Benedetti, simplemente
Germán
Uribe
Para
Margarita Obregón, cautiva feliz de su poesía.
Benedetti no es Cortázar ni Neruda, no es Lezama Lima ni García
Márquez ni Alejo Carpentier, es cierto,
pero Mario Benedetti en el concierto de la literatura
latinoamericana alcanza ya, gracias a su honradez intelectual, a
su tesón y a la enorme sensibilidad de su creación artística,
uno de los más privilegiados puestos en la poesía y en la
narrativa de nuestro continente. Y en materia política, de él
puede decirse lo que se quiera, vituperios de la derecha,
complacencias interesadas del centro, o exigencias exageradas de
la izquierda, pero jamás se le podrá señalar una inconsistencia
en sus ideas o una posición de veleta vagabunda al estilo Vargas
Llosa.
Guardo
de la obra suya, particularmente de la poética, un recuerdo
memorable en la piel crispada y en los ojos anegados de lágrimas
de mujeres amigas que lo leyeron y lo leen con pasión creciente.
Supongo que ese fenómeno está extendido a sus lectoras de todas
las latitudes del mundo y no solamente de Colombia, mi tierra.
En lo
personal, y con mucho respeto, Mario Benedetti no ha sido nunca
mi autor de cabecera, y es lamentable y un tanto penoso que su
tan humana y sensitiva y en veces desgarradora poesía, con la
cual me ha tentado tantas veces, no haya hecho en mí la
suficiente mella para quitarme el sombrero como si estuviera,
con él, frente a uno de los poetas clásicos de nuestro tiempo.
Lo mismo me ocurre con su obra en prosa, con sus novelas. Pero
es imposible en este caso no caer en la tan extendida
contradicción de los hombres para decir: ¡Que buen poeta! ¡Qué
magnífico novelista!
Es este
el Benedetti de mis afectos, y también lo es el de mis embrollos
y mis paradojas.
Hace
algún tiempo, luego de sus residencias en Argentina, Perú, Cuba
y España, este exiliado eterno, o tal nos parecía
entonces, nos dijo que volvía, que retornaba a alguna parte
fija, a España, o a su Uruguay nativo, a su Uruguay amado y
lacerante, no sin desprenderse en forma cabal de las añoranzas
que le causaban las amistades entrañables que se quedaron
en esos países, y con la sensación alborotada de un
encuentro con desencuentro a bordo, inmediatamente se produzca
su reintegro a la familia, a las calles, a la Vía Láctea
que en Europa no es visible.
En
1973, por causas políticas, abandonó Montevideo. El autor de
La tregua, Gracias por el fuego y El cumpleaños
de Juan Ángel y Andamios, y de cuarenta y
pico libros más, incluidos ese millonario puñado de poemas,
todos ellos tan populares, tan políticos a veces, tan
cotidianos, tan estremecedores sobre todo para el alma femenina,
de pronto un tanto cansado de montar sobre su cuerpo
octogenario, afirmaba que su próximo e inmediato poemario,
Más acá del horizonte, sería menos político y
más existencial y reflexivo. Hasta que llegaron, pues,
estas nuevas expresiones poéticas del Benedetti que admiramos,
cargadas todas ellas de reflexiones existenciales apenas tocadas
por la realidad política. Añoraremos su distanciamiento de estas
cercanías políticas que tanto nos preocupan en el acontecer
diario, producto ello quizás de sus años de fatiga y desengaños,
pero esperaremos con ansiedad el resultado feliz de su visión
actual, madura, reposada y cargada de experiencias, del hombre y
su existencia, pero, sobre todo, de las relaciones humanas.
Hace
unos cuantos años, en México, a la pregunta: "Dios me
concedió un destino oscuro", escribe en La tregua. ¿Cómo
califica el suyo?, respondió:
Lo
primero, no creo que exista Dios. Pienso que, más que con su
destino, uno puede estar conforme con la vida que hizo; yo lo
estoy relativamente. A pesar de las dificultades, he sido
bastante fiel a mis creencias; por eso puedo dormir tranquilo...
Qué
bueno seguir contando continuamente, sin límites de espacio o
tiempo, con este Mario Benedetti que, simplemente, no importa a
dónde vaya, o aunque se fuera eternamente, siempre para nosotros
vuelve.