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El derecho de las naciones a la autodeterminaci�n
Hemos comprobado que en las cuestiones concretas que ata�en a la formaci�n de nuevos Estados nacionales, la socialdemocracia no puede dar ning�n paso sin contar con el principio de la autodeterminaci�n nacional, que, en �ltima instancia no es sino el reconocimiento del derecho que asiste a cada grupo nacional a decidir sobre la suerte de su Estado, y por lo tanto a separarse de otro Estado dado (como, por ejemplo, de Rusia o Austria). El �nico medio democr�tico para conocer la "voluntad" de una naci�n es el refer�ndum. Esta soluci�n democr�tica obligatoria seguir� siendo empero, tal como se define, puramente formal. En realidad no nos aclara nada sobre las posibilidades reales, las formas y los medios de la autodeterminaci�n nacional en las condiciones modernas de la econom�a capitalista. Y sin embargo en esto mismo reside el centro del problema.
Para muchas naciones, si no es para la mayor�a de las naciones oprimidas, grupos y sectores nacionales, el sentido de la autodeterminaci�n es la supresi�n de los l�mites existentes y el desmembramiento de los Estados actuales. En particular, este principio democr�tico conduce a la emancipaci�n de las colonias. Sin embargo, toda la pol�tica del imperialismo, indiferente ante el principio nacional, tiene como objetivo la extensi�n de los l�mites del Estado, la incorporaci�n forzada de los Estados d�biles en sus l�mites aduaneros y la conquista de nuevas colonias. Por su misma naturaleza, el imperialismo es expansivo y agresivo, y esta es su cualidad caracter�stica y no las maniobras diplom�ticas.
De aqu� se deriva el conflicto permanente entre el principio de autodeterminaci�n nacional que, en muchos casos, conduce a la descentralizaci�n econ�mica y estatal (desmembramiento, separaci�n) y las poderosas tendencias centralizadoras del imperialismo que tiene a su disposici�n el aparato de Estado y la potencia militar. Es cierto que un movimiento nacional separatista a menudo encuentra el apoyo de las intrigas imperialistas de un estado vecino. Sin embargo este apoyo no puede ser decisivo m�s que por el ejercicio de la fuerza militar. Y cuando las cosas llegan al extremo de un conflicto armado entre dos pa�ses imperialistas, los nuevos l�mites del Estado ya no se decidir�n sobre la base del principio nacional sino sobre el de la relaci�n de fuerzas militares. Y forzar a un Estado que ha vencido a declinar la anexi�n de los nuevos territorios conquistados es tan dif�cil como obligarlo a conceder la libre autodeterminaci�n de las provincias conquistadas con anterioridad. Finalmente, incluso si por un milagro Europa fuera dividida en Estados nacionales fijos y peque�os por la fuerza de las armas, la cuesti�n nacional no estar�a resuelta de ning�n modo y, al d�a siguiente de esa "justa" redistribuci�n nacional, volver�a a comenzar la expansi�n capitalista.
Comenzar�an nuevos conflictos que provocar�an nuevas guerras y conquistas, violando totalmente el principio nacional en todos los casos en que no puede defenderse con suficientes bayonetas. Dar�a la impresi�n de una partida de jugadores empedernidos que se ven obligados a repartirse la banca "justamente" en medio del juego a fin de volver a empezar la misma partida con renovado frenes�.
De la potencia de las tendencias centralizadoras del imperialismo de ninguna manera se deriva el que estemos obligados a someternos pasivamente a ellas. Una comunidad nacional es el coraz�n de la cultura, igual que la lengua nacional es su expresi�n viva, y este hecho mantendr� su significaci�n a trav�s de per�odos hist�ricos indefinidamente largos. La socialdemocracia desea y est� obligada a salvaguardar la libertad de desarrollo (o disoluci�n) de la comunidad nacional en inter�s de la cultura, material o espiritual. Y por eso ha asumido como una obligaci�n pol�tica el principio democr�tico de la autodeterminaci�n nacional de la burgues�a revolucionaria.
