EVITAR LAS DROGAS Y MEDICAMENTOS PELIGROSOS ELIMINAR LA AUTOCOMPACION
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EVITAR LAS DROGAS Y MEDICAMENTOS PELIGROSOS | ELIMINAR LA AUTOCOMPASIÓN | |
El
uso de diversas sustancias químicas para cambiarse de temple o
modificar las emociones es una práctica humana muy antigua y muy
difundida. Es probable que el alcohol etílico fuera la primera droga
para este uso y puede que haya sido siempre la más popular. Algunas
drogas tienen un valor real y son benéficas cuando son administradas
por médicos informados, si se usan sólo según las indicaciones y si
se discontinúa el uso cuando ya no constituye una necesidad médica. Como
miembros de A.A. - no médicos - no somos de ninguna manera competentes
para recomendar cualquier medicamento. Tampoco somos competentes para
aconsejar a nadie que no tome un medicamento recetado. Lo
que podemos hacer con responsabilidad es solamente ofrecer nuestra
experiencia personal. Para
nosotros la bebida se convirtió en una especie de automedicación. A
menudo bebimos para sentirnos mejor, menos enfermos. Y
miles de nosotros también hicimos uso de otras sustancias químicas.
Descubrimos los estimulantes que parecían contrarrestar la resaca o
aliviar nuestra depresión (hasta que ellos también llegaron a
deprimirnos), los sedativos y tranquilizantes que podían sustituirse
por el alcohol y calmar los temblores, las píldoras y jarabes que se
venden sin receta (muchos de los cuales se suponen "no
adictivos" o que "no crean hábitos"), que nos ayudaban a
dormir o nos vigorizaban o relajaban nuestras inhibiciones, o nos
transportaban en oleadas exquisitas. Evidentemente,
este vivo deseo, casi una necesidad, de drogas psicotrópicas (que
afectan a la mente) puede estar arraigada en toda persona que bebe en
exceso. Aunque
teóricamente una droga no sea, en términos farmacológicos, adictiva,
hemos encontrado que fácilmente podemos formar un hábito y llegar a
ser dependientes de ella. Es como si "una propensión a la adición"
fuera algo que existe dentro de nosotros, y no tuviera nada que ver con
la clase misma de la droga. Algunos de nosotros creemos que nos hemos
convertido en gente "adictiva", y nuestra experiencia habla en
apoyo de esta idea. Por
eso hacemos un gran esfuerzo por evitar todas las drogas ilícitas, e
incluso muchas de las píldoras y panaceas que se venden sin receta, así
como los tranquilizantes. Incluso
para aquellos de entre nosotros que nunca nos hemos enviciado en ninguna
droga, ellas representan un peligro serio, porque lo hemos visto
demostrado repetidas veces. A menudo, las drogas despiertan de nuevo un
deseo ardiente de "la magia oral", de algún tipo de estar
subido, o de la tranquilidad. Y si las tomamos una o dos veces sin
perjuicio, parece cada vez más fácil tomar una copa. A.A.
no es un grupo de presión contra las drogas o la marijuana. como
sociedad, no adoptamos ninguna posición jurídica o moral pro o contra
la marijuana o cualquier otra sustancia de esta índole. (Sin embargo,
todo miembro tiene derecho, como lo tiene cada persona adulta, a tener
su propia opinión sobre estos asuntos, y a actuar sobre ellos de la
manera que le parezca justa). Esto
es algo parecido a la posición - o tal vez sería mejor decir "no
posición" - de los miembros de A.A. sobre las bebidas alcohólicas.
Como sociedad, no somos anti-alcohol, ni nos oponemos a la bebida para
los millones de individuos que pueden tomarla sin hacer daño a sus
propias personas o a otras. Algunos
(pero no todos) de nosotros que nos hemos mantenido sobrios durante algún
tiempo estamos perfectamente dispuestos a servir bebidas alcohólicas en
nuestras casas a invitados no alcohólicos. Beber o no beber es asunto
suyo. No beber, o beber si queremos, es de la misma manera asunto
nuestro, y no tenemos nada en contra de los que beben. En general, hemos
llegado a la conclusión de que la bebida es mala para nosotros, y hemos
encontrado modos de vivir sin la bebida que preferimos a nuestros días
de borrachos. No
todos, pero bastantes alcohólicos encuentran que su organismo
manifiesta una tolerancia a las drogas analgésicas, de manera que les
sea necesario tomarlas en cantidades grandes cuando requieren un analgésico
o anestésico como necesidad médica. Algunos
dicen que tiene relaciones adversas a los anestésicos locales (por
ejemplo, la Novocaína) inyectados por los dentistas. al menos, estamos
nerviosos en extremo cuando nos levantamos de la silla, y esta condición
puede durar bastante tiempo, a menos que podamos echarnos un rato, hasta
que se disipe. (En estos momentos la compañía de otro alcohólico
recuperado nos puede sosegar). Otros
alcohólicos recuperados dicen que no sufren de estos efectos adversos.
