San Sebastián del Pepino
Página de Carlos A. López Dzur

Datos históricos y Bibliografía


Fotografía del Pepino. Cortesía de Jimmy Valentín.

Lea monografía:
San Sebastián del Pepino: Datos históricos y Bibliografía

Contiene:

Partidas Sediciosas de 1898: Campesinos Armados en Pepino (Parte 1)

Partidas Sediciosas de 1898: Campesinos Armados en Pepino (Parte 2)

Los Tipos Folclóricos Pepinianos

Poetas y Literatos Destacados de San Sebastián del Pepino

La poesía pepiniana y el folclor: Enfoque Heideggeriano

Del Unionismo al Anexionismo

Tijuana: Dolor de Parto / Libro de poemas de Carlos López Dzur

Libro de la Guerra / Presentación

La pintura y las bellas artes en San Sebastián del Pepino

Heideggerianas / Libro Completo / Tercera Parte

Heideggerianas / Libro Completo / Cuarta Parte

El Hombre Extendido / Poemario premiado en el Certamen Literario Chicano de la Universidad de California, Irvine

El Hombre Extendido

Antología del Erotismo

Orígenes del Pepinito


El primer vecindario de colonos fue descrito por Fray Iñigo Abbad en 1788, en términos del Partido del Pepino, con extensión territorial de 24 leguas cuadradas aproximadamente (una legua equivale a 3 millas; o 5572. 7 metros), dispuestas como 4 y media lenguas de Norte a Sur y 6 lenguas de Este a Oeste. El poblado fue llamado también Pepinito por ubicar sobre un monte pequeño y achatado en medio del valle cubierto de lomas calizas. 2

El Dr. Rafael Picó describe la posición geográfica y regional de la aldehuela, en su libro Geografía de Puerto Rico:

«Hacia el interior la topografía se hace más irregular. El terreno está cubierto por centenares de lomas calizas de forma especial, llamadas mogotes o pepinos, y de depresiones en forma de embudos, llamadas sumideros o colinas, que se extienden desde Aguadilla y el valle del río Culebrinas hasta el valle del río Arecibo». 3

Pepinito se fundó en medio de la gran frustración de las autoridades coloniales con el régimen agrario-feudalista y la representación política en base a estatamentos (la nobleza, el clero y estado llano), es decir, sin representación proporcional a la demografía. 4

En la isla, las cartas pueblas, las tierras más feraces y permisos de fundación de nuevos pueblos se concedieron en muchísimas ocasiones a aristócratas ausentistas, que adquirieron tales tierras como premio a servicios políticos a la Corona. Desafortunadamente, tales hatos quedaban realengos, o desatendidos por sus dueños, es decir, aquellos nobles que los obtuvieron por concesión real.

Para fines de investigación y acceso documental, Puerto Rico fue parte del Virreinato de la Nueva España de 1534 a 1821. De 1509 a 1526, perteneció a la Audiencia Judicial de Santo Domingo, del Virreinato de Santo Domingo. En 1782, la isla de Puerto Rico se convirtió en Intendencia del Virreinato de Nueva España. Este es el por qué la historia puertorriqueña se vincula a la de México.

La autorización para fundar este pueblo data de 1752 y el capitán poblador fue Cristóbal González (de Mirabal). La fundación de la primera Parroquia Católica, en 1759, indicaría que, tras 7 años de labor colonizadora e intenso trabajo, entre los nuevos parroquianos y la vieja gente de campo, habría unas sólidas miras de fructíficar en la zona, originando la rentabilidad del crecimiento social y demográfico. Es decir, menos indolencia que trabajo.

Empero, mientras F. Abbad y O'Really especulaban falazmente que la gente, en casi toda la isla, sería «de, por sí muy desidiosa y sin sujección alguna por parte del gobierno» y que, por tal razón, se rehuyeron la alternativa de las milicias y la vida religiosa y moral, manifestándose una repulsión al trabajo, la verdad fue que mucha de tal gente (menospreciada por ellos) escaparía de las costas y puertos, yendo hacia los campos,a fin de criar hatos de ganado vacuno y de cerda.

Adquirieran o no, las cartas puebla que, seguramente, serían obtenidas más fácilmente, por individuos de solvencia o de abolengo, los inmigrantes iniciales, ya acostumbrados al campo, fundaron los campos y barrios de la isla. Los vecinos de pueblos mayores, ya declarados villas o ciudades oficialmente, sólo consolidarían los sectores urbanos, estándose siempre en vela para insertarse en la economía esencialmente agrícola.

La práctica fue que los permisos de fundación se concedieron a viejos Capitanes de Milicias Voluntarias o Disciplinadas, a párrocos (e.g., Martínez de Oneca, a quien se ha tenido por el Capitán Poblador de Pepino). Otro ejemplo es el adyacente pueblo de Camuy, que durante los albores del Siglo XVIII, fue el hato concedido a Antonio de Matos.

«Se tenía que ser católico, saber leer, escribir y tener hacienda; ni Josep Vélez Güemes ni su hijo Francisco José pudieron fundar el pueblo y lo quisieron; también mi abuelo... Un pueblo con Iglesia y hospital en Mirabales... vecinos como Toledo, Medina y Sotomayor, medraron en Lares y el pueblito del vasco tuvo su capilla y todo» (Dolores Prat). 5

En antiguo, las gentes de campo organizaban aldehuelas y villorios, bajo mando de quienes supieran dar órdenes y protegerles. Aunque la ley española fijaba los criterios sobre el número mínimo de habitantes y cuerdas terreras necesarias para que una comunidad adviniera como pueblo y peticionara la designación, a cuenta propia, los factores de actitud y geografía, demoraban los procesos. Sobraban los exploradores de manigua, cazadores y agricultores, pero se posponían los trámites de creación de villas por desacuerdos burocráticos y desgaste del entusiasmo inicial por la espera.

A algunos peticionarios —más por terquedad de sus iniciativas que por suerte y apoyo de vecinos—, se les concedía, una que otra vez, derechos de peonza. Estos afortunados habían sido miembros de huestes en una o más aldehuelas fundadas. Finalmente, se traían a sus familias y pertenencias para mudarse al pueblo que más le agradaba, por haber adquirido un hato para sí, firmando el libro de vecinos con el nombre de todos los familiares y sus esclavos, exceptuando a delincuentes y herejes.

El documento de Vecinos Fundadores no se ha conservado en Pepino; pero, al parecer, Méndez Liciaga dio algunas referencias sobre el listado de nombres que tuvo Pepinito, ya que recogió muchísimos de los que contuvo. Mas curiosamente, entre los pobladores originarios que citara, hubo por omisión otros nombres; por ejemplo, de los primeros alcabaleros y/o alcaides dedicados a la cobranza de derecho por el paso de ganados. Este es el por qué, en algunos documentos, se daría referencias (de quien habría sido poblador y alférez mayor de la Villa del Pepino: el párroco Pedro Martínez de Oneca, quien posteriormente adquirió el rango de religioso y obispo. Martínez de Oneca sirvió en varios pueblos con el oficio eclesiástico.

Por igual, habría polizontes, grumetes y marinos, que dejaron las villas de San Germán y Aguada, que ya gozaban de alguna estabilidad, introduciéndose en los bosques. En el Oeste, sólo estos dos pueblos son de una antiguedad mayor a la de El Pepino. Aguada, fundado en 1592, y Mayagüez, fundado en 1760, se hicieron importantes por su condición de puertos.

