"LO PRIMERO PRIMERO" EVITAR LA SOLEDAD |
||
"LO PRIMERO PRIMERO" | EVITAR LA SOLEDAD | |
He
aquí un antiguo refrán que tiene significado especial e
importante para nosotros. Dicho en otros términos,
quiere decir que sobre todas las demás preocupaciones,
debemos recordar que no podemos beber. El no beber es de
primera magnitud para nosotros, en cualquier parte, en
cualquier lugar, y bajo cualquier circunstancia. Este es estrictamente un asunto de
supervivencia para nosotros. Hemos aprendido que el
alcoholismo es una enfermedad asesina, que conduce a la
muerta en un gran número de formas. Preferimos no
activar esa enfermedad arriesgándonos con una bebida. El tratamiento de nuestra
condición, tal como lo ha notado la Asociación Médica
Norteamericana, "involucra primordialmente el no
tomar ni un solo trago". Nuestra experiencia
refuerza esa receta terapéutica. En los problemas prácticos y
cotidianos, esto quiere decir que debemos tomar todas las
medidas que sean necesarias, a pesar de cualquier
inconveniente, para no beber. Algunos nos han preguntado,
"¿Esto quiere decir entonces que hay que colocar la
sobriedad por encima de la familia, el trabajo, o la
opinión de los amigos?". Cuando observamos que el alcoholismo
es un asunto de vida o muerte, la respuesta es muy
sencilla. Si no salvamos nuestra salud y nuestras vidas,
entonces seguramente no podremos tener familia, trabajo,
ni amigos. si apreciamos la familia, el trabajo y los
amigos, ante todo debemos salvar nuestras propias vidas
para poderlas gozar. "Lo Primero Primero" es
rico también en otros significados que pueden ser muy
importantes para combatir el problema alcohólico. Por
ejemplo, muchos de nosotros hemos notado que cuando
dejamos de beber, nos pareció que tomaba demasiado
tiempo el lograr tomar decisiones. Las decisiones
parecían difíciles de alcanzar, ya que venían y se
iban con demasiada frecuencia. Ahora bien, la indecisión no afecta
únicamente a los alcohólicos en recuperación, pero
probablemente nos molestó más a nosotros que a otras
personas. El ama de casa recién ingresada a los grupos
no podía resolver cuál de los muchos trabajos
hogareños debía ejecutar primero. El hombre de negocios
no podía decidir entre hacer esas llamadas o dictar
aquellas cartas, o efectuar aquel negocio. En muchos
comportamientos de nuestras vidas, deseábamos afrontar y
poner por obra todas las tareas y obligaciones que
habíamos estado despreciando. Obviamente, no podíamos
encargarnos de todas ellas simultáneamente. Entonces fue cuando nos ayudó el
refrán "Lo Primero Primero". si alguna de las
alternativas que se nos presentaban involucraba el
decidir entre beber y no beber, esa decisión merecía y
obtenía absoluta prioridad. A menos que nos aferráramos
a nuestra sobriedad, ningún negocio, ni limpieza, ni
llamada telefónica, ni carta se hubiera podido llevar
adelante. Posteriormente utilizamos el mismo
proverbio para organizar el tiempo de nuestra recién
hallada sobriedad. Tratamos de planificar las actividades
del día, ordenando nuestras tareas en orden de
importancia, y nunca haciendo un horario demasiado
estricto. Teníamos en mente otra cosa
"primordial", nuestra salud general, porque
sabíamos que si nos cansábamos demasiado o dejábamos
de comer oportunamente, se nos podrían presentar
dificultades. Durante el alcoholismo activo,
muchos de nosotros llevamos vidas sumamente
desorganizadas, y la confusión nos hacía sentir
incómodos o aun desesperados. El aprender a no beber se
facilita, introduciendo algún orden dentro de nuestra
rutina cotidiana, pero siendo realistas y manteniendo