Nadie tiene ninguna idea sobre cómo pronosticar los casos en que dichas
reacciones van a manifestarse. De todos modos, es prudente decirle a
nuestro medico, dentista o anestesista la pura verdad de nuestra antigua
costumbre de beber (y de tomar las píldoras, si así fue), lo mismo
como nos aseguramos de que sepan de otros detalles de nuestras historias
médicas. Los
dos relatos que siguen, parecen tipificar la experiencia de A.A. con las
drogas psicotrópicas (que afectan la mente) diferentes del alcohol. Uno
de nosotros, casi treinta años sobrio, decidió que quería probar la
marijuana, que nunca había fumado antes. Pues, lo hizo. Le gustaban los
efectos, y durante algunos meses, según creía él, podía utilizarla
en ocasiones sociales sin problema alguno. Luego, alguien le dijo que sólo
un sorbo de vino intensificaría el efecto, y lo ensayó, sin pensar en
su mala historia del alcoholismo. Después de todo, sólo tomaba un
sorbo de vino muy suave. Dentro
de un mes, estaba bebiendo mucho y se dio cuenta de que estaba
esclavizado de nuevo por el alcoholismo agudo. Podemos
añadir otros cientos de comillas al final de esta historia, tantas
veces ha sido repetido, sólo con pocas modificaciones. Con agrado les
podemos decir que esta persona se hizo sobrio, y también dejó de fumar
la marijuana; desde hace dos años ha estado libra de la bebida y de la
hierba. De nuevo él es un alcohólico sobrio, activo y feliz,
disfrutando de su vida en A.A. No
todos los que han probado la marijuana han logrado recuperar la
sobriedad. Para algunos de estos miembros de A.A., fumar la marijuana
les ha conducido a volver a beber, y han avanzado en su adicción
original hasta la muerte. El
segundo cuento trata de una mujer joven, diez años sobria, que fue
hospitalizada para sufrir una delicada operación. Su médico, que era
experto en alcoholismo, le dijo que, después de la operación, sería
necesario administrarle una o dos veces, una dosis de morfina, como
analgésico; pero le aseguró que después no la necesitaría más.
Nunca había tomado nada más fuerte que una aspirina, y ésta
raramente, en dolores de cabeza. Dos
noches después de la operación, le pidió al médico que le diera a
ella una dosis más de morfina. Ya ha recibido dos. El médico le
preguntó: "¿Tienes dolores?". "No",
ella respondió. Y luego añadió con toda inocencia: "Pero puede
que más tarde vaya a tenerlos". Cuando
el médico le sonrió, ella se dio cuenta de lo que había dicho y de lo
que, evidentemente, significaba. De alguna manera, su cuerpo y mente ya
estaban deseando la droga. Ella
se echó a reír, y no insistió; desde entonces no ha sentido ese
deseo. cinco años después, todavía se mantienen sobria y en buena
salud. Habla del incidente para ilustrar su creencia de que toda persona
que hubiera tenido un problema con la bebida, tendría una
"propensión a la adicción" permanente. De
aquí que la mayoría de nosotros tratemos de asegurarnos de que
cualquier médico o dentista que nos atiende, esté informado sobre
nuestra historia personal y bastante enterado del alcoholismo como para
tener conciencia de los riesgos que corremos al tomar las medicaciones.
Y tomamos cuidado en lo que usamos por nuestra propia cuenta; evitamos
los jarabes para la tos que contienen alcohol, codeína o bromuros, y
todos los elíxires, los polvos, los analgésicos sintéticos, licores y
vapores, a veces abundantemente repartidos por farmacéuticos no
autorizados o anestesistas amateurs. ¿Por
qué correr un riesgo? Hemos
visto que no es difícil en absoluto evitar estas situaciones peligrosas
- sólo por razones de la salud, no de la moralidad. En A.A., hemos
logrado llevar una vida libre de drogas que, para nosotros, es mucho más
agradable que lo que experimentamos cuando tomamos las sustancias
psicotrópicas. De
todos modos, la "magia" química que sentimos a causa del
alcohol (o los sustitutos por el alcohol) era algo privada y egoísta.
