Bill

escribe sobre

SINCERIDAD

 

Este asunto de la SINCERIDAD

El problema de la sinceridad toca casi todos los aspectos de nuestras vidas. Hay, por ejemplo, modos diversos e increíbles de auto-engaño. Hay gente que tiene un modo espantoso de decir la verdad, que carece de prudencia y amor. También hay incontables situaciones de la vida en las cuales no vale sino la honradez total, aun cuando podamos estar tentados por el temor y el orgullo, que nos reducirían a no decir nada o a decir la verdad a medias.

Primero, veamos de qué modo puede el autoengaño afectar nuestra entereza de carácter.

Bien puede recordar los que conocen mi historial cómo me refugiaba yo en una creencia exagerada en mi propia honradez. Mi familia, en Nueva Inglaterra, me había enseñado la gran seriedad de los compromisos comerciales y de los contratos. Me enseñaron que "la palabra de un hombre es sagrada". A mí me encantaba el cuento de Lincoln en el que contaban que "El Honrado Abe" - como lo tildaban - caminó una vez seis millas para devolver los seis peniques que le cobró de más a una mujer pobre, en su almacén de víveres. Después de ese acondicionamiento riguroso, la honradez en los negocios me vino con facilidad y se me convirtió en segunda naturaleza. Aún en Wall Street, a donde llegué años más tarde, nunca engañe a nadie. Sin embargo, ese pequeño fragmento de virtud tan fácilmente adquirido produjo algunas desventajas interesantes. Me enorgullecía en forma tan absurda de mis principios comerciales, que nunca dejé de sentir un desprecio enorme hacia algunos de mis compañeros en Wall Street que cobraban más de la cuenta a sus clientes. Esto en sí ya era una gran arrogancia, pero el auto-engaño que le seguía era aún peor. Mi honradez en los negocios (que yo tanto estimaba) se convertía en un manto bajo el cual yo podía esconder las muchas imperfecciones que atacaban los otros departamentos de mi vida. Estando seguro de tener una virtud, era muy fácil concluir que era poseedor de todas las demás. Durante muchos años, esto impidió que yo me viera con sinceridad. Este es un ejemplo muy sencillo de la fabulosa capacidad de auto-engaño que a veces somos capaces de desplegar. Además, el engaño a los demás está casi siempre enraizado en el auto-engaño.

Para ilustrar eso, me acuerdo de dos casos extremos. Uno demuestra el auto-engaño de una manera obvia - obvia para todos menos para la propia víctima. El otro demuestra una forma más sutil de auto-engaño, de la cual no está exento ningún ser humano.

Uno de mis buenos amigos era un estafador - un ladrón de cajas de seguridad. Me contó un cuento que revela mucho. Me dijo: sabes, Bill, yo pensaba que era una especie de revolución de un solo hombre contra la sociedad. Por todas partes veía a los pobres quitarle a los ricos. Me parecía razonable. Después de todo, esos malditos ricos no compartían su riqueza. Las revoluciones que les arrebatarían sus posesiones deberían causar mucho aplauso. Pero tipos como yo, que obligaban a esos ricos a compartir su riqueza, no recibían tal aplauso. Después de un tiempo, me convencí de que a nadie le gustan los ladrones. Las revoluciones si gustan, pero los ladrones no. De todos modos, yo no veía nada malo en romper cajas de seguridad - lo único malo era que me fueran a agarrar. Aún después de varios años en la cárcel no le veía nada malo. Cuando me hice miembro de A.A., me fui dando cuenta lentamente que habían buenas revoluciones y también males. Poco a poco me di cuenta de qué modo me había engañado a mi mismo. Pude ver que había estado bastante loco. Es el único modo en que puedo explicarme semejante estupidez".

