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FAVILA Favila . Poco se sabe de este rey, hijo y sucesor de Pelayo, que solo
rein� dos a�os (737-739). Casado con Froiliuva, tuvieron hijos, cuya pista se perdi�.
Favila muri� en una cacer�a, entre las garras de un
oso: "ab urso est interfectus", dice lac�nicamente una cr�nica. |
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LA
INFANTA Y LA OSA En una leyenda
popular asturiana, una infantina que se personaliza en la hist�rica Cristina, hija del
Rey Astur-Leon�s Bermudo II (984-999), se perdi� siendo muy ni�a en un bosque del hoy
concejo de Salas, y fue recogida por una ben�fica Osa que le dio de mamar y la cuid�
hasta que fue encontrada por unos monteros.
En la torre izquierda de la fachada de la iglesia del
viejo convento de CORNELLANA, hay un escudo donde est� esculpida la osa con la ni�a en
una talla del siglo XII. |
SANTO
TORIBIO De Santo Toribio se cuenta
que estando en plena siesta junto a su carro de bueyes, le despest� la feroz embestida de
un oso que abati� a uno de sus bueyes de un tremendo mordisco en la cabeza. Ni corto ni
perezoso, Santo Toribio le recrimin� su actitud y consigui� que el oso acabara tirando
de su carro. Por ello, los capiteles de las columnas que sostienen el altar mayor del
monasterio de Santo Toribio en Li�bana representan a un buey y un oso.
Dos esculturas de ambos animales flanquean la puerta de la
Colegiata de Arb�s, en la vertiente leonesa del Puerto de Pajares, siendo �sta otra
versi�n de la misma historia con un monje asturiano. |
LA
OSA MAYOR, LA OSA MENOR Y EL DRAG�N. Escrito por Beleth
Hace mucho tiempo, cuando el cielo
no era m�s que una enorme b�veda de pizarra, viv�a en las monta�as una gran Osa. Era
de color plateado, pues as� era el color de los osos antes de que el hombre pisara la
tierra, un plateado tan brillante que cuando se pon�a al Sol nadie era capaz de mirarla
sin entrecerrar los ojos. Era hermosa, sabia y fuerte, y por ello era la reina de la
monta�a. Con el tiempo la Osa concibi� una peque�a Osita tan plateada como ella. Todos
en la monta�a estaban encantados con la criaturita ya que era alegre y juguetona.
Un d�a, el Drag�n de Plata, se�or
del Valle del Agua que lindaba con la monta�a, decidi� dar un paseo por los l�mites del
valle. El Drag�n de Plata era el ser m�s vanidoso que pod�a encontrarse y ante todo
estaba orgulloso de sus escamas de plata. Es por eso que cuando vio a la Osita jugando en
un r�o, no pudo evitar que el brillo del pelo de la criaturita hiciera que su coraz�n se
llenara de envidia. Vol� trazando unos c�rculos en torno a ella y a cada vuelta que daba
mayor era la rabia y la envidia que sent�a. Estaba a punto de abalanzarse sobre la Osita
para devorarla cuando lleg� su madre, la Osa. Entonces fue el colmo para el Drag�n de
Plata, dos criaturas con una piel m�s brillante que la suya era ya demasiado. Pero el
Drag�n se retir� a su cubil en la Fosa del Fuego para idear un plan con el que acabar
con la dicha de la Osa.
Un d�a la Osita estaba jugando
cuando vio algo brillante en el cielo que llam� su atenci�n. Poco a poco el Drag�n de
Plata se perfil� en el cielo. Entonces el Drag�n de Plata le dijo:
- Hola Osita, tu madre la Osa me ha
dicho que te recoja, sube a mi lomo e iremos a verla. -
La Osita en un principio se mostr�
reacia, pero le hac�a mucha ilusi�n eso de volar. As� que sin rechistar se subi� al
lomo del Drag�n y se fueron volando.