Otros criollos, en villas de relativa prosperidad, compraban sus esclavos, a fin de explotar la agricultura y ganadería. Sin permiso real para hacerlo, ellos fundarían estancias, germen de pueblos y barrios que, por tanto, resultaban de mayor antiguedad y tamaño que los poblados urbanos reconocidos. Esto es muy posible que haya pasado en Pepino; pues, en Furnias y Mirabales ya había pobladores antes de 1752.

Antes de 1808, posiblemente, al no haber Casa del Rey o Cabildo Ordinario, materialmente edificado, tampoco se había redactado oficialmente el Padrón de Estancieros sobre quienes aplicar los tributos y alcabalas; pero los colonos ya estaban en siembras y en crianzas de animales.

Desde sus albores históricos, Pepinito fue de importancia estratégica para el rudimentario comercio y la vida productiva de la isla en el escurrente siglo XVII porque se hallaba situado sobre el llamado Camino de Puerto Rico, el que comunicaba a los dos centros de población más importantes.

En estos contextos, desde España, Gaspar M. de Jovellanos, ex-Ministro de Gracia y Justicia con Carlos III y Carlos V, propuso una revisión de la estructura agraria-feudal en su Informe en el expediente de la ley agraria y con Pedro Rodríguez, Conde de Campomanes, patrocinó los cambios que tendrían sus impactos benéficos en las colonias.

En su Discurso sobre el fomento de la industria popular (1774), Rodríguez enfatizaría que las colonias necesitan más de los auténticos pobladores, hijos de clases populares e industriosas, que de los duques y marqueses con parcelas de cultivo y hatos que jamás visitarín ni harían producir. Fue importante que se evitara agravar con tributos sobre tierras a aquellos individuos con intereses de poblar la isla para adquirir su sustento y prosperidad.

Ejemplos a fines de justificar tal recomendación serían los hacendados que como Blás de Villasante y Antonio Cedeño, en lo que hoy es llamado Utuado, hallaban obstáculos al peticionar la fundación de pueblos. Utuado (que es un pueblo de mayor antiguedad que San Sebastián) tenía ya pobladores desde las primeras décadas de 1,500, pero la licencia a los pobladores, autorizada por el Gobernador Matías de Abadía, no se concedió hasta 1733. Dada la misma. a pocos años, se movilizaron unas 60 familias (117 personas provenientes de Aguada, Arecibo, San Germán y Ponce) y fundaron la Villa del Otoao (Utuado) 6 ; Lares, otro pueblo vecino, ya había sido explorado por el vascuence Amador de Lariz, a quien la Corona Española dio una encomienda de 150 indios, desde 1512. Sin embargo, otra vez son obstáculos burocráticos los que desalentaron su fundación. 7

Aunque para 1800, había tal fuerte movimiento de vecinos, en el Sitio de Lariz (en ese entonces una sección de El Pepino, de turtuoso acceso), sólo hasta el 25 de abril de 1827, el Gobernador de Puerto Rico, Miguel de la Torre, aprobó la solicitud de fundación, seleccionándose para el poblado las 15 cuerdas donadas por el pepiniano Juan Antonio de Toledo.

De una hacienda y casta pionera de estancieros en El Pepino, llamada Los Velez, había surgido la primera iniciativa. Por ello, a don Pedro Vélez y Borrero y don Juan Francisco de Sotomayor se encargaron las gestiones fundadoras de Lares.

Habría, entre las razones y estímulos para crear pueblos, con oficialidad jurídica, lo siguiente: las distancias entre distintos puntos de Pepino y el Sitio de Lariz, por lo tupido de montes, fueron prácticamente intransitables; la justicia se volvía tardía y, al no poderse ir a misa (en la Iglesia del Pepino), la comunidad perdía su cohesión moral y cívica:

«Más iglesias y más guardias para perseguir a la gente que abusaba de mujeres, arrimados y de esclavos, calmaba la envidia y el mal vivir. Envidia a los españoles... Mi abuelo (don Manuel Prat y Ayats) lo decía: La gente de trabajo no anda en revueltas. Por desgracia, a mamá Lala (Eulalia Prat) y a él se les envidiaba, les robaban... Mi abuelo... viejo de trabajo sí fue cierto que tenía mano dura con los sinvergüenzas... y decía que si había que dar tierras para hacer otro pueblo, crear escuelas, él daba las leguas y, si con ésto se acabaran las rencillas y diretes, estaba más que pagado, decía Lala, su hija... Lo opuesto, lo indecente, lo sufrieron unas pocas familias que, por la vanidad que había en aquellos tiempos de casar a las mujeres de aquí, a mozas criollas, con españoles, y que por eso cayeron a merced de braguetazos de señoritingos, flojos y malparidos, hato de ladrones... Uno de esos abogados peninsulares y bachilleres fue el ladrón de Conejero, quien se largó a Cuba con el dinero de los Echeandía y lo entregó a los mambises» ( D. Prat).

Al pasar al servicio de España y desempeñarse en las Comandancias Generales de Valencia y Murcia, el capitán Luis B. de Berton Crillon, Duque de Mahón (Isla de Menorca en las Baleares), fue obsequiado por la Corona con extensas hatos de tierras en Puerto Rico. Sin embargo, el Gobernador Ramírez de Estenoz sobre lo que tuvo necesidad (y recibió planteamientos al efecto) fue de la autorización para hacer «repartos de títulos a los vecinos desacomodados» y «dar propiedad de la tierra a los vecinos de la isla sin el menor gravamen».

En época del Gobernador Ramírez de Estenoz, la aldea del Pepino quedó establecida en 1752 con 87 vecinos, incluyendo al Cura, en la gesta fundadora. Los pobladores elegirían sus pedazos de peonía, según el oficio o industria que desempeñarían. En Boceto histórico del Pepino, prácticamente, se eludió la referencia al móvil para poblar, así como las procedencia de los pobaldores. Méndez Liciaga no definió si fueron (los vecinos pobladores) como se les describiera, «legiones de montonería, indolentes, dados a promiscuidad sexual» y a mezclarse racialmente con negras o pardos, tal como adujo Fray Iñigo Abbad, o si, por el contrario, fueron migrantes industriosos que, más allá de las controversias civiles y religiosas sobre la limpieza de sangre, se unieron a mulatas libres, sin ver en ésto ofensa. Pero, en fin, los pepinianos medraron con su prole, haciéndose de pequeñas, medianas y grandes estancias en los campos.

Por testimonios recogidos, en El Pepino, al preguntarse a criollos de las más viejas generaciones, sobre el oficio de sus padres y abuelos, se infiere que la crianza de ganado cimarrón en los grandes hatos fue la primera industria que el pueblo tuvo. Estos animales se cazaban para adquirir las pieles de los mismos y enviarlas a España para su venta. «A desollar reses, o sacar pieles, se dedicó Josep Vélez, antes que le diera por criar puercos», contaría la última de los Prat-Vélez en Mirabales.

(Para conocer más sobre esta familia, click en La Ruina de los Prat).

La Villa del Pepino de 1810 a 1860


Es mucho más fácil escribir una aproximación sobe las estructuras de dominación en cualquier punto del mundo, por pequeño que sea el territorio, que dar nombres, anécdotas y perfiles de hechos concetos de carácter personal, cuando han pasado cientos de años y no se dejó una data epocal, ni puede rescatarse directamente la historia oral, intrahistórica, de las gentes y los años que se estudian.