Tengo otro amigo en A.A., que es un hombre bueno y bondadoso. Hace poco se hizo miembro de una de las grandes órdenes religiosas: una en que los fieles pasan muchas horas en contemplación. Así que mi amigo tiene mucho tiempo para hacer su inventario. Entre más mira, más auto-engaño inconsciente encuentra. Y más se sorprende ante la complicada y desviada maquinaria para fabricar excusas por medio de la cual él se había estado justificando. El ha llegado a la conclusión de que el virtuosismo orgulloso de la "gente buena" puede con frecuencia ser tan destructivo como los pecados evidentes de aquellos que no parecen ser tan buenos. Entonces, él mira diariamente su interior y luego arriba hacia Dios, para descubrir en dónde se encuentra en esto de la sinceridad. De cada una de sus meditaciones emerge una certeza total y es el hecho de que le falta mucho camino para llegar a la meta deseada.

El asunto de cómo y cuándo decir la verdad - o callarse - con frecuencia revela la diferencia entre verdadera entereza de carácter - o total falta de ella. El Paso IX del programa de A.A. nos advierte enfáticamente que no debemos hacer mal uso de la verdad cuando nos dice:

"Reparamos directamente a cuantos nos fue posible el daño que les habíamos causado, salvo en aquellos casos en que el hacerlo perjudicaría a ellos mismo o a otros".

Al indicarnos cómo la verdad puede usarse para herir así como para sanar, este principio tan valioso se puede usar con gran amplitud en el problema de desarrollar la enterca de carácter.

En A.A. por ejemplo, hablamos mucho los unos de los otros. Mientras que nuestros motivos sean completamente buenos, esto no está mal. Pero el chisme que hace daño, es ya otra cosa. Por supuesto que esta clase de rumores pueden tener su fondo de verdad; mas el abuso de estos hechos puede a veces ser torcido al referirnos a la integridad ajena. Esta clase de sinceridad (honestidad) superficial no puede ser buena para nadie. Así que la necesidad de examinar nuestros motivos debe ser parte de nuestro ser. Después de una sesión de chisme, podemos hacernos estas preguntas: "¿Por qué dijimos todo eso? ¿Estábamos tratando de ayudar y dar información? ¿No estaríamos tratando de sentirnos superiores al confesar los pecados del prójimo o quizás pro el miedo y el disgusto, no estaríamos realmente interesados en perjudicarlos?". Esto sería un esfuerzo sincero en hacer nuestro propio examen de conciencia y no el del prójimo. Aquí vemos la diferencia entre el buen uso de la verdad y el mal uso. En seguida empezamos a recuperar la entereza que habíamos perdido.

A veces, sin embargo, nuestros motivos no pueden determinarse tan fácilmente. Hay veces que pensamos que debemos revelar cosas altamente perjudiciales para que cesen las maldades de algunos. "Todo por el bien de A.A.", - o algo por el estilo - se vuelve nuestra exclamación. Armados con esta justificación - que con frecuencia es falsa - seguimos nuestro ataque llenos de auto-virtusosismo. Puede ser muy cierto que haya necesidad de remediar una condición dañina. Puede también ser muy cierto que nos veamos obligados a revelar ciertos hechos desagradables. La verdadera prueba consiste en el modo de comportarnos. Debemos asegurarnos de que "no estamos buscando la paja en el ojo ajeno y nos olvidamos mirar la viga en el propio". Por lo tanto, sería sabio hacernos estas preguntas: "¿Comprendemos de verdad a la gente comprometida en esta situación? ¿Estamos seguros de poseer todos los datos pertinentes? ¿Es necesario que haya acción o crítica de parte nuestra? ¿Estamos seguros de no estar ni temerosos ni enojados?".

Sólo después de haber hecho tal examen podemos estar seguros de actuar con discernimiento cuidadoso y con el espíritu de amor que siempre necesitaremos para mantener nuestra propia entereza de carácter.