En la cueva de la Osa estaban
reunidos los representantes de todas las familias de la monta�a. El asunto era urgente,
la Osita hab�a desaparecido y no se sab�a nada de su paradero. Los Lobos hab�an
rastreado toda la monta�a y no hab�an descubierto la menor pista. Los Topos hab�an
recorrido sus t�neles preguntando a los seres del mundo subterr�neo si sab�an algo,
pero nada. Y los Halcones no hab�an visto nada desde las alturas.
Finalmente un sapo entr� en la cueva
y torpemente se dirigi� a la Osa:
- Ilustr�sima Se�ora de la
Monta�a. Soy un mensajero del Drag�n de Plata, se�or del Valle del Agua. Mi se�or os
informa de que tiene cautiva a vuestra hija en su cubil de la Fosa del Fuego. Si quer�is
recuperarla deber�is ir all� y entregarle vuestra piel a cambio de vuestra hija. -
Tras una dura y peligrosa marcha la
Osa lleg� al cubil del Drag�n de Plata. En realidad era un agujero en la pared del valle
de un r�o de lava al que se acced�a por una estrecha cornisa. Tras acostumbrarse a la
oscuridad vio a su hija al fondo del cubil, encogida por el miedo, y a su lado al Drag�n
de Plata quien exhib�a una amplia sonrisa de triunfo. La Osa fue la primera que
habl�:
- Aqu� me tienes, ahora deja ir a mi
hija. -
El Drag�n se ri� y contest�:
- No puedo permitir que haya nadie en
el mundo con una piel m�s lustrosa que la m�a.
Diciendo esto se lanz� sobre la Osa.
Entablaron una lucha sin igual que dur� siete d�as con sus siete noches. Y en ning�n
momento la lucha se inclin� del lado de ninguno. Pero los Dragones son criaturas m�gicas
por lo que la Osa comenz� a sentirse d�bil despu�s de tanto tiempo de pelear.
Sabi�ndose perdida, decidi� salvar a su hija de las garras del Drag�n dando su vida.
Reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban se abraz� al Drag�n y salt� con �l al r�o
de lava.
La Osita se qued� sola y comenz� a
llorar la muerte de su madre, y sus l�grimas eran de plata. Fue entonces cuando Dios
tom� las l�grimas de la Osita y le dijo, no te preocupes, porque podr�s ver a tu mam�
todas las noches en el firmamento. Y con las l�grimas dibuj� a su madre la Osa Mayor,
peleando con el Drag�n, para salvarla a ella la Osa Menor. Y quiso Dios que todo el mundo
pudiera ver la escena para que aprendiesen que siempre hay almas nobles que luchan contra
la envidia y es por ello que convirti� las l�grimas en estrellas." |
El Osito SANDRINO
Historia novelada del oso SANDRINO, encontrado en el
Parque Nacional de Abruzzo, en Italia, donde todav�a vive, en el Centro de Recuperaci�n
del Parque.
Original: Sr. Director del Parque Nacional de Abruzzo
Traducci�n: M� Pilar Mo�ino Erase una vez...pero no hace mucho tiempo, un peque��simo osito,
que viv�a feliz con su mam� y una hermanita casi id�ntica a �l. Hab�a nacido en el
fr�o invierno del a�o anterior, entre las monta�as del Parque Nacional de Abruzzo.
Cuando vino al mundo, no sab�a que la vida ser�a tan dif�cil para �l...Pesaba algunos
cientos de gramos, frente al quintal y medio de la madre. Por alg�n tiempo fue amamantado
y resguardado pero luego la curiosidad de ver el exterior de la gruta que le hac�a de
casita fue irresistible. As�, al principio de Junio decidi� que ya hab�a crecido lo
suficiente para poder seguir a su madre en una de tantas excursiones en el mundo lejano
y misterioso. Ella, preocupada por ense�arle a vivir
y a ser autosuficiente, no se lo impidi�. El padre estaba quiz�s muy lejos, entre las
monta�as, como ha de ser en la Ley de los osos, y seguramente hab�a encontrado un
destino distinto. El osito correte� impaciente detr�s de su mam� osa, jugando tambi�n
con su hermanita. Y descubri� un mundo maravilloso, nunca so�ado, de prados verdes,
hermosos bosques y sobre todo miles de flores de todos los colores, de plantas y de
animalitos tan distintos a �l.
