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Editorial


El desarrollo y nacimiento de un ser humano era sin duda uno de los aspectos más enigmáticos y de mayor trascendencia que ha maravillado a la humanidad en todas las épocas.

Con anterioridad al avance de la ciencia, el hombre ha considerado el nacimiento como la mayor de las intervenciones de la divinidad. E incluso en épocas pretéritas se desconocía que la fecundación tenía como causa directa la relación conyugal.

El avance de la ciencia y de las técnicas de fecundación de embriones y la criogenación de los mismos permite mantener la esperanza de vida mucho más allá de la muerte del donante.

Todos estos progresos de la genética carecen de momento de un código legal preciso que puedan regularlos de forma coherente, respetando el pensamiento ético y religioso. Es realmente difícil pronunciarse sobre lo "moral" o "amoral" de estas prácticas. No obstante, a veces se tiene la impresión de que el ser humano está sobrepasando la barrera de lo meramente humano para adentrarse en aspectos de dudosa moralidad.

Lo cierto y verdad es que, el ser humano ha llegado a conocer y repetir a voluntad el efecto que permite la fecundación que da origen a un nuevo ser; pero lo que nunca podrá controlar ni llegar a manipular es la causa que lo produce: LA VIDA.

La vida es la causa del nacimiento de un ser humano, y ésta únicamente puede concederla Dios. Prueba de ello es el hecho de que por mucho que se repitan, existen multitud de casos en los que si no ha de venir un espíritu a la Tierra no vendrá. Los abortos no provocados, los errores en los procedimientos de fecundación, etc. confirman este hecho.

El Creador ha dotado al Universo de Vida para compartir con otros seres esta perfección que llamamos Cosmos. La Vida, impulso divino-espiritual, no reside en la célula biológica sino en la voluntad divina.

Es esta voluntad y no otra cosa la que permite todo el mecanismo universal en el que el ser humano no es más que un eslabón de una gran cadena. El espíritu que da vida a una materia en el momento de su nacimiento contempla con regocijo su venida a la Tierra por la posibilidad de realizar un nuevo programa de trabajo que le permi ta progresar espiritualmente.

Este es el sentido real de la existencia humana, el progreso evolutivo del ser de forma integral, caminando hacia Dios en constante evolución. La vida con la que Dios regala al espíritu una nueva existencia en la carne es el bien más preciado que tenemos y por el que hemos de luchar hasta el último aliento, hasta nuestras últimas fuerzas.

Todo aquel avance de la humanidad que permita la venida de nuevos espíritus a la Tierra será sin duda un camino positivo de progreso. Todo aquello que desvirtúe la realidad biológica del ser humano será amoral y condenable por atentar contra las leyes físicas instituidas por Dios para la evolución del hombre.

La preparación pre-encarnatoria que todo espíritu tiene que superar para volver a encarnar, es el hecho más importante que confirma que la vida no es algo arbitrario y que se decide en una probeta; el espíritu humano trae un programa a realizar para el que se prepara en el espacio y todo esto conlleva esfuerzo y el permiso del Sumo Hacedor para volver a intentar nuevas experiencias de progreso en la carne.

Redacción