triste y cansado, lo jalaron hacia la jarana con el pretexto de que
no vaya ser Dios que les está probando y entonces le dieron de comer y beber
hasta la saciedad, le invitaron a divertirse. Las horas pasaron volando y en un
intento de feliz olvido se vio con la botella de licor en la mano y como parecía
de veinte pero en realidad sólo
tenía dieciséis años, un abuelo le insistió a brindar con él por su pronta
muerte, nunca olvidaría su primera copa, el licor le raspó la garganta como
vidrio molido, se atoró un par de veces y aunque amargaba y apestaba a orine,
poco a poco fue entrando en calor, a media botella se sintió bien, como nunca
en la vida, se reía, saltaba y bailaba solo y en una broma que le hizo un
abuelo por primera vez en su vida sonrió con gusto. Horas después,
cuando la gente discutía y vomitaba, agarró dos botellas de licor
y se enrumbó hacia el pueblo, le dolía un poco la cabeza pero nunca en
su vida había sentido algo igual, estaba de maravillas, quería hacer muchas
cosas a la vez, llegó a casa a media noche y aunque las luces no se apagaban en
señal de bienvenida, él prefirió meterse a su pequeña cuevita de barro, en
ese estado no podía presentarse ante su madre, bebió solo hasta el amanecer,
recordó entre lágrimas su infancia singular, también recordó los bonitos
momentos cuando solía cazar palomitas o se iba a pescar con el viejo Luciano,
esa vida errante siempre le pareció un chiste, una broma, se miró de niño
cuando de pronto el mundo empezó a girar alrededor suyo, vomitó una y otra vez
hasta quedarse dormido. El sopor insoportable de las dos de la tarde lo despertó
con un dolor de cabeza insoportable, sintió el pantalón mojado, se había
orinado y recién en ese momento se
dio cuenta. Su madre no se cansaba de buscarlo en la calle, nunca logró dar con
él, se resignó a esperarlo en casa con el dormitorio limpio y con la comida
siempre caliente, prefirió tenerlo así antes que muerto. Llevado por su propia
voluntad y con la falsa idea de querer olvidarlo todo entró a la tienda del
negro Samudio y con una seriedad de sargento, pidió una botella de pisco para
llevar y cuando el viejo extrañado estuvo a punto de darle peros, él repuso,
“Carajo Samudio, lo necesito ahora, no el próximo año”. Se metía por las
quebradas y entre sorbo y sorbo maldecía su conflictivo ser, bebía y no es que
bebiera con gusto, lo hacía con asco, con amargura, lanzaba gritos sordos y
prolongados, sólo así llegaba a
expresar su furia contenida. Recién allí se sentía bien, asocia imágenes,
trataba de enlazar esos recuerdos con los de su época, se devanaba los sesos,
quería encontrarle un punto débil a
esos recuerdos para poder dirigir a ese objetivo toda su furia, tenía que
sobreponerse a esa aplastante situación. Para no continuar martirizando a su
madre decidió desaparecer por un buen tiempo, su madre le pidió de rodillas no
hacerlo; sin embargo, todo efecto disuasivo fue en vano, no se llevó
absolutamente nada, se fue tal como estaba, fuera de casa estaría igual que
antes o quizá peor. Se iba a donde lo llevaban, siempre trabajó a destajo, por
la noche, ya cansado, se iba a cualquier cantina y allí tomaba según el
alcance de su bolsillo, el recuerdo se le esfumaba al cuarto baso y allí es
cuando quería cambiar pero no podía,
antes tenía que suceder algo pero él no sabía qué rayos era, se resignó a
esperar el día señalado con paciencia, pero de pronto le surgía otra
interrogante ¿y si la muerte me sorprendiera así?