El derecho a la autodeterminaci�n nacional no puede ser excluido del programa proletario de paz: pero tampoco puede pretender atribuirse una importancia absoluta. Al contrario, para nosotros est� limitado por las tendencias convergentes profundamente progresivas del desarrollo hist�rico. Si bien es cierto que este derecho debe oponerse -mediante la presi�n revolucionaria- al m�todo imperialista de centralizaci�n que esclaviza a los pueblos d�biles y atrasados y quiebra el n�cleo de la cultura nacional, tambi�n lo es que el proletariado no debe permitir que el "principio nacional" se convierta en un obst�culo a la tendencia irresistible y profundamente progresiva de la vida econ�mica moderna en direcci�n a una organizaci�n planificada en nuestro continente, y, m�s adelante, en todo el planeta. El imperialismo es la expresi�n que el bandidaje capitalista confiere a la tendencia de la econom�a moderna para acabar completamente con el idiotismo de la estrechez nacional, como sucedi� en el pasado con los l�mites provinciales y locales. Luchando contra las formas imperialistas de centralizaci�n econ�mica, el socialismo en absoluto toma partido contra esta tendencia particular sino que, por el contrario, hace de ella su propio principio rector.
Desde el punto de vista del desarrollo hist�rico y desde el punto de vista de las tareas de la socialdemocracia, la tendencia de la econom�a moderna es fundamental y es preciso garantizarle la posibilidad de ejercer su misi�n hist�rica verdaderamente liberadora: construir la econom�a mundial unificada, independiente de los l�mites nacionales, sus barreras estatales y aduaneras, sometida �nicamente a las particularidades del territorio y los recursos naturales, al clima y a las necesidades de la divisi�n del trabajo. Polonia, Alsacia, Dalmacia, B�lgica, Serbia y otras peque�as naciones europeas que a�n no han sido anexadas podr�n recuperarse o proclamarse por primera vez en la configuraci�n nacional hacia la que gravitan y, sobre todo, podr�n adquirir un status permanente y desarrollar libremente su existencia cultural solo en la medida en que, como grupos nacionales, dejen de ser unidades econ�micas, dejen de estar trabadas por los l�mites estatales y no se encuentren separadas u opuestas econ�micamente unas a otras. En otras palabras, para que los polacos, los rumanos, los serbios, etc., puedan formar unidades nacionales libremente, es preciso que sean destruidos los l�mites estatales que actualmente los dividen, que el marco del Estado se ampl�e en una unidad econ�mica, pero no como organizaci�n nacional, que englobe a toda la Europa capitalista, hasta ahora dividida por tasas y fronteras y desgarrada por la guerra. La unificaci�n estatal de Europa es claramente la condici�n previa para la autodeterminaci�n de las peque�as y grandes naciones de Europa. Una existencia cultural nacional despojada de antagonismos econ�micos nacionales y basada sobre una autodeterminaci�n real s�lo es posible bajo el amparo de una Europa unida democr�ticamente, libre de barreras estatales o aduaneras.
Esta dependencia directa e inmediata de la autodeterminaci�n nacional de los pueblos d�biles del r�gimen colectivo europeo, excluye la posibilidad de que el proletariado plantee cuestiones como la independencia de Polonia o la unificaci�n de todos los serbios al margen de la revoluci�n europea. Pero, por otra parte, esto significa que el derecho a la autodeterminaci�n, como elemento del programa de paz proletario, no tiene un car�cter "ut�pico" sino revolucionario. Esta consideraci�n se dirige en dos sentidos: contra los David y Lindberg alemanes, quienes, desde lo alto de su "realismo" imperialista, denigran el principio de la independencia nacional como romanticismo reaccionario; y contra los simplificadores de nuestro campo revolucionario cuando afirman que no es realizable m�s que en el socialismo y con ello evitan una respuesta principista a las cuestiones que plantea la guerra.
Entre nuestras condiciones sociales actuales y el socialismo a�n queda un largo per�odo de revoluci�n social: es decir, la �poca de la lucha proletaria abierta por el poder, la conquista y ejercicio de este poder para la total democratizaci�n de las relaciones sociales y la transformaci�n sistem�tica de la sociedad capitalista en sociedad socialista. No ser� un per�odo de pacificaci�n y calma, al contrario, ser� una �poca de intensa lucha de clases, de levantamientos populares, de guerras, de experiencias de extensi�n del r�gimen proletario y de reformas socialistas. Esta �poca exigir� al proletariado una respuesta pr�ctica, es decir, inmediatamente aplicable, a la cuesti�n de la existencia permanente de las nacionalidades y sus relaciones rec�procas con el Estado y la econom�a.
Hemos intentado aclarar m�s arriba que la uni�n econ�mica y pol�tica de Europa es la condici�n previa indispensable de toda posibilidad de autodeterminaci�n. Igual que la consigna de "independencia nacional" de los serbios, b�lgaros, griegos, etc.,se queda en una abstracci�n vac�a si no va acompa�ada de la consigna suplementaria de "Federaci�n de rep�blicas balc�nicas"-que juega este papel en la pol�tica de la socialdemocracia de los Balcanes-, a escala europea, el principio del "derecho" de los pueblos a disponer de ellos mismos no podr� hacerse efectivo m�s que en una "Federaci�n de Rep�blicas europeas". Y del mismo modo que en la pen�nsula balc�nica la consigna de federaci�n democr�tica se ha convertido en un eslogan esencialmente proletario, con m�s raz�n lo es a nivel europeo, donde los antagonismos capitalistas son incomparablemente m�s profundos.