siempre un plan flexible. El ritmo de nuestra rutina
personal tiene un efecto apaciguador, y, para organizar
nuestra desorganización previa, el principio más apto
es, efectivamente, "Lo Primero Primero". |
El
alcoholismo ha sido descrito como "la enfermedad
solitaria", y muy pocos alcohólicos recuperados
discuten este punto. Mirando retrospectivamente los
últimos años o meses de nuestra bebida, literalmente
cientos de millares * de nosotros recordamos que nos
sentíamos aislados aun cuando estuviéramos en medio de
una gran cantidad de gente feliz y bulliciosa. A menudo
sentíamos una profunda sensación de no pertenecer, aun
cuando actuáramos en forma sociable y amistosa. Muchos de nosotros hemos confirmado
que originalmente empezamos a beber para formar
"parte de la multitud". Muchos de nosotros
creíamos que teníamos que beber para
"incorporarnos", y para sentirnos encajados
dentro del resto de la raza humana. Es un hecho fácilmente comprobable,
por supuesto, que nuestro uso principal del alcohol fue
de tipo egocéntrico, esto es, que lo ingeríamos dentro
de nuestros propios cuerpos, para buscar efectos dentro
de nuestra propia piel. Frecuentemente, ese efecto nos
ayudó momentáneamente a comportarnos en forma social, o
temporalmente desvaneció nuestra soledad interna. Pero cuando se alejaban los efectos
del alcohol, nos quedaba una sensación de estar mucho
más apartados, mucho más retirados y más diferentes
que nunca, y mucho más tristes. Si nos sentíamos culpables o
avergonzados por nuestras borracheras o por algo que
hacíamos mientras bebíamos, con mayor razón se
presentaba la sensación de ser parias. Había ocasiones,
en que secretamente temíamos o aun creíamos merecer el
ostracismo, a causas de las acciones que habíamos hecho.
Muchos de nosotros llegamos a pensar que probablemente
éramos tipos anormales. (Tal vez esta sensación es conocida
por usted, si se toma el trabajo de recordar su última
borrachera o su última resaca). El camino solitario nos parecía
oscuro, sinuoso e interminable. Era demasiado doloroso
para hablar de ello; y para evitar su recuerdo,
volvíamos a emborracharnos nuevamente. Aunque algunos de nosotros éramos
bebedores solitarios, muy difícilmente puede decirse que
carecíamos completamente de compañía durante nuestros
días de bebida. La gente nos rodeaba por todas partes.
La veíamos, tocábamos y escuchábamos. Pero la mayoría
de nuestros diálogos importantes eran totalmente
internos, diálogos que manteníamos con nosotros mismos.
Porque estábamos seguros que nadie más podría
comprendernos. Además, considerando nuestra propia
opinión acerca de nosotros mismos, no nos sentíamos
seguros de querer que alguien nos comprendiera. No hay por qué maravillarnos,
entonces, de que cuando escuchamos por primera vez a los
alcohólicos de los grupos de A.A. hablar libre y
sinceramente acerca de ellos mismos, nos sentimos
sorprendidos. Las narraciones de sus borracheras, de sus
propios secretos y de su soledad, nos abrumaron como un
ciclón. Descubrimos, aunque difícilmente
nos atrevíamos a pensar en eso al principio, que no
estábamos solos. Después de todo, no éramos tan
diferentes a los demás. La frágil coraza de egocentrismo
asustado y protector en la cual hemos vivido durante
tanto tiempo se rompe con la sinceridad de otros
alcohólicos recuperados. Nos damos cuenta, antes de que
podamos articularlo, de que pertenecemos a alguna parte,
y que la soledad rápidamente empieza a drenarse. El alivio es una palabra muy débil
para definir la sensación inicial. Está mezclado con
asombro, y casi con cierto terror. ¿Es esto real?
