El Reino Subterráneo del  serapeum

(optimizado para EXPLORER 4.0)


Escondidos bajo la arena de la orilla occidental del Nilo, entre las zonas de Dashur y Giza, deben aún encontrarse otros lugares similares al Serapeum. Hoy sólo conocemos uno pero es posible que existan muchos más. Cuando el azar sonría de nuevo a los arqueólogos y descubran más sarcófagos de sesenta mil kilos de peso que no guardan nada, que nunca contuvieron nada, serán otra vez asociados con la momia del toro sagrado, sin otra similitud aparente que su descomunal tamaño. Se llamarán también Serapeum, palabra que deriva de la griega Serapis y hace referencia al dios buey Apis, aunque ese culto religioso no explique ni justifique tal derroche de esfuerzo y de tecnología. Y uno no sabe si su estudio se corresponde con reminiscencias del pasado o a un encuentro con la ciencia del futuro.


Galería principal del Serapeum: 191.5m de largo donde se abren 23 criptas para albergar los enormes tanques de 60 toneladas.

El Serapeum impresiona por varios motivos. El principal de ellos es porque nadie se espera encontrar lo que allí descubre. Antes de llegar a Egipto el viajero sabe que va a enfrentarse con la Gran Pirámide de Giza o que va a deambular por el templo de Karnac, y a lo largo de las riberas del Nilo surgen, además, ruinas de centros ceremoniales de considerable belleza y de colosal grandeza. Porque en Egipto todo es enorme. A veces, hasta nosotros mismos nos vemos grandes, a la vez que llegamos a considerar como normales las excesivas proporciones de lo que nos rodea. Por ello, cuando llegamos a Saquara, la pirámide de Zoser nos parece discreta y las pirámides de Userkaf o de Pepi I se nos antojan modestos montones de escombros. Pero nos aguarda una sorpresa para la que no vale vacuna alguna, ya que todo lo anteriormente visto no empequeñece sino ensalza aquello que el desierto guarda celosamente entre sus entrañas.

Varios caminos recorren Saquara, la necrópolis sagrada y ceremonial de la antigua ciudad de Menphis, donde se contabilizan más de 6.000 tumbas y 15 La pequeña casa del fondo, perdida en la soledad del desierto es la entrada al Serapeum.pirámides. Por uno de ellos, en aquella mañana del pasado mes de octubre, nuestra furgoneta se alejó en dirección norte hasta que las dunas la impidieron avanzar más. Proseguimos a pie hacia un punto perdido donde la soledad aplasta, donde no debería haber nada. Pocos metros antes de llegar a nuestro destino sólo se apreciaba la desnudez del desierto hasta que, súbitamente, unos escalones se internaban hacia el subsuelo rocoso, y hacia quién sabe qué otras realidades, en ese reino subterráneo conocido con el nombre de El Serapeum.

 

 


Una extraña ciudad subterránea

Una verja de hierro guarda su entrada y sobre ella un vetusto cartel intenta clasificar lo inclasificable: "Serapeum, Ptolemaic Period". El inspector de arqueología tuvo que probar 20 llaves para dar, al final, con la que abría el candado, ya que actualmente el recinto está cerrado al público. Obtener el permiso nos había costado tres interminables horas y toda nuestra provisión de argumentos, pues a los problemas burocráticos habituales hubo que añadir la preocupación de las autoridades sobre nuestra propia seguridad. El Serapeum, hoy, se está cayendo y el peligro de derrumbes hace que su visita se convierta en un desafío. Pese a todo, cuando las bisagras rechinaron que podíamos pasar, no dudamos en acceder al recinto. No importa la cantidad de veces que se haya estado allí, cuando la mortecina luz de unas escasas bombillas ilumina las galerías siempre se tiene la impresión de haber penetrado a otro mundo.

Tras la puerta se abre una gran sala donde confluyen, opuestos, dos gigantescos túneles. Allí se encuentra una roca labrada de granito de descomunal tamaño y 20 toneladas de peso, abandonada a la espera de un sitio que nunca llegará a ocupar. Tras andar treinta metros hacia la izquierda se desemboca en el corredor principal, una galería de casi doscientos metros de largo que debe recorrerse despacio pues a ambos lados se abren unas espectaculares salas abovedadas que cautivan toda la atención. Allí están los sarcófagos, o lo que quiera que sean.

Enorme "sarcofago" con tres personas en su interior. Observense las paredes pulidas a espejo.Son inmensos, los mayores del mundo. Algunos se elevan del suelo más de tres metros. Los más grandes llegan a medir cuatro metros de largo por dos y medio de ancho. Quince personas cabrían perfectamente en su interior. El traslado y colocación de cada una de estas moles significaría por sí sólo una proeza. Pero cuando no se sale del asombro al contemplar uno de ellos, más allá se encuentra otro, y luego otro, y otro…hasta 22. Cada cual más perfecto, cada cual más enigmático. Si aquello no es el cementerio de una raza de titanes seguro que fueron gigantes sus constructores. Porque al portentoso trabajo de ingeniería que supone la confección de los sarcófagos hay que añadir el proyecto de las galerías y de las bóvedas, que proporcionan un escenario irreal a tan increíbles restos.

