L´HERMITE (EL ERMITAÑO)
No lo abruman las voces aturdiendo
ni el transitar atareado del gentío.
Clamores sordos, ecos vacíos,
como el gesticular urgido de mudos departiendo.
La perpetua vigilia y la inclaudicable compañía
de los seres del sueño y de la honda pesadilla.
El báculo de la pluma en un extremo,
hiere el pliego en variaciones infinitas
de existencias indignas de néctar de dicha.
Es su candil fulgente y altanero,
ora razón, ora Musa, a veces pasión;
y la lluvia de las iris la ineluctable condición
que condesciende al verso, al piadoso lamento.
Blasones de fieros rostros, de campos de azur,
de rampantes doncellas, alarman
de su caverna las paredes. El no las llama,
allí están, son su sosiego y su tormento,
su creación. No protégele del pudor del desnudo
la capa azul. Guárdale de las manos lacerantes
de quienes dando vida, pugnan por arrancarle
los ojos. ĦQué dicha sería, añorando al tebano
en tinieblas sumirse! (cavila el ermitaño).
Solo vaga. Ha exiliado del mundo de los hombres,
y rebélansele las criaturas de su buril.
Así se deleita, empero, el pobre infeliz.
Que sus letras se lean, consuelo vano,
aunque muchedumbre invisible le acompañe,
nadie aplaude
al pobre ermitaño.
Mayo 2001.
Daniel Ortiz.