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En el pensamiento de muchas personas que habitamos este planeta, se encuentra con frecuencia el deseo de colaborar por conseguir un mundo mejor. Con frecuencia, este pensamiento adquiere carácter de sentimiento cuando a través de los medios de comunicación solemos conmovernos por la miseria que se observa en muchas partes del globo: hambre, guerra, injusticias y otras lacras llevan a nuestras retinas y a nuestro entendimiento la cruda realidad de que estamos colaborando escasamente para intentar paliar estas deficiencias.
Hoy día existen a nivel mundial organizaciones y movimientos no gubernamentales que colaboran para paliar las necesidades del tercer mundo; no obstante, ni son suficientes los recursos que utilizan ni conseguirán a corto plazo acabar con la miseria. Es positivo colaborar con estas organizaciones, es un acto de solidaridad humana y de puesta en práctica de la caridad bien entendida. No obstante, con frecuencia solemos extrapolar nuestro pensamiento de ayuda hacia estas grandes catástrofes humanas que día a día observamos sin percatarnos que, a veces y con frecuencia, las mayores necesidades se encuentran más cerca de nosotros de lo que pensamos realmente.
La caridad, la solidaridad, la ayuda humanitaria y altruista se puede y se debe ejercer siempre, pero muchas veces a nuestro alrededor encontramos situaciones, vivencias y experiencias que necesitan también de esta ayuda y que no sólo no intentamos socorrer sino que a veces despreciamos sin pararnos a pensar el bien que podríamos realizar. La auténtica caridad no mira el destinatario de la ayuda, solamente valora el acto, la intención y el sacrificio de aquél que ofrece de forma altruista y anónima. No importa dónde, cómo o de qué forma, importa el esfuerzo por hacer el bien; parafraseando a la Madre Teresa de Calcuta el Dar hasta que duela representa el acto íntimo más ejemplarizante del amor al prójimo.
En nuestro diario vivir a veces nos preguntamos ¿cómo podemos ayudar?, reflexionemos por un momento en las necesidades ajenas, en aquellos que conviven con nosotros, en los que sin ser parientes ni amigos necesitan un apoyo, una ayuda y pongamos manos a la obra para ejercitar el bien, de forma discreta y anónima, sin humillar al que reciba el beneficio.
Pero no sólo la ayuda material es caridad; el afecto, el perdón, el servicio al prójimo también son actos de caridad que elevan al espíritu en su andadura en la tierra. Cimentemos con nuestro ejemplo la felicidad de otros y estaremos labrando nuestro propio futuro de dicha y perfección. Así es la ley de Causa y Efecto y así se cumple en todos los rincones del Universo.
Entre las necesidades humanas que podemos socorrer, existen muchas que no son precisamente materiales hay por desgracia deficiencias afectivas, emocionales, espirituales que aquellos que poseen conocimientos espirituales deben intentar detectar y ayudar. ¿Cuántas personas no padecen crisis derivadas de su ignorancia espiritual? ¿Cuántas personas no poseen enfermedades psíquicas y espirituales que podríamos socorrer si les aclaramos las dudas y les facilitamos el acceso al conocimiento de las leyes que rigen el proceso evolutivo?
La divulgación y aclaración del conocimiento espiritual es también un acto de caridad pues ilumina las conciencias de muchas personas, les ayuda a entenderse mejor a sí mismas y a los que les rodean; pero esta divulgación debe hacerse de forma altruista, sin intereses que la mediaticen ni la condicionen, sólo así alcanza una verdadera efectividad, y sólo así puede considerarse como un acto de caridad. Hacer el bien en toda la extensión de la palabra es la mejor forma de dar rienda suelta a nuestros deseos de colaborar en la mejora de esta sociedad; como asevera el poeta Francisco Marín:
Haced bien con humildad,
que Dios premia con largueza
al que ejerce con nobleza
LA SUBLIME CARIDAD.
Redacción.