No podíamos compartir las sensaciones agradables con nadie. Ahora, nos
gusta compartir, los unos con los otros en A.A., o con cualquier
persona, nuestra felicidad natural, no drogada. Andando
el tiempo, el sistema nervioso se vuelve sano y está condicionado a la
ausencia de drogas psicotrópicas, como el alcohol. Cuando nos sentimos
más cómodos sin las sustancias químicas que sentíamos antes, cuando
éramos dependientes de ellas, llegamos a aceptar nuestras emociones
normales y a confiar en ellas, ya sean altas o bajas. Entonces, tenemos
la fortaleza para tomar decisiones sanas e independientes, sin
entregarnos como antes al impulso o al deseo, producido por una droga,
de satisfacción inmediata. Podemos ver y considerar más aspectos de la
situación que podíamos antes; podemos diferir la satisfacción por un
beneficio más perdurable; y podemos sopesar más justamente no sólo
nuestro propio bienestar, sino también el de las personas a quienes
queremos. Sencillamente,
ahora no nos interesan más los sustitutos químicos por la vida, ya que
sabemos lo que es la vida auténtica.
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Esta
emoción es tan desagradable que nadie que esté en sus cabales quiere
admitir padecerla. Aun cuando estamos sobrios, muchos de nosotros
hacemos cuanto está a nuestro alcance para ocultarnos a nosotros mismos
el hecho de que estamos atrapados en una telaraña de autocompasión. No
nos gusta que se nos diga que sale a flote esta emoción, y rápidamente
tratamos de argumentar que estamos experimentando una emoción distinta
a esa tremenda sensación de "pobre de mí". O podemos también,
en un segundo, encontrar una docena de razones perfectamente legítimas
para sentirnos algo tristes por nosotros mismos. Mucho
tiempo después de habernos desintoxicado pende sobre nosotros el
sentimiento tan conocido del sufrimiento. La autocompasión es una arena
movediza. El hundirnos en ella requiere mucho menos esfuerzo que la
esperanza, la fe, o el simple movimiento. Los
alcohólicos no tenemos este monopolio. Cualquier persona que pueda
recordar un dolor o enfermedad durante la niñez puede probablemente
recordar también el alivio de lamentarnos por lo mal que nos sentíamos,
y la casi perversa satisfacción de rechazar toda clase de consuelo.
Casi todos los seres humanos, pueden simpatizar profundamente con el
clamor infantil de "¡Déjenme solo!". Una
de las formas que toma la autocompasión en nosotros cuando dejamos de
beber es: "¡Pobre de mí! ¿Por qué no puedo yo beber como todos
los demás? ¿Por qué me tuvo que haber sucedido esto a mí? ¿Por qué
tengo yo que ser un alcohólico? ¿Por qué yo?. Ese
pensamiento es el gran tiquete de entrada a un bar, pero no es más. El
llorar sobre una pregunta sin respuesta es como lamentarnos por haber
nacido en esta era, y no en otra, o en este planeta, en vez de haber
nacido en una remota galaxia. Por
supuesto, descubrimos que no se trata únicamente del "mí",
cuando empezamos a encontrar alcohólicos recuperados en todo el mundo. Posteriormente,
nos damos cuenta de que hemos empezado a vivir en paz con esa pregunta.
Cuando llegamos realmente a acertar en una recuperación agradable, o
bien encontramos la respuesta o simplemente perdemos interés en la
investigación. Usted reconocerá este evento cuando le suceda. Muchos
de nosotros creemos haber encontrado las razones poderosas que nos
llevaron al alcoholismo. Pero aun en el caso contrario, continúa la
necesidad mucho más importante de aceptar el hecho de que no podemos
beber, y actuar en consecuencia. No es realmente una acción muy
efectiva la de sentarnos en nuestra propia laguna de lágrimas. Algunas
personas muestran un celo especial para rociar sal sobre sus propias
heridas. A menudo sobrevive en nosotros una feroz eficiencia en ese
juego inútil que proviene de nuestros días de bebedores. También
podemos desplegar una extraña capacidad para convertir una pequeña
molestia en todo un universo de lamentos. Cuando el correo nos trae la
cuenta del teléfono, nos sentimos abrumados por nuestras deudas, y
declaramos formalmente que nunca podremos terminar de pagar. Cuando se
nos quema un asado, lo consideramos como una prueba de que nunca
podremos hacer algo a derechas. Cuando llega el auto nuevo, decimos
confidencialmente, "Con la suerte que yo tengo, algo me va a
suceder". Es
como si lleváramos a nuestras espaldas un morral lleno de recuerdo
desagradables, tales como heridas y rechazos de nuestra niñez. Veinte,
o cuarenta años después, ocurre un acontecimiento de menor importancia
comparable a uno de aquellos que tenemos guardados en la bolsa. Esa es
la ocasión en que nos sentamos, destapamos la bolsa, y empezamos a
sacar de ella con todo cuidado, aquellas heridas y rechazos del pasado.