Adiós vida miserable, tampoco yo te conocí, algunos se acercaban a
pedirle un poco de ese cada vez más barato trago y si persistían, les
reventaba de un botellazo la cabeza
y se largaba de ese lugar, se iba por las calles tambaleando con su botella
en la mano, maldecía todas las formas de existencia humana, se hundía
lentamente a las aguas de la perdición y lo peor es que él lo sabía y no hacía
nada para salvarse, parado frente a un espejo contempla perplejo el ensañamiento
del tiempo para con su persona. Sentía el cuerpo cada ve vez más débil, el último
sorbo de licor de cada borrachera le inyectaba un fuerte pesimismo, sentía
ganas de morir, prefirió no mirarse al espejo para seguir engañándose, pero
en el fondo ya estaba jodido, la
larga cabellera, la barba de un mes y las primeras arrugas de borracho trasnochado confirmaban su desamparo y fatalidad,
prefería no mirar atrás porque cuando lo hacía solo encontraba infortunio,
desamparo y soledad.
Cuando
cumplió veinticinco años su madre le fue a buscar con más ahínco por todos
lados, regresó llorando en silencio, sentía en el corazón el convencimiento
de tener a su único hijo muerto; sin embargo, en el fondo, a pesar de esos
años de ausencia, aún aguardaba una chispa de esperanza. Soñaba
constantemente con la llegada presurosa de su primogénito. Ese mismo día, el
de su cumpleaños, él ni se acordó, la pasó trabajando y bebiendo como
cualquier otro día, su estado se volvió cada vez más caótico y dada la
situación ahora se juntaba con
borrachos de mala muerte, no hablaban de tristezas
pero compartían el mismo dolor, también ellos habían sido marcados por
el signo de la fatalidad. Se amanecía en el bosque, en los jardines y en las
bancas de la plaza, bien echado como muerto y con la botella de ron al costado,
sólo así conseguía tener la mente como un papel en blanco, solo en ese estado
de descomposición olvidaba todo, incluso ese gran día.
Nació
con el rostro de un angelito pero la vida lo convirtió
en un tipo miserable, desafiaba a la muerte con la misma sangre fría con
que se bebía una botella de ron
sin respirar, se golpeaba el pecho como Tarzán
y mandaba al diablo a todo el mundo. En su borrachera desafió al
cantinero por media botella de ron a que él se daba el lujo de
caminar por el borde del último piso de un edificio, el cantinero lo
largó, él le rogó de rodillas a
qué sí lo hacía y temiendo cualquier destrozo aceptó con tal de no hacerse
responsable de nada si le ocurría algo, apenas pudo subir las gradas,
hizo piruetas en el aire, saltaba de un solo pie y la gente abajo se
conmocionaba, le gritaban, que bajara si no quería romperse la madre, pero él
seguía con sus piruetas y saltitos, cuando llegaron
los bomberos él ya estaba cobrando la apuesta, el cantinero le dio una
botella de ron calladito, le dio las gracias por demostrarle a la vida y a la
muerte que no valían absolutamente nada. Estuvo de caída en caída hasta que
un día despertó abrigado
por el calor de un hogar, creyó haberse metido
sin permiso a casa ajena, pero cuando se levantó y miró por la ventana
vio sus ropas secándose al sol, se restregó los ojos creyéndose víctima
de una alucinación, al rato siguiente una chica no tan bonita le llevó de lo más
normal su desayuno, él continuaba espantado, petrificado, barajó distintas
posibilidades, quizá podría ser algún familiar pero ella de inmediato le dijo
“no, soy una chica común y silvestre, me estuve yendo a misa
cuando te vi y me dije qué saco rezando
cuando puedo salvar la vida de este miserable y aquí me tienes, levántate,
toma tu desayuno y si tú quieres te vas, las puertas de esta casa estarán
siempre abiertas”. Lo primero que sintió fue vergüenza, pero no porque ella
se lo hubiera quedado mirando sino por que en ese momento recién comprendió la
importancia del tiempo perdido, tuvo la posibilidad de hacer muchas cosas
maravillosas pero él simplemente no lo hizo,
y allí estaba peor que un inválido o que una abuela de ochenta años,
por primera vez encontró a alguien que
no le enrrostró absolutamente
nada, no le habló de Dios ni de la posibilidad de cambiar de vida, ella lo dejó
a su libre albedrío y eso le dolió aún más, ya no podía hacer lo contrario
a los consejos acostumbrados y si él quería se mataba en ese momento pero ella
no hubiera movido un dedo para
impedírselo, en ese momento cambió de pensamiento, nada estaba escrito, es el
mismo hombre quien labra su futuro y punto. La novicia se dio media vuelta y se
puso hacer sus cosas. Apenas tuvo fuerzas para cambiarse y tomar su desayuno, se
sintió ladrón, sucio, zángano, anduvo por las calles muy pensativo, al
principio lo tomó como una humillación pero luego comprendió, ese trauma de
infancia no podía hacer de él un
hombre vil e inservible, se dio cuenta que aún podía salvarse si él lo
deseaba, aún podía revertir su mala vida, se pasó días enteros pensando,
sintió que su corazón se le abría
como una flor, todo ese tiempo le habían ofrecido amor a manos llenas, pero él
nunca demostró su lado tierno, se dio una palmada en la frente, había perdido
mucho tiempo pero aún tenía posibilidades.