En este libro, cuyo propósito es convocar una investigación dialógica acerca de la historia del pueblo de San Sebastián de las Vegas del Pepino, la etapa que pernite abrir el diálogo, por la conservación de alguna —aunque insuficiente— documentación, y describir la estructura política, la sociedad subordinada a la manifestación de relaciones sociales, ideológicas y personales, se configura alrededor de los cincuenta años de administración de Puerto Rico por los gobernadores Salvador Meléndez Bruna (1809-1820), el brigadier Juan Vasco y Pascual (1820), Gonzalo Arostegui y Herrera (1820-1822), Francisco González Linares (1822), Teniente General Miguel de la Torre (1822-1837), Francisdo Moreda y Prieto (1837-1828), Mariscal Miguel López de Baños (1838-1841), Teniente Santiago Méndez Vigo (1841-1844), Teniente General Rafael Arostegui y Velez (1844-1847), Mariscal Juan Prim y Prat (1847-1848) y Teniente General Juan de la Pezuela y Cevallos (1848-1851).

La historia nos nace hace sensitivos a un hecho fundamental: hay una unidad intrínsica de comportamiento en la sociedad que posibilita que ciertas reacciones de comprensión se repitan una y otra vez.

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Mejorar las condiciones predominantes es el atractivo más sólido por el que se apoya, o se opta en cada instancia histórica, en favor de un movimiento revolucionario impugnador de la situación imperante en la comunidad vigente. Una revolución —escribió Lenin— "es imposible sin una crisis nacional general (que afecte a explotados y explotadores" .

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Aquí, al menos, se describirán los circunstancias que caracterizaron la vida de este pueblo del centro oeste de la isla de Puerto Rico durante los 50 años que van del 1810 a 1860, cuando poco nás o menos de 10,000 pepinianos pervivieron como testigos de varios procesos. Y, ciertamente, con gran consciencia:

(1) el fruto del mal gobierno y el défict económico de la vida cotidiana en España hizo que los españoles, tanto en la metrópolis como en las colonias, quisieran cancelar y salir del malestar

(2) la caprichosidad de las élites castrenses transformaron en eventos frívolos los pronunciamientos militares de 1814 y 1820; por tal razón, el Trieno Liberal, de 1820 a 1823, sólo originó el cisma entre moderados y exaltados

(3) la lucha entre absolutismo y liberalismo se recrudeció, originándose una represión por parte del absolutismo. El costo, como siempre, fue inhumano (un millón de muertos en un país de 12 millones de habitantes a la fecha de entonces); al mismo tiempo, catalizó el proceso independentista en las colonias de España

(4) la iglesia quiso, en su turno, mediar en los conflictos militares; pero, obviamente, estuvo más interesada en sus privilegios puestos al centro de la palestra, por su rivalidad con el liberalismo; entre iglesia y guerrilla se borraban las fronteras, como ilustró el caso del cura Monsén Benet (Benito Tristany), quien en 1822 luchó en favor del absolutismo y, en 1833, por los facciones carlistas. En México, los albores del movimiento insurgentista e indigenistas lo impulsan sacerdotes como Miguel Hidalgo, para dar un ejemplo glorioso.

Por el hecho de que sí permea cierta unidad normativa y guía de acción en el comportamiento social, siendo ésta antropológicamente predecible y social, la historia de los pepunianos —ni en 1812, con su población montante en 3,875 vecinos ni en, 1846, con sus 10,000 censados, aproximadamente— fue retrógrada. Lo que mejor define el proceso es la actitud confrontativa.

Este ensayo se enfocará en explicar las repercusiones que tendría esta lucha entre liberales y absolutistas en los ámbitos locales, Puerto Rico y la Villa del Pepino (todavía no había conderido formalmente el nombre de San Sebastián, lo que se formalizó en 1869).

Redescubriremos, en la medida que los documentos apoyen la teoría que presento, a personajes públicos de este incipiente villorio de Pepinito, que impulsaron la necesidad de reformas y de crear las condiciones histórica para el progreso, partiendo de las premisas subjetivas, ideológicas y objetivas, que sacarían al pueblo de sus frustraciones vigentes. En esta línea de pensamiento liberal, que fue el eco de una discusión y actitud más amplia y sensitiva en todo Puerto Rico ante las señales vistas de las condiciones de crisis en las capas altas y en las indignadas clases oprimidas, habría que mencionar a Andrés Manuel Cabrero Escobedo y Pedro Amtonio Perea, así como a Evaristo Vélez Vélez, quienes destacaron por servicios a las alcaldías y las Milicias urbanas del Partido del Pepino.

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Auge Económico del Pepinito


El descrédito del papel moneda fiat y el fracaso del sistema de alcabalas que, en vano, se utilizó para balancear los presupuestos y recaudar tributos en base a impuestos sobre el precio de compra-venta, motivaron que, en tiempos en que Alejandro Ramírez fuera el Intendente de Cuba y Puerto Rico y que surgieran las rebeliones bolivarianas contra España, se abolieran las alcabalas, se expidiera la Cédula de Gracias de 1815 y se introdujera la moneda macuquina. El canje de la moneda ocasionó pérdidas del 12.5% al Tesoro de la isla, pero motivó que familias ricas, emigradas de Venezuela, con gran capital, llegaran a la isla. De tal emigración surgida de 1810 a 1830, el pueblo se benefició.

«El Puerto de Aguadilla fue abierto al comercio exterior en 1804. Hecho que unido a la fuerte emigración desde Santo Domingo, Haití, Luisiana y Venezuela debido a las guerras de independencia y cambios de soberanía, propició un enorme desarrollo social, cultural y económico para Aguadilla. Tanto así que se convirtió en cabecera administrativa, judicial y militar del distrito noroeste de la Isla... Después del Grito de Lares el 23 de septiembre del 1868, pasa a ser cabecera de operaciones militares. En el 1860 Aguadilla recibió su declaratoria de Villa. Varios años más tarde, al organizarse la Isla territorialmente en siete departamentos, Aguadilla pasa a ser cabecera del Tercer Departamento que comprendía los pueblos de Aguada, Isabela, Lares, Moca, Rincón y San Sebastián. En enero de 1841 una Real Orden hace transladar el partido judicial de Aguada a Aguadilla».

Entre tales familias, se cuentan: los primeros Echeandía, Cabrero, Mendoza, Arvelo, Nuñez, Arvizu, Rodríguez, Arteaga López, Artega Pumar, Mathos y Rodríguez (rama genealógica del último alcalde español, Manuel Rodríguez Cabrero). Estas oleadas de caraqueños y emigrantes de Bariñas —según informes obtenidos de la tradición oral— llegaron a contraponerse, rivalizar y competir por asuntos de tierras, tratos para esclavos y otros aspectos culturales, con catalanes y mallorquines.8

Entre los que llegaron, por la vía venezolana, hubo familias de abolengo aristocrático, e.g., la parentela de Don José Ignacio del Pumar y Traspuesto, Marqués de las Riviras del Bocono y Caballero de la Orden de Carlos III; así también con conexos aristocráticos adquiridos por la vía de matrimonios, como los casos de las familias Echeandía y Oronoz. Varios legajos de archivos vascos, fechados en 1771, reconocen la hidalguía y basconía de varias familias Echeandía y Arbaiza.

Para 1827, la influencia que, en el desarrollo económico del pueblo, dejaron los caraqueños, como empezó a llamárseles localmente, fue evidente y positiva. Se contó, de nueva cuenta, con 53 trapiches de madera, 4 alambiques que procesaban melao y se reduplicaba la producción de algodón, café y frutos menores.