¿Podrá perdurar? Aquellos de nosotros que hemos
estado sobrios durante algunos años, podemos asegurarle
a cualquier recién llegado a una reunión de A.A. que
esa sensación es real, ciertamente muy real. Y puede
perdurar. No es como los otros falsos comienzos, de la
clase que la mayoría de nosotros hemos experimentado
frecuentemente. No es uno más de aquellos alegres
principios que pronto se ven seguidos por un fracaso
desalentador. Por el contrario, a medida que se
incrementa el número de personas que ahora han estado
durante varias décadas en A.A., vemos ante nuestros ojos
más y más pruebas contundentes de que tenemos una
recuperación genuina y perdurable de la soledad del
alcoholismo. Con todo ello, el quitarnos de los
hábitos de sospecha y otros mecanismos de protección
que han permanecido en nosotros durante muchos años y se
encuentran profundamente arraigados, no puede ser un
proceso que se desarrolle de la noche a la mañana. Hemos
llegado a estar tremendamente acondicionados para sentir
y actuar en medio de una falta de comprensión y de amor,
que bien puede ser real o no. Estamos acostumbrados a
actuar como solitarios. Por consiguiente, después de que
logramos dejar la bebida, algunos de nosotros podemos
necesitar un poco de tiempo y de práctica para romper
nuestra soledad acostumbrada. Aun cuando empecemos a
creer que ya no estamos solos, en ocasiones actuamos y
sentimos tal como solíamos hacerlo antiguamente. Todavía no estamos maduros para
buscar la amistad, o para aceptarla cuando se nos ofrece.
No nos sentimos completamente seguros acerca de cómo
hacerlo, ni siquiera en pensar si habrá de funcionar. Y
esos años acumulados con su carga abundante de temor
todavía pueden influir en nosotros para retardarnos. Por
consiguiente, cuando empezamos a sentirnos un poco
solitarios, ya sea que estemos real y físicamente
solitarios, o no, las antiguas rutinas y el llamado del
alcohol pueden fácilmente atropellarnos. De vez en cuando, algunos de
nosotros nos sentimos tentados a renunciar y volver a
nuestra antigua miseria. Por lo menos, es una condición
que ya conocimos y no tendremos que luchar demasiado para
volver a adquirir toda la práctica que habíamos
alcanzado en nuestra vida de bebedores. Hablándole a un grupo de A.A.
acerca de sí mismo, un compañero dijo una vez que desde
sus años juveniles hasta la década de los cuarenta el
ser un borracho había constituido una ocupación de
tiempo completo, y por ello había pasado de largo por la
mayor parte de las cosas que los hombres aprenden
generalmente a medida que van llegando a la madurez.
"Entonces aquí estoy en mis cuarenta", dijo,
"abstemio. Sabía cómo beber y cómo armar
alborotos, pero nunca había aprendido una labor
vocacional o profesional, y era totalmente ignorante
respecto a los modales de comportamiento social. ¡Es
terrible, yo ni siquiera sabía cómo pedirle una cita a
una muchacha y qué hacer cuando me la diera! ¡Y
encontré también que no hay clases de romances para
solteros de 40 años que nunca han aprendido a valerse
por sí mismo en este campo!". La carcajada en la reunión de A.A.
esa noche fue particularmente amable y calurosa. Había
tantos que estaban en esa situación y que habían
padecido la misma clase de incomodidad. Cuando sentimos
esa desubicación incongruente a los cuarenta años (o
siquiera a los veinte, en aquella época), podríamos
pensar que éramos trágicos, casi grotescos, si no fuera
por los muchos grupos llenos de comprensión de gentes
A.A. que han conocido ese mismo tipo de temor, y pueden
ayudarnos ahora a ver su parte graciosa. Por eso podemos
sonreír cuando tratamos de nuevo, hasta cuando lo
hagamos correctamente. Ya no tenemos le necesidad de
renunciar en una vergüenza secreta. No tenemos la
necesidad de renovar nuestros intentos desesperados por
encontrar la confianza social en la botella, donde
siempre por el contrario habíamos encontrado la soledad. Este es un ejemplo extremo de la
clase de sensación que muchos de nosotros recibimos
cuando empezamos a navegar por la sobriedad. Y nos
muestra cuán peligrosamente perdidos podríamos
encontrarnos si tratáramos de continuar en forma