Para los pol�ticos burgueses la supresi�n de las barreras aduaneras entre los diferentes pa�ses de Europa es una dificultad insuperable; pero sin esta supresi�n los tribunales de arbitraje entre los estados y las normas legales internacionales no durar�an m�s que la neutralidad de B�lgica, por ejemplo. La tendencia hacia la unificaci�n del mercado europeo, que, como la lucha por apoderarse de los pa�ses atrasados no europeos, est� motivada por el desarrollo del capitalismo, se enfrenta a una tenaz oposici�n de los terratenientes y capitalistas, que tienen en las tarifas aduaneras, junto al aparato militar, un medio indispensable de explotaci�n y enriquecimiento.
La burgues�a industrial y financiera h�ngara se opone a la unificaci�n econ�mica con Austria, pues �sta ha alcanzado un grado de desarrollo capitalista m�s elevado que aqu�lla. De igual forma, la burgues�a de Austria-Hungr�a rechaza la idea de uni�n aduanera con Alemania, mucho m�s poderosa.
Por otra parte, los propietarios agr�colas alemanes no consentir�n jam�s voluntariamente que se supriman las tasas sobre el grano. Es m�s, los intereses econ�micos de las clases poseedoras de los imperios centrales no pueden reconducirse f�cilmente para coincidir con los de los capitalistas y terratenientes franceses, ingleses y rusos. La actual guerra lo demuestra muy elocuentemente. �ltimamente, la falta de harmon�a y el car�cter inconciliable de los intereses capitalistas entre los mismos aliados son a�n m�s flagrantes que entre los Estados de la Europa central. En estas condiciones, una uni�n econ�mica de Europa incompleta y dise�ada de arriba abajo, concluida mediante tratados entre gobiernos capitalistas es, simplemente, una utop�a. Las cosas no ir�an mucho m�s all� de algunos compromisos parciales y medidas incompletas. Por lo tanto, la uni�n econ�mica de Europa, que presenta enormes ventajas para productores y consumidores y, en general, para el desarrollo cultural, es la tarea revolucionaria del proletariado europeo en su lucha contra el proteccionismo imperialista y su instrumento, el militarismo.
Los Estados Unidos de Europa, sin monarqu�a, sin ej�rcitos permanentes y sin diplomacia secreta, constituyen la parte m�s importante del programa proletario de paz.
Los ide�logos y pol�ticos del imperialismo alem�n recogieron frecuentemente en su programa, sobre todo al principio de la guerra, los Estados Unidos europeos o, por lo menos, centroeuropeos (sin Francia, Inglaterra ni Rusia). El programa para una unificaci�n violenta de Europa es una tendencia tan caracter�stica del imperialismo alem�n como el desmembramiento forzoso de Alemania lo es del imperialismo franc�s.
Si los ej�rcitos alemanes lograran la victoria decisiva en la guerra con la que se cuenta en Alemania, no cabe ninguna duda que el imperialismo alem�n realizar�a una gigantesca tentativa para imponer una uni�n aduanera obligatoria a los Estados europeos que implicar�a cl�usulas preferenciales, compromisos, etc..., reduciendo a su m�nima expresi�n el sentido progresivo de la unificaci�n del mercado europeo. No hace falta a�adir que, en tales condiciones, no podr�a plantearse la autonom�a de las naciones as� reunidas por la fuerza en una caricatura de Estados Unidos de Europa. Imaginemos por un momento que el militarismo alem�n logra realizar esta semi-uni�n europea por la fuerza, igual que hizo el militarismo prusiano en el pasado cuando logr� imponer la unidad de Alemania. �Cu�l deber�a ser entonces la consigna central del proletariado europeo? �La disoluci�n de la forzada uni�n europea y el retorno de todos los pueblos al amparo de los Estados nacionales aislados? �O el restablecimiento de las tarifas aduaneras, los sistemas monetarios "nacionales", la legislaci�n social "nacional" y todo lo dem�s? Nada de esto. El programa del movimiento revolucionario europeo ser�a entonces la destrucci�n de la forma obligatoria y antidemocr�tica de la coalici�n, pero conservando y ampliando sus cimientos con la supresi�n completa de los aranceles, la unificaci�n de la legislaci�n y, sobre todo, de la legislaci�n laboral, etc... En otras palabras, la consigna de Estados Unidos de Europa "sin monarqu�a ni ej�rcitos permanentes" se convertir�a en tal caso en la principal consigna unificadora de la revoluci�n europea.