En 1823, se fundó la primera escuela primaria y, siendo sólo de 9,000 habitantes, la población de pueblo y campo, la educación daba todas las oportunidades y el respeto. «Saber leer y escribir te sacaba de ser peón y te ganaba el trato de señor» (Dolores Prat).

El huracán de San Hipólito de 1835 y brotes de fiebre sínoca, que produjo innumerables muertos por toda la isla, facilitó la donación de tierras a vecinos; en particular, a emigrados de otros países (venezolanos, haitianos españoles y, etc.) que llegaron de lugares que fueron la ruta del ciclón en el Caribe. Entre las familias, provenientes del Haití español se cuentan las Orfila, Mercadal y Alers. De los primeros Alers que se asentaron en El Pepino, tras breve estadía en Añasco, se hallaban Juan Francisco Alers, Eugenio Alers y María Alejandrina Alers, nativos de Guarico y quienes entraron por el Puerto de Aguada.

Alejandro Alers, casado con Monserrate Beauchamps, de quien enviudara en 1853, es descrito como el principal esclavista de El Pepino en el decenio de 1850 (según las investigacones de Serrano Méndez). Entre los hijos procreados con su esposa, se hallaron: Juan Bautista, Diego, Juan Asunción (casado con Josefa Zea), Rosa, Alejandrina e Isabel. Testimonios orales de octogenarios quienes oyeron a sus padres hablar sobre los hacendados Alers, indican qyue a Alejandro se le llamó Muncio (desfiguración castellanizada del término francés Monsieur, tratamiento de señor que exigía). Más de sus hijos que de él, se alegaría que "en sus haciendas se maltrataba cruelmente a la negrada" (Rodríguez Arvelo) y que "no daban el apellido Alers a muchos de sus hijos, prohibiéndolo porque muchos eran nacidos en negras"; su primera mujer, de origen francés como Muncio, «sufría como una santa», particularmente cuando él buscaba, maritalmente, a R. de la Rosa.

Posiblemente, entre ellos, estuvo Silvio Alers, quien tuvo fama de resentido social o delincuente (por ser hijo putativo) y de enfant terrible, tanto que se le ejecutó con la pena del garrote vil. Aunque enajenado de su apellido, por no zaherir a su mujer, Alejandro Alers solapaba cariñosamente a Silvio, el más joven de sus hijos en Rosa y algunos de sus hermanastros, hijos de Monserrate Beauchamps, comulgaban con Silvio por éste crecer como un chico divertido, narcisistamente viril y con la gracia de ser buen mozo; aunque, al cabo del tiempo, se hiciera muy afecto a las peleas de gallos, las apuestas, el licor, las barajas y la promiscuidad sexual. Arvelo Latorre —al igual quo otros de mis entrevistados, como M. L. Rodríguez Rabell y D. Prat— comentaron que mucha gente de aquel tiempo protegieron a Silvio y Juan Bautista porque simpatizaban con la causa abolicionista y de la Legión Cubana o el Gran Nido del Aguila. Con ésto se aludía al hito revolucionario que fue suprimido en Cuba en 1830, pero que, con nuevo renacimiento, se veía renacer en Puerto Rico.

La señora Rodríguez Rabell clarificó:

...La Gran Legión de Aguila Negra en Cuba fue duramente suprimida. Los fusilamientos de Joaquín Agüero, Ramón Pintó, I. Armenteros (y Francisco d' Strampes) fueron muy mencionados... ¿En qué Conejero pudo estar colaborando, si el movimiento de La Gran Legión estaba acabado?

Después de consultar a los profesores Delgado Pasapera y Loida Figueroa, quienes se interesaron en los influjos del clandestinaje revolucionario cubano en Puerto Rico y estudiaron los movimientos de La Trinitaria (1838) dominicana y la masonería en las antillas, visité y reentrevisté sobre el tema de Las Golondrinas a quienes asociaban a Silvio y Juan Bautista Alers, de Culebrinas, con algún tipo de actividad libertaria clandestina. Confirmé que, entre ellos, mis relatores, estuvo más claramente definida la idea del escarmiento ejemplar que demandó el Gobernador a Ignacio Avila, alias El Aguila, que la memoria sobre los indicios confirmadores de la ideología por los acusados de propalar las décimas, conspirar y difamar, como se dijo, y si de entre los que fungieron como antiespañoles estaban los dos Alers, a los que, más bien, se les persiguió por delincuentes y el delito mayor de estupro. El Aguila fue un ratero, con fechorías menores. Se lo fusiló arbitrariamente por orden del Gobierno Español, La Fortaleza, sin confirmación de que fuese el verdadero responsable del asesinato del español (Juan Huck). Este último con domicilio en San Germán. Se pretendió con su muerte dar escarmiento ejemplar para cautela de cualquier insurrecto, o movimiento con ínfulas antiespañolas. Si el plan de rebelión y sociedad secreta habida en Cuba, más recientemente sofocada, fue la Gran Legón del Aguila (1830) y si, en Puerto Rico, se pudo descubrir, en julio de 1825, un conato de rebelión de esclavos en Ponce y otro conato rebelde en Cayey, ¿de qué se trataría todo el gran movimiento de milicianos que Bernardino López de Victoria, a juzgar por la relación de pasaportes expedidos, en 1851?

La teoría formulada por la señora Rodríguez Rabell y compartida por la Dra. Loida Figueroa y el Dr. Delgado Pasapera, con relación a El Pepino, sería:

"... no que haya sido una confusión al pensarse que la Gran Legión del Aguila estaría intacta, o que ingenuamente, el pueblo se negara a pensar que no había desaparecido, una vez que Cuba acabó con todos cabecillas u con la gente que había estado involucrada. Quedaron las claves y los contactos fuera de Cuba, Como código del lenguaje de los revolucionaros, tales claves seguían siendo útiles. El Aguila, habiendo sido un ratero, era como una golondrina laboriosa por la causa del Nido Grande, la libertad de las antillas... Mucha gente pensaría, igual que el Gobierno, que fusilar a Ignacio Avila (El Aguila) sería suprimir al enemigo revolucionario en ciernes, sin embargo, mataban a una mera golondrina, a un ave peregrina de contacto, a un mensajero... Cuando las milicias buscaban a los involucrados en la tarea inuriosa, de hacer críticas a los gobiernos de Prim y De La Torre y las familias ricas del pueblo, por lo que preguntaban era: ¿donde está las águilas y los rateros? Como el gobierno mismo hizo un símbolo del revolucionario a Ignacio Avila, cada vez que se buscaba a un blanco ladrón, lo primero que se preguntaba fue, ¿y que hacía con el dinero? ¿sabe si viajaba a Cuba?»

Entre quienes no creyeron que pudiera haber un principio animante de progresismo político en las andanzas de los dos hermanos Alers y otros individuos más cultos que fueron interrogados, o en cierto momento, perseguidos, en relación al incidente de las rimas de las golondrinas, están las familias Prat y Echeandía.