Para buscar comida deb�an de explorar cada d�a
territorios m�s extensos: pero alej�ndose m�s y m�s de su casita se dio cuenta que
aquel mundo no era todo tan hospitalario. Estaba el Parque, donde se encontraba tranquilo,
pero de pronto el Parque terminaba y all� pod�a sucederle cualquier cosa. Un d�a mam�
osa arrug� la nariz porque all� abajo por el valle pasaban hombres de mirada seria y
perversa, armados con escopetas; otro d�a el osito, que se hab�a quedado durmiendo la
siesta durante las horas de m�s calor, fue perseguido por una jaur�a de perros salvajes,
abandonados por sus due�os en el monte, y se salv� solamente porque chill� tanto que
sus gritos alertaron a su mam� y pudo llegar pronto a rescatarlo. All� abajo zumbaba
incesante un insecto muy escandaloso: la mam� le explic� que era una motosierra, una
peque�a m�quina que tiraba al suelo enormes �rboles, destrozando el lugar donde viven
los osos. Con el verano, las molestias se hac�an m�s frecuentes y cercanas: hab�a
tambi�n monstruos de hierro (los coches), y sobre todo muchos hombres de todos los
colores. Algunos de ellos no parec�an tener malas intenciones, pero su propio entusiasmo
por la Naturaleza les hac�a violar el territorio que los animales deber�an tener solo
para ellos. Era una invasi�n de terribles olores humanos, la tierra se llenaba de objetos
tirados, variopintos pero horribles: a veces se encontraba algo comestible, pero casi
siempre eran cosas in�tiles, incapaces de alimentar la tierra o llenarla de flores.
Mam� osa recomend� a sus peque�os permanecer
siempre lejos del hombre, de sus huellas y de sus cuevas (las casas), porque all� siempre
pod�an pasar cosas malas inesperadas. Una vez, sin embargo, el osito tuvo tentaciones de
desobedecer a su mam�, y vio a lo lejos un cachorro de hombre peque�ito como �l, que le
sonre�a y lo observaba a trav�s de dos extra�os ojos largos y negros, que mam� llam�
prism�ticos. Otra vez not� una extra�a quietud, y descubri� dos hombres de uniforme
que estaban ri�endo a los turistas domingueros, oblig�ndoles a recoger y llevarse de
all� toda su basura. Mam� osa explic� que hab�an llegado finalmente los guardas del
parque, a quienes deb�an el que les salvara de muchos peligros, pero por desgracia los
guardias eran muy pocos para conseguir defender todo el territorio de los animales de las
miles de molestias causadas por el hombre.
Sin embargo, el osito crec�a muy poco, estaba
siempre m�s d�bil, y mientras su hermanita estaba muy bien, �l se cansaba intentando
corretear tras la madre. Una enfermedad incubada desde hac�a tiempo y contra�da en el
momento m�s fr�o y hambriento del invierno, se manifestaba ahora sin remedio. Como no
era capaz de conseguir la comida suficiente, cada vez se ten�a menos sobre sus patitas.
Un duro d�a de verano, era casi mediados de
agosto, no pudo m�s: se recost� un poco entre la hierba y le pidi� a su mam� que le
abandonara a su suerte. La osa llor� mucho, intent� darle valor y empujarlo, pero sab�a
demasiado bien que el peque�o ten�a raz�n. En aquellas condiciones no lo habr�a
conseguido jam�s. La Ley de la Naturaleza, la despiadada regla de la selecci�n natural a
la cual ning�n animal puede escapar, obligaba a abandonar al individuo m�s d�bil para
salvar al resto de la especie. Si quer�a proteger a su otra peque�a, la madre deb�a
irse de all� r�pidamente, porque aquella zona era muy frecuentada por el hombre, y el
peligro era enorme. As� que se dio la vuelta, contrayendo cada m�sculo de su gran
cuerpo, y ech� a andar en silencio, mientras o�a al osezno llorar cada vez m�s flojo.
Lo hab�a visto tropezar con sus patitas traseras, caerse y abandonarse echado en tierra:
su destino parec�a escrito.