Examinemos ahora la segunda posibilidad, la de una salida "dudosa" del conflicto actual. Al principio de la guerra Liszt, el conocido profesor, ferviente partidario de los "Estados Unidos de Europa", demostr� que, incluso en el caso de que los alemanes no vencieran a sus adversarios, la uni�n europea no dejar�a de realizarse, y, seg�n Liszt, de forma mucho m�s completa que en el caso de una victoria alemana. Dada su creciente necesidad de expansi�n, los Estados europeos, hostiles entre s� aunque fueran incapaces de luchar unos contra otros, continuar�an dificult�ndose mutuamente su "misi�n" en el Oriente Pr�ximo, �frica, Asia, y ser�an derrotados en todas partes por los Estados Unidos de Am�rica y el Jap�n. En el caso de que la guerra termine sin un vencedor "claro", Liszt piensa que la absoluta necesidad de una entente econ�mica y militar de las potencias europeas prevalecer� sobre los intereses de pueblos d�biles y atrasados y, sin duda alguna sobre todo, contra sus propias masas trabajadoras. Ya hemos expuesto m�s arriba los grandes obst�culos que impiden la realizaci�n de este programa.
Pero si estos obst�culos fueran superados, aunque s�lo fuera parcialmente, sobrevendr�a inmediatamente la instauraci�n de un trust imperialista de los Estados europeos, es decir una sociedad de pillaje por acciones. En tal caso, el proletariado no deber�a luchar por el retorno a un Estado "nacional" aut�nomo, sino por convertir el trust imperialista en una federaci�n democr�tica europea.
Sin embargo, cuanto m�s avanza el conflicto m�s se pone de manifiesto la absoluta incapacidad del militarismo para resolver los problemas que plantea la guerra y menos posibilidades hay para estos proyectos de unificaci�n europea desde arriba. La cuesti�n de los "Estados Unidos de Europa" imperialistas ha dejado paso a los proyectos de uni�n econ�mica entre Austria y Alemania y a la perspectiva de una alianza cuatripartita con sus aranceles y sus impuestos de guerra completados por el militarismo de unos dirigido contra los otros.
Despu�s de lo que acabamos de decir, ser�a superfluo insistir sobre la enorme importancia que, para la ejecuci�n de estos planes, tendr� la pol�tica del proletariado de los dos trust de Estados por su lucha contra los aranceles establecidos y contra las barreras militares y diplom�ticas, por la uni�n econ�mica de Europa.
Y ahora, tras los inicios tan prometedores de la revoluci�n rusa, tenemos buenas razones para esperar que un poderoso movimiento revolucionario se extienda por toda Europa. Est� claro que tal movimiento no podr�a tener �xito, desarrollarse y vencer m�s que como movimiento general europeo. Aislado entre los l�mites de sus fronteras nacionales estar�a condenado al fracaso. Nuestros social-patriotas nos muestran el peligro que supone el militarismo alem�n para la revoluci�n rusa. Indudablemente es un peligro, pero no es el �nico. Los militarismos ingl�s, franc�s, italiano son peligros no menos terribles para la revoluci�n rusa que la m�quina de guerra de los Hohenzollern. La esperanza de la revoluci�n rusa estriba en su propagaci�n a toda Europa. Si el movimiento revolucionario se desarrollara en Alemania, el proletariado alem�n buscar�a y encontrar�a un eco revolucionario en los pa�ses "hostiles" de Occidente, y, si en uno de estos pa�ses el proletariado arrancara el poder de manos de la burgues�a, se ver�a obligado, aunque s�lo fuera para conservarlo, a ponerlo al servicio del movimiento revolucionario de los otros pa�ses. En otras palabras, la instauraci�n de un r�gimen de dictadura del proletariado estable s�lo ser�a concebible a escala europea, bajo la forma de una Federaci�n democr�tica europea. La unificaci�n de los Estados de Europa, que no puede ser realizada ni por la fuerza militar ni mediante tratados industriales y diplom�ticos, constituir� la principal y m�s urgente tarea del proletariado revolucionario triunfante.