Por un lado, fue evidente que tras vivir holgadamente con Joaquina Echeandía Mendoza, éste la abandonó, vendió sus propiedades y desapareció con el dinero, dejándola en la prángana con siete hijos pequeños. Doña Joaquina tenía 45 años de edad cuando no supo más de él, excepto que él que discursaba obsesivamente de la causa cubana. Contrario s la mayoría de los malversadores (que se "comían" las "fortunas de las hijas del país", según la nota de Las Golondrinas bajo el t1tulo A golpe de braguetazos, el licenciado Conejero se fue a Cuba en medio de la agitación revolucionaria que cundía en la Isla Grande. De repente, se trató de pensar en él como otro de la misma calaña y voracidad de los que llegaban desde España en aras del apoyo económico, créditos y capitales, aprovechándose de la vía de matrimonios de conveniencia y se casaban con hijos de prósperos estancieros y comerciantes locales y que, finalmente, se regresaban a España para disfrutar de lo logrado en tal trance. Esta fue la acusación que develaron los pasquines. De todos los desencubiertos por la crírica, a pesar de ser protegido por los silencios de los Echeandía sobre este asunto, ya que «por lo demás fue hombre bueno» (Lcdo. Pedro A. Echeandía Font), él y Gerardo Forrest, entonces muy joven, fueron los únicos a los que se confirmaría una militancia revolucionaria y, sobre tod, una gran consciencia política. Forrest llegó a alcanzar altos rangos en el Ejército Emancipador de Cuba.

Entre los Prat, que la llegada de Pedro S. Ortiz, su hermana y una prima, desde Cuba, y el carácter del primero, al principio, creó recelo entre viejos enemigos de los Vélez y Prat. Se le acusó de cierto robo en la casa comercial Cabrero e Hijos, que no había cometido. El acusador fue Antonio Castro, quien se disculpó. El sospechoso principal del delito de robo terminó siendo Conejero Martínez.

Por una y otras razones, se validará la inquietud y apreciación del genealogista Cristóbal Berry Cabán al escribir: "In spite of being the largest slave owner in Pepino, he has no recognized political role on the governance of Pepino... His children appear to also not have had a prominent impact on the political structure... Alejandro Alers did not recognized his children with R. de la Rosa. He did not give the apellidos... Why were they able to move into the 'petty bourgeoise' with in the first generation?» (28 de mayo de 1999, en: Puerto Rico Query Forum).

Sin embargo, lejos de pensarse que los Alers, en especial, Alejadro, el Muncio, y sus hijos reconocidos, tuvieron un impacto mínimo en las estructuras de poder político-social, no se percibió así entre los pepinianos de 1840 a 1860. En cierto modo, la burguesía local y circunvecina (Lares) dependía de quien controlaba más del 42% de todo el capital prestamista y quien poseía en caballerizas unas 754,454 cuerdas de terreno y, a poco años del decreto de la Abolición de la Esclavitud, todavía contaba con más de 40 esclavos.

Aún con las familias blancas que portaron el apellido Alers, por adopción casi arbitraria (ya que como los Prat y Hermida, éstos primeros Alers se negaron a reconocer hijos en esclavos y mulatos), se dieron incidentes significarivos. En la tradición de los Ortiz-Alicea y Brignoni-Ortiz, se cuenta que siendo todavía Pedro Ortiz «muchachón... se llevó una muchacha de Altosano (Felícita de Lugo) y, en vergüenza y para rabia de esa familia, se vio obligado a casarse con Monserrate, la más vieja y fea de Velez del Río, pero, a esa boda no dejaron que entrara Abraham Velez» (1825-1877). El motivo fue que éste se enamoró de una las hijas, de Alejandro Alers, que se llamaba Alejandrina Alers Beauchamps y, por tal desafío a la rivalidad que comenzaron a cultivar los Vélez con los Alers, Abraham se hizo peón de ellos en una finca de Sonador. Cuando murió Bernarda Aurelia Alers, llamaron a su hija Aurelia María de los Remedios , «porque rezaban muchoa la Vírgen de los Remedios para que se olvidaran las rencillas entre las dos familias, Velez del Río y Alers». Fue con Bernarda Aurelia (y no con Felícita de Lugo) que Pedro S. Ortiz Carire tuvo su primer hijo (Aurelio, nacido el 20 de diciembre de 1850) y antes de llegar al matrimonio, de conveniencia con Monserrate Velez-Prat, Fel1cita le dio un segundo hijo, que fue el que dio una breve fama de Don Juan, o abusador, a Pedro Ortiz. Con su esposa legítima, Pedro procreó a los siguientes: Nepomuceno (n. 1854), Cristóbal Sebastián (n. 1854), Clementina (n. 1859) y Blanco (n. 1878). Después de la muerte de Emilio Vélez y Manuel Prat, quienes, según testimonios, lo «amenazaban de muerte» si seguía fugándose para hacer vida marital con Bernarda Aurelia Alers, reconoció con el apellido Ortiz a Bernarda (n. 1868), Pedro José (n. 1870) y Guillermina (n. 1871).

La crítica a los braguetazos de españoles con campesinas del país y otros incidentes fueron la raíz de la aflicción moral y de las costumbres que patrocinaría el surgimiento de cierta hoja impresa, amarillista, clandestina y que, por su turbia sazón, sería la primera publicación que se distribuyó en El Pepino, con lectores ávidos por adquirirla. La hoja llegó a las esferas del gobierno insular como pasquín subversivo y como tal se hizco mención de ella en la gaceta oficial, según el investigador pepiniano Dr. Arana Soto.

Debido a la mención de autoridades del poder público y hacendatario (que hizo el pasquín), entre gente del gobierno se originó la idea de que había mucho más que una alarma sin fundamento ante la burla de la integridad sexual y moral de las mujeres locales y sus apellidos y la autoría de coplas subversivas, al estilo de las que se hilvanaban como entretenimiento entre mambises en la manigua cubana. De hecho, el estilo irónico de las mismas mortificó más que las acusaciones y las familias aludidos, por esta causa, buscaban a los impresores de pasquín y a los rimeros del contenido, en su calidad personal, para dar escarmiento a motu propio. Esta fue, la actitud de Prat-Velez y Font Bas.

Además, por otro lado, dicha publicación (sin título, aunque terminaría llamándosela rimas de Las Golondrinas) fue importante porque hizo pensar que «todas las precaciones extraordinarias (tomadas por el gobierno de Puerto Rico en 1827) después de recibir noticias de que antes haitianos estaban estaban organizando un levantamiento de esclavos en Cuba y Puerto Rico" (Frank Moya Pons), fueron inservibles y que, en 1850, los agentes prevalecían.

Entre los hechos ventilados para sospechar estos hechos están las andanzas como "galopines" (Arvelo Latorre) de los hermanos Juan Bautista y Silvio Alers. Según informes, Juan Bautista y Silvio Alers odiaban a Manuel Prat-Ayats, también esclavista y amigo de Muncio Alers, porque Prat negó las manos de sus hijas Leonora y Dominga. Huyendo de delitos cometidos, los hermanos Alers entraron en contacto con un peón de una hacienda de Bayamón, a quienes gentes de Mirabales mataron un hermano. Cuando la milicia investigaba a los responsables de un robo de caballo y de este asesinato, se supo, o se rumoraba, que Pedro Ortiz, cubano por su expediente de entrada a la isla, participó en la expedicióm del robo. Se supo, por igual, que un hijo de Juan Arvelo, puso casa a Bernarda Vélez del Río (1810-1836), a quien Silvio sedujo. Entonces, desoyendo a sus familiares, estos dos Alers que andaron prófugos por Guánica y el noreste de la isla, se regresaron a pedir cuentas y castigar a los intrusos y a los que protegían a mujeres que habían sido suyas.

En el relato que grabé con Arvelo Latorre, se revala que durante unas de las rogas de miñones y cacerías de malvivientes que organizaron los Velez y Juan Francisco Arvelo, en marzo de 1850, se impidió que Silvio Alers maltratara a la hija que había procreado con una hija de Francisco J. Vélez.