A
la mañana siguiente trabajó a tiempo completo pañando algodón, fue el primer
trabajo en donde no se fue a medio hacer, salió cansado, con las
palmas destrozadas, las enormes llagas le dolieron toda la noche, su desnutrición
se notó a flor de piel cuando estuvo a punto de desmayarse
más de tres veces. El sábado por la tarde fue uno de los primeros en
hacer su cola para cobrar, recibió
un billete tras otro, fue la primera vez que tuvo mucho dinero en su bolsillo y
sin más demora se fue corriendo hacia la cantina y cuando estuvo a punto de
pedir, algo lo contuvo, bajó el brazo lentamente, no podía creer tanta
brutalidad humana, ¿haber trabajado toda la semana como burro para acabar así?,
regresó tras sus pasos pensativo, “aún puedo salvarme” se decía una y
otra vez. El rostro de aquella mujer se acentuó y extendió en toda su dimensión,
esa mujer sin haberle dicho absolutamente nada lo puso de vuelta y media esa
abandonada existencia, se evalúa “es necesario cambiar” se repite. Sintió
en ese momento la necesidad de dar aquello que siempre le brindaron pero que él
también siempre rehusó, se dispuso a amar ciegamente, como nunca lo había
hecho, lo pasado importaba pero
su vida nueva le interesaba aún más, no fue necesario tocar, la puerta
se abrió al simple soplo del viento, esa casa estaba abierta
de par en par para quien
deseara entrar, cuando la novicia le vio no se sorprendió y mientras lavaba su
ropa le preguntó si necesitaba algo, él aún no lo podía creer, esa mujer
simplemente lo desconcertaba y lo
hundía en la más compleja incertidumbre, ella, por alguna razón, sabía que
él iba a regresar y no se equivocó, suspiró con satisfacción. Él se había
esmerado toda la semana para
demostrarle la ductibilidad de los
comportamientos pero sobre todo que
a él no le despreciaba nadie, menos ella; sin embargo, ella en ningún momento
tuvo la intención de hacerlo y él lo sabía, se debatía entre odiarla
o amarla, ambos eran sentimientos posibles e intensos. Cedió su coraje, la
invitó para salir a comer, ella la miró perpleja y le dijo otro día, él
obstinado se ofreció a ayudarle a
lavar en pago saldrían a cenar, ella sonreía y movía la cabeza, incrédula,
el joven de ayer distaba mucho con el de ahora, le miraba constantemente al
rostro para deleitarse de su belleza masculina, ese muchacho tenía el aire de
ser todo un caballero para haber sido un vil y piojoso borracho, su corazón
empezó a latir con dulzura.