Fue justo entonces, sin embargo, cuando ocurri�
el "milagro". Un poco m�s arriba de �l oy� rumores de pasos, y el osito
sinti� que alguien lo observaba. Girando apenas su cabecita, se vi� encuadrado en los
prism�ticos de uno de aquellos hombres de uniforme. Extra�amente, no tuvo miedo. Por
instinto se sinti� protegido, y no se rebel� ni cuando el guardia del parque lo cogi� y
lo carg� en uno de aquellos veloces monstruos de hierro brillantes y ruidosos.
Algunas horas m�s tarde estaba en la Direcci�n
del Parque, lavado y envuelto en mantas calientes. Sent�a voces alegres alrededor de �l,
alguien le meti� en la boca un incre�ble biber�n lleno de leche. Ten�a ganas de
relajarse, el miedo hab�a terminado. Las chicas que trabajan en el parque compitieron
entre ellas para prepararle una papilla de huevos y otras cosas muy buenas. El hombre que
mandaba all� estaba muy contento y propuso bautizarlo SANDRINO.
En pocos d�as se hab�a recuperado bastante; no
estaba a�n curado del todo, peo ya pod�a correr y jugar.
Ahora el deseo de todos habr�a sido dejarlo
libre, para que volviera a corretear detr�s de su madre. Pero por desgracia no era
posible. Durante muchos meses el veterianario deb�a de continuar cur�ndole, y de su
mam�, adem�s, no ten�an noticias: qui�n sabe d�nde estar�a ahora. Aparte de esto,
Sandrino no hab�a podido aprender el arte de sobrevivir en aquel mundo tan dif�cil,
probablemente no habr�a sido siquiera capaz de encontrar suficiente comida para si mismo.
Lo hab�a escuchado decir muchas veces a la gente del parque: muy a menudo les ocurr�a a
sus primos de los parques norteamericanos, viciados por los dulces y otras golosinas que
les echaban desde los coches durante el verano. Cuando llegaba el fr�o, los turistas
desaparec�an, y tantos y tantos peque�os ositos Yoghis pasaban hambre. No pocas veces
los Rangers de Yellowstone los encontraban muertos, porque en la alegr�a del verano
ninguno hab�a aprendido a buscar comida �l solito y prepararse para el duro invierno.
Un triste d�a de oto�o, le lleg� tambi�n la
noticia de que los cazadores furtivos hab�an asesinado a disparos varios osos justo en
las monta�as a las que se dirig�a su madre. Hab�an matado tambi�n hembras adultas, y
Sandrino entendi� que seguramente era justo �l el �ltimo sobreviviente de una familia
un tiempo espl�ndida y feliz.
Entonces se dijo que deb�a aceptar la convivencia
con el hombre. Esperando tener alg�n d�a un compa�era, tener sus propios peque�os,
protegido de los peligros pero en cautividad. Porque al menos sus hijos, o sus nietos,
podr�an volver a correr libres y alborozados en aquellos prados y entre aquellos bosques,
sin encontrar ruidos, ni perros, ni escopetas, ni venenos, ni trampas. Ese d�a en que los
hombres habr�n comenzado a razonar y a entender la Naturaleza, mostr�ndose menos
despiadados que hoy con todos los seres inocentes e incapaces de hacerles da�o. |
Desde
el Valle del Huerna, Manolo manda
dos notas curiosas:
Hacia la primavera - verano, aparecen en el campo
unos hongos de color marr�n oscuro o negro. Casi perfectamente circulares, de di�metro
que puede variar desde unos dos a unos diez cent�metros, aparecen a ras de suelo. Cuando
est�n maduros, rompen f�cilmente y sueltan un polvo del mismo color oscuro, no se
aprecia olor desagradable alguno.
En el alto valle del Huerna son tradicionalmente conocidos como "piu del osu",
entendiendo "piu" como pedo. No se sabe el porqu�, aunque se supone que la
ignorancia de saber qu� es y su color parecido al oso sea el motivo.
Cuando una persona tiene el pelo de la cabeza
erizado o despeinado, se le suele decir: "paez que viste al osu". Si se le dice
a alguien aunque est� correctamente peinado, y de forma inconsciente se atusa el
pelo.
