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El conocimiento
El progreso espiritual comprende muchas e importantes facetas que todos hemos de ir atesorando internamente. Éste es complejo y como ya venimos comprendiendo, necesariamente requiere de un esfuerzo por parte del espíritu para conseguirlo. Una de estas facetas, importantísima, es el conocimiento. Todo espíritu debe adquirir a medida que va progresando unos conocimientos que asimilará en su interior y que le ayudarán en su camino evolutivo.
Para que exista el debido equilibrio entre conocimiento y moral han de ir evolucionando parejamente, de manera que una no pueda superar indebidamente a la otra o viceversa. De esa manera podremos, por un lado, aprovechar correctamente los conocimientos adquiridos, enfocándolos siempre para el bien y el progreso de la humanidad; y por otro impediremos que a pesar de gozar de una buena salud espiritual carezcamos de los conocimientos debidos para poderla aplicar con toda su grandeza.
Este hecho, que parece tan fácil y tan sencillo de llevar a la práctica, constituye el problema más grave que ha padecido el hombre a lo largo de su historia y, concretamente, en la actualidad. Desde siempre el binomio moral-conocimiento ha estado muy desequilibrado, siendo el segundo el que siempre ha ido a la cabeza en el ser humano. La moral siempre ha sido relegada a un segundo término y, precisamente por el marcado carácter material que tiene el conocimiento, en el mundo que nos desenvolvemos, ha sido el que más se ha desarrollado. El hombre siempre se ha centrado en estudiar el ambiente que le rodea y las leyes que lo rigen, consiguiendo importantísimos logros y avances que son muy necesarios para la evolución humana, pero precisamente por no tener equilibrado el progreso espiritual, los ha empleado entre otras cosas para el mal y en contra de sus propios congéneres.
Este hecho que, como decimos, constituye la base de todas las desigualdades que existen en la actualidad en nuestro planeta, se cimenta en el trabajo interior de los espíritus que lo habitamos. Es pues preceptivo de cada uno que nos esforcemos en ir equilibrando el fiel de nuestra balanza espiritual e ir adquiriendo el conocimiento en las dosis correctas para que puedan ser asimiladas por nuestro espíritu y desarrollar debidamente la parcela de la moralidad.
Sin embargo, es la propia sociedad materialista la que nos seduce con la idea del conocimiento. Apenas se valora hoy en día a las personas que sin tener grandes conocimientos demuestran una moralidad elevada; todo lo contrario, hoy en la sociedad capitalista triunfa el que posee una base educativa muy alta. Al resto de las personas se les considera no preparadas y en muchos casos se les desprecia desplazándolas a formar parte de las clases bajas y deprimidas de nuestra sociedad.
Lamentablemente no hemos llegado todavía a comprender que el verdadero conocimiento no es el que captamos con nuestros sentidos materiales. Si no que es el de las cosas que no vemos, que se nos ha ido advirtiendo a lo largo de todas las épocas pero que no hemos querido admitir ni valorar. ¿De qué me sirve ser un gran matemático, ingeniero, médico, etc. si por el contrario no soy capaz de dar solución a los problemas espirituales y psíquicos que me aquejan, ya que solamente el conocimiento del mundo espiritual y de sus leyes es capaz de encontrarla? Creemos que lo sabemos todo porque entendemos algunas de las leyes que rigen la materia, si embargo, somos ajenos totalmente al verdadero y único conocimiento: el espiritual.
Tal vez, aquellas personas a las que despreciamos por su baja clase material, aquellas con las que nos sentimos incómodos cuando estamos a su lado, estén demostrando que internamente poseen el verdadero conocimiento, el necesario, el que realmente ayuda al espíritu en su progreso evolutivo y le evita caer en el error y el desequilibrio. Tal vez ese conocimiento no sea valorado ni tenido en cuenta por el resto de la humanidad, pero es el único, el emanado directamente de nuestro Padre y Creador.
Somos niños que nos hemos cegado ante las primeras pruebas que se nos han presentado en nuestro caminar, pero recordemos que el mundo material sólo es necesario para el espíritu en sus primeros pasos espirituales, pero cuando ya no son necesarias las encarnaciones, el espíritu todavía necesita de un larguísimo camino para llegar a la perfección.
J.F.M.A.