Nuestra cinta métrica desveló que desde la entrada hasta el final del túnel principal hay 191,5 metros, y las galerías accesorias miden otros 210 en total, con una anchura próxima a los 5 y una altura de prácticamente 8. Un rápido cálculo nos indicaba que sólo la excavación de los túneles y las criptas supuso el desalojo de 20.000 metros cúbicos de piedra y de tierra, cantidad que multiplicada por 3 nos daría un volumen de escombros que daría trabajo a 8.000 camiones. En los alrededores del recinto no existen restos de tales deshechos, ¿cómo y a dónde los transportaron?.Los guías locales, haciéndose eco de lo dicho por la arqueología oficial, zanjan el asunto del Serapeum con tres lacónicas aseveraciones: Es una tumba, de bueyes Apis, de época ptolemaica. Y los tres datos son incorrectos. Es cierta la adoración en el Antiguo Egipto de animales, es cierto que los enterraban, y es cierto que los ptolemaicos veneraron a Serapis, ¿pero qué tiene que ver todo eso con el Serapeum?

 


Millones de momias de animales

En el Egipto faraónico cada localidad adoraba a un tipo determinado de animal y tal veneración era representada en estatuillas y amuletos. La obsesión egipcia por la momificación y entierro de animales está fuera de toda lógica. En Tuna el-Gebel, cerca de Hermópolis, una necrópolis de cerca de 16.000 metros cuadrados alberga las momias de cuatro millones de ibis, aparte de los halcones, flamencos y babuínos que yacen también en el lugar, cada uno enterrado en una vasija de barro. Millón y medio de estas aves también fueron encontradas en Saquara por el arqueólogo Walt Emery en 1.964, apiladas en un laberinto de 50 túneles y pozos que partían de un corredor principal. El subsuelo de Abydos está recorrido por túneles, de metro y medio de alto por dos de ancho, donde se amontonan miles de perros momificados envueltos con vendas blancas. En Tebtynis, ciudad situada en el oasis de Medineth el Fayum, se encontraron las momias de 200.000 cocodrilos. A 10 km de la localidad de Esna se descubrieron miles de momias de peces momificados. Gatos en Bubastis, cocodrilos en Monfalut, monos en Tebas y, lo más curioso, recipientes que contenían los cadáveres embalsamados de animales menos vistosos como sapos, erizos, murciélagos, escorpiones o serpientes. Incluso momias de huevos de pájaros o de cocodrilos perfectamente embaladas. Toda una fauna de millones de criaturas, de 50 especies distintas, fueron momificadas en el Antiguo Egipto con un propósito que desconocemos. Diodoro de Sicilia escribió que el culto a los animales había que mantenerlo en secreto. ¿Por qué?

Con tanto bicho adorado por los habitantes del Nilo no resulta extraño que el toro y el buey fuesen también animales sagrados. El toro ya se adoraba en Egipto en tiempos prehistóricos y no sólo fue adorado con el nombre de Apis. Estrabón escribió que en una sala del templo del sol de Heliópolis se hospedaba el buey Mnevis, que era considerado un dios. El culto al buey Bukhis se practicó en Luxor, localizándose varios sarcófagos vacíos en la cercana ciudad de Hermontis. Pero de ambos bueyes jamás se han encontrado ni momias ni tumbas. Y lo mismo podríamos decir del buey Apis.


Los descubrimientos de Mariette

Auguste Mariette llegó a Egipto el 2 de octubre de 1.850 y su fulgurante carrera egiptológica, junto a las recomendaciones proporcionadas por el constructor del Canal de Suez, Ferdinand Lesseps, llevó al gobierno egipcio, en 1.868, a nombrarle Director General de Excavaciones en Egipto. Con tal cargo llegó a dirigir a 2.700 operarios en 40 excavaciones simultáneas, fundó el Museo de El Cairo y en 1.879 fue condecorado con el título de bajá. Pero sus comienzos fueron más humildes. Su misión inicial fue la de comprar papiros antiguos a las jerarquías eclesiásticas coptas con los 6.000 francos que le fueron entregados por la Academia de Ciencias de París. Aburrido por la burocracia el inquieto francés intentó paliar la espera con visitas a la meseta de Giza y Saquara, donde descubrió varias esfinges y una pizarra con el nombre de25_9.jpg (12639 bytes) Apis. Este hallazgo le hizo evocar un escrito de Estrabón: "…En Menphis se eleva un templo con una sala donde se halla el buey sagrado Apis, que se identifica con el dios Osiris. Cerca de allí, en un lugar muy arenoso y cubierto de dunas formadas por el viento, se encuentra un templo consagrado a Serapis, cuyas esfinges, medio sepultadas por la arena, nos ha sido posible ver…". Mariette relacionó las esfinges que veía con las mencionadas por Estrabón y decidió destinar el dinero de los papiros a la contratación de 30 trabajadores para despejar la zona en busca de los templos de Apis y de Serapis.