Los gritos de esta mujer (Bernarda Aurelia), alegadamente hija Alers Rosa, llegaron a oídos de tres hombres de los armados por Arvelo, entre los que Pedro Ortiz Carire estaba. Esto avanzaron a galope con tal suerte que Silvio, al oirlos, dejó tranquila a la muchacha y corró entre los matorrales. Salustiano, compinche de Alers, no tuvo igual fortuna orque fue herido en el muslo y tirado del caballo en que iba. Se mató a la bestia. Pero Silvio y éste huyeron del barrio Pozas, sin que le hallaran los miñones. Cuando el sargento Bernardino López de Victoria hizo captura de ellos e investigó el incendio de una casa en que Bernarda, la huerfanita, viviera en Pozas, circularon noticias de una revuelta anti-española en Cayey, a la que se vinculó como participante a Salustiano. La revuelta de 1848 en Cayey fue una de las razones por la que Salustiano mismo huyó y se hizo prófugo. Por igual, resultaría significativa la complicidad de estos dos Alers con Salustiano y que Manuel Prat "le guardara el secreto de su participación en una revuelta a cambio de que se olvidara de que Pedro Ortiz estuvo entre la gente del robo, porque el asunto dejó de investigarse porque Prat tenia ls idea de que Josefa Velez si fue marquesa y no como dijeron que no lo era» (D Prat).

Otro detalle interesante también se infiere del nombramiento como Comandante de Cuartel de Bernardo López de Victoria, en 1853, entonces sargento en las Milicias Urbanas del Pepino y persona que estuvo objetada por su colaboración con las impopulares armadas de miñones de los Vélez, Prat, Arvelo y Hermida.

No obstante, la familia López de Victoria tuvo uaa larga hoja de servicio en las Milicias Disciplinadas y, entre las familias sangermeñas que llegaron como Pobladores de San Sebastián, por ejemplo: Don Mateo López de Victoria, alférez de Caballer1as, e hijo de Antonio López de Victoria y D. Ana Segarra. Estos emparentaban con otra familia de la cúpula militar regional, e.g., los Quijano y Ortiz de la Renta.

El ex-Alcalde Andrés M. Cabrero tuvo que agenciarse la obtención de una palabra y promesa de parte de Manuel Prat y Emilio A. Vélez del Río para que ellos suspendieran esa práctica, porque se daba por ejercicio ilegal lo hecho: «armar con machetes, garrotes y pistolas a tropas de peones en sus haciendas», es decir, en cierto modo, desafiar las autoridades y, peor aún, ellos patrocinaban duelos de pistola, justificándolo con el concepto de consell de riepto.

La administración municipal de Pedro Antonio Perea en El Pepino advirtió que estancieros españoles armados daban mal ejemplo a los mulatos y peones, inspirándoles a rebeliones. Evaristo Vélez Vélez, quien había sido Escribiente Auxiliar de la Sindicatura, desautorizó el ejercitamiento de justicia a través de las rogas e hizo que los Velez (porque él mismo emparentaba con ellos, los Velez) se reconciliaran con los Alers, como asunto de familia. Para que ésto sucediera, ambas familias y muchas otras de El Pepino tuvieron que pasar por muchas humillaciones: por ejemplo, verse expuesta por la publicación de Las Golondrinas, el periódico clandestino mencionado, que sacó varias ediciones en 1851, la captura de los Alers, la presunción de ser agente mambí ventilada contra Pedro Ortiz (el Cubano), la ida del murciense Anastacio Conejero Martínez a Cuba y su vinculación a la conspiración de la exposición satirizante y pública de aquellos miembros de familias respetables que habían cometído estupros "con seducción, engaño y fecundidad" (e.g., Font Bas, Ortiz Carire y Cecilio Echeandía, etc.) y, finalmente, la ejecución de Silvio Alers con la pena de garrote, en una cárcel de la Comandancia de Aguadilla.

Las precauciones militares que, a resultas, de estos hechos y sospechas sobre alguna conspiración mayor, fueron dispuestas, se infieren por la cantidad de pasaportes expedidos por la Alcaldía del Pepino en octubre de 1851. Este flujo de pepinianos, en su mayoría milicianos, hacia Aguadilla, Mayagüez, Añasco, Lares, Camuy, Utuado, Arecib, Isabela, Moca y San Juan, apunta hacia el descubrimiento de una conjura, por lo qu se extremaron medidas al hallarse visitantes sospechosos en la llamada Cueva del Negro o de Las Golondrinas.

En lo que concierne a este vento y que expongo en la monografía La Cueva de las Golondrinas, baste decir aquí que más que el operativo de potencial revuelta lo que se organizó fue cierto instrumento de apoyo económico a la Gran Legión del Aguila Negra por simpatizantes domiciliados en el pueblo. Al parecer, Conejero Martínez fue uno de ellos; en el lenguaje en clave de tal célula rebelde, fue una de las golondrinas en viaje a la Gran Legión desde San Sebastián. Una vez sabido su vínculo, en su contra se expidió una orden de arresto. Tuvo oportunidad de huir antes a Cuba y la orden fue infructuosa.

El gran problema al interpretar las motivaciones últimas de los involucrados en Las Golondrinas es la falta o pérdida de documentos y la cantidad de factores de resentimiento humanos que, pese a testimonios orales, hay acumulados alrededor del aspecto de la protesta contra la esclavitud y los braguetazos. Las décimas del periódico clandestino —vocero político y social de su andamiaje ideológico— colocaron en primer plano el prestigio de ciertas familias, no la legitimidad, conveniencia u organización de de estrategias de lucha contra el régimen español y el desempeño de la clase dominante en San Sebastián.

Sin embargo, por causa de los arrestos realizados por esta protesta ilícita contra el régimen y contra la clase dirigente en El Pepino—, más tarde, quedarían bajo gran sospecha unos pocos residentes, entre ellos: el esclavo fugitivo (por el que la Cueva adquirió su nombre de Cueva del Negro y quien, según fuentes orales, debió tratarse de un esclavp que fue alguna vez tan torturado (semi-cortaron su lengua en la hacienda de Francisco J. "Paché" Vélez y Prat-Cadafalch que huyó; el boticario Gerardo Forrest y Vélez y, finalmente, el padre de Antonia Pino y Corchado. La mencionada se casaría con Gerónimo Gómez Cuevas, de quien se dijo que trajo a El Pepino la célula local del grupo clandestino La Torre del Viejo y otros. Sin embargo, ignoro los datos verificativos al ideario antiespañol del señor Pino.

Vea La Ccueva de las Golondrinas.

II.

Pese a las epidemias y la medicina casera, una alimentación sana y ejercicio o trabajo a campo abierto permitía una vejez noble y de muchos años. Para 1846, la población aumentó a 10,000 y los barrios se poblaban, con familias pudientes a la cabeza. Para 1878, ya había un mínimo de 23 barrios.

Refiriéndose a San Sebastián, Felipe Janer escribió en su libro Elementos de cosmografía y geografía particular de la isla de Puerto Rico (1883): «Corren por esta jurisdicción los ríos Culebrinas y Guatemala: las aguas de este último son termales. Sus tierras son fertilísimas y en ellas se dan buenas cosechas de café, algodón y otros frutos».

Debido a la pérdida de muchos documentos que Méndez Liciaga citara en su Boceto, hasta ahora, se conocen, por nombres y apellidos, a unos 76 de tales pobladores iniciales. En algunos casos, se indicó su condición étnica y civil.

