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de abril de 1982: A 24 años de un hecho trascendente
Se ha establecido la costumbre, cada
vez que nos hallamos en vísperas de un aniversario de la guerra de Malvinas, de
dar a conocer diferentes historias relativas a la misma que, con la excusa de
pretender incrementar nuestros conocimientos sobre el tema, tratan por el
contrario de fortalecer la idea generalizada de que tal epopeya heroica se
trató en cambio de un hecho irracional y descabellado, producto de una vulgar
maniobra política dirigida hacia la perpetuación en el poder de un régimen de
facto representado además por un general “borracho”. Así pues, enmarcado en tal
tónica, hemos leído en el diario La Nación de Buenos Aires un
reportaje a quien fuera embajador ante Gran Bretaña en aquellas épocas, según
el cual dicha guerra no solamente habría sido un muy grave error histórico
debido a la derrota padecida, sino incluso un hecho contraproducente en tanto
que habría retrasado ciertos acontecimientos según él irreversibles, pues,
desde su punto de vista, el Reino Unido estaba ya dispuesto a desprenderse de
las Malvinas, pero que, en razón de tal descabellada acción que habría
demostrado ribetes de una irracionalidad no democrática totalmente contraria a
los principios proclamados por tal potencia, tal buena voluntad se habría
esfumado abruptamente, retrasándose los acontecimientos en varios años y
debiéndonos conformar ahora con la obligación de rendir muchas más pruebas de
pacifismo y de democracia para volver a convencer a la rubia Albión de nuestras
muy buenas intenciones. Digamos al respecto que al embajador Ortiz de Rozas,
que de quien fuera nuestro glorioso Restaurador de la Leyes conserva tan sólo
el apellido, en razón de su entusiasta y ferviente adhesión a tales principios
que son lo contrario exacto de los sustentados por su eminente antepasado, se
le escapa totalmente el significado profundo y superior que tuviera tal
epopeya. En realidad que Inglaterra decida o no entregarnos las Malvinas es
algo que realmente nos debería tener sin cuidado y es más hasta diríamos que
preferiríamos, a diferencia del embajador, que nunca resuelva hacerlo en la
medida que ello significará que habremos alcanzado el estado de civilización y
democracia que ellos pretenden de nosotros. Digámoslo pues en manera breve y
sencilla a la manera casi de un aforismo a fin de establecer una rápida y
definitiva distancia con el aludido y los políticos y comunicadores de turno
que tanto nos saturan. El sentido último de la guerra de Malvinas no fue
tanto el de recuperar tal archipiélago, sino de derrotar a Inglaterra,
expulsándola de una buena vez, en lo que ella siempre ha representado, de la
totalidad de nuestra nación y no tan sólo de esas remotas islas. Es decir que
desde tal perspectiva es muy distinto el reclamo por las Malvinas efectuado hoy
en día por los políticos demócratas y obviamente también por el aludido
embajador que el que se efectuara a través del espíritu que primó el 2 de abril
y durante los 74 días en que duró aquella contienda. El problema de Malvinas no
fue nunca en aquella circunstancia una problemática económica enmarcada en una
concepción de potencia inherente a un ideal de carácter moderno y burgués, tal
como es propio de Inglaterra y de sus actuales corifeos en nuestro territorio,
sino a la inversa el mismo representó en el siglo XX el único movimiento de
restauración de los principios raigales de nuestra civilización en exacto
antagonismo con los representados por tal potencia. Inglaterra, a lo largo de
su accionar, desde las invasiones de 1806 y 1807, en su activa participación en
nuestra decisiva derrota de Caseros y perpetuándose hasta nuestros días,
representó siempre un verdadero foco de perturbación en nuestra historia a
través de la irrupción invadente de una concepción del mundo absolutamente
antagónica de nuestra idiosincrasia greco-romana-católica heredada de España. Y
diríamos que tal factor no sólo ha sido disolutorio y subversivo respecto de
nuestra comunidad nacional, sino de la totalidad del Occidente y por extensión
del resto del mundo el cual como por una verdadera plaga y contaminación ha
sido invadido por tal civilización anómala. Inglaterra, y más tarde con
su producto los Estados Unidos, ha sido siempre un elemento de desorden
universal. Desde la época misma de Enrique VIII, con su consecuente asunción
del protestantismo, ha significado la infiltración en el seno del cristianismo
de los principios de la religión farisaica que, en tanto sostuviera un abismo
absoluto entre Dios y la creación, generara como consecuencia un proceso
paulatino de desacralización sea del hombre como del resto del cosmos. Así como
Lutero consideraba que ante los ojos de la Divinidad el ser humano y su alma
eran como una prostituta, consecuentemente todas sus expresiones más sublimes,
empezando por el Estado y por la Iglesia fueron desconsagradas y reducidas a su
papel más bajo e inferior. Fruto de ello ha sido la democracia y el liberalismo
según los cuales, así como el gobierno de ente sacro dador de sentido pasó a
ser una institución efímera determinada por los caprichos de la masa anónima y
los gobernantes de formadores del pueblo pasaron a la condición de mandatarios
que a éste debían rendirle cuentas permanentemente, de la misma manera la
religión quedó reducida a un mero factor de conciencia interior e individual,
rechazándose por igual sea a las autoridades como a los sacramentos que
perfeccionaban y elevaban al hombre de su condición. Tal proceso subversivo,
del que nuestra nación es trágico testimonio, no ha quedado reducido tan sólo a
las dos cúspides del cuerpo social, sino que lo ha abarcado absolutamente todo.