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LA ERMITA DEL LLANO, enviado por Luis S. Cubillo Luis:
Dicen que la ermita de Llano, en
Aguilar de Campo�, se construy� debido a la experiencia que sufri� un cazador, no se
cuanto tiempo hace, pero mucho....... supongo.
La historia relata que un cazador
que persegu�a una pieza se meti� en la bosquejada del Monte Royal.
Cuando se percata de que su
munici�n se hab�a terminado, se le aparece un gran oso, que en pose amenazante le ataca.
El cazador se ech� su arma a la cara, y, ante su sorpresa, dispar�, y el oso cay�
muerto.
Termina la leyenda contando que el
cazador, agradecido, se preocup� de edificar en el lugar una ermita en honor a la Virgen
de la zona, virgen que hoy veneran todos los Aguilarenses con el nombre de la Virgen del
Llano.
Tal como me lo contaron os lo
cuento, pues la leyenda merece por su belleza no ser olvidada, queriendo contribuir con mi
relato, a que �sta no pase al olvido.
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La
Caza del Oso No ofrec�a grandes
dificultades a mi paso aquel camino cuya longitud no exceder�a de quince o veinte varas;
pero la consideraci�n racional�sima de lo que �bamos a hacer despu�s de recorrerlo,
sin otra retirada que el abismo en el caso muy posible de salir escapados de la cueva, si
no qued�bamos hechos jigote, all� dentro, clav� mis pies en el suelo a los primeros
pasos que di sobre �l. Vi todo lo brutalmente temerario que hab�a en nuestra empresa
desatinada, y form� serio prop�sito de volverme atr�s. Pero Chisco y Pito Salces se
hab�an sumido ya en la caverna; y aunque temerarios y muy brutos los dos, no era honrado
ni decente dejarlos sin su ayuda un hombre que acababa de prometerles ir tan all� como
fuera otro.
Duraron muy pocos instantes estas vacilaciones
m�as; y cerrando los ojos de la inteligencia a todo razonamiento de sentido com�n, es
decir, baj�ndome al de aquellos dos b�rbaros, avanc� resuelto por la cornisa y llegu�
a la boca de la cueva, dentro de la cual lat�an desesperadamente los dos perros y me
encontr� a Chisco y a su camarada disponiendo el plan de ataque. La cueva, como ya sab�a
yo por referencia de los dos mozos que la conoc�an muy bien, tenia dos senos; el primero,
a la entrada, era espacioso y no muy alto de b�veda, con el suelo bastante m�s alto que
el umbral de la puerta, muy escabroso y en declive muy pronunciado hacia el muro del
fondo, en el cual se ve�a la boca del otro seno o gabinete de aquel sal�n de recibir.
Ol�a all� a s�tano y a musgo y a perrera
y a hombres escabechados.
No tenia ya duda para Chisco que era "la
se�ora", es decir, la osa, lo que rezongaba en el fondo del antro invisible,
respondiendo al latir desesperado de los perros; y la se�ora con su prole, porque sin
este cuidado amoroso ya hubiera salido al estrado para hacernos los honores de la casa. En
este convencimiento, se trat� en breves palabras, casi por se�as, porque no hab�a
instante que perder, de s� ser�a m�s conveniente soltar la perruca que el sabueso; y
acordado lo primero, el b�rbaro de Pito, sin otras razones se fue hasta la boca del
antro, en el cual meti� la cabeza al mismo tiempo que la perruca. Esta hab�a
desaparecido, algo vacilante e indefensa, hac�a la derecha; y no s� cu�l fue primero,
si el desaparecer la perruca all� dentro, o el o�rse dos chillidos angustiosos y un
bramido tremebundo, o el retroceder de Pito cuatro pasos del boquer�n, exclamando hacia
nosotros( yo creo que con regocijo), pero con el arma preparada:
-�Cristo Dios!
�Vos digo que aqueyus no son
sus ojus: son dos brasales!