Existe también otro aspecto del problema de la honradez. Es muy posible que usemos la supuesta falta de sinceridad de la otra gente como la excusa más aceptable para no cumplir nuestras propias obligaciones. Una vez me pasó a mí: algunos amigos que tenían algo de prejuicio me habían convencido de que nunca más podría volver a trabajar en el sector de la bolsa, en Wall Street. Estaban seguros de que el materialismo desenfrenado y los negocios dudosos que allí se llevaban a cabo impedirían mi crecimiento espiritual. Ya que esto me parecía lógico, seguí alojado del único negocio que yo conocía.

Cuando al fin se agotaron todos los recursos económicos, me di cuenta que no había sido capaz de enfrentarme a la probabilidad de volver a trabajar. Así que regresé a Wall Street de todos modos, y me he alegrado mucho de haberlo hecho. Necesitaba volver a descubrir que hay mucha gente magnífica en el sector financiero de Nueva York. Además, necesitaba la experiencia de mantenerme sobrio en el mismo ambiente en el cual el alcohol me hizo caer tan duramente. Recibí todos esos beneficios y muchos más. Hubo un dividendo fantástico como resultado directo de esa decisión hecha de mala gana de regresar a la bolsa. Fue en un viaje de negocios a Akron, Ohio, en 1935, en el cual conocí al Dr. Bob - quien luego sería el co-fundador de A.A. Así que el nacimiento de A.A. está ligado al hecho de que yo estaba tratando de enfrentarme a la responsabilidad de ganarme el pan de cada día.

Debemos ahora abandonar el tema tan absorbente del auto-engaño y enfocar algunas de esas situaciones tan irritantes de la vida pero a las que debemos enfrentarnos con hombría. Supongamos que nos den una solicitud de empleo que dice en parte: "¿Ha sufrido Ud. de alcoholismo y ha sido Ud. hospitalizado?".

En este punto, nosotros los de A.A., salimos con buenas calificaciones. Casi todos creemos que sólo la verdad absoluta sirve en situaciones de esta clase. La mayoría de las empresas respetan a nuestra confraternidad y les gusta esa sinceridad total, especialmente cuando revelamos ser miembros de A.A. y sus resultados. Por supuesto que muchos otros problemas de la vida requieren esa forma idéntica de obrar, o sea rectamente.

En su mayoría, las ocasiones que requieren honradez total son claras y definidas y pueden reconocerse fácilmente. Tenemos que enfrentarnos a ellas, a pesar de nuestro temor y orgullo. Si no logramos hacerlo, podemos estar seguros de sufrir conflictos que se acrecientan sin cesar y que sólo pueden resolverse con pura honestidad.

Hay sin embargo, ciertas ocasiones en las cuales el decir la verdad en forma precipitada puede causar daño y dejar daño permanente a otros. Cuando sea ésta la posibilidad, nos encontraremos con un problema muy real. Nos veremos entre la espada y la pared - enfrentados por dos tentaciones. Cuando la conciencia nos ha mortificado lo suficiente, es posible que echemos a un lado toda la prudencia y cariño. Puede que tratemos de comprar nuestra libertad diciendo la cruel verdad sin considerar a quien herimos ni hasta que grado. Pero ésta no es la tentación usual. Es más probable que nos inclinemos hacia el otro extremo. Nos imaginamos un cuadro totalmente falto de realidad en cuanto al daño tan terrible que vamos a infringir a otros; alegando sentir gran amor y compasión por nuestras supuestas víctimas, nos preparamos a decir la Gran Mentira - y a sentirnos muy tranquilos después de haberlo hecho.

