LA GRANADA (fragmento)

(de Rodolfo Walsh)

(Durante unas maniobras militares, SOLDADO ha quitado el seguro a una granada y puesto el dedo en su lugar, evitando el estallido. Pero ahora no puede soltarla porque, de hacerlo, explotará. Es una granada nueva, muy letal, que barre muchos metros en derredor. Luego del estupor inicial sus superiores y compañeros lo dejan solo en medio del campo y le ponen una guardia armada que, a la distancia, le impide retirarse de allí mientras deliberan sus superiores qué hacer. Pero, antes, entra FUSELLI a escena para intentar desactivar la bomba.)

TENIENTE.- Bueno, bueno, calma. Ese debe ser el técnico. (Entra por la izquierda Fuselli, el técnico en explosivos. Cincuenta años, alto, flaco, pálido, cara larga y chupada, pelo negro, bigote fino, mirada intensa. Guardapolvo blanco que le da cierto aire de médico. Trae en la mano izquierda un maletín, en la derecha una especie de jaula cúbica de unos cuarenta centímetros de lado, hecha de fuertes argollas de acero entretejidas, de estructura flexible. Camina rápido hacie el Teniente, y en el camino deja el maletín sobre el banquito.)

FUSELLI.- (Jovial) ¿Dónde está la muerte?

TENIENTE.- ¿Puede omitir las bromas, señor? Es un asunto serio.

FUSELLI.- Supongo que quiere decier serio para mí. ¿Es una mina? ¿Una bomba? ¿Dónde está el alegre pajarito de la muerte para que lo meta en su jaulita?

SARGENTO.- (Rencoroso.) ¡Pajarito, pajarito!

TENIENTE.- Es una granada, señooor…

FUSELLI.- Fuselli.

TENIENTE.- Señor Fuselli. El soldado sacó o rompió un seguro, entonces se zafó un retén, y después…

FUSELLI.- (Con urgencia.) ¡Por favor, por favor! No me replique nada. En mi profesión, los prejuicios han matado más gente que la llamada fatalidad. ¿Dónde está el soldado?

SOLDADO.- (Débilmente.) Aquí.

TENIENTE.- Venga, sargento, vamos a informar al coronel. (Salen los dos por la derecha).

FUSELLI.- Arrímese, hombre.

SOLDADO.- (Acercándose.) Va a explotar, señor…

FUSELLI.- No se preocupe. Si explota, ni usted ni yo nos damos cuenta. Hace treinta años que vengo esperando que alguna explote, y ya ve.

SOLDADO.- ¿Esperando?

FUSELLI.- Es un decir. A ver, muéstreme lo que tiene en la mano… Ah, el relojito.

SOLDADO.- Ojalá fuera un relojito.

FUSELLI.- Yo la he bautizado así, en homenaje a los suizos que la hicieron. Su verdadero nombre es Innerblast 65. Meta la mano aquí, adentro, por favor. (El soldado mete la mano en la jaula. Fuselli empieza asacar del maletín distintos instrumentos con los que examina la granada a través de la jaula: una lupa, una linternita, un calibre, etc.; puede aparecer también algún instrumento médico, un estetoscopio o algo así. A medida que Fuselli completa su inspección de la granada y del soldado -puede, por ejemplo, revisarle la garganta- lanza una serie de sonidos progresivamente agudos, que indican la gravedad de lo que descubre. Por último deja sus implementos sobre la mesita y empieza a pasearse con las manos a la espalda y la cabeza gacha.)

SOLDADO.- ¿No me dice nada, señor? ¿Tan grave es lo que tengo?

FUSELLI.- (Da una vuelta más antes de pararse frente a él.) Hijo mío, haga de cuenta que le ha salido un tumor maligno, un cáncer. Peor. La lepra, porque ya nadie se le va a acercar, ¿comprende? Yo soy la última persona que le habla a un paso de distancia (le pone una mano sobre el hombro) que lo toca.

SOLDADO.- (Boquiabierto) La última…

FUSELLI.- Esa granada que lleva en la mano pone treinta metros de respeto entre usted y el mundo. Parecen nada, treinta metros, pero usted ya empieza a ver el mundo de otro mdo.. El miedo es sólido, soldado. Un muro. No le pida a nadie que camine a través de un muro.

SOLDADO.- Pero, explíqueme…

FUSELLI.- Es fácil. No sé lo que usted hizo. Alguna torpeza, sin duda. Lo que importa es que ha saltado todo el artificio de fuego, salvo la última etapa, el muelle que al salir detona la carga. No me explico como pudo pararlo.