Se
enamoraron de inmediato, él volvió a creer en la vida, se detuvo a contemplar
la vida con calma, ella mientras tanto, evaluó la situación, su incondicional
amor le hizo comprender que mientras no se metía con el pasado oscuro de ese
ser extraño, pero enigmático, las cosas, pero sobre todo su felicidad, estaba
garantizada, renunciaron al pasado para sobrellevar la situación, de novicia apática
pasó a ser una ferviente y laboriosa esposa, temiendo herirlo, nunca le pidió
explicaciones de nada y si se enteró de algunas cosas de infancia fue porque él
lo quiso así. Desde el primer día se sintió seguro junto a ella, esa novicia
le cambió la vida por completo sin haberle dicho una sola palabra, se hacían
cariños, se comprendían, lo amaba sin condiciones y jamás se le cruzó por la
mente dejarlo y la felicidad aumentó
porque él tampoco pensaba defraudarla.
Después
de tres años de convivencia empezó a considerar seriamente el retorno a casa,
más que la necesidad urgente de ver a su madre fue como una orden perentoria
del más allá, esa fuerza misteriosa lo jalaba hacia ese lugar, el solo hecho
de imaginar el retorno le producía una constante y prolongado escalofrío, no
necesitó más que de un destartalado carruaje para echar andar en pie su proyecto, Elena pero sobre todo el pequeño Estanislao de
cuatro años saltaba de alegría, el paisaje y los animales raros lo habían
emocionado siempre. La oscuridad imperante le impidió desplazarse con rapidez;
sin embargo, cuando vieron las
primeras luces del pueblo, la yegua
vieja apretó más el paso, el reencuentro le produjo
un sentimiento contradictorio, ese lugar había cambiado demasiado para
tan poco tiempo, reconoció con dificultad algunas calles, sólo unos cuantos
perros le salieron al paso ladrando con furia. Parado frente a la puerta, una
sensación nostálgica lo invade, ese lugar, su antigua casa, literalmente
estaba en ruinas, le dio la trágica impresión
de ser una casa abandonada desde ya hacía mucho tiempo, sus fuerzas se
le esfuman, Elena, llevada por la emoción se apresura a tocar, insiste una y
otra vez pero adentro nadie daba el menor signo de vida, el silencio sepulcral
liquida todo acto de valor y esperanza. Al poco rato después, una luz de lámpara
se prende y desde adentro grita quién es, él reconoce la voz, respira aliviado
y para ver la reacción improvisa: “señora le traigo una carta de un tal Binn
y si no abre me iré”, la mujer abre presurosa
la puerta y apenas lo ve queda petrificada, ese muchacho era la
reencarnación viva de su difunto
marido y si no fuese por sus ojos
grandes y el lunarcito cerca de sus
labios hubiera jurado que era él, madre e hijo se abrazan con ternura. Tiempo
después concluyó uno de sus
grandes objetivos: reconstruyó por completo la casa, ese polvoriento nicho de
antaño, por fin se convierta en un lugar fresco y apacible. Engañó a todo el
mundo con su nueva personalidad pero menos a su madre, ese muchacho seguía
teniendo la espina en su corazón, se esforzaba por ocultarlo pero ante ella
todo esfuerzo era inútil. Cada noche parado frente a la puerta de su habitación,
lo comprobaba, las mismas pesadillas de infancia
lo seguían atormentando, pedía a gritos para que no lo hicieran, pero
lo hacían, sólo en sus pesadillas, al no poder soportar tanta crueldad, el
llanto y las lágrimas lo vencían. La
suerte estaba echada, lo inevitable tarde o temprano
iba a ocurrir. Los días transcurrían con toda su cotidianidad hasta que
una mañana despierta con una sensación muy rara, esa noche asombrosamente había
dormido bien, las acostumbras pesadillas no le martirizaron para nada, parado
frente al patio ve el inicio de una
garúa, siente el leve peso de lo periódico, de lo gravitante, poco a poco las
gotas le fueron bañando quiso despertar a Estanislao porque él también se
deleitaba con ese momento placentero, desiste por temor a resfriarlo, alza los
brazos de felicidad, esa llovizna, ese día, ese aura, lo llenaban de una
algarabía incomprensible, recuerda cuando antes el aguacero lo sorprendía en
el río o cazando palomitas en el
bosque, sonrió nostálgicamente recordando
esos bonitos pero también amargos momentos, esa tarde la pasó en familia, su
mujer le preparó su platillo favorito, quería decirles que sentía mucha alegría
pero se callaba porque no sabría decirles el motivo, Elena también se contagió
de esa algarabía, Estanislao saltaba y reía pero la madre fue la única que
sintió un temblor en el corazón antes de tiempo, el presentimiento de algo trágico
la dejó si aliento, intentó advertirles; sin embargo, al carecer de un
argumento sólido, desistió de su inicial intención, sonrió sólo por
complacerlos. Por la tarde a pesar de la persistente garúa decidió a salir a
pasear por la plaza, el olor a tierra mojada lo encantaba, paseando llegó hasta
el bosque, el trinar de los pajaritos le hizo sonreír, lamentó tanta crueldad
cuando niño para con ellos, un poco nostálgico, regresa al pueblo.