Entre pobladores del 1752, hubo esclavos. De ésto se infiere que su dueño contaba con más recursos —que los que no trajeron negros con ellos— y que a los estancieros les animaba cierto espíritu de producción, lucro y progreso familiar y social, al que la institución y trata negrera sería factor que defender. (Para consultar algunos de los Vecinos Pobladores, haga click aquí)

El pueblo crecería, lentamente, revelando la estructura social y política de la comarca y comandancia militar a la que pertenecería. En 1765, (Las Vegas del Pepino) tuvo 614 vecinos, 55 de los cuales, fueron descritos como esclavos. En 1812, la población ascendió a 3,875 habitantes y, en 1828, a 8,632 vecinos. Según el resumen general preparado por A. O'Reilly, de los 3,875 vecinos en 1812, tanto como 113 fueron negros esclavos (cf. Memoria al rey de España, 1765, citada por Coll y Toste en Boletín histórico.

En su libro Viaje a la isla de Puerto Rico, en 1797, André P. Ledrú, censó a las Vegas del Pepino. Dice: «Su territorio contiene cerca de 1,243 habitantes dedicados en su mayor parte al cultivo de frutos menores y a la crianza de gran cantidad de ganado».

La primera Casa Municipal (o del Rey) fue construída en 1808. Se constituyó como Ayuntamiento en 1812. La primera iglesia se terminó de construir en 1800 (la primera tentativa de construcción se produjo en 1778) y se colocó bajo la advocación de San Sebastián Mártir, por lo que la Fiesta del Patrón se fechan para el 20 de enero.

En 1846, el Casco Urbano de 8 calles tenía más de cien viviendas, dos escuelas primarias y más de 10,000 habitantes y sólo seis barrios, a saber: Guajataca, Sonador, perchas, Hato Arriba, Cidral y Arenas. Por varios documento relacionados a la partición de ciertas áreas del Pepino —«Petición de D. Manuel Prat-Ayats y Los Vélez sobre deslindes y marcas ejidales en Añasco y Las Furnias», 3 de mayo de 1823 y «Nota de José de la Xara sobre pedido de Francisco Vélez de (Los) Mirabales», 24 de febrero de 1824, en: A.G.H.P.R., San Sebastián, Caja 580, legs. 1360 y 1367—, se infiere que pese a la antiguedad del barrio Mirabales, éste no se contaba estrictamente como barrio, sino que fue llamado Los Velez y, más antiguamente, la Hacienda de los Mirabales.

Durante los periodos gubernativos de Juan Prim y de Fernando Norzagaray, hubo una iniciativa de algunas familias mirabaleñas (o asociadas a la Hacienda Los Velez) para dar categoría de barrio a Mirabales; pero la idea no prosperó por quejas en contra de algunos de los peticionarios, como fueron la costumbre de los miñones arnados, golpizas a funcionarios municipales en Los Velez y los retos a duelo de pistola. Aún cuando uno de los parientes de la familia Vélez fue promovido por Manuel Prat y su gente para que mediara ante el Gobernador Norzagaray para en favor del movimiento con que aspiraba a convertir a Mirabales en la Nova Cantalunya, Evaristo Vélez Vélez hizo poco por tal objetivo. Asunto es éste que se infiere de los documentos siguientes: «Nota de Tomás Rodríguez al Negociado Político Regional», 30 de junio de 1851, en: A.G.H.P.R., San Sebastián, y «Nombramiento de Evaristo Vélez Vélez por el Gobernador Fernando de Norzagaray como Sargento Mayor de las Milicias Urbanas del Pepino», 9 de diciembre de 1852, loc. cit. y "Expedientes de los Gobernadores de Puerto Rico", A.G.H.P.R., San Sebastián, Caja 581, Entrada 302.

Otros documentos adquieren su significado dentro de este contexto de pleitos y rivalidades de familias.

«Acta del 9 de diciembre de 1852», en: A.G.H.P.R., San Sebastián, Caja 581, Entrada 302, fsn.

«Nota del 31 de enero de 1855 a Marcelino Luciano», en: A.G.H.P.R., San Sebastián, loc. cit.

«Acta del 17 de marzo», 1856, en: A.G.H.P.R., San Sebastián, Caja 581, Entrada 302, fsn.

La primera plaza de San Sebastián se creó en 1872. En 1824, un año después de crearse la primera escuela primaria, Santiago Echeandía Balazquide y otro vecino recibieron poder («carta puebla») «entre los vecinos que poseen terrenos en el sitio de Lares para que practiquen las licencias necesarias para el fomento de la población» y Juan Estéban Nuñez y Juan B. Echeandía Azpearo para «las licencias necesarias para la fundación y el fomento de la población en este sitio de Cibao»

. Para 1828, había en El Pepino tantos como 415 negros esclavos, dedicados a distintos tipos de faena y 765 personas vivían como agregados, es decir, arrimados. Se distinguía, en rigor, entre «pardos», «morenos» y «negros». De los 6,702 vecinos censados como blancos una gran porción había nacido en España; a los pardos solía llamárseles criollos. También se hallaban, al menos, 16 extranjeros no españoles, entre ellos, las familias Luiggi de Mirabales, Brignoni, de origen corso, y otras de origen francés, mismas que llegaron de Haití, Martinica y otras antillas. Pablo A. Luiggi, además de sus grandes propiedades en el barrio Mirabales, poseyó, en 1848, otras 96 cuerdas de siembras en el barrio Bartolo de Lares.

Una evidencia definitiva de quiénes fueron los capitanes fundadores de distintos barrios y sectores es difícil hallarla en documentos posteriores al 4 de marzo de 1825, cuando se deslindaron definitivamente los territorios de Mayagüez, Las Marías y San Germán de los límites de El Pepino. Todo el barrio Furnias (hoy perteneciente a Mayagüez) perteneció al Partido del Pepino hasta 1855. En 1856, se traspasaron 4,784 cuerdas de terreno de la villa pepiniana a la de Las Marías. 9

No sorprende, sin embargo, la teoría que lanzara Oronoz Font en su Portón histórico. Debido a los sucesivos deslindes que el pueblo sufriría y, por asuntos de movilidad social, puede que el Capitán a Guerra en Aguada en 1703, Sebastián González de Mirabal y Monteverde, haya sido también Capitán Poblador de distintas porciones de la Comarca y que la faena de pobladors deseosos de penetrar en distintas espesuras de los bosques vírgenes, llenos de conejos y cerdos salvajes, anteceda la fecha que se tiene para la fundación del pueblo.

Esta es teoría que no se alude ni sustenta, en ningún respecto, en el libro pionero de Méndez Liciaga (1924), pero que J. N. Oronoz Font la expone en su artículo Portón histórico, publicado en la década de 1960, cuando escribe:

«Aún conservan algunos de nuestros barrios rurales el nombre de sus primeros pobladores, tal como en el barrio Mirabales, habiendo sido su dueño, por muchos años el hidalgo español Miguel González de Mirabal». 10

En este trabajo aprovechamos, sobre todo, los contenidos de entrevistas, orales y afortunadas, que esbozarían las inquietudes de vecinos de San Sebastián, vivos a la fecha de elaboración de mi investigación, cuyos padres, abuelos y bisabuelos verbalizaron sus memorias, historiográficamente aprovechables, las que, aún difundidas y conservadas por la tradición oral, sirven al propósito de reconstruir varias fases de la historia local, tales como: el Decreto de abolición de Esclavitud del 22 de marzo de 1873, la aplicación de la Constitución de la metrópolis en 1876, la supresión del movimiento autonomista so pretexto de una conjura inexistente en 1887, las Partidas Sediciosas o rebeliones campesinas en los campos pepinianos en 1898, por influjo del anarcosindicalismo español, la suplantación después de la invasión estadounidense de la soberanía española al hacerse cargo del gobierno militar de la isla el General John R. Brooke (19 de octubre de 1898) y el violento tránsito al Puerto Rico, económicamente estable y electoralmente reformado y moderno, después de brotes de turbas, manejadas por el caciquismo republicano (anexionista), que se derrotaría cuando el último administrador estadounidense Rexford Guy Tugwell en Puerto Rico apoyó las reformas sociales que Luis Muñoz Marín, Jesús T. Piñero, Carlos Chardón, Vicente Géigel y otros impulsaron a finales de la década de 1930.