Cuando en la vida se nos presenta un conflicto tan agudo, no se nos puede echar toda la culpa si nos sentimos confundidos. En realidad, nuestra primera responsabilidad es admitirlo. Puede que tengamos que confesar que por ahora hemos perdido la habilidad de distinguir entre lo que es bueno y lo que es malo. Muy difícil, también, será la admisión de que no podemos estar seguros de recibir la guía Divina porque nuestras oraciones están llenas de confusión y propiamente no sabemos qué es lo que deseamos hacer. En este momento debemos buscar el consejo de nuestros amigos más allegados. No hay adonde más acudir. Si no hubiera tenido la fortuna de tener amigos sabios y cariñosos, me hubiera enloquecido hace mucho tiempo. Un médico me salvó de morir a causa del alcoholismo al obligarme a enfrentarme a la cualidad mortífera de esa enfermedad. Otro médico, un psiquiatra, me ayudó años después a conservar mi cordura porque me ayudó a descubrir algunos de mis defectos más arraigados. De un miembro del clero adquirí los principios llenos de verdad por medio de los cuales nosotros los Alcohólicos Anónimos ahora tratamos de vivir. Pero estos amigos hicieron mucho más que prestarme su habilidad profesional. Estaban siempre listos a compartir su buen criterio e integridad. Muchos de mis amigos más íntimos en A.A. me han ayudado del mismo modo. En muchas ocasiones, ellos pudieron ayudarme cuando otros no podían, sencillamente porque eran Alcohólicos Anónimos.

Por supuesto, no podemos depender exclusivamente de los amigos para resolver nuestros problemas. Un buen consejero nunca podrá pensar en lugar nuestros - él sabe que toda decisión final debe ser nuestra. El, por lo tanto, ayudará a eliminar el temor, el que tratemos de salir por un atajo y el auto-engaño, así preparándonos para hacer decisiones que sean bondadosas, prudentes y honestas.

La elección de tal amigo es una tarea sumamente importante. Debemos buscar una persona profundamente comprensiva y luego escucharla con cuidado. Además, debemos estar completamente seguros que nuestro consejero sea una persona que mantenga nuestras confidencias en reserva.

Si es un miembro del clero, médico o abogado, esto ya se presume, pero cuando consultamos a un amigo en A.A. debemos recordarle nuestra necesidad de que esto se mantenga en reserva. Las comunicaciones de naturaleza íntima son tan libres y normales entre nosotros, que un consejero de A.A. puede a veces olvidarse cuando esperamos que se mantenga en silencio. La santidad protectora de estas relaciones humanas tan curativas, no debiera nunca ser violada. Tales comunicaciones privilegiadas tienen ventajas inapreciables. Encontramos en ellas la oportunidad perfecta de ser tan honestos como somos capaces de serlo. No tenemos que pensar en la posibilidad de herir a otra persona, ni tenemos que temer el ridículo o la condenación. Aquí también se nos brinda la oportunidad de reconocer el auto-engaño.

Si nos auto-engañamos, un consejero competente puede darse cuenta en seguida y al ayudarnos a salir de nuestras fantasías nos sorprendemos al encontrar que tenemos pocos deseos de defendernos contra verdades desagradables. De ningún otro modo pueden el temor, la soberbia y la ignorancia derrotarse tan fácilmente. Después de un tiempo, nos damos cuenta que estamos parados firmemente en una base totalmente nueva para lograr nuestra entereza de carácter.

Sigamos, por lo tanto, nuestra búsqueda del auto-engaño ya sea grande o pequeño. Moderemos diligentemente la honestidad con prudencia y amor y que nunca vacilemos en ser completamente directos cuando sea necesario.

Nosotros los A.A. entendemos cómo la verdad nos libera, rompe las cadenas que nos ataban al alcohol y continúa liberándonos de un sinnúmero de conflictos y miserias, como también ahuyenta el miedo y la soledad.

La unidad de nuestra hermandad, el amor que nos tenemos mutuamente, la estimación que el mundo nos profesa, todo esto es producto de una integridad total, que, por la gracia de Dios, hemos podido lograr.

Ojalá que nos apresuremos a encontrar aún más honra verdadera y a profundizar en la práctica de ésta, en todos nuestros asuntos.

 

Hosted by www.Geocities.ws

1