Obligado por el frío decidió tomarse una copita de pisco en la cantina
del viejo Samudio, después de mucho tiempo que volvía a pisar ese lugar, el viejo sorprendido lo
felicita por su increíble cambio y es allí cuando unos extraños se acercan
y piden dos botellas de ron para llevar y cuando el muchacho voltea por
casualidad el corazón se le sale por la boca, abre los ojos como plato, pierde
los controles, esos tipos despertaron en él un odio ancestral. Asocia imágenes
del día de la tragedia, une cabos y por fin captura el preciso momento,
los tipos que acaban de salir fueron los que asesinaron tiempo a tras a su
padre, no había duda, eran ellos, incluso se reían igual, una furia
desconocida se apodera de él y mientras se toma de un bocado
el vaso de pisco puro, trama una cruel venganza, sale tras ellos. Los
sigue sigilosamente y tras un rápido recorrido los ve entrando al local
de la subprefectura de la municipalidad, desde allí no recuerda nada más,
todo sucedió rápido, su odio le impidió
medir las consecuencias, no sabe como pero en menos de diez minutos tuvo
en sus manos un balde lleno de combustible, su corazón no dejaba de palpitar
con fuerza, se mueve rápido por temor a perderlos, pega el oído a la puerta, sólo
escucha gritos y mientras espera se repite “ya se jodieron, ya se jodieron”
cuando estuvo a punto de tumbar la puerta, como con la mano, el subprefecto
del pueblo sale a comprar más tragos, aprovecha ese momento
para meterse, cierra la puerta tras él, y allí los ve, solo estaban
esos cuatro maldecidos y él, felizmente no había nadie más, se sorprenden por
la inesperada incursión, un silencio sepulcral los invade, cuando estuvo a
punto de decirles quién era
uno de ellos al reconocer la semejanza exclama aterrorizado “es el
marinero desertor”. Empieza la pelea, los reduce casi sin dificultad, los
agarra a punta de silletazos y patadas, les destruye
el rostro una y otra vez y mientras los golpea recuerda como le hicieron
a su padre y eso le enfureció aún más, totalmente fuera de sí, los rosea con
combustible y antes de soltar el
palito de fósforo, la pena por su hijo Estanislao le hace dudar, tanto la huida
como el retorno serían difíciles, casi imposibles. Mientras huye siente a sus
espaldas el calor de un dantesco incendio, alguien de lejos le ordena detenerse,
pero él ya no escucha, huye como alma que lleva el diablo.