El 9 de agosto de 1899, el temporal San Ciríaco forzó al ejército de ocupación norteamericano a permanecer en la isla para misiones humanitarias, debido al extenso daño ocasionado en viviendas y fincas. Volvería, pues, a rehabilitarse el campamento de El Tendal y el Hotel Juliá se convertiría en la oficina del operativo de socorro. (Para consultar en este Website, sobre la Entrada de las Tropas Invasoras a San Sebastián en 1898 y Comevacas y Tiznaos: Las Partidas Sediciosas de 1868 en El Pepino).

Monografías Genealógicas, Historia Oral
y Convocatoria a la Investigación


La presentación de esta investigación, a través del Webpage, no significa la renuncia al propósito ensayístico y un futuro libro, sino que representa mi propuesta práctica de que una historia completa será posible cuando las relaciones puramente burocráticas y formales entre intelectuales, funcionarios públicos y castas dominantes, sean vencidas por las voces populares, es decir, por la visión de familias e individuos que, ajenos al centralismo orgánico que domina y escribe su versión de la historia a través de las suyas, alcanza su oportunidad de aportar sus perspectivas.

Antonio Gramsci diría que debe producirse «un intercambio de elementos individuales entre gobernados y gobernantes, entre dirigidos y dirigentes» para realizar «la sola vida de conjunto que es fuerza social», es decir, el destino en advenimiento, en «bloque histórico» y en actividad creadora y memorable como pueblo.

A esta Webpage de Convocatoria falta, de todos modos, muchas voces e intercambios; pero es el comienzo para que el sentimiento y pasión de pepinianos que han querido comprender su historia accedan hacia la misma, por la vía de la Internet y se representen con sus propias voces y relatos. Estoy dispuesto a irles e integrarles.

Ha consumido muchos años, recursos y esfuerzos de investigación la provisión del relato de base, el incial que aquí se plantea y que «edita en» y explica para la historia un poco del Soluto, el comprender, de las familias Vélez, Prat, Cabrero, López y Alers. Rescatamos de las más divrsas fuentes algunas interesantes especificidades. Unas, de las que sólo por la historia oral y el fluir de sentimientos populares e individuales, al margen del centralismo orgánico, 11 permitieron su existencia. No tengo dudas de que, por variadas circunstancias, la historiación de nuestro siglo, en sus procesos de lucha, ideologías colectivas, anhelos populares y transformaciones de la realidad material, desde la cotidianidad pepiniana, será cada vez mucho más rica e interesante y ciertamente menos dificultosa de historiar que en los pasados siglos.

También se ofrece aquí un compendio mínimo, historiográficamente dicho, sobre una etapa de inquietud social finisecular durante la cual, según escribiera Pedro H. Hernández Paraliticci, historiador utuadeño:

...hijos respetables del pueblo... impulsados por el deseo de venganza» iniciaron «atropellos, fuegos, robos y muertes... contra las familias españolas antes de que los americanos pudieran ofrecer la protección necesaria... éstas se convirtieron en verdaderas bandas de ladrones que se aprovecharon de la situación para robar las haciendas de los acomodados españoles». 12
Lo citado de Hernández Paraliticci (sobre los incidentes de embrisques en Utuado) sirvió como criterio representativo y acusador de la clase dominante en San Sebastián y otros pueblos afectados por las guerrillas de comevacas y tiznaos. Cuando añadimos a tal visión, el reverso de la moneda, se amplía la perspectiva. El Dr. Antonio S. Pedreira, comedido portavoz de la Generación del Treinta, consideró que los años subsiguientes a los famosos Compontes de 1887, años de secreta conspiración antigubernamental, «fueron de mayor trascendencia para el país que la llamada revolución de Lares». 13 Por su parte, el historiador Juan M. Delgado, investigador de estos procesos, concluyó que las Partidas Sediciosas fueron «la mejor respuesta de que el sentimiento anticolonial existía a unos niveles insospechados». 14

Mi sección sobre el tema hará que los pepinianos entren en contacto con uno de los secretos mejor guardados en la historia de este municipio.

Esta propuesta historiografía y los testimonios y recuentos de hechos surgidos y captados mediante mi concreta metodología de investigación («oral history»), son fieles a las transcripciones de lo grabado y citado de documentos impresos u originales.

Aquí ofrezco algunos compendios de historia genealógica, relacionadas a familias locales y cito de documentos españoles, nunca antes disponibles al público o historiadores latinoamericanos. Algunos de los documentos a los que tuve acceso, como parte de una comisión de estudio, son de la Colección del Museu d'Historia de la Citat (Barcelona), arreglados por BCIAC y ACA para consulta de los invitados al programa at issue. Estudié la relación de Prim y Prats y de Gabriel Baldrich con la historia regional de San Sebastián (Puerto Rico).

Y, de hecho, fue dato curioso que el militar Gabriel Baldrich, 15 antes de ser nombrado gobernador de la isla, haya convivido en una fiesta de barrio sólo porque la visitante que lo llevó como acompañante fue una recomendada de su superior en rango (el propio Prim) y una mujer de alcurnia (Josefa Vélez).

Nunca imaginé que mi interés por la genealogía de las familias Prat, Alicea, Ortiz y Vélez y mis hallazgos en BCIAC y ACA confirmarían algunos de los contenidos de las décimas sobre la mirabaleña Josefa Vélez-Cadafalch que Dolores Prat comenzaba a olvidar; pero que Pablo Arvelo Latorre y Antonio González Rodríguez recompusieron, sin quitar a la crudeza que la inspiró ni línea alguna.

La referencia del Diario de Viajes de Doña Josefa fue premio a mi esfuerzo de años, mis contactos para entrevistas y verificación documental, más la hipótesis de trabajo. Unas 20 hojas aproximadamente de ese diario, rescatadas por A. Bastide 16 e impresas en su libro sobre cortesanas catalanas, determinó que cambiara el formato original de mi exposición y abriera el carácter subjetivo y confesional (en beneficio de mis entrevistados) al historiar, citando cómodamente, a partir de éstos y otros documentos y del testimonio oral recogido de ellos.

Vea Bibliografía de este capítulo

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En la muerte de Chato, mi hermano

Los peces

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La muerte

El hombre quieto y pobre

Destinación

Antología / Heideggerianas

Alcaldes

Hombres y Mujeres Ilustres

Partidas Sediciosas /
Comevacas y Tiznaos
(Parte 1)

Partidas Sediciosas /
Comevacas y Tiznaos(Parte 11)


Las Partidas Sediciosas de 1898
(Bibliografía)

Comentarios a CARLOS LOPEZ DZUR
California, 1 de Abril de 1999

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