Con un recuerdo emocional total, volvemos a vivir cada uno de esas
frustraciones vívidamente, ruborizándonos de vergüenza por las
timideces de nuestra niñez, mordiéndonos la lengua por las ideas
antiguas, repasando las antiguas disputas, temblando con temores casi
olvidados, y tal vez llorando de nuevo por un fracaso amoroso de nuestra
juventud. Esos
son casos extremos de autocompasión genuina, pero no son difíciles de
reconocer para aquellas personas que alguna vez han tenido, visto o
deseado esa sensación lacrimosa. Su esencia es la autoabsorción total.
Podemos llegar a sentirnos tan estridentemente preocupados por nosotros
mismos que perdemos el contacto con todos los demás. No es muy fácil
congeniar con alguien que actúe en esa forma, excepto un niño enfermo.
Por eso cuando nos sentimos en esa situación de "pobrecito
yo", tratamos de esconderla, particularmente de nosotros mismos,
pero no existe forma de librarnos de ella. Por
el contrario, necesitamos arrojar de nosotros esa absorción, ponernos
de pie, y dar una mirada sincera a nuestro proceder. Tan pronto como
conocemos la autocompasión, podemos empezar a hacer algo acerca de
ella, algo diferente de beber. Los
amigos pueden sernos de mucha ayuda si son lo suficientemente íntimos
como para poder hablarles francamente. Ellos pueden escuchar las notas
falsas de nuestro canto de lamentos y decírnoslo así. O probablemente
nosotros mismos podemos escucharlas; y empezamos a poner en orden
nuestros sentimientos por el simple expediente de expresarlos en voz
alta. Otra
arma excelente es el humor. Algunas de las más resonantes carcajadas en
las reuniones de A.A. se escucharan cuando un miembro describe su última
orgía de autocompasión, y los asistentes nos vemos a nosotros mismos
en ese espejo de diversión. Allí nos vemos hombres y mujeres adultos
envueltos en el pañal emocional de un bebé. Puede ser un choque, pero
la carcajada compartida ahuyenta muchos de los dolores, y el efecto
final es muy saludable. Cuando
observamos la iniciación de nuestra autocompasión, podemos también
tomar una acción contra ella con un libro de inventario instantáneo.
Por cada anotación de miseria en la columna del debe, podemos anotar
una bendición en la columna de haber. La salud de que gozamos, la
enfermedad que no tenemos, los amigos que hemos amado, el clima soleado,
la buena comida que nos espera, el gozar de todas nuestras facultades,
el cariño que se nos proporciona, la amabilidad que recibimos, las 24
horas de sobriedad, el trabajo de una hora, el buen libro que estamos
leyendo, y muchas otras causas de satisfacción que pueden totalizarse
para contrarrestar el débito que causa la autocompasión. También
podemos usar el mismo método para combatir las depresiones de los días
festivos, que no suceden únicamente a los alcohólicos. Navidad, año
nuevo, cumpleaños y aniversarios arrojan a muchas personas dentro de
las marañas de la autocompasión. En A.A. podemos aprender a reconocer
esa antigua inclinación para concentrarnos en la tristeza nostálgica,
o mantener en circulación una letanía de lo que hemos perdido, de la
gente que nos desprecia, y de lo pequeños que nos sentimos al
compararnos con los ricos y los poderosos. Para contrarrestar esto, añadimos
al otro lado del libro mayor nuestra gratitud por la salud, por las
personas amadas que nos rodean, por nuestra habilidad para dar amor,
ahora que vivimos en la sobriedad. Y nuevamente, el balance mostrará
utilidades.
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