SOLDADO.- Puse el dedo.

FUSELLI.- Bueno. Ahora usted está unido a la granada, y la granada a usted, por un vínculo indisoluble.

SOLDADO.- Y eso, ¿qué quiere decir?

FUSELLI.- La granada es usted.

SOLDADO.- Pero entonces ¿me van a dejar solo?

FUSELLI.- (Asintiendo.) Ya está solo, soldado. Puede retirar la mano.

SOLDADO.- (Saca la mano de la jaula.) ¿Se la lleva?

FUSELLI.- Es la única que tengo. De todas maneras, no sirve para gran cosa. Es un elemento, como le diría, ritual. Tranquiliza, da a entender que se ha pensado algo para enfrentar el destino, aunque lo que se ha pensado sea inútil.

SOLDADO.- Si es así, no veo para qué la usa.

FUSELLI.- Revela una preocupación, ¿comprende? El mundo está lleno de objetos así, hechos para atestiguar una situación, no para remediarla.

SOLDADO.- ¡Qué oficio raro el suyo!

FUSELLI.- A mí ya no me parece raro.

SOLDADO.- ¿Pero no tiene miedo?

FUSELLI.- Tengo, pero es también un miedo ritual, un miedo muerto. Aquel maravilloso miedo del principio, ya no lo puedo sentir. Los explosivos, bah… Si apareciera un león sería diferente.

SOLDADO.- Aquí no hay leones.

FUSELLI.- Justamente, ese es el drama. (Empieza a guardar sus intrumentos.)

SOLDADO.- ¡Un momento, no se vaya! ¿Cómo voy a vivir así?

FUSELLI.- Se acostumbrará, soldado, si realmente quiere vivir. El hombre se acostumbra.

SOLDADO.- Usted encima me hace chistes.

FUSELLI.- No son chistes. En cierto sentido, todo el mundo lleva encima una granada. Pero usted sabe dónde está. Es una gran ventaja.

SOLDADO.- Hace un ratito me trató de apestado.

FUSELLI.- Eso abarca sólo un aspecto de la cuestión, el de sus relaciones con los demás. Hay otro aspecto ¿entiende?

SOLDADO.- No.

FUSELLI.- Es que usted ha vivido fingiendo hasta ahora. Ya no podrá. Pensándolo bien, debería bailar de contento. Le ha ocurrido, muy joven, algo que es casi un milagro. Su destino se ha hecho objetivo. Usted es mucho más usted. ¿Qué era hace unas horas? Un desgraciado, un pobre colimba.

SOLDADO.- No le permito.

FUSELLI.- No diga más esas cosas. Ya no puede dejar que esas frases se pronuncien solas. Usted era un desgraciado y ahora es un gran hombre trágico.

SOLDADO.- Yo prefiero ser como era y volverme a mi casa.

FUSELLI.- Usted ya no prefiere. Obedece. Sus preferencias se han hecho pedazos y no hay que lamentarlo, porque no valían gran cosa. Ah, mi Dios, ¿cómo explicarle? (El soldado se enjuga una lágrima.) Llore. Eso ya indica una toma de conciencia. Puesto que no quiere bailar, que sería lo más deecuado. ¿Quiere que le cuente un secreto? Yo no tendría este oficio si no me hubiera pasado algo similar. Una bala explosiva de las que se llaman dun-dún, en España.

SOLDADO.- ¿Estuvo en España?

FUSELLI.- Y en Londres, durante la blitzkrieg.

SOLDADO.- Dicen que eso fue bravo.

FUSELLI.- Apasionante. Las grandes bombas ocultas, soldado, no hay nada que fascine tanto como las grandes bombas que no estallaron. Si usted o yo pudiéramos llevar una de esas rompemanzanas sobre los hombros, seríamos realmente importantes.

SOLDADO.- (Ríe.) ¡Las cosas que dice!

FUSELLI.- Eran como majestuosos cetáceos, ballenas de acero incrustadas en la tierra, dormitando en los sótanos entre las botellas, respirando bajo el piso de las iglesias donde todavía se celebra misa. Emocionantes, esas misas cantadas sobre una buena carga de trilita. Pienso, privadamente, que la relacion con Dios es más auténtica cuando el diablo está en el sótano.

SOLDADO.- Y usted, ¿qué hacía con las bombas?