La apuesta le salió perfecta ya que en pocos días había desenterrado 134 esfinges y había conseguido encontrar las ruinas de un templete donde unas inscripciones señalaban que el faraón Nectarebo II (360-342 a.C.) había dedicado el templo a Apis. También encontró estatuillas diversas y una estatua de cal con la efigie de un buey Apis. Estrabón parecía no mentir y con tal razonamiento comunicó sus hallazgos a París. Sus superiores quedaron convencidos del éxito en la empresa y le enviaron otros 30.000 francos para continuar las excavaciones así como para la obtención del correspondiente permiso. Con los problemas económicos y burocráticos resueltos la operación Serapis se puso de nuevo en marcha, esta vez con argumentos tan contundentes como el empleo de la dinamita. Gran cantidad de arena y de escombros voló por los aires y a cada explosión el desierto mostraba una herida. Por una de ellas consiguió penetrar, al fin, a una cripta subterránea. Era la mañana del 11 de noviembre de 1.851 y ante sus ojos se mostraba un maravilloso y gigantesco sarcófago.

Mariette descubrió así el primero de los sarcófagos de los bueyes Apis del Serapeum. O así lo creyó, porque la verdad es que su interior estaba vacío. Las siguientes excavaciones descubrieron otras diez bóvedas cuyos sarcófagos también se encontraban vacíos. Todas las tapas estaban descorridas unos centímetros, los suficientes para introducir la cabeza, los necesarios para comprobar que sólo contenían polvo. Pero la suerte le sonrió cuando llegaron a otra cripta donde había un féretro con la tapa sin mover, no violado por los ladrones de tumbas. Los esfuerzos para retirarla fueron inútiles pues estaba pegada con pez y los siglos habían conseguido que se uniera de tal forma al tanque que sólo existía una manera para abrirlo. Las cargas de dinamita se situaron y una esquina estalló en mil pedazos. Inexplicablemente tampoco contenía buey alguno.


¿Dónde están los bueyes Apis?                                  

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Posteriormente Mariette localizó otra galería. Doce grandes nichos se abrían a derecha y a izquierda conteniendo nuevos y vacíos sarcófagos. Hoy ambas galerías están unidas y juntas llegan a medir casi los 200 metros. A ambos lados se abren un total de 23 criptas que contienen 21 tanques de granito, ya que dos están vacías. En un corredor paralelo se encuentra todavía uno de los sarcófagos que nunca llegó a su destino, 22 sarcófagos para guardar… polvo. ¿Para qué derrochar tanto esfuerzo?

Cuando Egipto se anexionó al Imperio romano los cultos dejaron de practicarse y los templos quedaron desprotegidos, sufriendo todo tipo de saqueos. Sarcófagos de madera y momias fueron utilizados como combustible. Las estatuas y otros objetos de culto no tuvieron mejor suerte cuando en el siglo II llegaron los monjes cristianos, quienes destruyeron gran cantidad de momias depositadas en galerías subterráneas. Pese a todo algunas consiguieron salvarse, pero sólo para servir de medicamento durante la Edad Media, siendo muy utilizadas para combatir la parálisis, enfermedades cardíacas, problemas de estómago, fracturas óseas o para curar la impotencia y aumentar la virilidad. El polvo de momia fue comercializado durante dos siglos en una industria que alimentó muchos hogares. Tras estos expolios surgió la fiebre del coleccionismo y muchas familias adoptaron entre sus miembros a un antiguo egipcio milenario que, aunque no daba mucha conversación, quedaba estupendo colocado en el salón de la casa con sarcófago y todo.

No resulta extraño suponer que los ladrones de tumbas saquearan la mayor parte del patrimonio cultural de los faraones. Pero recurrir a ellos siempre que no se encuentra lo que se busca resulta lamentable. En el Serapeum de Menphis no existe la menor duda de que antes de Mariette alguien quiso ver lo que contenían los tremendos tanques de granito. Pero por la ligera abertura que presentan no cabe, en ocasiones, ni siquiera un hombre. En caso de que los bueyes hubiesen sido sacados por allí debieron cortar la momia en muchos pedazos. Y en su interior no se ha encontrado ningún rastro de fibras textiles, ni de partículas óseas, ni de rastro vegetal o mineral, ni un minúsculo trozo de metal, ni un solo pelo que delate que allí hubo alguna vez algo. Nada.