solitaria. La oportunidad de hacer ese viaje sería de
una en millones. Pero ahora sabemos muy bien que no
tenemos que proceder por nuestra cuenta. Es mucho más
sensato, seguro y fácil hacerlo en compañía de toda
una flota feliz que va en la misma dirección. Y ninguno
de nosotros tiene por qué sentir vergüenza de utilizar
la ayuda, puesto que todos nos ayudamos unos a otros. No es una cobardía el utilizar
ayuda para recuperarnos de un problema de bebida, así
como no es cobardía utilizar una muleta cuando tenemos
una pierna rota. Una muleta es un artefacto maravilloso
para aquellos que lo necesitan y para aquellos que
comprenden su utilidad. ¿Pero es que hay algo realmente
heroico en una persona ciega que va dando tumbos y
caídas simplemente porque se niega a utilizar una ayuda
que fácilmente podría obtener? El asumir riesgos locos
e innecesarios, alcanza en ocasiones alabanzas
inmerecidas. Pero una ayuda mutua, que siempre funciona
mejor, realmente debiera ser más apreciada y admirada. Nuestra propia experiencia para
permanecer sobrios refleja en forma abrumadora la
sabiduría de utilizar cualquier ayuda disponible para
recuperarnos del problema de la bebida. A pesar de
nuestra gran necesidad o deseo, ninguno de nosotros ha
podido recuperarse del alcoholismo por sus propios y
únicos esfuerzos. De habernos sido posible, no
habríamos tenido necesidad de acercarnos a A.A., al
psiquiatra o a alguien más en busca de ayudas. Puesto que nadie puede vivir
totalmente solo, puesto que todos nosotros dependemos en
algún grado de nuestros congéneres, que nos suministran
por lo menos algunos bienes y servicios, hemos visto la
sensatez de aceptar esa realidad particular y trabajar
dentro de ella en la aventura tan importante de
sobreponernos a nuestro alcoholismo activo. La idea de tomarnos un trago parece
deslizarse dentro de nuestras mentes mucho más suave y
sutilmente cuando estamos solos. Y cuando nos sentimos
solitarios, y cuando la urgencia de un trago nos golpea,
parece que lo hace con una fortaleza y velocidad
especiales. Tales ideas y deseos se presentan
con frecuencia mucho menor cuando estamos con otras
personas, especialmente no bebedoras. Si de todas maneras
ocurren, parecen menos potentes y se pueden evitar más
fácilmente mientras estamos en contacto con los
compañeros de A.A. No olvidemos que todos nosotros
necesitamos ocasionalmente algún tiempo para dedicarlo a
nuestra vida interior, colectar pensamientos, adquirir
bienes, hacer algo, trabajar en las situaciones privadas,
o simplemente descansar del esfuerzo cotidiano. Pero
hemos visto que es muy peligroso que nos volvamos
demasiado indulgentes en esto, especialmente cuando
nuestro temperamento se vuelve un poco apático o
autocompasivo. Casi cualquier compañía es mucho mejor
que un amargo aislamiento. Naturalmente, aun en las reuniones
de A.A. es posible desear una bebida, así como hay gente
que se siente solitaria en medio de una multitud. Pero
las probabilidades en contra de tomar una bebida son
mayores cuando estamos en compañía de otros miembros de
A.A. que las que tenemos cuando estamos solos en nuestro
cuarto o en un rincón apartado y escondido de una
taberna. Cuando solo tenemos nuestra propia
compañía, la conversación empieza a hacerse en forma
circular. Cada vez más se va excluyendo el aporte de
sensatez, que las otras personas nos pueden proporcionar.
El tratar de argumentarse a usted mismo contra un trago
es como tratar de hacer una autohipnosis. Generalmente,
es casi tan efectivo como tratar de persuadir a una yegua
que no dé a luz cuando su término se ha cumplido. Por estas razones, entonces, cuando
sugerimos evitar la fatiga y el hambre, añadimos
también un peligro adicional que conforma la tripleta:
"No se permita estar demasiado cansado, demasiado
hambriento, o demasiado solitario". Observe siempre esto. Si la idea de beber un trago cruza por su mente en cualquier oportunidad, tómese una pausa para considerarla. Es muy probable que usted se encuentre en una o más de aquellas tres condiciones de alta peligrosidad. Hable con alguien, rápidamente. Eso por lo menos empieza a aliviarlo de la soledad. |