FUSELLI.- Las estudiaba, las acariciaba, después no había más remedio que desarmarlas. Eran unos bichos tan cariñosos. Siempre tenían frases de afecto y saludo, escritas con tiza o con cal.

SOLDADO.- No entiendo cómo le gustan esas cosas. De a ratos me parece…

FUSELLI.- ¿Que estoy loco? Dígalo, soldado. Pero no me negará la belleza de las cosas que matan. Un sable es hermoso, brillando al sol. Un tanque es más hermoso que un Cadillac. Y uno de esos aviones a chorro que pasan como flechas es más lindo que cualquier cosa que pueda verse en el cielo. (Toma su maleta.)

SOLDADO.- Un momento, un momento. ¿Qué… qué paso con la dun-dún?

FUSELLI.- La llevo en la espalda. Nunca estalló.

SOLDADO.- Usted disparaba.

FUSELLI.- (Triste.) Sí. No es el lugar más honorable para llevar una herida. Pero yo era joven e inexperto. Ignoraba que la bala que a uno lo va a matar, ya está hecha, y su trayectoria también. El colectivo que lo va a pisar, lo están rectificando en el taller de la vuelta. La cornisa que le caerá encima, empezó a aflojarse hace años, y sólo espera que uno pase por debajo, como decía Quevedo.

SOLDADO.- ¿Ese es un chiste de Quevedo?

FUSELLI.- Es el mejor chiste de Quevedo.

SOLDADO.- (Aferrándose a cualquier pretexto para retenerlo.) Así que… en resumen… usted se asustó todo en España.

FUSELLI.- Oh, la guerra se perdía igual. Pero ahora no escaparía. Lo más que uno puede hacer frente a una dun-dún fabricada especialmente para él, es elegir si prefiere recibirla en el pecho o en la espalda. No cambia gran cosa, por supuesto. Es la diferencia entre una condecoración y un estigma. Diferencia nada grande, pero una condecoración ayuda socialmente, por decirlo así.

SOLDADO.- ¿Nunca duele?

FUSELLI.- Cuando hay humedad. Poca cosa.

SOLDADO.- ¿Y por qué no se la opera?

FUSELLI.- ¿Operármela? ¡Si es lo mejor que tengo!

SOLDADO.- (Ríe.) ¡Qué locura!

FUSELLI.- Bueno, admito que trae algunas molestias. Debo tomar algunas precauciones. En mi trabajo no se puede impedir que a veces ocurra una explosión, a distancia, por supuesto. Cualquiera de ellas puede hacerme estallar por simpatía.

SOLDADO.- Si a eso le llama simpatía…

FUSELLI.- Es el término técnico. Pero no es la única forma de simpatía que debo evitar, ni la más peligrosa. Si alguien me palmeara la espalda con fuerza, podría hacerme explotar. (El soldado, ríe.) No tanta risa. Ando muy alerta. De tanto en tanto diviso en la calle algún amigo al que hace mucho no veo, un compañero de colegio, un viejo profesor. Me gustaría saludarlo, charlar. Pero siempre cruzo de vereda porque pienso: "Este me va a palmear". Hay clases especiales de gente que eludo aunque me sean agradables: políticos, curas, médicos, todos esos grandes palmeadores de espaldas. Evito encontrar nuevas amistades y me esfuerzo por perder las viejas. Cuando eso es imposible, las veo diariamente, y aún dos veces por día; aterrizo en mitad de un desayuno que evidentemente no espera a nadie, les irrumpo en el baño, hago cualquier cosa, en fin, para no fomentar ausencias o nostalgias capaces de desencadenar esa fatal palmada que vivo esperando, y que terminará por darme un desconocido en un momento de irresponsable entusiasmo o de simple confusión. Ya ve, soldado, la simpatía me es fatal en cualquiera de sus formas. A usted le puede pasar lo mismo. Cuídese. La simpatía está a la vuelta de la esquina.

SOLDADO.- Pero, ¿no se pude hacer nada? ¿Qué pasa si metemos la granada en un balde de agua?

FUSELLI.- Nadie sabe. Me inclino a pensar que no pasa nada, o que todo lo que pasa se cancela a si mismo, ocurre en un secreto, una niebla donde no podemos penetrar…

(…)

FUSELLI.- … nunca se sabe, hijo mío, cuándo termina una guerra. La última víctima de las guerras napoleónicas no ha nacido todavía.

SOLDADO.- Quisiera saber cómo hace para hablar tan bien sin que yo le entienda casi nada. Hay momentos en que me dan ganas de llorar.