Los Estados Unidos de Europa son la consigna del per�odo revolucionario en el que hemos entrado. Sea cual sea el giro que tomen las operaciones militares en lo sucesivo, sea cual sea el balance que la diplomacia pueda sacar de la guerra actual, y sea cual sea el ritmo de progresi�n del movimiento revolucionario en lo inmediato, la consigna de Estados Unidos de Europa seguir� teniendo en todo caso una gran importancia como f�rmula pol�tica de la lucha por el poder. Mediante este programa se expresa el hecho de que el Estado nacional ha quedado desfasado, como marco para el desarrollo de las fuerzas productivas, como base de la lucha de clases, y por lo tanto como forma estatal de la dictadura proletaria. Nosotros oponemos una alternativa progresiva al conservadurismo que defiende una patria nacional caduca, a saber, la creaci�n de una nueva patria m�s completa, de la revoluci�n, de la democracia europea, �nica capaz de ser el punto de partida que necesita el proletariado para propagar la revoluci�n en todo el mundo. Claro que los Estados Unidos de Europa no ser�n m�s que uno de los dos ejes de "reorganizaci�n mundial" de la industria. Los Estados Unidos de Am�rica ser�n el otro.
Ver las perspectivas de la revoluci�n social en los l�mites nacionales significa sucumbir al mismo esp�ritu nacionalista estrecho que configura el contenido del social-patriotismo. Hasta el final de su vida, Vaillant consideraba a Francia como el pa�s predilecto de la revoluci�n social y por ello insisti� en su defensa hasta el final. Lutsh y otros, unos hip�critamente, otros sinceramente, cre�an que la derrota de Alemania significar�a ante todo la destrucci�n de las bases mismas de la revoluci�n social. �ltimamente, nuestros Tseretelli y nuestros Chernov, que, en nuestras condiciones nacionales, han repetido la misma triste experiencia que el ministerialismo franc�s, juran que su pol�tica est� al servicio de los objetivos de la revoluci�n y, por lo tanto, no tiene nada en com�n con la pol�tica de Guesde y Sembat. De forma general, no hay que olvidar que en el social-patriotismo al lado del m�s vulgar reformismo hay un reformismo activo, un mesianismo revolucionario nacional que consiste en considerar a la propia naci�n como el Estado elegido para conducir a la humanidad al "socialismo" o a la "democracia", aunque no sea m�s que bajo su forma industrial o democr�tica y orientada hacia las conquistas revolucionarias. Defender la base nacional de la revoluci�n por tales m�todos, que perjudican las relaciones internacionales del proletariado, equivale realmente a minar la revoluci�n, que no puede comenzar m�s que sobre una base nacional, pero que no podr�a completarse sobre esta base dada la actual interdependencia econ�mica, pol�tica y militar de los Estados europeos, jam�s tan evidente como en el curso de la actual guerra. La consigna de los Estados Unidos de Europa expresar� esta interdependencia que determinar� directa e inmediatamente la acci�n conjunta del proletariado europeo durante la revoluci�n.
El social-patriotismo, que en principio es, si no lo es siempre en los hechos, la aplicaci�n del social-reformismo en su forma m�s depurada y de su adaptaci�n a la �poca imperialista, se propone tomar la direcci�n de la pol�tica del proletariado, enmedio de la actual tormenta mundial, y seguir el camino del "mal menor", es decir unirse a uno de los dos bandos. Nosotros rechazamos este m�todo. Sostenemos que la guerra preparada por la evoluci�n anterior ha puesto de manifiesto claramente los problemas fundamentales del desarrollo capitalista actual en su conjunto. Es m�s, la l�nea pol�tica que debe seguir el proletariado internacional y sus secciones nacionales no debe estar determinada por rasgos pol�ticos nacionales secundarios, ni por las ventajas problem�ticas que supondr�a la preponderancia militar de uno de los bandos (m�xime cuando estas ventajas problem�ticas deber pagarse por adelantado con la renuncia a toda pol�tica proletaria independiente), sino por el antagonismo fundamental que existe entre el proletariado internacional y el r�gimen capitalista en su conjunto. La uni�n democr�tica republicana de Europa, una uni�n realmente capaz de garantizar el libre desarrollo nacional, solamente es posible mediante la lucha revolucionaria contra el militarismo, el imperialismo, el centralismo din�stico, mediante revueltas en cada pa�s y la convergencia de todas estas sublevaciones en una revoluci�n europea. La revoluci�n europea triunfante, independientemente de su curso en los diferentes pa�ses y en ausencia de otras clases revolucionarias, s�lo puede transmitir el poder al proletariado. Y de este modo, los Estados Unidos de Europa son la �nica forma concebible de la dictadura del proletariado europeo.
Leon Trotsky
Revista Solidaridad