OBELISCOS EGIPCIOS: LAS OBRAS IMPOSIBLES.


¿Cómo pudieron los antiguos egipcios tallar, trasladar, izar y colocar enormes columnas de piedra de una sola pieza, algunas de mil toneladas de peso? ¿Qué clase de tecnología emplearon, que no requería ni ruedas, ni caminos? Además ¿era su función simplemente decorativa?


Obelisco de Luxor.

A las afueras de la moderna ciudad de Asuán, no demasiado lejos de la ciclópea presa construida por Nasser en los años sesenta, se encuentra uno de los vestigios del antiguo Egipto más desconcertantes que existen. Grande cómo ninguno, el llamado obelísco inacabado de Asuán yace sobre el suelo rocoso de la cantera todo lo largo que es -42 metros-, esperando que alguién pueda resolver los interrogantes que plantea el método que los egipcios pretendían utilizar para transportarlo. Si el paradigma de todas las pirámides del mundo está en la Gran Pirámide de la meseta de Gizeh, su homólogo en el campo de los obeliscos yace toscamente tallado en la cantera de Assuán. Cualquier diccionario especializado en egiptología nos puede proporcionar una definción somera de lo que es un obelísco. Nombre de orígen griego ("ojbelisko"), esta pieza es un monolito en forma de aguja paralelepípeda erguida, con cuatro lados y coronada por una pirámide pequeña denominada piramidión. Su función parece estar firmemente vinculada al culto solar de Heliopolis, la On Biblica, al identificarse esta construcción con el primer punto en el que se posaron los rayos del sol durante la creación del mundo, según la mitología egipcia de esta ciudad. No en vano, el significado de la palabra "tejen" (txn) utilizada por los egipcios para denominar a estas enormes agujas, significaba literalmente "rayo de sol".

OBELISCOS ELECTRICOS.


Otros autores como el profesor José Álvarez López, defienden la posibilidad de que nos encontremos ante simples pararrayos, haciendo referencia al material metálico con el que se construía el mencionado piramidión: el electrum, un combinado natural de oro y plata al que se añadía, con frecuencia, un porcentaje de cobre. Sea como fuere, de lo que no cabe duda es de que los obeliscos egipcios ofrecen una serie de misterios que aún hoy los expertos no han podido resolver. Sin ir más lejos, Francois Daumas, uno de los mejores egiptologos que ha dado Francia en lo que va de siglo, reflexiona sobre los obeliscos afirmando que "el procedimiento que tenían los egipcios para erigir un obelisco sin aplastar su z¢calo sigue siendo misterio para nosotros".

A este enigma habría que añadir otros más inexplicables, como su traslado, levantamiento o colocaci¢n milimétrica. Se trata de problemas que están más allá del tradicional "aaaauuppa" con que más de una vez se nos ha intentado explicar el método de colocación de estos gigantes de piedra.

COLOSOS DE MIL TONELADAS


La tradici¢n existente en Egipto en el traslado de grandes bloques de piedra es de sobra conocida por todos, Las grandes pirámides de Gizéh poseen bloques de hasta 40 toneladas. Por los restos de un coloso de granito de Ramsés II (ca. 1250 a.C.) disgregado por los patios del famoso Rameseum de Tebas, se ha calculado que la figura medía casi 20 metros de alzada y que su peso debió de superar las mil toneladas, Con todo, los obeliscos se llevan la palma en tamaño y peso. Algunos de ellos fueron extraídos de las canteras de granito rojo de Asuán. Sus medidas oscilan entre los 20 y 30 metros y su peso puede llegar a superar las mil toneladas. No obstante, el ejemplo más popular -y que supera cualquier imaginación es el ya mencionado obelisco inacabado de Asuán, que puede fecharse en la XVIII Dinastía, es decir, hacia el 1400 a.C.