 


El extraño culto al buey Apis

En una cripta subterránea de Abusyr se encontraron dos momias. Las vendas seguían la estructura física de un animal que indudablemente parecía un toro. El cuerpo, la cabeza y hasta los cuernos eran perfectamente reconocibles. Los especialistas franceses Lortet y Gaillard estudiaron la primera momia y cuando retiraron los vendajes comprobaron que de toro sólo tenía la forma, conseguida tras moldear una masa de alquitrán que agrupaba miles de huesos de animales distintos. La segunda momia, que medía dos metros y medio de largo por uno de ancho, fue analizada por el doctor Ange-Pierre Lecca y constató, asimismo, que contenía huesos de siete animales diferentes. La momia del toro sagrado seguía sin aparecer.

El 5 de septiembre de 1.852 Auguste Mariette encontró en el templo anexo al Serapeum nuevas tumbas y sarcófagos. El templo hoy puede apreciarse a la izquierda cuando se baja por la rampa que introduce al Serapeum y sus galerías subterráneas tienen comunicación con éste. Su sorpresa fue mayúscula cuando la dinamita, aparte de destrozar la roca, dañó un sarcófago de madera y parte de la momia del hombre allí enterrado. Llevaba una máscara de oro, colgantes de oro y piedras preciosas y varios amuletos de Ramsés II. Dieciocho estatuas rodeaban el féretro. Se trataba de un hijo de Ramsés II, el príncipe Kha-m-was, encargado de la restauración de la pirámide de Unas, gobernador de Menphis y alto sacerdote de Ptah. Por alguna razón quiso enterrarse junto a las momias de bueyes que se encontraban en los nichos cercanos.

Las criptas de los toros estaban invioladas. Una estatua de Osiris custodiaba el conjunto. En las paredes y techos había representaciones de Ramsés II y su hijo ofreciendo una libación. Estatuillas y ofrendas salpicaban el suelo y el sarcófago, forrado de oro, guardaba sus sellos intactos. Cuando se abrieron aparecieron las momias de dos toros momificados, pero su examen certificó que se trataba nuevamente de un conjunto de minúsculas astillas de hueso, de animales de distintas especies, unidas en una masa bituminosa. Pero la mayor sorpresa vino en los años 30 cuando el arqueólogo británico Robert Mond y el doctor Oliver Myers estudiaron la momia del hijo de Ramsés encontrada por Mariette. Tras los vendajes se descubrió la misma masa maloliente de betún y la misma amalgama de astillas de huesos.

Uno de los bueyes encontrado por Mariette puede hoy contemplarse en el Museo de Agricultura de El Cairo, testigo mudo de una práctica que no se entiende pues, según la arqueología, la sepultura de una momia en cualquier otra forma que no sea la del cuerpo entero era impensable para los egipcios e iba en contra de sus conceptos religiosos. Momias de Apis pueden ser hoy contempladas en los museos de El Cairo, Viena, París, Londres y Nueva York. ¿Se han analizado? ¿Contienen verdaderos bueyes?

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Una tumba que no lo es tanto

En ninguna de las galerías hay una sola inscripción. Y en ninguno de los sarcófagos existe referencia alguna que indique su antigüedad, a excepción de uno de ellos, en el que con trazo apresurado se escribieron jeroglíficos en la época de los ptolomeos. Junto al Serapeum se encuentra un recinto que muy posiblemente se corresponda al mencionado por Estrabón. Las inscripciones de tiempos de Ramsés II indican que es mucho más antiguo de la época ptolemaica en la que se data el conjunto. Y además, Kha-m-was, no sólo era el encargado de sus cuidados, sino que también era el jefe de mantenimiento de la pirámide de Unas (VI dinastía). Sabemos también que una cuadrilla de operarios de Ramsés II a las órdenes de los sacerdotes del templo de Maat, en Tebas, se encargaron de las obras de restauración de las pirámides de Keops y Kefrén en Giza. Es decir, que eran cuidadores de monumentos mucho más antiguos. ¿Tan antiguos como el Serapeum?.

La superposición de edificaciones es algo común en Egipto ya que encontramos juntas construcciones que no cabe duda que fueron egipcias y otras que no se sabe su procedencia. Para el Serapeum se trajeron moles inmensas de granito desde Aswán, a 1.000 Km de distancia; en el templo anexo sólo se encuentran pequeños sillares de caliza, imperfectos y amontonados. El templo situado en la rampa de acceso al Serapeum no guarda relación tecnológica con las galerías y sarcófagos del mismo. Es el mismo caso del Osirión en Abydos, del templo de Isis en la Esfinge, del Obelisco Inacabado o de las mismas pirámides de Giza, que aparecen como islas anacrónicas dentro del mar cultural faraónico. Ningún jeroglífico ni relieve justifica su presencia. Ningún documento histórico indica su cronología, sus constructores o su finalidad. Y son considerados como templos o tumbas, negando con ello una posible funcionalidad tecnológica.

