Volver

Valores Humanos


EL ENTUSIASMO

Empezamos un nuevo año, empecémoslo con entusiasmo. El pesimista dirá ¡un nuevo año! nada va a cambiar, todo va a continuar igual, mientras que el optimista se propondrá renovar su espíritu acogiéndose a esas fechas para extraer de ellas la fuerza y todo lo positivo que ellas tienen para iniciar ese nuevo año con buen pie, con firmeza en sus viejas aspiraciones, y renovación de energías y de sentimientos.

El entusiasmo es esa fuerza revitalizadora que nos hace creer en nosotros y en todos, esa fuerza que nos hace levantarnos del sillón y ponernos manos a la obra. Con entusiasmo todo se ve capaz de realizarse, no hay excusas todo es posible. Nos sentimos tan seguros y capaces que no nos importan los posibles inconvenientes, el esfuerzo que sea necesario desplegar; no nos importan los obstáculos a vencer, porque el entusiasmo nos aporta también la imaginación, la destreza, la habilidad para advertir todo aquello que puede sobrevenirnos en el camino haciéndonos ver la solución de las cosas. Esto es importante de asimilar bien en nuestro interior, cuando vayamos a realizar algo debemos tratar de verlo ya realizado en nuestra mente, convencernos de que actuando y trabajando adecuadamente vamos a conseguir alcanzar nuestras metas. De ese modo, una parte del trabajo ya está hecho y nos facilita el camino para dar el segundo paso con seguridad y con optimismo.

No se pueden emprender grandes tareas sin entusiasmo, ya que éste es como un escudo protector de los muchos entorpecimientos y pensamientos contrarios a nuestros buenos ideales que sin duda van a asaltarnos en el transcurso de nuestra vida y más todavía en la consecución de nuestros propósitos y objetivos de tipo espiritual. El entusiasmo es una fuerza positiva, bien dirigida y controlada que nos va a ir apartando de cuantas ideas pesimistas y derrotistas, y de cuantos ataques nos pueda ir efectuando nuestra parte cómoda y egoísta que también anida en nosotros y a la que no hemos de dar tregua en su constante superación.

Cuando Dios crea un espíritu, Él ya lo ve Perfecto, con todos sus atributos desarrollados. Sin embargo, nuestro Padre conoce por todas las experiencias que hemos de pasar, sabe cuán costoso es el empinado camino de la evolución y sabe de cuantos sufrimientos, que por causa de nuestros errores y de los defectos que podemos adquirir, tendremos que soportar; es asimismo perfecto conocedor de que muchos espíritus se enzarzarán en las redes del mal y que será para ellos todavía más difícil encaminarse positivamente por la senda del progreso y de la evolución. No obstante, nuestro Creador en su infinito Amor nos crea, dotándonos de toda la fuerza y las capacidades para ir desarrollándonos e ir en busca de esa meta que es llegar a Él. A nuestro Creador como vemos no le falta la más mínima partícula de entusiasmo en su afán Creador y Constructivo, ya que Él puede vernos ya Perfectos y a su lado, ya nos puede ver recorriendo la escala de los mundos y los planos espirituales con toda la grandeza de los atributos con que nos dotó.

Pues bien, nosotros, en la medida de nuestras posibilidades debemos obrar igual, no ha de importarnos lo más mínimo el esfuerzo, el sacrificio, todo cuanto hayamos que realizar para alcanzar nuestras metas, debemos tratar de verlas ya realizadas, sólo es cuestión de esfuerzo y de trabajo, y como estamos dispuestos a realizarlo y tenemos la plena convicción de poder conseguirlo debemos lanzarnos con todas nuestras fuerzas y con todo el entusiasmo de que somos capaces en pos de su consecución.

He dicho que el entusiasmo es una fuerza bien dirigida y controlada, no hemos de confundirla con el apasionamiento, el fanatismo o la exaltación de los sentimientos, no, porque ello nos impedirá ver las cosas como son y no nos dejarán razonar para dar los pasos adecuados uno tras otro. El entusiasmo es una fuerza que se une y complementa a los buenos propósitos y que deja a un lado las cortapisas y las excusas. Por ello, cuando por lo que sea nuestros objetivos no se alcanzan, cuando fracasamos o sufrimos un traspiés, sacamos de ello una experiencia positiva y no nos dejamos vencer por la derrota. Cuando se hacen las cosas sin conocimiento y sin una adecuada planificación suele suceder que un fracaso nos hunde por completo y no sabemos cómo reaccionar.

En tal caso, hemos de levantarnos cuantas veces sea necesario, rehacernos y armarnos otra vez de entusiasmo y de la renovación de fuerzas para seguir adelante. Porque todo en realidad en esta vida está dispuesto para que triunfemos, para que podamos alcanzar todo cuanto nos propongamos, pero hemos de estar revestidos de buenos y de nobles sentimientos, de sanas intenciones y poner en marcha todos los recursos internos de que disponemos, entonces es cuando se ponen en movimiento toda una serie de resortes que no harán más que facilitarnos el camino. Tan sólo sonará la alarma cuando por falta de experiencia o por cualquier otra causa por nuestra parte, hayamos dado un mal paso. Esta alarma no es nada más que para poner remedio a la situación enmendándonos para poder seguir el camino tranquilos y sosegados.

Si nos empeñamos en no oír esa alarma y no ponemos remedio a la situación rectificando, estaremos estrellándonos contra un muro infranqueable, y por mucho entusiasmo que pongamos no podremos seguir adelante, al menos en un sentido que nos ayude a progresar espiritualmente, cumpliendo con la palabra dada a nuestro Padre al concedernos venir a la Tierra.

Cuando actuamos movidos por una causa noble y ponemos en marcha nuestro entusiasmo, por Ley de Afinidad atraemos ayuda espiritual en la misma medida multiplicada, siendo muchos los espíritus buenos que se sentirán ansiosos de cooperar con nosotros en el logro de nuestros objetivos.

No es lo mismo que emprender una tarea sin optimismo, porque lo más seguro es que de ese modo no la terminemos. Si no sabemos siquiera si vamos a terminar una labor y no estamos dispuestos a poner todo de nuestra parte, la parte espiritual positiva tampoco se volcará hacia nosotros ya que son muchas a las personas que han de ayudar y no pierden el tiempo con aquellos que no tienen firmes y nobles propósitos.

Un hombre que actúa con entusiasmo y motivado por fines altruistas no sabe la ayuda que tiene del plano espiritual superior, pero esta ayuda es muy importante y hace que podamos crecernos en los momentos de dificultad, que no se ceda terreno a los problemas y dificultades, y que con el paso del tiempo, al mirar atrás se vea todo el camino ya andado y que si se hubiera pensado jamás se hubiera creído que se hubiera podido llegar hasta allí.

F.H.H.