Abandonado en la cantera y unido solamente por un lado al suelo rocoso, una vez puesto en pie este coloso superaría los 40 metros de altura y su peso rondaría las 1.200 toneladas. A partir de ahí no sabemos nada más. En el estudio de estos gigantescos monumentos son dos los problemas que nos podemos encontrar. El primero de ellos es el trabajo de la piedra. Parece inexplicable que con herramientas de cobre se pudiera trabajar con soltura una piedra tan dura como el granito. Por otro lado, nos encontramos, quizá, con el problema más insoluble. ¿Cómo trasladaron los egipcios miles de toneladas de piedra sin romper la frágil estructura de los obeliscos? Hoy día a ningún constructor moderno se le pasa por la cabeza realizar un bloque de piedra de tan descomunales proporciones por el simple hecho de que sería imposible de mover. Nuestros camiones de mayor carga pueden transportar apenas 50 toneladas. En caso de, por ejemplo, cargar con una viga para un puente de un peso mayor, deben ir escoltados por la policía de carretera y a una velocidad de 20 kilómetros por hora. ¿Cómo lograron los egipcios, entonces, cargar manualmente lo que hoy no podemos hacer con nuestras mejores máquinas? Tradicionalmente se ha interpretado que el traslado de un gran obelisco se realizaba arrastrándolo hasta el río, donde era embarcado en un gran barco de papiro y madera. Según el especialista Kurt Lange, la lógica nos lleva a pensar que el objeto saldría totalmente acabado de la cantera. Con ello se pretendía evitar cargar con un peso mayor innecesario. Así, sería mucho el cuidado que, a lo largo del trayecto, se debía de dar al piramidión y a las aristas del obelisco para no deteriorarlas.

LOS CAMINOS INVISIBLES DE LOS OBELISCOS


Sin embargo, son muchos los enigmas que nos inquietan a la hora de plantear esta teoría. ¿Por qué pista o camino fueron trasladados? No se ha conservado ninguna infraestructura parecida y los aledaños de la cantera de Asuán hasta el río no son, precisamente, una superficie rocosa como pueda ser la meseta de Gizéh. ¿Cuanta gente pudo colaborar en su traslado? Lo ignoramos; e intentar pensar en un cálculo aproximado parece a todas luces inútil, toda vez que no sabemos el método ni el camino que pudieron utilizar. Sobre el procedimiento de traslado sucede otro tanto. Los célebres rodillos o trineos de madera -de estos últimos tenemos algunos buenos ejemplos en relieves legados por los propios egipcios- se aplastarían bajo el peso del obelisco y, según investigaciones actuales , ni los más modernos cilindros de acero aguantarían el peso y movimiento de un objeto de estas características. Supongamos, haciendo un alarde de imaginaci¢n, que hemos llegado finalmente al río con alguno de los métodos anteriormente expuestos. ¿Qué barco del año 1400 a.C. podría aguantar un peso de 1.200 toneladas? La respuesta la podemos encontrar en algunos de los relieves del templo de la reina Hatshepsut construido en el acantilado de Deir el-Bahari. Allí podemos observar algunos relieves en donde se representan barcos que trasladan obeliscos por el Nilo. Sin embargo, las proporciones en el dibujo no han sido guardadas, si es que realmente los obeliscos allí representados son los de Karnak, tal y como nos narra el texto jeroglífico que acompaña a la escena. La altura de estas piezas superaba los 20 metros, aunque en el dibujo aparecen más pequeños en proporci¢n con los tripulantes, norma muy común en los relieves egipcios. Pero más que una respuesta a nuestra pregunta, el relieve parece ofrecernos una sorpresa mayor ya que el barco transporta dos obeliscos a la vez ¿Qué tipo de barco podía cargar más de 2.000 toneladas sobre un río en el que no existe un solo punto con calado considerable? Si a esto añadimos que el Nilo está repleto de bancos de arena y de bajos, en donde suelen verse atrapados los barcos modernos, construidos expresamente para este recorrido, parece inexplicable c¢mo pudieron los egipcios transportar estos grandes obeliscos cientos de kil¢metros rio abajo.