Tumbas, tumbas y tumbas...........¿así de sencillo es todo?Tumbas y siempre tumbas. El problema es que las pirámides de Giza o el Serapeum no parecen tumbas. No existe civilización como la egipcia que haya despojado a la muerte del miedo que provoca. Las tumbas, lejos de lo macabro o transitorio, son hasta confortables. La decoración es bella y las escenas que se representan son alegres. No existe un centímetro de pared o de techo que no esté decorado o esculpido. Pero en el Serapeum no existe nada de eso.

 


Las artimañas de Manetón

Alejandro Magno venció a Darío III en la batalla de Issus (332 a.C) y llegó a Menphis donde fue aclamado como salvador del país. El dios Amón parece ser que le reconoció como hijo suyo y, por tanto, legítimo rey de Egipto. Fundó Alejandría y a su muerte el reino fue dividido entre sus familiares. El país del Nilo fue heredado por su hermanastro Felipe Arrideo y su hijo Alejandro II de Egipto. El primero nunca pisó Egipto y el segundo llegó cuando tenía 6 años de edad, siendo inmediatamente asesinado. El autor del crimen nunca llegó a conocerse aunque todas las pistas apuntan a que el administrador regente de Egipto tras la muerte de Alejandro, el general Ptolomey Lagus, se valió de su poder para llegar a convertirse en rey (304 a.C.) con el nombre de Ptolomeo I Soter. Este rey fue el fundador de la Biblioteca de Alejandría y fue el que introdujo en Egipto el culto a Serapis de una forma un tanto curiosa.

Cuenta Plutarco que: " Ptolomeo Soter vio en sueños al coloso de Plutón que estaba en Sinopis (ciudad helénica del Ponto en la costa frigia). En esta visión le ordenó el dios que hiciera transportar su gigantesca figura a Alejandría. Ptolomeo, al ignorar el lugar en que se erigía, se encontró en apuros y, al relatar la visión a sus amigos, halló entre ellos a un hombre llamado Sosibios que había visto un coloso parecido al que el rey vio en su sueño. Entonces el rey envió a Soteles y Dionisio, quienes tras muchas penalidades consiguieron llevarse furtivamente el coloso. Tan pronto fue visible aquella figura transportada, el ateniense Timoteo y Manetón el sebenita conjeturaron, gracias al Cerbero y al dragón que poseía como emblemas, que se trataba de la estatua de Plutón, y persuadieron a Ptolomeo de que no representaba a otro dios sino a Serapis".

Justo en la entrada del Serapeum, un bloque de 20 tn correspondiente a una tapa de sarcófago que no se  llegó a colocar, indica lo que se va a encontrar más adelante.Resulta extraño que el faraón no supiera a quién correspondía la estatua que trajo de Frigia, que por supuesto no tenía nada que ver con un toro, y que hiciera llamar a un gran sacerdote del templo de Heliópolis, como lo era Manetón, para saber su identidad. Manetón reconoció la estatua como representativa de Plutón, en cambió convenció al rey de que tenía que ver con Serapis, y le coló un dios hasta entonces inexistente en Egipto. Y una de dos, o el sacerdote tenía más guasa que Cádiz en carnavales o, por el contrario, urdió un plan secreto que desbordó a Ptolomeo.

Indudablemente el sacerdote debía ocupar una alta posición en el clero egipcio y con tal rango fue convocado. Tal fue su importancia que grandes escritores como Flavio Josefo, Julio Africano. Eusebio, Diógenes Laercio, Platón, Plutarco, Teodoreto y Teófilo citaron a Manetón en sus escritos. Su obra más conocida es la Historia de Egipto, fundamental para conocer las dinastías y los reinados de los monarcas faraónicos. Los datos que manejaba provenían de la secreta biblioteca del templo de Heliópolis y, por tanto, sus conocimientos sobre teología antigua egipcia debieron ser impecables. Su propio nombre significa "Verdad de Toth", un apelativo adecuado para un gran sacerdote. Había nacido en Sebennito, la actual Samannud, en el Delta del Nilo y llegó a ostentar el título de "Sumo sacerdote y escriba de los sagrados templos de Egipto". Algo debería saber de dioses el singular Manetón y sin embargo se inventó uno nuevo... Serapis.

 


Los bueyes venidos del cielo

El contexto histórico del país del Nilo cuando los ptolomeos llegaron al poder era el de una civilización en decadencia. La influencia griega se hizo notar en múltiples actividades cotidianas de la vida de Egipto y los responsables gubernamentales se vieron obligados a realizar un sincretismo religioso entre los dioses de ambas culturas. En la misma tesitura debió encontrarse Manetón, quien por ser sacerdote intentaba preservar la gloriosa huella del pasado faraónico, por lo menos en lo que a religión se refiere. Manetón no podía influir en incorporar dioses egipcios a los helénicos, ni tampoco podía admitir que un dios como Plutón fuese adorado en el país de las pirámides. Y el invento de Serapis fue la solución. Pero este nuevo dios era tan sólo la reminiscencia de una adoración mucho más antigua, que posiblemente tenga que remontarse a un Egipto oscuro y predinástico.