La economía, ciencia relativa a la satisfacción de las necesidades materiales
del hombre, una vez que fuera desgajada de la política y de la religión, se
convertirá en una actividad regulada por sí misma por la que ya no se producirá
ni se trabajará más para resolver las necesidades vegetativas de la existencia,
sino en función del factor que es el menos importante, el dinero, el cual
justamente la potencia heredera de Inglaterra es el que produce a su antojo determinando
el bienestar o la quiebra de las naciones en función de su propio arbitrio y
voluntad, ante la pasividad irresoluta de los distintos “gobiernos” que
comparten y aceptan servilmente tal “sistema financiero”. Ni siquiera la
naturaleza ha quedado indemne de tales destrucciones. El cosmos, de extensión
propia de la espiritualidad del hombre y de lo divino, habiendo sido
tradicionalmente comprendido como espacio sagrado para la manifestación de
teofanías, pasó a convertirse en un bien económico meramente rentable al cual
había que explotar a voluntad en función siempre de una ciencia antinatural
para la cual todas las destrucciones son razonables en relación con el dinero
que se obtenga y respecto de lo cual la ecología ha escrito capítulos
irrebatibles. Basta tan sólo observar nuestro Riachuelo para comprender los
daños producidos por el capitalismo antinatural producto de la Inglaterra
protestante (1). Y podríamos continuar con las destrucciones padecidas también
en el arte, en la cultura, así como en la misma moral.
La sana
reacción del 2 de abril generó un movimiento omnicomprensivo que en poco tiempo
abarcó una inmensa diversidad de planos, desde la música hasta la misma
religión, habiéndose denominado en su momento a tal guerra como la Cruzada
del Rosario. Lamentablemente la nación argentina no contó con una Iglesia
que estuviera a la altura de la circunstancia. Y en vez de acompañarla en su
cruzada redentora, en su verdadera contrarreforma emprendida contra la
nación protestante, imbuida de principios “ecumenistas” lanzó en cambio una
ofensiva por la paz a cualquier precio, significando ello la lisa y llana
rendición. La insólita presencia del papa Wojtyla en nuestro territorio
refrendado tal entrega lo atestiguó de manera irrebatible. Luego sobrevendrá lo
que pocos han sido capaces de percibir aun claramente: a la derrota de Puerto
Argentino, que no tenía por qué significar la renuncia a la guerra, un general
Galtieri irresoluto y confundido permitió que un 16 de junio de 1982 el sector
democrático y pro-británico de nuestras Fuerzas Armadas tomara el poder a
través de un golpe de estado y en pocos meses reinstaurara la democracia con
los resultados por todos conocidos. (2)
Para nosotros pues, a diferencia de lo
que opinan los actuales formadores de la opinión pública, la guerra con
Inglaterra ha sido una acción que tuviera valor por sí mismo, con
independencia del éxito o del fracaso. Quienes la hicieron cumplieron con
lo que debía hacerse y tal decisión, debido a la dimensión de la causa,
ha sido superior inmensamente a los errores o pequeñeces que pudiesen haber
determinado en su momento a sus ejecutores. Por ello nuestra actual consigna es
la no-negociación con Inglaterra por la soberanía de Malvinas, sino
nuestra preparación para su reconquista, una vez que hayamos previamente
reconquistado a nuestro Estado y Nación. (3)
(1) Enmarcada en la mentalidad
post-malvinas de capitalismo salvaje y anglonorteamericano, a la ya acontecida
destrucción del Riachuelo han ido acompañadas otras, tales como el proyecto
Barrick en San Juan por el que, para lograr separar el oro del cinc, se
utilizan grandes proporciones de arsénico que contamina luego las aguas y mata
los peces de los ríos. Ante el cuestionamiento que se le hiciera al gobernador
peronista de San Juan respecto del futuro que les espera a los sanjuaninos que
por unos pocos dólares permiten que se les destruya la naturaleza, ha sido muy
interesante su respuesta. "¿Y a usted que le importa, si dentro de 30 años
San Juan no existe. Acaso piensa vivir hasta entonces?". Recreando de
este modo un típico pensamiento burgués: “Después de mí, el diluvio”.
(2) El macaneador y
malicioso presidente Kirchner no hace tales distinciones. Así pues en su
reciente homenaje a los “excombatientes”, además de afirmar conceptos parecidos
a los de Ortiz de Rozas en el sentido de que cuanto más demócratas seamos,
mayores posibilidades tendremos de que “nos devuelvan” las Malvinas,
sosteniendo así una nueva versión de las “relaciones carnales” de Menem, lo
acusó al general Galtieri de haber sido el responsable de que el 15 de julio de
1982 se secuestrara a los combatientes que volvían de Malvinas obligándolos a
no hablar con nadie de la guerra. Se olvida que no solamente Galtieri no era
presidente en ese entonces, sino que tal actitud de silenciar la heroica guerra
era coherente con sus puntos de vista, aunque hubiesen sido militares los que
lo hubieran hecho. Es que debería tener presente que además de haberlos
políticos también los hay cipayos de uniforme.
(3) El editorial del New York
Times del día de la fecha resulta sumamente indicativo respecto del estado
de postración en que se encuentra actualmente la Argentina, no habiendo sido
superado el mismo ni siquiera por el período de Menem. Así pues, además de
alabar el pago de la deuda al FMI y la “normalización” del país, tal medio
gráfico invita a sus compatriotas a concurrir a la Argentina lo más pronto
posible “antes de que se termine la ganga”, en razón de las grandes diferencias
cambiarias que existen para provecho de los turistas extranjeros que con pocos
dólares pueden comprar de todo, pero que “se apuren antes de que vuelva la
inflación”, la que bien sabemos es entre otras cosas originada por tales
“ofertas”.