LAS PRIMERAS PIEDRAS


Imaginemos, continuando con nuestro alarde de fantasía y ficción, que hemos llegado, a base de tiras y aflojas, al lugar en donde queremos colocar el obelisco en cuesti¢n. Los egipcios tenían por costumbre colocar dos de estas agujas a la entrada de cada templo, una enfrente de cada uno de los dos pilonos o torretas que daban acceso al mismo. Para evitar riesgos, seguramente los obeliscos fueron colocados en primer lugar antes de construir cualquier parte del templo, con el fin de evitar posibles fallos en su emplazamiento y que la fortuita caída de una de las agujas dañara alguna parte del edificio. Sin embargo, también conservamos ejemplos en donde estas agujas de piedra fueron colocadas en recintos muy estrechos ya construidos con anterioridad, por ejemplo el templo de Karnak, obligando asi a reducir al mínimo las maniobras. Un problema más. Algunos especialistas modernos ofrecen una teoría a todas luces impensable para la colocación exacta de los obeliscos egipcios. Ante el lugar elegido para su levantaminto se fabricaba una rampa de arena y barro. Por ella se dejaba caer lentamente el obelisco, orientandolo hacia el lugar elegído con una serie de cuerdas que tensaban o frenaban la caída según se precisara. Abajo se construía un grueso muro contención con varios canales en su interior para que fluyera la arena desalojada, y que funcionaba de tope mientras se tensaban las cuerdas que hacían ascender el obelísco. La mente lúcida que ingenió tal teoría, se olvidó de describirnos como subían el obelísco - recordemos 1.200 toneladas- hasta lo más alto de la rampa, ni las medidas de esta. Aunque lo más interesante sería conocer el material con el que se habría fabricado el mencionado muro de contenci¢n, material que debería ser capaz de soportar el peso y la fuerza de bajada del obelisco, más toda la masa de la tierra de la rampa que arrastraba en su deslizamiento. Cualquier muro convencional de adobe o piedra conocido en la época no aguantaría la embestida del obelisco en su descendimiento.

LADRONES DE OBELISCOS


Desde la antigüedad clásica, y especialmente a lo largo del siglo pasado, varios países europeos -además de Estados Unidos- se agenciaron varios obeliscos para colocarlos en las mejores plazas de sus capitales. La antigua Roma tenía 13, y actualmente París, Londres y Nueva York, uno cada una. Sorprendentemente, Berlín dejó pasar la oportunidad cuando el mercado de este tipo de monumentos estaba permitido. De todos estos obeliscos, quizás sea el parisino -ubicado en la famosa Plaza de la Concordia- el más conocido. Su consecución fue el producto de un auténtico "cambiazon que le dio el rey de Francia Luis XVIII al monarca egipcio Mohamed Alí, intercambiando uno de los obeliscos del templo de Luxor de Ramsés II por un reloj que, para colmo, no funcionaba ,y que se conserva actualmente en la mezquita que el propio Mohamed Alí se construyó en El Cairo a imitación de la de Santa Sofía, en Constantinopla. Este obelisco de granito, que para nada puede ser comparado al mastodonte de la cantera de Asuán, mide una veintena de metros y pesa "solamente" unas 250 toneladas. Además, el obelisco fue colocado en la Concordia el sábado 22 de Octubre de 1836, es decir, cinco años y siete meses después de que el barco que iba en su búsqueda partiera de Francia en Marzo de 1831. Para su levantamiento en la plaza parisina se utilizaron 300 hombres y toda la técnica a la que pudieron recurrir los ingenieros franceses de la época, haciendo uso de poleas, sogas, y megáfonos para dirigir la operación.

Los ingleses, en fecha mucho más tardía -1875-, hicieron uso de una técnica mucho más depurada. El ingeniero Dixon fabricó un contenedor metálico recubierto por un casco de barco con unos mástiles, especialmente acondicionado para albergar en su interior el obelisco de granito rosa de 200 toneladas de peso. Este artilugio, llamado -como el obelisco- Cleopatra, fue remolcado por un gran vapor -el SS Olga- llegando a su destino el 12 de Septiembre de 1878. Las circunstancias que rodearon al traslado del obelisco de Nueva York no distan mucho de las acaecidas en los dos casos ya mencionados en París y Londres, No obstante, para este ejemplo únicamente habría que reseñar el handicap que supuso un aumento muy considerable de la distancia por mar que se debió recorrer, atravesando para ello todo el océano Atlántico. Hoy día los obeliscos se levantan orgullosos, desafiando a la más moderna tecnología. El misterio que rodea su traslado y colocación milimétrica los seguirá disfrazando como simples alegorías solares.


Artículo aparecido en la revista MAS ALLÁ de la ciencia en agosto de 1997. Autor : Nacho Ares. Fotos: Javier Sierra.

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