El historiador Filarco contó que "… Dionisio fue el primero que condujo dos bueyes desde la India a Egipto, uno de los cuales se llamaba Apis y Osiris el otro, y que Serapis, cuyo nombre deriva de sairein (palabra que significa según ciertos exégetas embellecer, ordenar), es el nombre de quien conserva el orden en el universo". Plutarco asegura que la palabra Serapis es egipcia y quería significar gozo y alegría, fundándose en que los egipcios llamaban saírei los días de gozo y de regocijo. Y, por último, hay quien afirma que Serapis deriva de las palabras seústhai y sousthain, que se traducen como lanzarse, precipitarse o arrojarse en relación con el movimiento que anima el conjunto del mundo universal. O sea, que el flamante dios Serapis inventado por Manetón significa cualquier cosa menos un toro y más un concepto que algo físico. Y ello sin contar que para Clemente de Alejandría el nombre de Serapis proviene de la palabra Soroapis, de sóros-Apis, que quiere decir sencillamente ataúd de Apis, con lo que la dichosa palabra correspondería más al envoltorio de un concepto que a la propia momia del dios.

Pero el hecho más significativo de la aparición de los bueyes en escena (y no otro animal) es su relación con procedencias o destinos cósmicos. Para los egipcios de las primeras dinastías el buey era una criatura sagrada venida del cielo, obra del dios Ptah. Plutarco afirmaba que el buey sagrado no vino al mundo de forma natural sino que su existencia se debe a que un rayo de luna caído del cielo lo transportó. Una estela encontrada por Mariette en el Serapeum confirmaba lo anterior: "No tienes padres, el cielo te creó". Emery descubrió en Saquara unas catacumbas de vacas sagradas con otra inscripción: "Aquí yace Isis, madre a de Apis". Algunas paletas encontradas en Abydos representan en relieve a toros coronados por estrellas señalando con ello su origen cósmico.

 


El culto secreto de Serapis

El dios Serapis fue introducido por Manetón y aceptado por los monarcas ptolemaicos quienes le construyeron un magnífico templo en Alejandría. Los planos se basaron en el Serapeum de Menphis y según cuentan los historiadores rivalizó en belleza con la tumba de Alejandro Magno, construida por Ptolomeo Filopatos en el 215 a.C. El nuevo Serapeum, del que no quedan restos, estuvo profusamente decorado en techos y paredes, e incluso llegó a poseer una biblioteca con 300.000 volúmenes y se convirtió en el principal centro religioso del país. Es posible que aquí si se celebraran los entierros suntuosos de los que hablara Diodoro aunque ni siquiera pintado de oro ni sus galerías ni sus sarcófagos podían competir en grandeza con los de Menphis. De todas formas Herodoto, al hablar del culto y sacrificio de los bueyes Apis, no cuenta nada de entierros sino del formidable festín que se daban sacerdotes y feligreses con las carnes del animal.

Andamios que preservan el derrumbe de la galería principal.Mientras los ptolomeos desarrollaron toda la parafernalia litúrgica en relación con nuevo dios, seguro que Maneton y algunos iniciados continuaron la milenaria veneración no a los bueyes, sino al dios Ptah del que provenían. Los bueyes no eran los dioses, eran producto de ellos. En la necrópolis de Tuna el-Gebel, con sus cuatro millones de momias de ibis, se han encontrado restos de adoración desde tiempos de Akhenatón hasta la época romana. Los arqueólogos están de acuerdo en considerar que las miles de momias de perro encontradas en Abydos fueron allí depositadas durante milenios. Y es posible que todos estos lugares sean mucho más antiguos. Los tiempos hacen cambiar los usos y las modas, incluso los dioses. En cambio existen cosas que permanecen inalterables a lo largo de siglos, cultos que mantienen la fuerza de su convicción y que parecen apartarse de los ritos multitudinarios, de las grandes celebraciones, que se mantienen en secreto a través de pequeños grupos de iniciados que van transmitiéndose sus conocimientos de generación en generación, y que mantienen casi intacto el espíritu que los originó.