FUSELLI.- Oh, es que usted ve en mí uno de sus posibles futuros. No se deje conmover. La simpatía, recuerde. En el peor de los casos, si todo le parece perdido, trate de estallar solo.

SOLDADO.- Pero, ¿por qué me toca a mi?

FUSELLI.- ¿Qué pregunta, soldado? El único que puede contestarla es usted. ¿Qué sé yo de su vida?

SOLDADO.- Mi vida no tiene nada que ver con esto.

FUSELLI.- Ya verá que si. Desde que nació, supongo, se estaba preparando para esto, y esto para usted. El tornero que trabajó las piezas, la helicoide, el muelle; la muchacha que las armó y en un momento distraído falseó el mecanismo; el supervisor que lo dejó pasar; ese resorte que usted atrapó contra toda lógica. Vaya multiplicando las imporobabilidades, colocando un elevado a y griega sobre otro elevado a equis, apilando las potencias en una escalera sin sentido. Toda esa magia estaba destinada para usted, y si usted no es la última ley de lo que le pasa, todo es insensato.

SOLDADO.- (Moviendo la cabeza.) Es inútil. No comprendo.

FUSELLI.- Llámelo un milagro, si quiere, pero no se envanezca. Cualquier cosa que ocurre tiene, antes de ocurrir, y siempre que la hayamos defindo a fondo, una probabilidad de ocurrir que es casi nula. Pero ocurre. ¿Cuál era, hace 24 horas, la probabilidad de que mi pie llegara a ocupar en este preciso momento el lugar que ocupa? Cero. Y sin embargo, ahí lo tiene. Todo sucede a contrapelo, pero sucede. Hay en los acontecimientos una ley que paradójicamente desdeña las probabilidades, las causas y las explicaciones. Lo único que puede decirse de lo que pasa, es que pasa, pase lo que pase. (Mira su reloj.) Debo irme, ¿sabe? Tengo otros casos esperando.

SOLDADO.- No. Espere. Si todos me dejan solo, me voy a morir. De hambre, aunque más no sea.

FUSELLI.- No se preocupe. Le traerán comida. Y agua. Al principio, hasta es posible que le traigan una botella de vino.

SOLDADO.- Pero ¿cómo voy a dormir? ¿Tendré que estar siempre despierto?

FUSELLI.- Sería lo más seguro. Pero supongo que se puede inventar algo para eso. Enyesarle la mano, por ejemplo.

SOLDADO.- (Se ríe.) ¿Con granada y todo? ¿Toda la vida enyesado?

(…)

SOLDADO.- (Vuelve espectacularmente a su problema; mira la granada, hace ademán de tirarla, salta, patea el pasto.) ¿Qué hago, qué hago?

FUSELLI.- Calma, soldado. Es inútil. Haga de cuenta que ha entrado en combate.

SOLDADO.- ¿Pero en combate con quién?

FUSELLI.- A eso iba. La guerra ha cambiado ahora. El enemigo se ha vuelto invisible, usted llega a preguntarse si existe. ¿No ha oído hablar del vacío, la soledad del campo de combate? Los autores modernos lo mencionan como algo aterrador. Usted puede guerrear la vida entera sin descubirr jamás al enemigo enmascarado, que es ese árbol florecido, aquella piedra, aquella nube donde usted juega a descubrir un animal o la cara de su madre. Ahora el campo de combate es frío. Solitario, un desierto. Nada de banderas, de tambores, de penachos ni uniformes rojos. La vieja luz ha huido para siempre, está condensada en uno, dos tonos de gris o de verde. Usted ya no ve el blanco al que acostumbraba tirar en sus prácticas. Quizás con mucha paciencia decubrirá alguan vez algo que se mueve, una mancha, un desplazamiento del aire. Será tan rápido que lo mismo podría ser un fantasma, algo que usted pensó. Lo único oque usted sabe es que lo quieren matar: no toque esa margarita, no coma esa manzana, no patee esa piedra. El mundo entero guerrea contra usted, y el mundo está también dentro de usted. Usted lleva la guerra adentro. ¡Alerta, soldado!

SOLDADO.- ¿Vale a pena vivir así?

FUSELLI.- (Da media vuelta y sale rápidamente por la derecha. Grita desde afuera.) Cosa suya, soldado. ¡Cosa suya! ¡Y no olviiide: posición de combate!

(Telón y fin del Acto Primero)

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