Comprendi� Chisco al punto de que se trataba;
solt� al sabueso y me mand� a m� que me quedara donde estaba ( es decir, como al primer
tercio de la cueva, muy cerca del muro de la derecha), pero con el arma lista, aunque sin
disparar antes que ellos dos y avanz� �l hasta colocarse en la misma linea de Chorcos,
de manera que sus tiros se cruzaran en �ngulo bastanta abierto en el centro del boquer�n
del fondo.
Como toda la prudencia y reflexi�n que pod�a
esperarse de aquellos rudos monta�eses hab�a que buscarla en Chisco, yo no apartaba mis
ojos de �l, y no pod�a menos de admirarme al observar que ni en aquel trance de prueba
se alteraba la perfecta regularidad de su continente: su mirada era firme, serena y fr�a,
como de ordinario; su color el mismo de siempre, y no hab�a un m�sculo ni una se�al en
todo su cuerpo que delatara en su coraz�n un latino m�s de los normales; al rev�s de
Pito Salces, que no cab�a en su ropa, no por miedo seguramente, sino por el deleite
brutal que para �l ten�an aquellos lances.
Tomando yo por gu�a de mi anhelante curiosidad la
mirada de Chisco, y sin dejar de o�r ladridos de "Canelo" apenas metido este en
la covacha, pronto lo vi retroceder, pero dando cara al enemigo con las cuatro patas muy
abiertas, la cabeza levantada y casi tocando el suelo con el vientre. Lo que le obligaba a
caminar as� no era dif�cil de adivinar: tras �l venia la fiera gru�endo y rezogando; y
al asomar al boquer�n no me impidi� el frio nervioso que corri� por todo m i cuerpo,
estimar la exactitud con que Pito hab�a calificado el lucir de los ojos de aqel
animalaza: realmente centelleaban entre mechones lanudos de sus cuencas, como las ascuas
en la oscuridad: La presencia nuestra le contuvo unos instantes en el umbral de la
caverna; pero rehaci�ndose enseguida avanz� dos pasos, menispreciando las protestas de
"Canelo", y se incorpor� sobre sus patas traseras, dando al mismo tiempo un
berrido y alzando las manos hasta cerca del hocico, como si exclamara:
-�Pero estos hombres que se atreven a tanto son
mucho mas brutos que yo!
Al ver que se incorporaba la fiera, dijo a Pito
Salces, Chisco:
-T� al ojo; yo, al coraz�n
�Est�s? Pues
�a una!
Sonaron dos estampidos; bati� la bestia el aire
con los brazos que a�n no hab�a tenido tiempo de bajar; abri� la boca descomunal,
lanzando otro bramido m�s tremendo que el primero; dio un par de vueltas sobre sus patas,
como cuando bailan en las plazas los esclavos de su especie, y cay� redonda en mitad de
la cueva con la cabeza hacai m�. Corr� yo entonces a rematarla con otro tiro de mi
escopeta; pero me detuvo Chisco, dici�ndome mientras cargaba apresurado la suya, igual
que hac�a Pito por su parte.
-Guarde esas balas por lo que pueda suceder de
prontu. Pa lo que ust� desea jacer, con el cachorriyu sobra
.
�Qu� quedaba all� por hacer? Lo que hizo Chorcos
enseguida con su irreflexi�n de siempre; llamr a "Canelo" y meterse con �l en
la cueva desalojada por la osa, �Puches, hab�a que acabar igualmente con las
cr�as
y saber lo que hab�a sido de la perruca que ni salia ni
"agullaba"..Bueno estaba de entender el caso; pero hab�a que verlo,
�puches!
Por el aire andaban a�n los dos oseznos arrojados
por Pito desde la embocadura de la covacha, cuando "Canelo" sali� disparado
como una flecha y latiendo hacia la entrada de la cueva grande. Yo, que estaba muy cerca
de ella, mir� a Chisco y le� en sus ojos algo como la confirmaci�n de un recelo que �l
hubiera temido. Observar esto y amenguarse la luz de la cueva como si hubieran corrido una
cortina delante de su boca, por el lado del carrascal, fue todo uno.
-�El machu!- exclamo Cisco entonces.