Para los antiguos egipcios el cuerpo era acompañado por el Ka y el Ba. El Ka nace al mismo tiempo que el individuo y es considerado su doble espiritual. El Ba sería la consciencia, la personalidad del sujeto con todo su bagaje de experiencias. Pero el Ka no se corresponde exactamente con nuestro concepto de alma. Su presencia se manifiesta como fuerza y potencia. Por otro lado Osiris, soberano del más allá, cedía su nombre para incorporarse al del difunto por lo que tras la muerte cualquier persona se llamaba como en vida pero añadiendo además el sufijo de Osiris. El difunto ya era igual que Osiris; no podía morir. El muerto conservaba su nombre pero para que se supiera que había obtenido el estado glorioso del dios, con el que se había identificado, recibía junto al propio el nombre divino. Era un simple cambio de estado, una transmutación. Maspero dice que el Apis difunto se convertía en un Osiris, y tomaba el nombre de Osor-Hapi, Osiris-Apis, de donde los griegos sacaron el nombre de su Serapis. El Serapeum sería un lugar de cambios, cambios en lo físico y en lo espiritual.

 


La transmutación en el Serapeum

Plutarco así lo afirmaba: "Más vale formar un solo personaje de Osiris y Dionisio, de Serapis y Osiris, porque Osiris recibió el nombre de Serapis cuando cambió de naturaleza. Por eso es Serapis nombre común aplicado a todos cuantos sufren dicho cambio, de la misma manera que el nombre de Osiris, como saben aquellos que están iniciados en los Misterios sagrados". Un iniciado en esos misterios debió ser, indudablemente, Manetón y su creación del dios Serapis se debió más a una cuestión política que religiosa. Sin embargo, con los nuevos cultos tuvo la coartada perfecta para seguir practicando en el Serapeum un culto y unas prácticas antiquísimas, posiblemente legadas de los mismos dioses.

El enigma de los sarcófagos no está todavía resuelto. Junto a los cientos de miles de ataúdes pétreos que alguna vez albergaron una momia se encuentran otros con una funcionalidad distinta. Son sarcófagos que no tienen inscripciones, que nunca sirvieron para enterrar a nadie. Los fantásticos tanques de las pirámides o del Serapeum no contienen pistas para datarlos correctamente. En cambio pertenecen a una industria pétrea de tal tecnología que resulta difícil pensar que fueran realizados por los egipcios.

Se sabe que en las ceremonias del Heb-Sed, el faraón se introducía en el tanque de la pirámide para practicar los ritos de la ceremonia del rejuvenecimiento. En las tumbas tebanas del Valle de los Reyes los sarcófagos son meros vehículos para el cambio de naturaleza de la persona que se somete a sus proporciones. En la tumba de Tutmosis III, el fundador de las escuelas de magia, el sarcófago aparece en las representaciones como si estuviese vivo, desplazándose entre mundos de leyenda. En la tumba de Ramsés VI, el sarcófago aparece como un mero trámite, un escalón evolutivo donde se van introduciendoSeres con escafandra en la tumba de Ramsés VI seres humanos para salir posteriormente convertidos en seres con escafandra y teniendo como escenario el cosmos. Numerosos dioses aparecen metidos en sarcófagos, algunos de ellos incluso sobre una barca solar alada que les transporta por el firmamento. Unos sarcófagos que aparecen representados rodeados de serpientes, símbolo inequívoco de energía. Y la pregunta que surge contemplando todo esto es si los egipcios adoptaron una liturgia vana que sólo recordaba lo que hicieron los dioses, o por el contrario sabían realizar, o por lo menos intentaban, ciertas experiencias tecnológicas que luego configuraron su acerbo religioso.

Porque no hay que olvidar que en el Antiguo Egipto, en lo que a técnica se refiere, los mayores logros se lograron al principio de su cultura y todo el deambular posterior de su civilización sólo fue un intento de imitar lo que ocurrió al principio o quizás mucho antes de que existieran los mismos egipcios. La cultura faraónica es la única en la historia de la humanidad que sufrió una involución en sus logros tecnológicos.

 


Energía en los sarcófagos

Cuando Auguste Mariette abrió con dinamita uno de los grandes tanques de granito del Serapeum presenció algo increíble. Según cuenta, tras la explosión la cripta se llenó de polvo pero, inmediatamente, todas esas partículas se introdujeron por arte de magia en el interior del sarcófagoUno de los "sarcófagos" abiertos mediante dinamita. por la abertura que produjo el estallido. ¿Qué tecnología es capaz de cerrar al vacío un tanque de granito de ocho metros cúbicos de volumen interior? ¿Por qué estaba cerrado al vacío, incluso con la tapa pegada con pez, si dentro no se había colocado nada?. Un examen del corte y del pulimento interior de los tanques indica que fueron pulidos con una precisión óptica, de tal forma que sus superficies parecen espejos y en su reflejo no aparece la más mínima imperfección. En sus esquinas se muestran las marcas de una máquina impensable que cortó en ángulos rectos perfectos todas las aristas. La tapa encaja en íntimo contacto, con una precisión difícil de conseguir por nuestra tecnología. Y guardan, aún, sorpresas más comprometedoras.