V
Desde
el primer instante todo le pareció una locura, no podía ser que eso le
estuviera sucediendo a él, hasta ese momento no se podía explicar cómo
diablos había hecho para durar tanto tiempo en ese lugar. Sin embargo,
esa mañana de febrero, tras una trágica premonición, sintió en el fondo del alma la necesidad del retorno,
nunca se impuso una fecha pero esa mañana ya sabía lo que iba hacer. A pesar
del tiempo transcurrido no hubo un día en
que se
sintió como en casa,
siempre volvía el rostro compungido por el lugar de donde vino y así podría
estar horas tras horas;
todo lo podía aguantar menos la desesperación
por volver a
ver a Estanislao,
éste seguía siendo su niño de cinco años, no había crecido desde entonces,
lo veía saltando y riendo en plena lluvia, fue a éste a quien extraño por
encima de todas las cosas.
Los
autóctonos creyeron que iba a enloquecer, lo veían siempre solo y como nunca
pronunció una vocal creyeron que era mudo, luego de cada jornada laboral,
desaparecía, se hacía humo por entre los montes, llevaba allí tantísimos años
pero nadie sabía realmente dónde vivía ni cómo se llamaba, trataron de
hacerle un seguimiento pero fue en vano, siempre cambiaba de ruta, se aparecía
por los lugares menos pensados, como nunca les dijo nada ellos lo llamaban el
Mudo, sólo éste se dio el lujo de llegar hasta ese inhóspito lugar sin ayuda
más que de sus manos. El mejor aliciente para su tranquilidad fue el canto de
las distintas aves, logró captar dentro de tanto alboroto una melodía que
sosegaba su espíritu, ese fue su principal entretenimiento.
A
partir de las siete de la noche cuando la oscuridad era total se recostaba para
revivir recuerdos de infancia y juventud y como ya no valía la pena recordar
momentos amargos, se regocijaba recordando cuando aún chiquillo salía a cazar
palomitas y por cosas del destino, ahora en ese lugar esas aves se habían
convertido en su principal menú junto con los plátanos. Al principio le causó
disentería pero luego de tanto comer su estómago se acondicionó a la situación.
Se lamía los dedos en cada banquete.
Al
principio el Tigre se negó a darle trabajo; sin embargo, gracias a la
intermediación del Barbudo, tuvo que ceder y como primera lección le enseñó
a pañar las hojas de coca, en adelante ese sería su trabajo, le pagarían según
la cantidad recogida, al principio sólo trabajaba para comer; sin embargo,
cuando su cuerpo se acostumbró al dolor pudo hacer de esa actividad un negocio
rentable, allí todos ganaban en dólares.
De
todas las etapas vividas en esa sufrió físicamente más. Sudaba y se rascaba
en todo momento, el calor y los mosquitos lo tenían cojudo. La sarna se expandía
cada día más por su demacrado cuerpo y todo por haberse recostado una tarde en
la sudadera del caballo, no podía ni rascarse porque esos mosquitos lo hubieran
devorado vivo, a ese paso se iba a quedar sin una gota de sangre; sin embargo,
sus piernas eran lo más
lamentable, se estaban agusanando, cada vez que se
exprimía salía litros y litros de pus, esa infección purulenta a la
larga iba a acabar con él, hasta estuvo a punto de sentir lástima por sí
mismo, no había duda, el destino se había complotado para hacerle llorar. Aún
así nunca pidió ayuda, obligado por la agobiante situación tuvo que recurrir
a todo tipo de plantas, de tanto probar descubrió una que le cicatrizó
de inmediato todas las heridas. Al mes siguiente los mosquitos ya no le hacían
caso, permanecía todo el día en short y raras veces le picaba uno. Al
principio se quejó de la comida pero luego probó los potajes más deliciosos
en base de animales silvestres, se preparaba asados de jabalí, sajino, tucanes,
la sachavaca era su favorito, hacía sopa de yuca, segundo de yuca, mazamorra de
yuca y licor de yuca, cada vez que se acordaba
de los monitos grises
se le hacía agua la boca, nunca pensó que esos animales a la leña
fueran una delicia, cada vez que se le subía la presión se lanzaba calato al río,
a la media hora recién lograba equilibrar su temperatura. Sus compañeros de
trabajo nunca se metieron con él, lo respetaban. El mismo Tigre le guardaba
cierto respeto. Por iniciativa del Barbudo, a quien los demás lo conocían como
el Huanuqueño, el Mudo entró a trabajar al pozo, allí los cuatro hombres
pisaban la coca, tenían que saltar encima de ella, esa era una de las tantas
fases. El Tigre antes de entrar al pozo les sugería hablar de cualquier cosa
pero menos de mujeres porque sino la hoja de coca se ponía celosa y se
estropeaba, reían toda la noche saltando y tomando ron. Fue por esa fecha en
que el Mudo empezó a soñar que alguien muy parecido a él, por no decir él
mismo, lo mataba, se mataba a sí mismo siendo otro, ese sueño lo perturbaba,
lo dejaba inquieto todo el día, ni él mismo se lo podía explicar, en el fondo
temía algo malo.