Pero yo que estaba m�s cerca que �l de la fiera y
mereciendo los honores de su mirada rencorosa, como si a m� solo quisiera pedir cuentas
de los horrores cometidos all� con su familia, sin hacer caso de consejos ni de mandatos,
apunt� por encima de "Canelo", que defend�a valerosamente la entrada, y, a
riesgo de matarle, dispar� un ca��n de mi escopeta. La herida, que fue en el pecho,
lejos de contenerle, le enfureci� m�s; y dando un espantoso rugido, arranc� hacia m�
atropelladando a "Canelo", que en vano hab�a hecho presa en una de sus orejas:
Falt�ndome terrero en que desenvolver el recurso de la escopeta, di dos saltos atr�s
empu�ando el cuchillo; pero ciego ya de pavor y perdida completamentela serenidad. Desde
el fondo de la cueva sali� otro tiro entonces: el de la espigarda de Pito hiri� tambien
al oso, pero s�lo se detuvo un momento: lo bastante para que el moz�n de Robac�o le
hundiera la hoja de su cuchillo por debajo del brazo izquierdo, hasta la empu�adura. Fue
el golpe de gracia, porque con �l se desplom� la fiera patas arriba, yendo a caer su
cabeza sobre el pescuezo de la osa, donde le arranqu�, con otro tiro de mi rev�lver, el
�ltimo aliento de vida que le quedaba.
A pesar de ello, los dos monzones volv�an a cargar
sus escopetas. �Para qu�, Se�or! �Era posible que quedaran en toda la cordillera ni en
todo el mundo sublunar, m�s osos que los que all� yac�an a nuestros pies, entre chicos
y grandes, vivos y muertos? Despu�s nos miramos los tres cazadores, como si t�citamente
hubi�ramos convenido en que era imposible cometer mayores barbaridades que las que
acab�bamos de cometer, y que solamente por un milagro de Dios hab�amos quedado vivos
para contarlas. Esta escena muda, que fue brev�sima, acab� por echar Pito el sombrero al
aire, es decir , por estrellarse contra la b�veda erizada de puntas calc�reas; Chisco
hizo lo propio, y yo no quise ser menos que los dos: Luego nos dimos las manos, y juro a
Dios que al estrechar la de Chisco entre las m�as, lati� mi coraz�n a impulsos del m�s
vivo agradecimiento. �Qu� hubiera sido de m� sin su empuje sereno y valeroso?
(Fragmento de "Pe�as Arriba")
Jos� Mar�a de Pereda
Santander (1833-1906) |
UNA
REALIDAD HECHA CUENTO, enviado por M.A. Losada LosadaDaniel vive en
Villayuso de Cieza (Cantabria) y adem�s de buen conocedor y amante de la naturaleza, que
en el entorno de su pueblo es de una magnificencia admirable, es tambien un buen
aficionado a la pesca y a la caza.
El pasado verano, mientras discurriamos al caer la
tarde por los montes de Cieza con el fin de avistar venados y corzos pastando, me
cont� una anecdota que le hab�a ocurrido pocos meses antes, durante una partida de caza
de jabal� en los montes de Palencia.
Seg�n me dijo, Daniel formaba parte de una
cuadrilla y le asignaron un puesto en el que se aposent� junto con su perro a la espera
de presa. Al poco rato escuch� un ruido entre ramas y al volverse a mirar se encontr�
frente a un oso de enormes dimensiones. Paralizado por la sorpresa y el miedo
s�lo se le ocurri� agarrar a su perro por el collar y elev�ndolo en el aire mostrarselo
al oso. Tras un tiempo que no puede recordar - aunque le pareci� eterno- permanecieron
frente a frente y finalmente el oso se di� la media vuelta y continu� tranquilamente su
camino perdi�ndose en el bosque.
Daniel, evidentemente, no qued� igual de
tranquilo, pero superado el inevitable susto, ha incorporado a su bagaje
personal una experiencia singular con la que deslumbrar a sus peque�os Antonio
y Javier, y en un futuro que todav�a le queda muy lejano a sus nietos.
�Entonces parecer� un cuento!... |
�Sabes alguna historia m�s? �Quieres
contarla?
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