En las superficies exteriores, tanto en la tapa como en el tanque, se aprecian unas sospechosas incisiones circulares. Su estudio dictamina que fueron realizadas por máquinas, unas perforadoras que dejaron en la piedra unas cavidades que van desde los 10 ctms a los 60 ctms, con una limpieza y perfección que asusta. Estas marcas están colocadas sin orden y surgen sólo en ciertas partes de algunos sarcófagos. Su función no es decorativa, ya que ningún elemento de ese tipo aparece ni en las galerías, ni en las criptas, ni en los tanques. Si estas moles de piedra tuvieron alguna vez una funcionalidad técnica, apartada del carácter religioso que parecen representar, esos orificios debieron servir para un propósito determinado.

En motores como los que mueven nuestros vehículos, los mecánicos practican a veces una técnica consistente en el equilibrado de las piezas. Para evitar vibraciones tanto las bielas, como los pistones u otros elementos deben pesar lo mismo. Para ello toman como referencia la pieza que pese menos y a las restantes les hacen unas perforaciones para rebajarles el peso que les sobra. Tanto en el bloque del motor como en el cigüeñal también se realizan perforaciones para evitar que su movimiento o su giro se produzca el efecto peonza. Con los taladros se consigue equilibrar en peso todos los elementos del motor. Es la técnica contraria al equilibrado de las ruedas, a las que se añade una pieza de plomo en la parte de menos peso, mientras que en el motor se quita un trozo de la parte más pesada. Esta técnica para nosotros es habitual, pero ¿y en el Antiguo Egipto?

El que las perforaciones en los sarcófagos del Serapeum tuvieran como fin el equilibrado produce escalofríos, porque habría que imaginarse a estas moles moviéndose. Sin embargo, curiosamente, muchas de ellas están encajadas en el suelo. Con 60 toneladas de peso resulta difícil que se desplazasen y, sin embargo, las han clavado, como en el caso del sarcófago de la pirámide atribuida a Kefrén. Y más impensable es evaluar la energía y la mecánica necesarias para dotar a estos gigantes de la fuerza necesaria para su vibración, así como imaginar el posible propósito de tal hazaña. Pero en Egipto también hay pistas sobre ello. Si la energía piramidal es un hecho, cosa que no tiene la menor duda, no existe una fuente de producción de energía que no lleve asociado un elemento capaz de almacenarla y distribuirla posteriormente. El Serapeum está dispuesto en dos baterías de 12 sarcófagos en serie o pilas enfrentadas, siendo los tanques de un granito con alta proporción de cuarzo, capaz de canalizar energías de forma adecuada.

Pero eso es otra ciencia no comprendida por la nuestra, que no entiende ni podrá explicar nunca cómo ser realizaron las proezas arquitectónicas de las que Egipto está plagado. Una energía de extraña índole producida por elementos geométricos, capaz de transmitirse sin cables, que puede ser receptora en espacios no conductores y que puede alterar tanto la materia como otros planos más sutiles. Eso, quizás, sea mucho suponer, aunque explicaría el oscuro propósito de Manetón. Si el Ka se manifiesta como fuerza y potencia, si lo que se ha pretendido siempre en los grandes iniciados ha sido el transmutar, el cambio de naturaleza para ser como Osiris, en el Serapeum tenían la tecnología capaz de tales increíbles logros. Y también se entendería ese cambio de naturaleza de Kha-m-was, el sacerdote de Ptah hijo de Ramsés, que hizo enterrar su doble de betún y astillas de hueso en las criptas del templo. Por lo menos lo intentó y quizás también parte del polvo que hoy recubre el Serapeum contenga algún resto de Manetón, en caso de que consiguiera sus propósitos.

Lorenzo en la entrada al Serapeum.En aquella mañana de octubre ocho investigadores explorábamos las lóbregas galerías en un silencio sólo alterado por alguna exclamación malsonante que allí, en el Serapeum, estaba plenamente justificada. El arqueólogo que nos acompañaba nos explicó lo de los bueyes, lo de las tumbas y lo de los ptolomeos y nosotros nos mirábamos pensando en tanto enigma sin respuesta. Lorenzo Fernández,  me sonreía. Posiblemente estamos muy lejos de la verdad, pero por lo menos sabemos lo que no es cierto. Algún día los científicos quizás descubran esa otra energía reservada solo a algunos iniciados como Manetón. Recordamos las palabras de Lucio Apuleyo, quien visitó Egipto en el siglo II a.C. y fue capaz de escribir lo que todos estábamos pensando: "¡Oh, Egipto, Egipto! De tu sabiduría sólo quedarán fábulas, que a las generaciones venideras parecerán increíbles".


Artículo publicado en la revista ENIGMAS del Hombre y del Universo, en el mes de Enero   de 1998.

Autor: Manuel J. Delgado.
 

 

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