El
Tigre en una tarde de fiesta les hizo probar un poquito de ese polvo, cuando le
llegó al Mudo éste se conmocionó por la efectividad del producto final, no
podía creer que ese simple polvo fuera capaz de entumecerle toda la lengua. El
tigre siempre fue cuidadoso con su negocio, desconfiaba hasta de su sombra, por
eso él mismo se encargaba de darle el puntillazo final a la mercancía, ni al
Huanuqueño, su brazo derecho, le transmitió el secreto, temía que lo
traicionaran, si le pasaba algo se iría a la tumba con su secreto y se joderían
todos. Esa misma noche con el producto recién terminado, el Tigre junto con el
Huanuqueño se encaminan monte adentro, nadie sabía a ciencia cierta hasta dónde
iban, sólo esperaban con calma el retorno. El Mudo desde el principio los tuvo
bajo vigilancia, conocía al detalle el movimiento de cada uno, fue así como
supo el lugar exacto donde el Tigre escondía sus dos metralletas, la mercancía
y los dólares, también sabía dónde y a qué hora se producían los
encontrones sexuales de Adelvina, mujer del Tigre, con el Huanuqueño y la mujer
de éste con el Huaralino, pero lo más descabellado fue encontrar un foso lleno
de esqueletos humanos; el Tigre asesinaba a sangre fría a todo aquel que decidía
largarse de allí, temía que avisaran a la policía, por eso en su borrachera
decía “Hagan lo que sea pero no se vayan”, todos los que intentaron irse
fueron a parar al foso y nadie lo sabía salvo el Mudo.
A
la mañana siguiente el deseo del retorno fue más fuerte, era como un imán que
lo jalaba hasta su antiguo hogar, nunca había sentido tantos deseos de
regresar. Por razones estratégicas no trató de cambiar su rutina, pero el
Tigre lo olió a la primera. A eso de las tres de la madrugada sintió la
aproximación de una mala aura, con sigilo se confundió en la espesura del
monte, tragó con dificultad su saliva al comprobar que quien acababa de pasar
machete en mano era nada menos que el Tigre. Al amanecer lo saludó de lo más
normal pero ya nada fue lo mismo, el mundo era muy pequeño para los dos, al
percatarse de la dificultad de cazarlo, mandó a su mujer a que se le ofreciera
en bandeja, así lo mataría a plena luz y delante de todos, nadie le pediría
explicación alguna. La mujer obediente entró a bañarse completamente desnuda
cuando él precisamente se disponía a lavar su ropa, incluso le pidió que le
jabonara la espalda pero el Mudo no cayó en la trampa, el Tigre desahogó su
furia con todos los árboles de su alrededor. La guerra estaba declarada. El
Mudo desde ese momento no dejó ni para dormir su machete. De continuar allí en
algún momento el Tigre iba a lograr su objetivo, no había otra solución,
partiría esa madrugada. Todas sus pertenencias se redujeron a una mochila llena
de dólares y en un machete. En la más completa oscuridad salió de su
madriguera. Como se sabía de memoria los caminos empezó a correr, no quería
tener problemas con nadie, sólo quería irse, a los pocos minutos del inicio de
su huida ve una delgada línea negra que le cruza el camino, es una culebra, se
detiene, lanza un escupitajo, blande su machete, no había otra salida más que
la muerte, ya no corre, está a la expectativa por ver de dónde sale y es allí
cuando se presenta el Tigre, venía machete en mano porque no había tenido
tiempo de sacar su metralleta. Es una lucha tenaz e incesante, ambos se ven las
caras sudorosas con las chispas que salían de estas dos serpientes metálicas,
dada su pericia con los machetes, el Tigre le taja la pierna izquierda, el Mudo
sólo siente un líquido tibio que le baja lentamente por la pantorrilla e
inmediatamente le hace otro tajo más en el abdomen, sólo siente cansancio pero
no dolor, para recuperar las energías se mete por el matorral, se confunde
entre los árboles, el Tigre se impacienta al no encontrarlo y cuando se da la
vuelta ya es tarde, el Mudo de un solo tajo le abre la barriga, el Tigre cree
que es un rasguño, pero cuando se toca la barriga siente que las tripas se le
salen, aúlla de dolor pero ya es tarde, el Mudo le atraviesa el machete. Coge
su mochila y empieza a corre pero esta vez sin desesperación. Corrió durante
toda la noche y el dolor se hizo cada vez más insoportable, tanto así que
maldijo su perra vida, cuando aclaró el día se vio la herida, cada corte
superaba los 15 centímetros y la sangre seguía brotando, esos cortes lo habían
debilitado demasiado. Luego de un esfuerzo sobrehumano por fin llega a la
carretera, allí recién se sienta a descansar, hace lo posible para no quedarse
dormido, al poco rato pasa un camión repleto de maderas, aprovecha la poca
velocidad para subirse y allí recién se deja vencer por el sueño. Después de
una larga y penosa caminata de ocho días llega a su destino. A dos kilómetros
del pueblo quiso dar marcha atrás, no quería revivir malos recuerdos, quizás
ellos ya lo habían olvidado, sólo causaría más dolor con su llegada, pero el
deseo de volver a ver a su hijo era más fuerte que cualquier otro motivo, hace
rato que se hubiera dejado morir si no hubiera sido por ese deseo. En el más
completo estado agónico, cabeceando y fuera de sí reconoce a lo lejos la
antigua casa de su padre, ésta le trajo muchos recuerdos.
Con
todo el peso de la muerte encima, trata de serenarse, no tiene valor para tocar
la puerta y para cerciorarse si aún
ellos vivían allí se mete por el jardín de geranios y margaritas, tantea las
ventanas y una para su buena suerte se le abre de par en par, en su
inconsciencia se le anula todo razonamiento y creyendo obrar bien, se mete como
sea, cae pesadamente, se le vuelve a abrir las heridas, tropieza con varios
objetos, la oscuridad agrava su torpeza, al quito paso siente que alguien lo
agarra del cuello y lo tumba, en cada puñetazo sólo ve estrellas y puntos
blancos, no se defiende ni grita, se arrepiente de alma haber regresado a ese
lugar y cuando siente que el alma se le va del cuerpo ruega por su hijo y su
madre, unas lágrimas de dolor le brotan al sentir la imposibilidad de volverlos
a ver y es allí cuando una mujer prende la luz y cuando reconoce al intruso
queda petrificada, el joven al verla se alegra “abuela, atrapé al
ratero” y cuando intenta golpearlo de nuevo, la vieja grita “suéltalo, es
tu padre”. El muchacho siente helársele la sangre, el mundo se le cae encima,
él también al igual que su abuela queda petrificado. Binn totalmente estático
y ensangrentado sólo atina a mirarlo, era igualito a él, se le hace un nudo en
la garganta: “sólo vine para que me perdonaran, no les pido nada más, tuve que
hacerlo porque ellos mataron a mi padre, pero que bueno hijo que defiendas a tu
abuela, yo lo hubiera hecho. Estanislao lo abraza con todas sus fuerzas, siente
un beso helado en la mejilla.